viernes, 28 de octubre de 2022

EL DOCUMENTO DE LA ETAPA CONTINENTAL DEL SÍNODO: APERTURA A UNOS, CIERRE A OTROS, UN CIRCO TOTAL

El cardenal Mario Grech Attard y sus cómplices [el cardenal Jean-Claude Hollerich Wester SJ (relator general del Sínodo), la profesora Anna Rowlands, el presbítero Giacomo Costa (consultor de la Secretaría General del Sínodo), y mons. Piero Coda (secretario general de la Comisión Teológica Internacional)] presentaron el 27 de octubre “Ensancha el espacio de tu tienda”, un documento de trabajo de 44 páginas del sínodo final de Francisco Bergoglio en una conferencia de prensa.

Pide una «reforma» institucional y estructural [= decadencia] de la Iglesia «a todo nivel», quiere un «espacio más acogedor» para aquéllos que sienten «una tensión» entre una [supuesta] pertenencia a la Iglesia y «sus propias relaciones amorosas [!]», como los adúlteros, los padres solteros, los polígamos y –por supuesto– los homosexuales:
«Entre los que piden un diálogo más incisivo y un espacio más acogedor encontramos a quienes, por diversas razones, sienten una tensión entre la pertenencia a la Iglesia y sus propias relaciones afectivas, como, por ejemplo: los divorciados vueltos a casar, los padres y madres solteros, las personas que viven en un matrimonio polígamo, las personas LGBTQ. Las síntesis muestran cómo este reclamo de una acogida desafía a muchas Iglesias locales: “la gente pide que la Iglesia sea un refugio para los heridos y rotos, no una institución para los perfectos. Quieren que la Iglesia salga al encuentro de las personas allí donde se encuentren, que camine con ellas en lugar de juzgarlas, que establezca relaciones reales a través de la atención y la autenticidad, y no con un sentimiento de superioridad”» (CE Estados Unidos)”» [SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO. Documento de trabajo ”, n. 39].
El documento exige la administración de los sacramentos a adúlteros y polígamos (sic) y quiere un “diálogo” con los sacerdotes católicos caducos:
«Una fuente particular de sufrimiento son todas aquellas situaciones en las que el acceso a la Eucaristía y a los demás sacramentos se ve obstaculizado o impedido por diversas causas. Son intensas las peticiones para que se busque una solución a estas formas de privación de los sacramentos. Se citan, por ejemplo, las comunidades que viven en zonas muy remotas, o el uso del cobro de tarifas por el acceso a las celebraciones, que discrimina a los más pobres. Muchas síntesis también dan voz al dolor que experimentan los divorciados vueltos a casar por no poder acceder a los sacramentos, así como los que han contraído un matrimonio polígamo. No hay unanimidad sobre cómo tratar estas situaciones: “se niega la posibilidad de recibir la Sagrada Comunión a los divorciados vueltos a casar, que expresan su dolor por esta exclusión. Algunos creen que la Iglesia debería ser más flexible, mientras que otros piensan que esta práctica debe mantenerse” (CE Malasia)”» [Ibid., n. 94].
   
Aunque la participación de los fieles en el Sínodo fue pésima (menos del 1%) y muy por debajo de las expectativas originales, el documento afirma que la participación «superó todas las expectativas» [n. 5].
    
Otra pieza de propaganda es el supuesto «deseo de inclusión radical - nadie está excluido», mientras que todo el mundo sabe que los católicos de a pie están excluidos en el Vaticano extremista de Bergoglio. Con sarcasmo, Grech repitió que «el proceso sinodal es para escuchar a todos», mientras que todo lo deciden Bergoglio y sus adláteres.
    
Expresó su fingida sorpresa por el hecho de que confluyeron «muchas aportaciones [=sobre temas por debajo del cinturón] de diferentes contextos eclesiales y culturales».
   
En un momento dado, Grech fue algo sincero, porque los cardenales, los políticos y otros mentirosos suelen querer decir lo contrario de lo que dicen. Declaró: «No estamos impulsando una agenda».
  
Sobre el papel de las mujeres, Anna Rowlands dijo en la prensa que este tema era un “estupendo tema común” en los informes del Sínodo. No se trataba de un papel “orientado hacia los derechos”, sino de reconocer a los que viven de la “vocación bautismal”.

Ella dice que voces en Asia y África han llamado repetidamente a la Iglesia a estar a su lado en la resolución de las desigualdades sociales. No se trata sólo del papel de la mujer en la Iglesia.
  
Rowlands declaró que «la cuestión del diaconado para las mujeres surgió repetidamente, en muchos, muchos informes», apoyándose en el documento, que señaló que muchos informes presentados:
«Casi todas las síntesis plantean la cuestión de la participación plena e igualitaria de las mujeres: “el creciente reconocimiento de la importancia de las mujeres en la vida de la Iglesia abre la posibilidad de una mayor participación, aunque limitada, en las estructuras eclesiásticas y en los ámbitos de decisión” (CE Brasil). Sin embargo, no concuerdan en una respuesta única o exhaustiva a la cuestión de la vocación, la inclusión y la valoración de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad. Muchas síntesis, tras una atenta escucha del contexto, piden que la Iglesia continúe el discernimiento sobre algunas cuestiones específicas: el papel activo de las mujeres en las estructuras de gobierno de los organismos eclesiásticos, la posibilidad de que las mujeres con una formación adecuada prediquen en los ambientes parroquiales, el diaconado femenino. Se expresan posturas mucho más diversificadas con respecto a la ordenación sacerdotal de las mujeres, que algunas síntesis reclaman, mientras que otras la consideran una cuestión cerrada.
   
Un elemento fundamental de este proceso tiene que ver con el reconocimiento de las formas en que las mujeres, especialmente las religiosas, ya están en la vanguardia de las prácticas sinodales en algunas de las situaciones sociales más difíciles a las que se enfrenta la Iglesia: “hay semillas de sinodalidad en las que se está abriendo un nuevo camino de solidaridad. Hay que asegurar un futuro de justicia racial y étnica y de paz para los hermanos y hermanas negros, morenos, asiáticos y nativos americanos (Estados Unidos); conectar profundamente con las hermanas y hermanos indígenas y nativos (América); abrir nuevas vías de presencia de las religiosas en diferentes movimientos; hacer alianza con grupos afines para abordar cuestiones sociales clave (como el cambio climático, el problema de los refugiados y los solicitantes de asilo, los sin techo), o relacionadas con países específicos” (Unión de Superiores Generales/Unión Internacional de Superioras Generales). En estos contextos, las mujeres buscan ser colaboradoras y pueden ser maestras de la sinodalidad dentro de procesos eclesiales más amplios» [Ibid., nros. 64-65].
  
Desde luego, también se habló del tema litúrgico: por un lado, buscar imponer a la cañona (aun cuando presuntamente está proscrita la “latinización”) la utópica “participación activa de los fieles” en los ritos orientales
«Muchas síntesis alientan fuertemente la implementación de un estilo sinodal de celebración litúrgica que permita la participación activa de todos los fieles para acoger todas las diferencias, valorar todos los ministerios y reconocer todos los carismas. En este sentido, la escucha sinodal de las Iglesias registra muchas cuestiones que deben abordarse: desde el replanteamiento de una liturg demasiado centrada en quien preside, hasta las formas de participación activa de los laicos, pasando por el acceso de las mujeres a las funciones ministeriales. “Sin dejar de ser fieles a la tradición, a su originalidad, antigüedad y uniformidad, intentamos que la celebración litúrgica sea más viva y participada por toda la comunidad de creyentes: sacerdotes, laicos, jóvenes y niños, que leen los signos de los tiempos con discernimiento sólido. Los jóvenes intentan encontrar un lugar en la liturgia con los himnos y es positivo” (CE Etiopía)» [Ibid., n. 91].
Y por el otro, la tensión por la “Misa del 62” (aspecto en el cual la tienda “no se ensanchó”, ni se abordó posteriormente, sino que se mencionó como dato pintoresco –y además, ¿no lo resolvió Traditiónis Custódes?–):
«En este sentido, la experiencia de las Iglesias también registra nudos de conflicto, que deben ser abordados de forma sinodal, como es el discernimiento de la relación con los ritos preconciliares: “las divisiones sobre la celebración de la liturgia se han reflejado en las consultas sinodales. “Desgraciadamente, la celebración de la Eucaristía se vive también como un motivo de división dentro de la Iglesia. En el ámbito litúrgico, la cuestión más común es la celebración de la misa preconciliar”. La gente se queja de las restricciones en el uso del misal de 1962; muchos consideran que las diferencias sobre la forma de celebrar la liturgia “llegan a veces al nivel de la animosidad. Las personas de ambos bandos dicen sentirse juzgadas por quienes tienen una opinión diferente” (CE Estados Unidos). La Eucaristía, sacramento de la unidad en el amor en Cristo, no puede convertirse en motivo de enfrentamiento ideológico, ruptura o división. Además, existen elementos de tensión propios del ámbito ecuménico, con un impacto directo en la vida de muchas Iglesias, como, por ejemplo, compartir la Eucaristía. Por último, hay problemas relacionados con las modalidades de inculturación de la fe y el diálogo interreligioso, que también afectan a las formas de la celebración y la oración» [Ibid., n. 92].
En sí mismo, el Sínodo de la Sinodalidad (que valga señalar, fue prorrogado hasta 2024) es una torre de Babel (hasta un circo, cabe señalar) y un camino hacia la nada, que solo sirve una cosa: para confirmar que la del Vaticano II NO ES, NI PUEDE SER LA IGLESIA CATÓLICA, duélale a quien le duela.
  

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