El sábado 28 de Enero, la Conferencia Episcopal Española presentó un documento de ocho páginas con la síntesis de aportes diocesanos y sus propuestas como preparación para el documento final que se entregará en la Asamblea sinodal continental europea que tendrá lugar en Praga (Chequia) del 5 al 9 de Febrero.
La CEE lamenta que «el tiempo para la reflexión y el trabajo diocesano» en la etapa continental «ha sido corto y la participación menor» que en la fase diocesana [que tampoco fue mucho: solo alrededor de 220.000 participantes (poco más del 0,005% de católicos en España –42 millones según el Barómetro de Diciembre de 2021–), el 70% eran mujeres, y el promedio de edad era de entre 55 y 60 años] «la escasa participación de los jóvenes en el proceso sinodal y en la vida de la Iglesia», y que se han encontrado «actitudes de escepticismo, miedo e incluso rechazo» ante el proceso. Sin embargo, se empecina en afirmar que «la sinodalidad avanza en nuestra Iglesia que peregrina en España, pasando de concebirse como una teoría o un concepto abstracto, a entenderse como una realidad que favorece la comunión».
El documento se divide en tres partes: “Intuiciones”, “Tensiones y divergencias”, y “Prioridades”.
La CEE “intuye” cual sicofante «la valoración positiva de la propia experiencia del camino» simbolizada por la imagen de la tienda adoptada por el Documento de Trabajo de la Etapa Continental (que no se note lo adulador, por favor), y «la necesidad de una conversión continua» (¿en oenegé?, visto que hablan del anhelo que se escuche «el grito de los más pobres y vulnerables, sin olvidar el clamor de la tierra»), «la importancia del ecumenismo y del diálogo interreligioso», «el valor de la religiosidad popular» [entiéndase hermandades, peregrinaciones y procesiones], y «el papel fundamental que debe tener la pastoral familiar».
Por otra parte, los obispones españoles dicen detectar que «las mismas polarizaciones existentes en la sociedad laten en el seno de la Iglesia: la polarización entre diversidad y unidad y necesidad de diálogo; la polarización entre tradición y renovación; la polarización entre Iglesia piramidal e Iglesia sinodal», y que los elementos de tensión son «la resistencia del clero y la pasividad de los fieles» al proceso sinodal, la «dificultad –e incluso el rechazo– al encuentro con lo diverso, lo diferente», a saber: «los pobres, los marginados, las personas con discapacidad, el mundo de la inmigración [ilegal], las personas con situaciones familiares o afectivas diversas [= divorciados, parejas en amasiato, y homosexuales] o aquellos que se alejaron de la Iglesia o que nunca formaron parte de ella» (¿y los católicos que quieren permanecer fieles a la Fe de sus padres y abuelos? «NO, de esos no tenemos»); los escándalos de abuso sexual, la escasa participación de los jóvenes, y la necesidad de una mayor formación en la liturgia y que esta se relacione con la vida cotidiana, mediante «una renovación de la forma y el lenguaje».
Finalmente, se presentan las “prioridades” que «una renovación de la forma y el lenguaje». En cuanto a la “forma”, «estructurar la sinodalidad», y respecto al “fondo”, «revitalizar el papel de la Iglesia en el espacio público y renovar su compromiso con la justicia, los procesos de construcción de la paz y la reconciliación, los derechos humanos, el cambio social, el mundo del trabajo y la cuestión ecológica» (en una palabra, «buscar las añadiduras antes que el Reino»). Y las prioridades específicas, mejor citarlas verbátim (aun a costa de hacer más indigesto el artículo):
- «Potenciar la acogida en nuestras comunidades, particularmente a cuantos se sienten excluidos por su procedencia, situación afectiva, orientación sexual u otros motivos. Que las comunidades sean espacios integradores desde los que acompañemos a los hombres y mujeres de hoy en sus anhelos y necesidades, compartiendo con ellos la belleza de la fe que profesamos».
- «Promover la corresponsabilidad, real y efectiva, del pueblo de Dios, superando el clericalismo, que empobrece nuestro ser y misión, y potenciando el acompañamiento por parte de sacerdotes y miembros de la vida consagrada».
- «Reconocer definitivamente el papel de la mujer en la Iglesia y fomentar su participación, plena y en condiciones de igualdad, en todos los niveles de la vida eclesial y, en particular, en el gobierno de las instituciones».
- «Articular la integración y participación de los jóvenes en nuestras comunidades como prioridad pastoral».
- «Dinamizar la formación en las cuestiones fundamentales de nuestra fe, específicamente en materia de doctrina social de la Iglesia —también sobre la propia sinodalidad— a fin de reforzar nuestra presencia pública evangelizadora y transformadora de la realidad social».
- «Fomentar el diálogo con el mundo y la cultura, con otras confesiones religiosas y con la increencia, mejorando la capacidad de escucha y también la comunicación».
- «Cuidar la liturgia a través de la formación y de una mayor comprensibilidad de sus ritos y contenidos, como expresión de una fe viva, consciente y activa».
En síntesis, si eso es lo que propone la Conferencia Episcopal Española, «apaga y vámonos». Además, si recordamos que la presencia española fue menos que folclórica en el Vaticano II, que propició la descristianización en el país que hoy tanto lamentan, ¿qué le hace pensar a la CEE que en el circo sinodal tendrá mejor suceso?
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