domingo, 20 de marzo de 2022

NOVENA A NUESTRO PADRE JESÚS Y SU SANTÍSIMA MADRE EN SU ENCUENTRO EN LA CALLE DE LA AMARGURA

Novena dispuesta por un hermano de la Cofradía de Penitencia de Ntro. Padre Jesús de los Afligidos y de María Santísima de los Desconsuelos, sita en la iglesia de San Lorenzo en la ciudad de Cádiz en 1794, y reimpresa en dicha ciudad por José María Guerrero en 1841.
     
NOVENA A NUESTRO PADRE JESÚS Y SU SANTÍSIMA MADRE EN EL DOLOROSO Y AFLIGIDO PASO DE SU ENCUENTRO EN LA CALLE DE LA AMARGURA
 
  
Esta Novena se puede hacer en cualquier tiempo del año, pero el más propio es el de Cuaresma, en los que arrodillados ante la devota Imagen del Señor, y hecha la Señal de la Cruz, se dirá y hará con el corazón el Acto de contrición siguiente:
  
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
     
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, porque sois la suma bondad, os amo y me pesa de no haberos amado, me pesa de habberos ofendido, y prometo en adelante no ofenderos más: no más pecar, amado Jesús mío, no más pecar.
   
ORACIÓN
¡Oh Afligidísimo Jesús! ¡Oh Madre Dolorosísima, que buscando mi bien hallasteis en la calle de la Amargura vuestro mayor Dolor! ¡Quién pudiera, dulcísimo Redentor mío, amorosísima Madre de mi alma, traspasar su corazón de aquel mismo dolor con que fue el vuestro penetrado! ¿Pero qué Católico redimido con esa Sangre preciosa y con esa pesada Cruz no será herido de amor por corresponder siquiera a quien así amó hasta el fin, dando su vida por amor? ¡Oh, miserable de mí si no me deshago en lágrimas de amor y de dolor! Mi pecado, mi sacrílego delito os hizo beber el amarguísimo Cáliz de ese fatal encuentro. Yo, Señora, yo soy quien ha puesto a vuestro amado Hijo, como le habéis encontrado, siendo Jesús fruto bendito de tu vientre, apenas podréis conocer que es la vida de vuestra Alma y el Alma de mi vida, por lo desfigurado que lo han puesto mis pasiones y apetitos: ya no veréis aquel rostro blanco, sonrosado y lleno de atractivos para robar corazones: desapareció la cristalina luz del Cielo de sus ojos: se oscureció la encendida púrpura de sus labios: faltó la natural compostura de su dorado y ondeado cabello, y toda la gallarda y airosa simetría de un cuerpo el más bien formado, se ha convertido en palideces, cardenales, heridas, sangre, afrentas, bofetadas, sogas, Cruz y espinas. Haced, Señor, por vuestra Pasión Santísima y por la tierna compasión de vuestra querida Madre, que enternecidos nuestros corazones con la meditación de vuestras penas, practiquemos estos piadosos ejercicios en honra y gloria vuestra, y en utilidad de nuestras almas. Siendo el fruto, que deseamos sacar, aplicado por vuestra infinita misericordia, para alivio y descanso de las Benditas Almas del Purgatorio, por la redención de los Cautivos Cristianos, para la conversión de los que están en pecado mortal, para la exaltación de la Santa Fe Católica, paz entre los hijos de la Iglesia y feliz victoria sobre todos los enemigos; y particularmente, si conviniere, para que logre yo en mi aflicción el consuelo que espero, en quien ha sido, es y será para mí y para el mundo todo, Jesús de los Afligidos. Amén.
    
DÍA PRIMERO
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, cómo tu amado Redentor Jesús camina hacia el Calvario cargado con la Cruz en que va a ser crucificado, y que en este tan triste y doloroso estado lo encuentra su Madre afligidísima en la calle de la Amargura. Allí se miran Hijo y Madre. Allí reflexionando sus penas con recíprocos afectos, hay Cruz para los dos inocentes, mereciendo tú la Cruz. Si le amas, medita este dolor.
   
Aquí se hará una breve pausa, en la que se podrá tener un ratito de oración, y acabada se hará la siguiente
  
SÚPLICA
Amorosísimos Mártires del amor, mi dulce Jesús y mi ternísima Madre: os pido humildemente por el dolor indecible que os causó en ese encuentro el terrible peso de esa Cruz, me deis resignación para llevar gustoso la cruz que me tocó en suerte abrazándola con amor hasta el Calvario, porque es cruz y me la disteis Vos. Sean, Señor, los tristes gemidos y virginales lágrimas de mi Madre que a vuestra vista padece, los méritos de mi súplica, y logre yo por ella principalmente unirme atu Santísima Voluntad. Amén.
   
Ahora se rezará un Padre nuestro y Ave María gloriado, en reverencia y memoria de este acerbo dolor; y se concluye diciendo: Bendita sea la bondad y paciencia de Jesús, que así amó a los hombres afligidos. Alabada sea la ternura y compasión de María, nuestra Señora y Madre, que así nos proporcionó tal consuelo.
   
Ahora se concluye este Ejercicio rezando el salmo Miserére (Salmo 50):
Ten piedad de mí, oh Dios, según la grandeza de tu misericordia: y según la muchedumbre de tus piedades, borra mi iniquidad.
Lávame todavía más de mi iniquidad, y límpiame de mi pecado;
Porque yo reconozco mi maldad, y delante de mí tengo siempre mi pecado:
Contra ti solo he pecado; y he cometido la maldad delante de tus ojos, a fin de que perdonándome, aparezcas justo en cuanto hables, y quedes victorioso en los juicios que de ti se formen.
Mira pues que fui concebido en iniquidad, y que mi madre me concibió en pecado.
Y mira que tú amas la verdad: tú me revelaste los secretos y recónditos misterios de tu sabiduría.
Me rociarás, Señor, con el hisopo, y seré purificado: me lavarás, y quedaré más blanco que la nieve.
Infundirás en mi oído palabras de gozo, y de alegría; con lo que, viéndome perdonado, se recrearán mis huesos quebrantados o mis ya abatidas fuerzas.
Aparta tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, y renueva en mis entrañas el espíritu de rectitud.
No me arrojes de tu presencia, y no retires de mí tu santo espíritu.
Restitúyeme la alegría de tu Salvador; y fortaléceme con un espíritu de príncipe.
Yo enseñaré tus caminos a los malos, y se convertirán a ti los impíos.
Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios salvador mío, y ensalzará mi lengua tu justicia.
¡Oh Señor!, tú abrirás mis labios; y publicará mi boca tus alabanzas.
Que si tú quisieras sacrificios, ciertamente te los ofreciera: mas tú no te complaces con solos holocaustos o actos de religión meramente exteriores.
El espíritu compungido es el sacrificio más grato para Dios: no despreciarás, oh Dios mío, el corazón contrito y humillado.
Señor, por tu buena voluntad seas benigno para con Sion, a fin de que estén firmes los muros de Jerusalén.
Entonces aceptarás el sacrificio de justicia, las ofrendas, y los holocaustos: entonces serán colocados sobre tu altar becerros para el sacrificio.
℣. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espirítu Santo. 
℟. Como era en el princípio, y ahora, y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. 
    
℣. Adorámoste, oh Cristo, y bendecímoste.
℟. Porque redimiste al mundo por tu Cruz.
   
ORACIÓN
Te suplicamos, Señor, mires sobre esta familia tuya, por la cual Nuestro Señor Jesucristo no dudó en entregarse a manos de los malvados, y padecer el tormento de la Cruz. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
    
DÍA SEGUNDO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial.
   
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, cómo tu buen Jesús no solamente padece el tormento que le ocasiona el peso de la Cruz, sino que su Sacratísima Cabeza está cruelmente taladrada con la Corona de espinas, con que su Madre y tu Señora lo encuentra en la calle de la Amargura. Su materno Corazón es punzado con las espinas que hieren todo el casco, frente y ojos del Hijo: ¡Qué abundantísimas corrientes manan de la Cabeza de este Santo Monte! Sube, alma, sube con la meditación que bien puedes levarte; no le temas a las espinas; si le amas, medita este dolor.
  
SÚPLICA
Benignísimos Redentores de mi alma, Jesús y María, coronados de dolor por el agudo que por la Redención humana padecisteis, sufriendo la inhumana y cruel Corona de Espinas que os taladró cabeza y corazón cuando en la amargura de este encuentro os visteis: Os suplico postrado a vuestros pies, miréis con misericordia a todas las cabezas coronadas, taladrándolas vuestra soberana luz para que con acierto nos gobiernen: y a nosotros nos comuniquéis aquella reverente sumisión que nos inspira la ley para dar honor al Príncipe, y compadecernos de las espinas que rodean su cabeza. Mira, Señor, que estas súplicas van acompañadas de la poderosa intercesión de esa afligida Madre, que a tu lado ruega por nosotros pecadores, y que nada os pedirá que no nos tenga cuenta. Así lo espero lleno de confianza, y no quiero, Señor, lo que no quieras. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro y Ave María gloriado. Las jaculatorias, el Salmo Miserére y la Oración se dirán todos los días.
  
DÍA TERCERO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial.
   
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, que hoy encuentra la más amante de las Madres a su delicado Hijo Jesús atado con ásperas sogas y gruesas cadenas, causando en su cuello y cintura imponderable dolor, y mucho más agudo en el hombro de la Cruz por haber con su peso introducido en él, hasta el hueso, la soga que con malicioso arte puso la crueldad debajo del madero. Mira cómo por tus libertades estas ligaduras, bajo el impulso de crueles sayones, hacen rodar por tierra a Jesucristo: acude pronto, y si le amas, medita este dolor.
  
SÚPLICA
¡Oh mi buen Jesús! ¡Oh María afligidísima, Madre y Señora de mi alma! Por la excesiva pena que sufristeis en ese encuentro doloroso viéndoos padecer sin culpa el rigor de tan violentas e inhumanas prisiones con que os sujetó el amor para hacer por mí el más agradable sacrificio, os suplico me dispenséis la gracia de vivir siempre sujeto a vuestra Ley santísima, para que ligado con sus amorosos y suaves preceptos, logre ser en esta vida prisionero de vuestra gracia, y por ella goce eternamente de verdadera libertad en la Gloria. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro y Ave María gloriado. Las jaculatorias, el Salmo Miserére y la Oración se dirán todos los días.
  
DÍA CUARTO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial.
   
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, que el Príncipe de la Gloria, Señor de todo lo creado y Redentor de los hombres, es conducido por ellos como reo, a quien para cubrir su modesto rostro de confusión e ignominias le van publicando a voz de pregonero la sentencia de su muerte. Oye a tu Juez Supremo acusado por los hombres, pero mira a la Abogada de los hombres entre ellos y el Juez supremo. ¡Oh encuentro el más terrible para Hijo y Madre, y el más feliz para los hijos de los hombres! Venid, hombres, llegad, que esta es la ocasión más oportuna para salir de aflicciones, mas antes de pedir, si lo amáis, meditad este dolor.
  
SÚPLICA
¡Dios mío, mi fortaleza y mi salud, a qué estado os han traído mis pecados! Ellos os quitan la vida, y para que el sacrificio os fuese más doloroso, ellos mismos os ponen delante esa inocente víctima de vuestra querida Madre y mi Abogada: Por el acerbo traspaso de vuestros tiernos corazones al encontraros sentenciado a una afrentosa muerte, os suplico me concedáis aquella caridad cristiana que me enseña a suspender sentencias, en el tribunal de mi pasión, sobre las operaciones de mis prójimos, mirándolos a todos con aquel amor con que Vos por mí sufristeis la sentencia, para hacerme digno de las bendiciones de vuestra diestra. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro y Ave María gloriado. Las jaculatorias, el Salmo Miserére y la Oración se dirán todos los días.
  
DÍA QUINTO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial.
   
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, que el más hermoso de los hijos de los hombres, el rostro más peregrino, escogido entre millares, aquel a quien le fue dada toda la gloria del Líbano y la gracia en tan abundante copia que se derramaba por sus labios, aparece hoy a la vista de su querida Madre tan disforme por las heridas, tan debilitado y flaco por la falta de la sangre, tan desconocido el rostro por el sudor, cardenales, salivas, cieno e hinchazón de la mejilla que recibió la bofetada, y tan agobiado y casi muerto por el peso de la Cruz y repetidas caídas, que necesita en tan funesto encuentro toda la superior luz de su espíritu y todo el fiel impuslo de su Materno Corazón para conocer que es el mismo que en Belén alimentaba con el celestial néctar de su pecho. ¿Qué es esto?, diría, ¿es esta la fortaleza de Sión? ¿Es esta la Ciudad de la perfecta hermosura y el gozo del universo? Alma, mira a tu Salvador, y si lo amas, medita esta dolorosa transfiguración.
  
SÚPLICA
¡Oh hermosura de los Cielos, más graciosa y más amable cuanto más ensangrentada y dolorosa! ¡Oh rostros peregrinos de Hijo y Madre oscurecidos en el eclipse de un encuentro! Por tan crecido tormento os pedimos nos deis, pues la derramáis, una poca de esa Sangre de tus heridas, y de esa agua de tus lágrimas para quitar las manchas del pecado (que desfigura la hermosura de nuestra alma) en el lavatorio de una verdadera penitencia, con la que volvamos a encontrar vuestra amistad y gracia. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro y Ave María gloriado. Las jaculatorias, el Salmo Miserére y la Oración se dirán todos los días.
  
DÍA SEXTO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial.
   
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, que el Salvador del munndo, verdadero Hijo de Dios y Santo por esencia, cuando camina a ser la Hostia saludable por los pecados de los hombres, lo encuentra su ternísima Madre cubierto de la ignominia y confusión con que lo traía la infiel Judea, empeñada en llenarlo de oprobios con indecorosos tratamientos e ignominiosos dicterios. La plebe, y lo que es más, el Magistrado y Sacerdocio con infame algazara y sacrílego vilipendio, aguzando sus lenguas como venenosas víboras, le nombran embustero, alborotador y maldito: le arrojan sobre su venerable Rostro lo más inmundo de las calles, y todos a porfía, con risas, mofas y pesadas burlas, conspiran a que Jesús sea el desprecio de la plebe; solamente en el aprecio de su Madre encuentra veneración y respeto. Si confiesas que es tu Dios, alábale, bendícele y medita este dolor.
  
SÚPLICA
Omnipotente Creador de Cielo y tierra, yo te adoro, y como mi Dios te alabo y confieso Santo e infinitamente bueno: Dulcísima Madre, Madre de mi Dios y Madre mía, yo te venero Mártir en tan doloroso encuentro, y te alabo pura y sin mancha desde el primer instante de tu ser; alaben y bendigan todas las criaturas del Cielo y de la tierra a Jesús y María, en recompensa y desagravio de las injurias y desprecios con que fueron tratados en la calle de la Amargura; por este inexplicable tormento os suplicamos, amorosísimos Medianeros de todos los afligidos, nos alcancéis la virtud de la constancia para confesar con obras la Santa Ley evangélica, aun en medio de sus mayores enemigos, que la insultan y desprecian; para que mi lengua, mi corazón y mis obras se empleen en daros bendición, honor, alabanza, culto y acción de gracias por los siglos de los siglos. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro y Ave María gloriado. Las jaculatorias, el Salmo Miserére y la Oración se dirán todos los días.
  
DÍA SÉPTIMO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial.
   
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, en la dolorosa y triste situación en que encontró la Madre al Hijo en el día de su mayor tribulación: Solo, desamparado de los suyos, va Jesús a dar por los suyos la vida y el Corazón. Ni las turbas, que tantos beneficios han recibido de su mano; ni el Discipulado, que tanta doctrina había aprendido de su boca; ni los Apóstoles, que tanto amor y cariño le habían mostrado y aun jurado para el caso de esta persecución; ninguno parece, todos huyen, todos cobardes le dejan en medio de su padecer, dándole un nuevo martirio a su amante Corazón; no huyas, cobarde, de la compañía de Jesús, por más que el mundo la persiga: antes sí huye del mundo, y compadecido de verlo solo con su Madre hasta de su partido, ven a acompañarlo, sube al monte de la mirra y medita despacio este dolor.
  
SÚPLICA
¡Oh bondad suma! ¡Oh paciencia infinita de mi Dios! Por redimir al siervo entregasteis a vuestro amado Hijo, y aun quisisteis que en esta entrega tuviese parte la Madre; pero el vil esclavo, el ingrato favorecido, cuanto más resplandeció la fineza de este amor, traspasándose dos Corazones con la sangrienta espada de ese encuentro, desampararon las Víctimas y dejaron en poder del enemigo al más fino y más leal amor. Por este tan penetrante dolor os pido, Redentor mío, y a Vos, Madre Soberana, que olvidando tales ingratitudes, me concedáis un rayo de vuestra luz, para que conociendo cuánto me habéis amado, y lo mucho que os debo, me empeñe en corresponder agradecido dándoos enteramente mi alma, vida y corazón. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro y Ave María gloriado. Las jaculatorias, el Salmo Miserére y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA OCTAVO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial.
   
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, que la pena más grande de los que perfectamente se aman es verse padecer sin poderse remediar, y si no ha habido amor más tierno ni más grande que el que a su Hijo Jesús tuvo María Santísima, ya puedes entender hasta dónde llegaría la aflicción de estos dos amantes corazones al encontrarse en el golfo más amargo de la Pasión sin poderse mutuamente socorrer. Veía la Madre que necesitaba el Hijo humedecer su boca, que árida y seca por la falta de Sangre la llevaba abierta para respirar, y no podá socorrerlo por no tener más agua que las lágrimas de sus ojos. Veía que la Sangre que a hilos corría de su taladrada cabeza, cayendo por sus divinos ojos le impedía la vista, y que su descompuesto cabello con el sudor y polvo que por el rostro tenía, le fatigaban demasiado, pero que no le era permitido a su amor el acercarse a limpiarlo. Veía que el cansancio en que le había puesto el peso de la Cruz y la cruel prisa con que le conducían a la muerte, se la iba acelerando, y ¡oh, cómo desearía recostarle algún rato en su regazo para repetir sus antiguos cariños y darle algún breve consuelo, mas se quedaba en desearlo! Veía el Hijo el Corazón de la Madre penetrado de otros tantos cuchillos cuantos eran estos infructuosos deseos; y crecía su tormento, porque no era voluntad del padre que estos dos amantes Corazones gustasen el alivio. ¡Qué haces, alma, que no llegas a dar con tus lágrimas consuelo a los que por ti padecen! Si los amas, medita este dolor.
  
SÚPLICA
Jesús mío, afligido con tantas penalidades. Tristísima Madre mía, traspasada de tantos desconsuelos. Por la cruel pena de veros padecer sin el alivio que deseaba vuestro amor, os suplico humildemente os dignéis hacer que yo lleno de conformidad, tolere la continuación de estos trabajos y aflicciones con que me corrige tu misericordia, y que conociendo que son regalos de vuestro paternal cariño, no quiera más que lo que quiera vuestra santa voluntad. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro y Ave María gloriado. Las jaculatorias, el Salmo Miserére y la Oración se dirán todos los días.
   
DÍA NOVENO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial.
   
MEDITACIÓN
Considera, alma mía, que no hay dolor semejante al que padece quien ama cuando le apartan de la vista lo que ama para entregarlo a la muerte; y si el amor con que aman los Serafines a su Dios es un grado muy tibio respecto del vehemente fuego de amor divino en que estaban abrasados los Corazones de Jesús y de María, deberás inferir la dolorosa violencia que padecen al haber de separarse. Una impetuosa ola del alto mar de esta Pasión los había unido en el más fatal encuentro, y cuando este ofrecía a las dos Víctimas tan acibarado consuelo, otro furioso golpe de la misma tempestad los desune y los entrega a otro más grande y más agudo martirio. Sobre la triste Madre echaba su vista moribunda el paciente Nazareno, y con trémula voz, pero con afectuosas y agradecidas expresiones, le hablaba por consolarle y desahogar su pecho cuando la furia judaica ansiosa de verlo ya agonizar sobre el madero de la Cruz lo arrebatan de la presencia de María, poniendo un enlutado velo a sus virginales ojos la confusión, con el concurso y multitud que lo cercaba. A morir va Jesús, la Madre queda sin vida: tú vivirás con la Madre si poseído de ternura le sales al encuentro en esta Meditación.
  
SÚPLICA
¡Oh amor dulce de mi alma! ¡Jesús, consuelo de mi aflicción, María, esperanza mía! A Vos, Señores del Cielo y de la tierra, a Vos recuure por último este pobre pecador: Vuestro amor, sacrificado por mí en este dolorosísimo encuentro, me llena de confianza para pediros me concedáis, por la aflicción que tuvisteis en tan sensible separación, un eficaz auxilio para que no pierda esta ocasión, tal vez la última en que me habléis amoroso, me avisáis benigno y os presentáis a mi vista con esas ciertas señales de que me queréis salvar. Sed, Jesús mío, mi consuelo en esta vida, y en la otra mi corona y mi gloria. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro y Ave María gloriado. Las jaculatorias, el Salmo Miserére y la Oración se dirán todos los días.

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