sábado, 9 de enero de 2021

QUINCE SÁBADOS EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE POMPEYA

Devoción publicada por el bienaventurado Bartolo del Rosario Longo TOSD, y tomada del Devocionario de la Virgen Coronada Nuestra Señora del Rosario de Nueva Pompeya (3ª edición), compilado por Fray Juan de la Cruz de Azpilcueta (en el siglo José Gregorio Venancio Ocáriz Zuza) OFM Cap., publicado en Winterberg (Chequia) en 1935.
            
“Está comprobado por la experiencia ser esta una devoción muy recomendable y eficaz, pues mediante ella otorga constantemente la Santísima Virgen grandes beneficios, libra de grandes males, y socorre en apurados trances a los que la practican, como lo pregonan muy alto sus devotos, que por este medio han recurrido a tan tierna Madre.
   
ORIGEN DE ESTA DEVOCIÓN
Como el Santísimo Rosario, así también esta devoción tuvo su origen en la Orden de Santo Domingo.
 
En el siglo pasado fue sus más ardiente propagador el abogado y Comendador Bartolomé Longo, fundador y director del Santuario de Pompeya, en Nápoles.
 
En Buenos Aires, el centro de esta devoción está en el Santuario de Pompeya, a cargo de los P.P. Capuchinos.
 
EN QUÉ CONSISTE LA DEVOCIÓN DE LOS QUINCE SÁBADOS.
La práctica de los quince sábados consiste en obsequiar a Nuestra Señora, como homenaje a los quince Misterios del Santísimo Rosario, durante quince sábados consecutivos, o, cuando se estuviese legítimamente impedido, durante quince domingos, por concesión de León XIII con fecha del  17 de septiembre de 1892.
 
La devoción de los quince sábados se puede practicar en cualquier época del año, pero se recomienda de un modo especial se haga en los quince sábados que preceden al primer Domingo de Octubre, o en los que preceden a la fiesta del Santuario de Pompeya que se celebra el 8 de mayo.
 
En casos particulares, como cuando se trata de obtener alguna gracia urgente, se pueden consagrar a María Santísima quince días consecutivos; pero en este caso no se ganan las indulgencias concedidas por los Romanos Pontífices.
 
CONDICIONES PARA HACER PROVECHOSAMENTE LOS QUINCE SÁBADOS.
1º Confesar y comulgar en cada uno de los quince sábados, o domingos.
2º Hacer el ejercicio correspondiente a cada sábado ante su imagen.
3º Rezar cada sábado, por lo menos, una parte del Rosario.
   
QUINCE SÁBADOS EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE POMPEYA 
          

Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS SÁBADOS
¡Oh Santísima Virgen del Rosario de Pompeya, Madre de Misericordia y seguro refugio de los pecadores! Ante vuestros pies vengo contrito y humillado a implorar vuestro poderoso patrocinio. Espero que vuestra bondad me reciba y me alcance de vuestro Divino Hijo la gracia de practicar dignamente este devoto ejercicio de los Quince Sábados. Os consagro, Madre amantísima, desde ahora y para siempre todas las aspiraciones de mi alma y los suspiros de mi corazón. Preparad mi espíritu, oh Madre amorosísima, para que con viva fe, firme esperanza, y ardiente caridad me consagre a vuestro perpetuo servicio, y alcance ahora lo que con toda la ansiedad de mi alma os pido, si ha de ser para mayor gloria de Dios y bien mío. Amén.
  
PRIMER SÁBADO – LA ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL A LA VIRGEN MARÍA 
Se acerca ya el momento sublime, anunciado en los albores del paraíso, y repetido por el profeta Isaías en presencia del rey Acaz, cuando los reyes de Israel y Siria se proponían acabar con la dinastía de David. 
     
Pide un milagro, dijo el Profeta, si quieres bajo los abismos o si quieres sobre las alturas. Y el impío Rey, desdeñando el favor, que de parte de Dios iba a serle otorgado, respondió: No tentaré al Señor, pidiendo un milagro. Y el Profeta, lleno del espíritu de Dios, exclamó: Escucha pueblo de Judá; he aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un niño. 
     
La humanidad, incapaz de levantar la carga que pesa sobre ella desde la prevaricación del primer hombre, suspira con ansiedad por el cumplimiento de esa profecía. 
   
Los corazones puros, ligados por el vínculo del matrimonio y consagrados a Dios con voto de virginidad, pasan tranquilos los días en su casita de Nazaret. Son los corazones de María y de José. José trabaja para ganar el sustento de María y María atiende a las necesidades de José. Los ángeles contemplan con envidia la suerte de estos castísimos esposos. 
   
¿Cuál será el espíritu celestial, a quien cabrá la dicha de arrodillarse en presencia de María, para comunicarle la nueva, que de parte de Dios le va a ser anunciada? Para tan grande empresa es elegido uno de los primeros que asisten al trono de Dios.
    
Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, dijo Gabriel profundamente inclinado en presencia de María. Y María se turbó: y el Arcángel al ver turbada a la que iba a ser Madre de Dios, prosiguió: No temas, María, la gracia de Dios está contigo; he aquí que concebirás y darás a luz a un hijo, que se llamará Hijo del Altísimo.
      
Antes de dar su consentimiento a lo que el Arcángel le proponía, pidió María explicación del modo, como debía realizarse su divina maternidad, y cuando escuchó que concebiría sin detrimento de su virginidad, por obra milagrosa del Espíritu Santo, respondió: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí conforme a tu palabra.
   
Y en aquel mismo instante el Hijo del Altísimo quedó encarnado en las entrañas de María.
      
Consideremos la humildad de María. Acababa de oír que de parte de Dios se la llama, llena de gracia, bendita entre todas las mujeres y, lejos de enorgullecerse con tan honrosas palabras, se siente llena de turbación. 
    
Ve postrado en su presencia al más encumbrado de los espíritus celestiales y piensa, no en su exaltación, sino en las palabras que acaba de oír.
      
Se le anuncia que ha sido elegida para Madre del Redentor, y prefiriendo la virginidad a tan excelsa dignidad, pide explicación del modo de realizarse su maternidad. 
      
Queda constituida por propio consentimiento en Madre del Hijo del Altísimo y se llama a sí misma esclava del que va a ser su Hijo. ¡Oh humildad! ¡qué hermosa debes de ser a los ojos de María!
     
OBSEQUIO: Practicar un acto de mortificación en honor de María.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Ya que en este día me habéis concedido el beneficio de admirar los tesoros de humildad que encerraba vuestro purísimo Corazón, concededme también la gracia de participar siquiera en mínima parte, de esa altísima virtud. Sofocad en mi corazón, Reina humildísima, todo germen de soberbia, dando a mi inteligencia un claro conocimiento de mi miseria absoluta. Así sea.
      
ORACIÓN PARA LA COMUNIÓN DE CADA SÁBADO
 
A la acostumbrada preparación y acción de gracias, se añadirán las siguientes oraciones:
   
Santísima Trinidad, fuente única de todas las gracias, dignaos aceptar esta Santa Comunión, en honor de los misterios de la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y por sus méritos y por los de la Beatísima Virgen María su Madre, a quien honramos con el título y el rezo del Sto. Rosario, conceded a mí y a todos mis parientes, las gracias que más necesitamos para el alma y para la eternidad; y de un modo particular la gracia… (se pide la gracia que se desea), si tal es vuestro beneplácito, en cuya conformidad quiero vivir y morir.
     
Pater noster.
    
Con todo el afecto y la confianza de que es capaz mi corazón, yo recuerdo, oh María, las promesas que Vos misma hicisteis a los devotos de vuestro Rosario y las innumerables gracias que les habéis dispensado.
    
Aceptad, pues, oh buena Madre y Reina, las súplicas que yo os dirijo en el acto de contemplar devotamente y honrar la memoria de los gozos, dolores y triunfos vuestros y de vuestro Santísimo Hijo.
    
Por estos santos misterios y especialmente por el misterio que hoy entiendo honrar particularmente, os recomiendo el Sumo Pontífice, todos los Prelados, propagadores y defensores de la Fe Católica, los príncipes, magistrados y pueblos cristianos, los infieles, los herejes, y todos los pecadores, como también los afligidos, los enfermos y los agonizantes.
   
Miradnos a todos, y sobre todos desciendan vuestras bendiciones: pero especialmente sobre mí, indigno hijo y siervo vuestro, que más que ninguno he menester vuestra ayuda maternal.
    
Vos, que todo los podéis, obtenedme de Jesús una buena vida y una santa muerte, y, si lo juzgáis conveniente para la gloria de Dios y el bien de mi alma, alcanzadme la gracia especial (se especifica la gracia que se desea)
    
Ave María.
    
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN DEL ROSARIO DE POMPEYA
¡Oh dulcísima Madre de Misericordia! ¡Oh única esperanza de los pecadores! ¡Oh eficaz atractivo de nuestras voluntades! ¡Oh María! ¡Oh Reina! ¡Oh Señora del Rosario! Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos: recibe estas oraciones que con el afecto de nuestros corazones, rezamos en veneración de tu Concepción purísima y de los misterios de tu santísimo Rosario: por ellos te pedimos que en el trance de la muerte, cuando ya debilitados los sentidos, turbadas las potencias, perdida el habla y cubierto el rostro con el sudor de la muerte, estemos luchando con el terrible y final trance, cercados de enemigos innumerables que procurarán nuestra condenación y estarán esperando que salgan nuestras almas para acusarlas de todas sus culpas ante el tremendo tribunal de Dios; allí, salvadora de nuestras almas, allí única esperanza de nuestros desmayados corazones, allí, amorosísima Madre, allí vigilantísima Pastora, allí María.
   
¡Oh, qué dulce nombre! Allí María, allí ampáranos; allí defiéndenos, allí asístenos, como Pastora a sus ovejas, como Madre a sus hijos, como Reina a sus vasallos.
   
Aquel es el punto del cual depende la salvación o condenación eterna, aquel es el horizonte en que divide el tiempo de la eternidad, aquel es el instante en que se pronuncia la justa sentencia que ha de durar para siempre; y si nos faltas entonces ¿qué será de nuestras almas, cuando tantas culpas hemos cometido?
   
No nos dejes en aquel peligro, no nos desampares en aquel riesgo, no te retires en aquel horrible trance; acuérdate, amabilísima Señora, que si Dios te escogió para Madre suya, fue para que fueses la medianera entre él y los hombres; por tanto debes ampararnos en aquella hora, ¡oh María! ¡Oh segurísimo sagrario y refugio nuestro!
   
Y como quizás entonces no tengamos fuerza ni sentido para llamarte, desde ahora, como si ya estuviésemos en la agonía, te llamamos; desde ahora nos acogemos a tu poderosísima intercesión; a la sombra de tu amparo nos ponemos, para librarnos de los merecidos rigores de Cristo, Sol de justicia.
    
Y esto que ahora decimos, lo guardamos para aquella hora: María, misericordia: María, piedad: María, clemencia; María Santísima, querida de mi alma, consuelo de mi corazón, en tus manos sagradas encomiendo mi espíritu, para que por ellas pase al tribunal de Dios, donde intercedas por esta alma pecadora.
   
¡En ti pongo mi esperanza, en ti confío, en ti espero, protégeme! Misericordia, madre mía de Pompeya, misericordia, madre de mi alma, misericordia, Madre de mi corazón, misericordia, dulcísima María. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
SEGUNDO SÁBADO LA VISITACIÓN DE MARÍA A SU PRIMA SANTA ISABEL
Por la señal…
Oración preparatoria.
    
Cuando el Arcángel San Gabriel  descendió a la tierra para comunicar a María la felícisima nueva, que de parte de Dios traía, esta humildísima Señora vióse doblemente sorprendida con el anuncio del sublime misterio, que en ella iba a operarse, y con el prodigio, que en  su prima Isabel habíase ya verificado.
      
He aquí, también, dijo el Arcángel, que tu prima Isabel, a pesar de su ancianidad, lleva en su seno un hijo, porque nada hay imposible ante Dios. Y  oída la respuesta de María, el celestial mensajero voló a las alturas celestiales. 
       
Y María, olvidándose de la excelsa dignidad de Madre de Dios, en que acababa de ser constituida, apresuróse a felicitar a su prima por el insigne prodigio, que en sus entrañas había obrado la diestra del Altísimo. 
    
Mas no fue por motivo de felicitación esta visita de María a su prima Isabel; había oído de boca del Arcángel el estado adelantado de su prima y apresuróse a visitarla para prestar los auxilios de su asistencia. 
     
Tras un largo viaje llegó María a la casa de Isabel y al encontrarse las dos santas mujeres, deshiciéronse sus corazones en una efusión de amor y alabanzas.
     
Conociendo Isabel por revelación divina que, la que venía a visitarle, llevaba ya en su seno al Mesías prometido, en un transporte de entusiasmo dejó escapar aquellas palabras, que miles de lenguas repiten cada día: Bendito es el fruto de tu vientre. Y María, llena del espíritu profético, en un sublime cántico predice que todas las generaciones la llamarán bienaventurada.
    
Consideremos la caridad de María. Apenas oyó de boca del Arcángel la obra milagrosa realizada en su prima Isabel, se apresura a visitarla, para llevarle el auxilio de su asistencia.
    
No la arredran en esta jornada las dificultades del camino sembrado de montañas, por las que tiene que atravesar, ni le acobarda la larga distancia que media entre Nazaret y la casa de su prima.
   
El norte que la guía es el amor de Dios, traducido esta vez en una obra de caridad al prójimo, y la caridad ferviente en ninguna parte encuentra dificultades.
    
Pero no fueron solamente los auxilios materiales los bienes que María llevó a casa de Isabel; fue la gracia anticipada de la remisión del pecado original para el hijo de Isabel, el bien más excelente que María llevaba con su visita.
  
OBSEQUIO: Practicar una obra de caridad en honor de María.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Como corre el sediento al manantial donde pueda saciar la necesidad que siente, así corro yo a Vos, canal de toda gracia, para satisfacer la necesidad de amor al prójimo que siento en mi corazón. Si me reprocháis por verme tan pobre de caridad, podré responderos que mi corazón se halla muy rico en deseos de poseerla. Trocad, pues, benignísima Madre, estos mis deseos en actos fervorosos de tan hermosa virtud. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
     
TERCER SÁBADO – EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Por la señal…
Oración preparatoria.
    
Nueve meses habían pasado desde que el Arcángel San Gabriel trajo a la tierra la nueva de la Encarnación del Hijo de Dios.
    
Hacía largo rato que el sol se había ocultado tras las montañas, y José y María acababan de llegar a Belén en cumplimiento del edicto del Emperador Augusto, en que mandaba inscribir los nombres.
      
Fatigados del camino, buscaron un albergue a donde retirarse a pasar la noche: mas, todas las puertas de la Ciudad estaban cerradas para ellos; en su aspecto exterior llevaban retratada su pobreza, y ésta era la razón de que las puertas se cerrasen para ellos.
     
Lágrimas de compasión brotaron de los ojos de José, al ver la situación de su querida esposa; mas en medio de esas lágrimas brillaba en su rostro el reflejo de una santa resignación. No creía posible que Dios pudiera abandonarlos en tan apurado trance y volvió a golpear las puertas, y en todas recibió idéntica contestación.
     
Cansado de tan inútil tarea, retiróse con su esposa a un mísero portal, morada de animales.
     
Este era el lugar elegido por Dios, donde su Unigénito Hijo debía ver la luz del mundo, y desde donde debía enseñar a los hombres la vanidad de la pompa mundana.
    
La noche había llegado a la mitad de su carrera, cuando he aquí que un eco de voces celestiales comenzó a extenderse por los espacios: eran las voces de los espíritus angélicos que cantaban: gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
     
En aquel humilde portal acababa de nacer el Salvador. José y María postrados ante Él le rindieron la primera adoración.
    
Los pastores de las cercanías de Belén, oyeron las voces celestiales y avisados por un ángel del grande acontecimiento, corrieron a ofrecerle los tesoros de su pobreza; y desde el lejano oriente, tres poderosos reyes, guiados por una estrella, con ricos presentes vinieron a prestarle adoración, pues, aunque recién nacido, llegaron a entender que era el Dios de los ejércitos y el Rey de los reyes, cuyo reino no tendrá fin.
    
Consideremos la pobreza y abandono de María y de José. Acababan de llegar de lejanas tierras en cumplimiento de una orden superior y no encontraron una puerta amiga, que se abriese para recibirlos.
     
Un miserable establo fue el lugar más cómodo que hallaron, a donde retirarse. Sin ropa con que defenderse de los rigores del frío, vense obligados a descansar sobre el duro suelo.
   
Un poco de paja que sirve de sustento a los animales es para ellos regalada alfombra.
    
Esto es todo el lujo de comodidades que José y María pudieron preparar al Rey del cielo en su venida a este mundo.
    
¡Oh, cuánta debía ser la pena, que afligía el corazón de estos castísimos esposos, al considerar la absoluta falta de comodidad, en que iba a encontrarse el Redentor del mundo!
     
OBSEQUIO: Sufrir con resignación cualquiera incomodidad en honor de María.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Por aquella pobreza, de que os visteis rodeada en el momento de venir a este mundo vuestro divino Hijo: y por aquella resignación con que la soportasteis, suplícoos que alejéis de mi corazón todo afecto a las cosas de este mundo y que le comuniquéis fuerza suficiente para sobrellevar con resignación las incomodidades de la vida. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
     
CUARTO SÁBADO – PURIFICACIÓN Y REDENCIÓN EN EL TEMPLO
Por la señal…
Oración preparatoria.
     
Había en Jerusalén un anciano llamado Simeón, dedicado completamente al servicio de Dios en su templo. 
    
Por la rectitud de su corazón habíase hecho acreedor a que el Señor le prometiera un señalado favor. No morirás, habíale dicho, sin que antes hayas visto al Salvador de Israel. 
     
Desde este momento se consideraba feliz en este mundo. La única inquietud que turbaba el sosiego de su corazón, era un deseo vehemente de ver realizada esa promesa. 
    
Cierto día, que como de costumbre estaba en el templo, confundida entre otras mujeres, subía María con su Hijo en los brazos a cumplir el precepto de la purificación y redención, que mandaba la ley. 
    
¡Contemplad a María arrodillada a los pies de un anciano, para que la bendiga y ruegue a Dios que la purifique!
      
¡Ella, que vio a los reyes de Arabia, de Sabá y de Tarsis desceñirse sus coronas y ponerlas a sus pies, para ofrecer adoración al Hijo de sus entrañas!… 
   
¡Ella, Madre del Mesías, arrodillada a los pies de un hombre, pidiéndole que la bendiga y la purifique! 
    
Al tomar en sus brazos a Jesús el anciano Simeón, para presentarlo al Señor, reconoció en el niño al Salvador de Israel, y en un transporte de gozo exclamó: Ahora, Señor, deja morir en paz a tu siervo, por que mis ojos han visto al Salvador. Y con espíritu profético, refiriéndose al niño, que tenía en sus brazos, predijo que había de ser ocasión de ruina y resurrección para muchos en Israel: y luego previendo con intuición divina la muerte afrentosa, a que había de ser condenado, dirigiéndose a María, la dijo: Una espada de dolor traspasará tu corazón. Y las lágrimas asomaron a los ojos de la Madre.
   
Consideremos la obediencia de María. María subió al templo para cumplir dos ordenaciones de la ley, a ninguna de las cuales estaba obligada. En primer lugar subió para purificarse. ¿Y acaso, necesita purificarse la misma pureza? ¿No fue Ella concebida sin mancha desde el primer instante de su concepción? ¿Por qué, pues, se despoja aparentemente de su corona de virginidad, siendo así que su virginidad se ha duplicado con los honores de su maternidad divina? ¿Por qué, pues, sube al templo a purificarse y se arrodilla ante el sacerdote y le pide que la bendiga? Para darnos ejemplo de obediencia a los preceptos divinos. 
   
En segundo lugar, subió al templo para redimir a su hijo. Pero, ¿puede ser redimido el que luego va a ser nuestro Redentor? Ese niño que lleva en los brazos, ¿no ha recibido la adoración del cielo por medio de los ángeles y la adoración de la tierra por medio de los pastores y reyes Magos? ¿Qué necesidad tenía, pues, de redimir a ese Hijo que es Dios? María tenía necesidad de darnos ejemplo sublime de obediencia.
   
OBSEQUIO: Sujetar la voluntad al juicio de los mayores en honor de María.
       
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Por el dolor que experimentó vuestro corazón, al oír la profecía de Simeón, suplícoos que dirijáis mi voluntad por el recto sendero de los preceptos divinos; y si alguna vez tengo la desgracia de apartarme de algunos de ellos, haced, Madre querida, que repare al momento este desvío por medio de una dolorosa confesión. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
     
QUINTO SÁBADO – LA PÉRDIDA DE JESÚS Y SU ENCUENTRO EN EL TEMPLO
Por la señal…
Oración preparatoria.
     
¡Qué felices debían de pasar los días María y José al lado de su divino Hijo! Habían burlado la perfidia de Herodes huyendo a Egipto, y ya vueltos a su tierra, veíanse libres de todo peligro. 
   
La Divinidad oculta bajo las apariencias de un niño, era desconocida hasta de sus propios vecinos. Sólo a María y José cabía la dicha de disfrutar de Ella. 
   
Contaba ya Jesús doce años de edad y habiendo subido cierto día con sus padres a Jerusalén, quiso irradiar sobre el mundo los primeros rayos de su divinidad, al sentarse con los doctores en el templo, para resolver las dificultades de la ley. 
     
La muchedumbre oía con admiración las respuestas que el Niño daba a las preguntas de los doctores; los doctores se maravillaban al oír la doctrina, que brotaba de aquellos labios sobrehumanos; y todos sentían que su corazón se inclinaba con misteriosa simpatía hacia aquel desconocido Niño; y el Niño seguía preguntando con respeto y respondiendo con modestia. 
   
Y entre tanto, ¿dónde su hallaban María y José? María y José recorrían las calles y caminos en busca de su Hijo perdido. 
    
Al cabo de tres días de amarguísima pena, llegan a Jerusalén y allí en el templo, en medio de los doctores escuchan la voz de su hijo. 
    
Se adelanta María hacia Él y con tono de dulce reproche exclama: Hijo ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con cuanta aflicción te andábamos buscando! Y Jesús al oír la voz de su Madre, se levanta y al abrazarse a Ella exclama: ¿Por qué me buscabais? ¿no sabías que convenía que atendiera a las cosas de mi Padre? 
    
La Madre no comprendió entonces el sentido de esta respuesta; pero la guardó en su corazón y recibió con cariño el abrazo de su Hijo y el amor de su dulcísima mirada. 
    
Consideremos el dolor y aflicción de María. ¡Mira, con cuanta aflicción te andábamos buscando! Estas palabras puestas en boca de María en tono de recriminación, indican la grandeza de su dolor. 
     
Si mucho sufrió al ver nacer a su Hijo, en tanto abandono; si la huida a Egipto le hizo derramar lágrimas de dolor; si traspasó su alma, como una espada la lúgubre profecía de Simeón, todo este dolor se suavizaba con besar aquel divino rostro, encanto de los ángeles. 
      
¡Cuántas veces quedaría extática, contemplando tanta hermosura! ¡Cuántas veces, al verle dormido, se postraría ante su cuna y besaría aquella frente que los arcángeles no se atreverían a besar! Y ahora, al perder en un momento todo este consuelo, ¿cuál sería la angustia de su alma? Y al volverle a hallar en Jerusalén, ¿qué raudales de gozo habrían inundado su corazón?
   
OBSEQUIO: Evitar las ocasiones de perder a Jesús por el pecado.
    
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Ya que vuestro divino Hijo nos alienta a pedir cuanto necesitamos con la seguridad de que hemos de alcanzar, si es conveniente para nuestra alma, una gracia absolutamente necesaria para mi alma me atrevo a pediros este día: no permitáis que yo jamás pierda a vuestro divino Hijo, borrando de mi alma la hermosura de su gracia. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
     
SEXTO SÁBADO – LA ORACIÓN DE JESÚS EN GETSEMANÍ
Por la señal…
Oración preparatoria.
     
Terminada la última cena dirigióse Jesús con sus once apóstoles al Huerto de los Olivos: pero no quiso que todos presenciaran el espectáculo de su tentación, y tomando solamente a Pedro, Santiago y Juan se adelantó por entre los árboles hasta una piedra, donde se detuvo agobiado por el peso de una abatimiento irresistible, y de una pena infinita.
    
Mi alma está triste hasta la muerte, les dijo: permaneced aquí y velad conmigo. 
     
De repente se separó de ellos a la distancia de un tiro de piedra: y allí, al pie de una roca, dobló sus rodillas y se puso en oración: y se oían salir de sus labios sollozos y súplicas. Padre mío, decía, si es posible, pase de mi este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya. 
   
Se levantó y apenas le sostenían sus rodillas; tenía lívidos los labios: y bañado en sudor frío se acercó a sus discípulos; pero los halló dormidos; el cansancio los había vencido. 
    
Y después de despertarlos, dirigiéndose a Pedro, les dijo: Simón, ¿no has podido velar una hora conmigo? Velad y orad. Y sin esperar respuesta, volvió para proseguir su oración: y allí en la oscuridad se oyeron los mismos sollozos y súplicas.
    
Padre mío, si no es posible que pase de mí este cáliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. 
  
Acercóse por segunda vez a sus discípulos y ellos dormían. ¿Por qué dormís? Les dijo; pero ellos no se despertaron. Y volvió a paso lento al lugar de su oración. 
   
La copa del dolor todavía no estaba agotado. Su tristeza llegaba hasta la muerte. Entonces la misericordia divina se manifestó visiblemente; un ángel bajó del cielo y se puso de rodillas junto a él, animándole a soportar el último combate. 
   
Y Jesús con el rostro en tierra multiplicaba sus clamores al Padre, y el Padre parecía haber cerrado sus oídos a las súplicas de su Hijo. De este modo, abandonado de Dios y de los hombres, llevaba Jesús el peso de nuestras iniquidades y de la cólera celeste. De su cuerpo corrían hasta el suelo a manera de gotas de sangre. 
     
Contemplemos a Jesús en el huerto de los Olivos. Héle allí prosternado y abatido, gimiendo bajo el peso de nuestras iniquidades no atreviéndose siquiera a mirar al cielo. 
       
Ante sus ojos pasan, como un cortejo fúnebre, todas las especies de pecados que va a expiar: los pecados de los reyes y de los pueblos, los pecados de los ricos y de los pobres, los pecados de los padres y de los hijos; y ante esos torrentes de iniquidad, vio distintamente, las maledicencias y blasfemias, las impurezas y escándalos, las traiciones y las venganzas. ¡Oh que visión tan pavorosa! A donde quiera que vuelva los ojos, no ve Jesús más que aluviones de pecados. El Profeta le había visto bajo esa inundación y le había oído exclamar: Sálvame, Dios mío, que las aguas han llegado hasta mi alma.
   
OBSEQUIO: No dejar nuestras oraciones, aunque parezca que Dios no nos escucha.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Ya que mis pecados fueron la causa de aquella mortal tristeza, que hizo derramar gotas de sangre a vuestro divino Hijo en el huerto de los Olivos, suplícoos, Madre querida, que deis a mis ojos lágrimas de arrepentimiento para que los llore noche y día. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
     
SÉPTIMO SÁBADO – LA FLAGELACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Por la señal…
Oración preparatoria.
     
Con la esperanza de mover a compasión los corazones de los judíos ante los sufrimientos de Jesús, Pilatos había dicho: yo le castigaré: palabras equivalentes a una orden de que le azotaran. 
     
Era en la antigüedad la pena de los azotes un suplicio infamante, mucho más cruel que todos los que a primera vista pueden comparársele. Era tan natural el horror que inspiraba la flagelación, que la cualidad de esclavo no impedía que se tuviera compasión de las víctimas. 
      
Pilatos contaba con este golpe para apaciguar las iras y excitar la conmiseración de los judíos. ¿Y quién podría resistir el espectáculo de un Hombre todo bondad, sangrientamente desgarrado? 
    
Jesús fue, pues, condenado a sufrir la pena de la flagelación. Desnudáronle de sus vestidos, arrimáronle a una columna y atáronle fuertemente sus manos a ella; luego colocaron sobre su rostro un velo, destinado cubrir sus lágrimas, y a ahogar sus sollozos. Hubo un momento de gran silencio en derredor de la columna: todos aguardaban con angustia indefinible la orden del Procurador. Y cuando el Procurador hubo dicho las palabras tradicionales anda, lictor, azótale con vigor y precaución, el verdugo comenzó a descargar azotes lentamente sobre la carne palpitante de Jesús. 
       
A cada azote recibía, sacudíase su cuerpo con espantosa conmoción. Pronto la piel se desprendió en sangrientos jirones; los costados descarnados dejaron ver los huesos; juntáronse unos con otros los cardenales; y el cuerpo de Jesús, de complexión la más perfecta de cuantos la humanidad ha podido presentar, quedó el más lastimado de cuantos cuerpos han sido sometidos a tormento. 
     
La flagelación llegaba a su término; la Víctima, molida, jadeante se desplomó en el suelo, teñida en sangre. Los ejecutores desataron sus manos, lo levantaron y volvieron a ponerle sus vestidos. 
    
Contemplemos el espectáculo que nos ofrece Jesucristo. ¿Qué corazón habrá que no se mueva a compasión en presencia de escena tan sangrienta? ¿Aquel rostro divino, amoratado a fuerza de dolor; aquellos labios cárdenos, próximos a exhalar el último suspiro; aquel pecho jadeante, en el que se dejaban ver heridas horribles; aquellas benditas manos, prodigadoras de milagros, fuertemente atadas; todo ese conjunto de humillaciones y dolores, mezclados lo horrorosos y repulsivo con una majestad apacible, que brillaba sobre todas las ignominias, no será bastante para impresionar tu corazón y moverle a compasión?
   
OBSEQUIO: Sufrir con resignación cualquiera injuria que recibamos.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Puesto que vuestro divino Hijo quiso someterse al tormento de la flagelación, para expiar los pecados de la carne, en que vio anegado al mundo en su agonía de Getsemaní, infundid, Virgen purísima, en mi corazón, un amor ardiente a la virtud de la castidad y una fuerza de voluntad capaz de contrarrestar los instintos de placeres pecaminosos. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
     
OCTAVO SÁBADO – LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Por la señal…
Oración preparatoria.
     
Comprendieron los soldados que Pilatos, con el suplicio de la flagelación, había intentado borrar de la mente de Jesús las pretensiones a la corona de Israel, y quisieron burlarse de El haciéndole a su modo un rey de los judíos. 
     
Sin que aquellos corazones de hiena se moviesen a compasión ante el lastimoso estado, en que los azotes dejaron a Jesús, arrastráronle consigo y lo introdujeron en el cuerpo de guardia, desnudáronle allí de sus vestidos y pusiéronle una clámide de púrpura, para imitar el manto real de los monarcas.
   
Para parecer un rey perfecto, faltábale la corona. Un aro de junco, rodeado de ramas de espinas de largas puntas, fue la corona que idearon colocar sobre su frente: y para que la ironía fuese más cruel algunas flores blancas, figuraban las perlas que hacían juego con los rubíes formados por las gotas de sangre pendientes de las puntas. De cetro sirvió una caña. 
       
Todo estaba bien. Lo contemplaron un instante satisfechos; y abriendo la puerta lo empujaron hacia adelante con gritos y risotadas. Obtuvieron del público, que aguardaba impaciente su presencia, un aplauso regocijado. 
   
Luego formaron un círculo en derredor de un banquillo, que había de servir de trono, bien ideado por cierto, para el rey que inauguraban. “Siéntate”, le dicen: y Jesús cae sobre aquel asiento; y al momento organizaron un solemne desfile. Pasaban despacio delante de El, doblando la rodilla y diciendo: Ave, Rex Judæórum. Salud, Rey de los Judíos; y algunos al pasar lo abofeteaban y le escupían al rostro. 
     
Largo tiempo llevaban en este inhumano juego, cuando se dejó oír la voz de Pilatos, pidiendo que le llevaran a Jesús. 
   
Contemplemos a Jesús en medio de tanto ultraje. ¿Protestará de tantas humillaciones y tantas afrentas? ¿Esas espinas agudas y desgarrantes, que salen por todos lados penetrando su cabeza, le obligarán a proferir alguna imprecación contra sus verdugos? Jesús permanece silencioso, dejando correr las lágrimas, única protesta que se permite; y aún brotaban contra su voluntad, porque el exceso de dolor las arrancaba a la flaqueza humana. 
     
¡Qué amargas debían de ser esas lágrimas cuando veía con profética mirada la larga serie de rebeliones contra su verdad y su amor, pasando delante de El, como los soldados de Pilatos, lanzándole a su paso un insulto y un desafío! ¡Y qué dulces debían de ser cuando veía venir legiones de mártires y vírgenes, y presentarse valientes ante el verdugo, y oía sus entusiastas protestas: Ave, Rex Judæórum. Te adoramos, ¡oh Cristo! ¡Rey Inmortal de los siglos!
   
OBSEQUIO: No rehusar el trato a ninguna persona que nos haya ofendido.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! ¿Y dónde estabais Vos, mientras vuestro Hijo era tan cruelmente atormentado? Allí estabais, rogando por aquellos mismos que colocaban la corona de espinas sobre su frente. Rogad también, por mí, Madre dolorosísima, que con mis pecados he vuelto a coronar de espinas más de una vez la frente de vuestro Hijo. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
     
NOVENO SÁBADO – JESÚS CAMINO DEL CALVARIO
Por la señal…
Oración preparatoria.
     
Juntémonos con el fúnebre cortejo todo lo más cerca posible de la celestial Víctima. Se puso al frente un centurión, a quien tocaba presidir la ejecución y mantener el orden entre los asistentes. Junto al centurión marchaba un pregonero, llevando en alto la condenación de Jesús; en el centro de la multitud caminaba el Reo con la cruz sobre sus hombros. 
    
Las fuerzas eran escasas y caminaba lentamente; la turba enloquecida le lanzaba puñados de polvo; un obstáculo con el cual tropezó su pie, lo hizo caer por primera vez; y al levantarse le faltaron las fuerzas para volver a cargar con la cruz. 
    
En aquel momento volvía del campo un extranjero, llamado Simón, natural de Cirene. Ninguna parte había tomado en las locuras de aquella mañana; y cuando vio caer a Jesús no puedo contener un impulso de compasión y lanzó una protesta contra la rudeza de los guardias. Esto bastó para que le obligaran a cargar con la cruz, que ya no podía llevar la Víctima. 
     
Caminaba ahora Jesús con más ligereza, con el pensamiento en su Madre, que a pocos pasos le aguardaba. Al llegar frente a Ella debieron de pararse un poco los soldados, acaso por conmiseración. ¿Podrían resistir la emoción de este encuentro de la Madre con el Hijo?… Y Jesús y María cambiaron una mirada y con la mirada cambiaron el alma. Renunciemos a comprender el alcance de este encuentro. 
    
Prosiguió luego el cortejo su marcha, y Jesús, con el temblor de la fiebre y cubierto de polvo diluido en sangre y lágrimas, seguía dificultosamente. Al verle en tan lastimoso estado, acercósele una mujer con un lienzo mojado; Jesús se lo tomó y se lo aplicó al rostro y luego se lo devolvió con una mirada de gratitud divina. Los soldados apartaron a la mujer, mientras los verdugos levantan a la Víctima que había caído por segunda vez. 
    
Se acercaban al Calvario y Jesús no se encontraba con fuerzas para subir la pendiente, que conduce hasta su cima; y volvió a caer por tercera vez. Ayudáronle a levantarse y sostenido por los soldados subió hasta la cumbre: al verse en aquella altura fijó su mirada compasiva y majestuosa en la muchedumbre: a sus pies descargó el Cirineo la cruz: se hallaban en el lugar del suplicio. 
    
Contemplemos a Jesús en la vía dolorosa. Ni una alma hubo, a excepción de unas piadosas mujeres, que se compadeciese de su mísero estado. Cuando le faltaron las fuerzas y sucumbió bajo el madero, entonces, no por compasión sino por tener el placer salvaje de verle crucificado, quitaron de sus hombros la cruz. En medio de aquella turba sedienta de sangre caminaba lentamente: ni una queja se escapó de sus labios y tal vez veía entre los que le arrojaban polvo a alguno de aquellos a quienes con sus divinas manos había curado de sus dolencias: las lágrimas que corrían por sus mejillas se mezclaban con la sangre que manaba de su frente. En medio de los sufrimientos, su espíritu estaba fuerte, con la fortaleza que recibió en la oración del huerto: tan fuerte, que no rehusó el dolor que la presencia de su Madre tristísima había de causarle: y la miró con mirada divina de amor filial. ¡Oh vosotros los que pasáis por el camino, considerad, si hay dolor semejante al dolor de Jesús y de María!
   
OBSEQUIO: En todo sufrimiento físico o moral, acudir a la oración pidiendo fuerza para sufrirlo con resignación.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! ¿A quién te compararé y quién podrá creerse semejante a Ti Tu dolor es inmenso como el mar. La espada anunciada por Simeón, ha traspasado tu corazón. Por esa amargura inmensa, Madre dolorida, os suplico que llenéis mi corazón de amor a los sufrimientos, para que aceptados voluntariamente me sirvan de expiación por los pecados de mi vida. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
     
DÉCIMO SÁBADO – CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESUCRISTO
Por la señal…
Oración preparatoria.
      
En nada se diferenciaba la cruz del Salvador de las destinadas a otros condenados. No siquiera quisieron evitarle la humillación de un suplicio vulgar. Desnudáronle brutalmente y mandáronle tenderse sobre la cruz. Jesús dobló las rodillas y tendióse sin decir palabra. 
    
Adaptaron sus manos al madero y los verdugos las clavaron con gruesos clavos. Saltó la sangre, se contrajeron los dedos y de sus labios salió un suspiro. 
    
Horrible estremecimiento agitaba todo su cuerpo, mientras ajustaban sus pies al tronco del árbol maldito. ¿Qué les importaban a los verdugos estos espasmos? Luego los martillos hundieron en ellos y en la cruz un clavo. 
     
Satisfechos los verdugos se levantaron diciendo con burla: Ahora, Galileo, desenclávate, si eres Hijo de Dios. Alzaron la cruz y al ver a la Víctima, lanzó el pueblo inmenso vocerío contra Ella: Tú, que destruyes el templo de Dios y lo reedificas en tres días, sálvate a ti mismo. 
      
El Centurión reunió a su gente al pie de la cruz y sin poder reprimir los insultos que el populacho lanzaba contra el Crucificado, a cada blasfemia que oía, respondía en su alma con una protesta. Entre tanto las tinieblas fueron tales, que, sobrecogiendo de terror a las almas, se volvieron a la Ciudad, temiendo la catástrofe que se avecinaba. 
     
Eran cerca de las tres de la tarde; hacía más de tres horas que Jesús pendía la cruz. De repente salió de su boca un grito de victoria. Todo está consumado. Y alzando la cabeza anunció que se despedía de este mundo. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu En aquel instante inclinó la cabeza y dio el último aliento. 
    
Apenas Jesús cerró los ojos, tembló la tierra y los judíos huyeron despavoridos. Mas la paciencia y mansedumbre del Crucificado, mientras se hallaba en el suplicio, habló al corazón de los soldados; al verle inclinar la cabeza, glorificaron a Dios; el temblor de tierra rompió su último velo y con el corazón lleno de fe, exclamó el Centurión: “este era Hijo de Dios”: y los soldados respondieron: “Si era Hijo de Dios”. 
     
Contemplemos a Jesús pendiente de la cruz. Apenas fue levantado en alto, todo su cuerpo cargó sobre los divinos pies rasgados por los clavos; levantósele el pecho, mientras la cabeza se revolvía con tan repentina torsión: el corazón palpitaba con violencia; la boca suspiraba sollozando; gruesas lágrimas corrían por sus mejillas y sus ojos parecían buscar un poco de compasión. Se cumplía con desconsoladora exactitud la profecía del Salmista. Esperé quien se entristeciera conmigo y no lo hubo; que alguno me consolase y no lo hallé. Hasta de su mismo Padre parecía abandonado y en su absoluta soledad exclamó: ¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?… Luego al ver que todo estaba cumplido, dio permiso a la muerte para que viniera a cerrar sus ojos.
       
OBSEQUIO: No desconfiar en los sufrimientos de la bondad de Dios.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Por aquella angustia mortal que sentisteis al pie de la cruz y por aquella suave emoción que experimentó vuestro corazón al oír la profesión de fe en la divinidad de vuestro Hijo, hecha por el Centurión, no permitáis que mi corazón por temor a los demás, abandone las prácticas religiosas. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
    
UNDÉCIMO SÁBADO LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO
Por la señal…
Oración preparatoria.
     
Después que fue sepultado el cuerpo del Salvador, los judíos le dijeron a Pilatos. “Nos hemos acordado que ese Seductor dijo mientras vivía: resucitaré al tercer día. Dad, pues, orden de que se guarde el sepulcro, no sea que sus discípulos lo roben y digan que ha resucitado”. Y Pilatos contestóles desdeñosamente: guardias tenéis, guardadlo como sabéis. 
    
Marcharon los judíos poco satisfechos con esta respuesta; reunieron un buen número de soldados y montaron la fuerza en el sepulcro; la puerta fue sellada con el sello oficial. Tomadas todas estas precauciones sonrieron con la sonrisa del triunfo.
     
Mientras duraba el Sábado las santas mujeres, retiradas en sus casas estaban compartiendo los dolorosos sucesos del Viernes. Al llegar la mañana del domingo, se fueron camino del Calvario para terminar de ungir el cuerpo del Salvador. 
         
Lo que las preocupaba era el modo de abrir la puerta del sepulcro. 
     
¿Quién nos quitará la piedra?, decían. Ignoraban evidentemente la presencia de guardias en el sepulcro. Pero pronto sus preocupaciones cambiaron de objeto. Una violenta conmoción agitó la tierra y luego vieron un grupo de hombres, que corrían hacia la ciudad. Eran los guardias del Sanedrín, a quienes el terror hacía abandonar la custodia del sepulcro. 
     
En el momento en que tembló la tierra el Señor salía del sepulcro; un ángel que apareció al punto, volteó la piedra y estaba sentada sobre ella. Era su vestido blanco como la nieve y su frente brillaba como el brillo del relámpago. 
     
Acercáronse las mujeres al sepulcro y vieron su interior lleno de claridad; pero el temor las detuvo en el umbral, desde el cual vieron dos ángeles sentados en las extremidades del banco funerario: las mujeres se arrodillaron y cubrieron sus rostros. 
     
Habló uno de los ángeles y dijo: No temáis, se que buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; no está aquí, ha resucitado. 
     
Consideremos el triunfo de Jesús. Después de haber tomado los judíos todas las preocupaciones necesarias para evitar que los discípulos se llevasen el cuerpo del Salvador, debieron decir con plena satisfacción: “Galileo, ahora puedes dormir en paz, nadie vendrá a turbar tu sueño; no pudiste bajar de la cruz, tampoco podrás salir del sepulcro. Y al lanzar este último escarnio contra su Víctima, ellos, los sabios de Israel, no se acordaban que el Profeta había dicho: No permitáis, Dios mío, que tu Santo experimente el horror de la corrupción. 
      
¿Cuál sería, pues, su asombro y furor, al oír de los soldados, que el Galileo había salido triunfante del sepulcro? Ellos, los valientes, los victoriosos hasta el mismo gobernador Pilatos, vencidos en un momento por el iluso Galileo, ¿cuál sería su humillación?… y el Galileo, el aborrecido de todos, el crucificado, el que no pudo bajar de la cruz, triunfante, ¿cuál sería su despecho?
     
OBSEQUIO: No excusarnos cuando nos viniere alguna humillación.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Por aquella alegra inmensa que debió de inundar vuestro corazón al saber el triunfo de vuestro divino Hijo, saliendo triunfante del sepulcro, no permitáis que el fruto de tantos sufrimientos, como le costó este triunfo, quede estéril para ninguno de los que aquí veis postrados a vuestras plantas. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
    
DUODÉCIMO SÁBADO – LA ASCENSIÓN DE JESUCRISTO
Por la señal…
Oración preparatoria.
    
Frecuentes eran las visitas con que Jesús alegraba a sus discípulos desde el día de su resurrección. Un día que los apóstoles se hallaban pescando, dejóse ver a la orilla del lago y después de comer con ellos de los peces que pescaron, dirigiéndose a Pedro, exigióle una triple afirmación de su amor en satisfacción de la triple negación; y levantándose Jesús dijo a Pedro: Ven conmigo; y se alejaron.
     
Créese que en aquella íntima conversación entre otras cosas le recomendó que reuniera a todos los discípulos en una montaña, en la cual tenía pensado mostrarse a todos en una solemne y postrera aparición. Los apóstoles y los discípulos dirigidos por Pedro, halláronse allí reunidos en número de quinientos y Jesús apareció en medio de ellos.
   
Los once apóstoles se agruparon en torno de Él y Jesús les dijo: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos… Y levantando los ojos al cielo, los bendijo y bendiciéndolos comenzó a separarse de ellos y le vieron elevarse hacia el cielo hasta que una nube le ocultó.
    
Y como siguieran mirando a la nube, aparecieron dos ángeles, vestidos de blanco y les dijeron: Varones de Galilea, ¿por qué permanecéis de pie mirando el cielo? Ese Jesús volverá algún día del mismo modo como lo habéis visto subir. Los apóstoles se prosternaron y después de haber adorado a Jesús, volvieron a Jerusalén llenos de alegría.
     
Consideremos la Ascensión de Jesús como un motivo de confianza para nosotros ¿Por qué Dios Nuestro Señor permite que sufra tanto?… Es la queja de muchas almas que no saben que la tribulación es el medio de que Dios se sirve para acercarlas más a Él. Precisamente en esos momentos, en que parece que Dios se ha alejado más de nosotros, es cuando está más cerca de nuestra alma, contemplando la lucha que sostiene y ayudándola con su gracia.
    
¿Y qué tribulación podrá hacer desesperar a un alma que ha considerado los sufrimientos de Jesús y la gloria por ellos adquirida?
     
Abandonémonos en manos de Dios; que Él disponga de nosotros como le plazca, sabiendo que a medida de nuestra humillación, será después nuestra exaltación y que este cuerpo y esta alma, que ahora sufren, a semejanza del cuerpo y alma de Jesús, entrarán algún día en la gloria para nunca más sufrir.
  
OBSEQUIO: Cuando la tribulación nos aflija, consideremos el premio que por ella nos espera.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Cuando la tribulación me llame más fuertemente a las puertas de mi alma, no os apartéis de mi lado: sostenedme con el apoyo de vuestro auxilio, para que, sobrellevada con resignación, me sirva de aumento de los méritos celestiales, para que, cuando llegue mi último momento, merezca estar más cerca de vuestro lado allá en la gloria. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
    
DECIMOTERCER SÁBADO LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
Por la señal…
Oración preparatoria.
       
Diez días habían pasado desde que Jesús, dejando las huellas de sus plantas sobre la dura roca,  se elevó al cielo a la vista de sus discípulos. Los Apóstoles, conforme al mandamiento de su Maestro, volvieron a Jerusalén y presididos por la Santísima Virgen entraron en el retiro de la oración en el mismo lugar en que Jesús había instituido el Sacramento de la Eucaristía. 
   
La oración, que del corazón de María subía al corazón de su Hijo y la oración que los apóstoles dirigían a su querido Maestro, era que cumpliese pronto la promesa que les había hecho de mandarles el Espíritu Consolador. Diez días llevaban en ferviente súplica, cuando el Domingo de Pentecostés, se dejó sentir a manera de un viento fuerte, apareciendo al mismo tiempo lenguas de fuego sobre cada uno de los Apóstoles. La Tercera Persona de la Trinidad Augusta, el Espíritu Santo descendió visiblemente y descansó bajo la apariencia de esas lenguas sobre cada uno de ellos. 
    
Los Apóstoles desde ese momento se tornaron en profetas y la nueva ley, con un prodigio, que recuerda al Sinaí, empezó a extenderse por el mundo. La sacudida del Cenáculo tuvo por efecto la caída de los ídolos, la exaltación de la cruz, la regeneración de las costumbres, el reconocimiento de la divinidad del Crucificado. No solo en Jerusalén, sino en Roma, en Corinto, en Atenas, se oía la voz de Cristo que por boca de los Apóstoles decía: Levántate tú que duermes el sueño de vanas supersticiones; y las gentes corrían al oír la nueva que los apóstoles les llevaban. 
     
Consideremos la acción del Espíritu Santo en la redención del mundo. La obra de Jesús, comenzada con tantas maravillas y llevada a cabo con tantos sufrimientos, quedaba como amortiguada a la hora en que, herido el Pastor, se dispersaban las ovejas, y caminaban vacilantes y entristecidas. Por eso les había dicho Jesús: Cuando venga el Espíritu Consolador, el fuego de su amor inflamará vuestro pecho y quedará renovada la faz de la tierra. 
    
Inflamado San Pedro en el fuego de ese Espíritu Consolador, exclama en las calles de Jerusalén: Varones de Galilea; Jesús, a quien crucificasteis, ha resucitado, y no hay otro nombre que el suyo en que podamos ser salvos… Y tres mil personas abrazan su doctrina.
     
San Pablo, más tarde, se encara con aquella generación sensual y le impone la mortificación y le anuncia la virginidad; y comienza a correr la primera sangre cristiana, multiplicando sus raudales  los hijos de la Redención. 
     
¿Quién podrá contar las vírgenes santas, las madres cristianas, los mártires invictos que muestran la virtud del Espíritu Consolador? Y esta virtud producirá sus frutos, hasta que Jesús entre triunfantes en la Ciudad Eterna seguido de todos sus predestinados.
  
OBSEQUIO: Rezar siete Avemarías a la Virgen de Pompeya por las almas más débiles en la virtud.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Postrados ante vuestro altar, os suplicamos que roguéis al Hijo que tenéis en vuestros brazos que envíe sobre nosotros el Espíritu Consolador, para con el auxilio de su divina virtud salgamos siempre triunfantes de las asechanzas que nos tiendan los enemigos de nuestra alma. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
    
DECIMOCUARTO SÁBADO LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN
Por la señal…
Oración preparatoria.
     
Cumpliendo el precepto que el celestial Maestro les impusiera, de enseñar a las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, se hallaban los apóstoles, cuando súbita inspiración les sugirió abandonar sus trabajos y congregarse en Jerusalén: conocieron que llegaba el momento de la muerte de María.
      
Aquel cuerpo purísimo iba a separarse por breves instantes del alma perfectísima, que lo animaba.
     
Los apóstoles se acercaron llorosos al lecho donde reposaba María; su divino Hijo desde la diestra de Dios Padre descendió al lado de su Madre, los ángeles cantaban himnos que producían en el corazón de los apóstoles tranquilidad absoluta, y María, sonriente con los ojos fijos en los de su Hijo, aguardaba el último instante. Aquello no era muerte, era el triunfo sobre la muerte. Con sus divinas manos cerró Jesús los ojos de su Madre y María expiró.
    
La naturaleza no se manifestó tumultuosa como en la muerte de su Hijo. Tomaron luego los apóstoles aquel cuerpo inmaculado y los sepultaron en Getsemaní, allí donde el Hijo había orado al Padre; y al sepultarlo derramaron sobre él las últimas lágrimas.
     
Mas no todos los apóstoles asistieron a la muerte y sepultura de María; faltó Tomás; la distancia no le había permitido llegar a tiempo. Cuando llegó quiso verla; ver por última vez el rostro de aquella divina criatura, para después fortalecido con su visión, marchar tranquilo a dar su sangre por el Maestro.
  
Accedieron gustosos los apóstoles al deseo de Tomás y volvieron a Getsemaní; se postraron ante el sepulcro y luego apartaron la losa. Las flores que servían de lecho mortuorio, aparecieron radiantes de lozana, derramando suavísimo aroma; pero el cuerpo de María no estaba. Al mismo tiempo oyeron un coro de ángeles que cantaba un himno a la resurrección y asunción de María al cielo.
  
Consideremos las causas de este triunfo de María. Son la muerte y corrupción, consecuencia de la prevaricación del primer hombre en el paraíso. Por eso María, exenta de la ley universal del pecado del primer hombre, debía hallarse exenta de la ley universal de la corrupción.
  
Aquel cuerpo inmaculado, aquel cáliz de pureza, ¿cómo había de experimentar el horror de la corrupción? Y si se sometió a la ley de la muerte, esta no fue para María como para los demás mortales, un castigo. ¿Cómo ha de sufrir castigo, quien no ha cometido culpa? Fue un acto de humildad. Había visto que su divino Hijo abrazó la muerte voluntariamente y Ella no quiso aparecer superior a su Hijo.
  
OBSEQUIO: Hacer una confesión como si realmente fuese la última de nuestra vida.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Espantada mi alma con el recuerdo de los últimos momentos de mi existencia, acudo a Vos en demanda de un beneficio, que no me lo podréis negar. Concededme, Madre querida, que en mi última enfermedad, con amargura de corazón, reciba la absolución sacramental, para que, libre mi alma de todo temor, se entregue confiada en las manos de su Dios. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.
    
DECIMOQUINTO SÁBADO LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN
Por la señal…
Oración preparatoria.
      
Subió María de este valle de lágrimas a ocupar el trono de gloria que le estaba preparado antes de los albores de la creación, antes que existiese el espacio, donde debían dibujarse los primeros rasgos de las obras del Omnipotente.

Y subió entre himnos de gloria, que los coros angélicos cantaban. Salid, decían unos, salid, hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, coronada de estrellas, vestida de rayos de sol, bendita entre las mujeres. Y otros, maravillados de tanta grandeza, preguntaban: ¿Quién es esta que sube del desierto como espiral de incienso, risueña como la aurora, hermosa como la luna, derramando raudales de delicias?
    
Al compás de estos himnos, entró María en la mansión de la eterna dicha, acompañada de su Hijo. El Padre y el Espíritu Santo aguardaban su llegada para tributar el premio a sus virtudes merecido.
    
Y dejando atrás en su Asunción gloriosa los tronos de gloria, que los distintos grados de las jerarquías angélicas ocupaban, llegó a sentarse más cerca de la Augusta Trinidad, que el más ardiente serafín. Esta fue la entrada de gloria reservada para María: una visión de la Esencia divina más perfecta que la visión de ninguna otra criatura.
  
Al verla los ángeles superiores a ellos, coronada de gloria casi infinita, no lanzaron gritos de protesta como en los tiempos de luzbel, sino que reverentes se postraron ante Ella y en un transporte de admiración y gozo la aclamaron su Reina.
   
Consideremos el título que hizo a María acreedora a esa corona de gloria. A la Bondad divina deben su existencia los seres todos, que pueblan la creación. Ella fue colocando, según su beneplácito, cada uno de estos seres en un grado distinto de perfección. Y todos, desde el que el hombre huella con su planta, hasta el que se postra reverente ante su Trono, llevan impresa en su ser la cualidad de dependencia del Criador. Respecto de María es preciso decir que depende del Criador; pero también, se puede decir que el Criador quiso depender de María. María es Madre de Dios.
 
Justo era, pues, que por esta superioridad admirable fuese constituida en un grado de gloria superior a ninguna criatura.
  
¿Qué hijo habría que habiendo de elegirse una madre, no eligiese la más perfecta? Y pudiendo comunicarla toda suerte de perfecciones, ¿no la hermosease con cuantas pudiese recibir su naturaleza? Por ser Madre de Dios, recibió María aquella corona de gloria especial, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo colocaron sobre sus sienes.
   
OBSEQUIO: En los peligros de pecado, invocar el nombre de María.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA 
¡Soberana Reina del Rosario de Pompeya! Desde el trono de gloria que ocupáis al lado de la Augusta Trinidad, acudid, Virgen querida, en auxilio de mi alma, cuando la tentación llame a su puerta. En este día que termino la devoción de los Quince Sábados, tan agradables a vuestros maternales ojos, junto con la gracia que me movió a comenzarlos, os pido esta otra: no permitáis que vuelva jamás a manchar la blancura de mi alma con el negro borrón del pecado mortal, que ofendiendo a vuestro Hijo contrista vuestro corazón de Madre. Así sea.
     
Las demás oraciones se dirán todos los sábados.

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