domingo, 17 de enero de 2021

EL APOSTOLADO SEGLAR

Definición: Se entiende por Apostolado Seglar «el trabajo individual o colectivo para la propagación, defensa, aumento y esplendor de la fe, aparte de lo que constituye la función jerárquica y oficial de la Iglesia docente, pero siempre bajo la dirección y autoridad de esta misma iglesia».
  
Nótense bien estas últimas palabras, aparte de lo que constituye la función jerárquica y oficial de la iglesia docente. Porque el régimen y enseñanza pastoral, la celebración del sacrificio, la administración de los sacramentos y otros actos que constituyen el ejercicio público y oficial del ministerio apostólico, claro es que están vedados a los seglares, pero en todo lo demás que puede referirse a la gloria de Dios y a la salvación de las almas y que no exige carácter exclusivamente sacerdotal, no solo pueden cooperar los seglares sino aún tomar la iniciativa propia en tales actos.
  
Excelencia: No hay obra más agradable a Dios que cooperar a la extensión de su reinado en el mundo y a la salvación de las almas; en tanto grado, que el ejercicio de la mortificación y penitencia más austera y rigurosa que jamás se haya visto no es tan grata a los divinos ojos, ni así aprovecha para satisfacer a la divina justicia por las culpas cometidas.
  
Nobleza: Acto noble y generoso por demás fuera el de aquel caballero que viendo cómo una honrada Señora es mofada y maltratada y hecha el ludibrio de una turba de malvados, se encarara con los atropellaros y arremetiendo contra ellos los pusiera en precipitada fuga. Pues bien; la Señora ultrajada y no solo Señora sino también madre nuestra es la Iglesia, es la religión que se ve perseguida, insultada e injuriada por turbas infames, sin vergüenza y sin temor de Dios. ¡No será, por tanto, la cosa más noble y generosa sacar la cara para defender sus derechos, lo propio en público que en privado? Quien de eso se avergüence, no se llame católico.
  
Quienes vienen llamados a ejercer este apostolado: ¿Quiénes...? Todos los que han tenido la dicha incomparable de ser regenerados con las aguas bautismales. ¿Por qué? Porque en aquel día venturoso nos comprometimos solemnemente a seguir y a profesar la ley cristiana. Y seguir y profesar la ley cristiana no significa otra cosa que creer lo que la Iglesia enseña y practicar cuanto ella manda, y crearlo y practicarlo como se debe. ¿Y cómo se debe? Débese creer y practicar con todo el corazón y con toda el alma. Explícito es por demás el primero y principal mandamiento: «Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu entendimiento». Mas el que ama de veras a una persona no hay porque decir que lejos, muy lejos de perseguirla, ni siquiera de mirar con indiferencia sus intereses y su gloria, se desvive y pone todo su empeño en que sea conocida, honrada y alabada por todos. Luego no cumple como buen cristiano quien no mira los intereses de la religión, a lo menos, como el más ardiente político los de su política; como el más activo comerciante los de su negocio, como el más resuelto militar los de su campaña. Luego no es buen católico el que no siente por los intereses del catolicismo todo el ardor, todo el apasionamiento que siente por aquellas cosas que más de cerca tocan su honra o utilidad. Luego todos los católicos sin distinción de clases, estados y categorías vienen obligados a consagrarse a este apostolado.
   
Medios de ejercerlo: Muy vasto, ciertamente muy extenso es el campo que se presenta a la vista del propagandista Católico. La beneficencia cristiana, la educación de la niñez, las escuelas nocturnas y dominicales, la solución católica del problema obrero, las asociaciones católicas, y muy particularmente la prensa de cuya dirección católica o impía depende la buena o mala marcha de las naciones. Pero si todo esto es digno de llamar la atención del propagandista católico, con mayoría de razón lo serán aquellas cosas que se refieren de un modo más inmediato a la religión y al culto divino; como son procurar la mayor frecuencia posible de sacramentos, el que se celebren con brillo y esplendor las funciones religiosas, la asistencia al rosario de la aurora, a las procesiones, a la administración del Santo Viático, las romerías y otros actos semejantes.
   
Si alguno por sus ocupaciones o especiales circunstancias se excusara de practicar todos o alguno de los medios indicados, es cierto que no podrá alegar excusa alguna para dejar de poner en práctica el primero y principal y mas eficaz medio de propaganda, que es el buen ejemplo, llamado con razón la primera arma del combate católico, arma de tiro seguro y de todos manejable, como quiera que de él depende, aun más que de la prensa misma, el bien o el mal así del individuo, como de la familia y de la sociedad. Porque la experiencia enseña que la inmensa mayoría de los hombres, por no decir todos, se mueven a obrar ya el bien ya el mal no por lo que oyen decir sino por lo que ven hacer; por eso ha dicho un célebre escritor: por cada diez buenos ejemplos daría cien artículos de periódico. Sino decidme: ¿no es verdad que para cierta clase de personas es de mayor eficacia para excitarlas obrar el bien el espectáculo de una numerosa y solemnísima comunión general, singularmente si se distingue por concurrir a ella muchos hombres o el presenciar una devota procesión o romería que la lectura de muchos libros, aunque sean piadosos? Jamás se dará demasiada importancia al apostolado del buen ejemplo. Nunca debe olvidarse que las lecturas sin los ejemplos son letra muerta, mientras que los ejemplos sin lecturas convirtieron el mundo.
   
Una palabra a la mujer: Las que con mayor razón podrían creerse desobligadas de ejercer el apostolado seglar son las mujeres, y sin embargo nada hay mas falso. La mujer posee un arma más fuerte y más invencible que todos los ejercitas. Esa arma es el amor de su corazón. Si emplea ese amor en amar a Jesucristo y en hacerle amar de cuantos la rodean, es un verdadero ángel bajado del cielo que contribuye poderosamente a la gloria de Dios y a la salvación de las almas. Ella infunde en el alma de sus hijos el verdadero amor a la religión y a la patria; y en este sentido puede asegurarse que los grandes héroes los han formado después de Dios, más que nadie, las madres católicas.
  
¡Madres! orad a Dios, suplicad a vuestros hijos y maridos, valeos de todos los medios posibles, que si lo hacéis debidamente sois invencibles. No hay palabras que basten a declarar la influencia de la mujer piadosa así en la familia como en la sociedad y en la religión. No defraudéis las esperanzas de la Iglesia, sed para ella lo que fueron en otro tiempo las Mónicas, las Elenas, las Constanzas, las Teodoras, las Clotildes. Si no trabajáis en bien de la religión, seréis seres inútiles y despreciables ante la Iglesia, sino llegáis a ser verdaderos monstruos de iniquidad. Recordad el ejemplo reciente de las señoras francesas, y no solamente de las francesas sino también de las españolas que en estos últimos tiempos han dado muestras de celo excepcional en favor de la religión y de la patria.
   
Extractos del opúsculo El Apostolado Seglar, del padre Félix Sardá y Salvany.

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