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Estas son las palabras del arzobispo de Canterbury al rey de los ingleses. Con anhelo he deseado ver tu rostro y hablar contigo; mucho por mi propio bien pero más por el tuyo. Por mí, para que cuando vieras mi rostro recordaras los servicios que, estando bajo tu obediencia, presté fiel y celosamente a lo mejor de mi conciencia. . . y para que así tengáis compasión de mí, que me veo obligado a mendigar mi pan entre extraños; sin embargo, gracias a Dios, tengo en abundancia. . . . Por ti por tres causas: porque eres mi señor, porque eres mi rey y porque eres mi hijo espiritual. Por ser tú mi señor, te debo y te ofrezco mi consejo y servicio, como lo debe un obispo a su señor según el honor de Dios y de la santa Iglesia. Y como eres mi rey, estoy obligado a ti con reverencia y consideración. Como eres mi hijo, estoy obligado, en razón de mi cargo, a castigarte y corregirte. . . . Cristo fundó la Iglesia y compró su libertad con su sangre, pasando por los azotes y los esputos, los clavos y la angustia de la muerte, dejándonos ejemplo para que sigamos sus pasos. De donde también dice el apóstol: Si sufrimos con Él, también reinaremos con Él. Si morimos con Él, con Él resucitaremos. La Iglesia de Dios consta de dos órdenes, el clero y el pueblo.
Entre el clero hay apóstoles, hombres apostólicos, obispos y otros doctores de la Iglesia, a quienes está confiado el cuidado y gobierno de la Iglesia. Y son ellos quienes tienen que ocuparse de los asuntos eclesiásticos, para que todo redunde en la salvación de las almas. Por eso también se dijo a Pedro, y en Pedro a los demás obispos de la Iglesia, no a reyes y ni principes: "Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella."
Y también es cierto que los reyes reciben su poder de la Iglesia, y la Iglesia de Cristo, no de los Reyes, así que, si me permites hablar, te digo que no tienes potestad de dar reglas a los obispos, ni de absolver o excomulgar a nadie. Tampoco debes llevar escribanos ante tribunales seculares, juzgar sobre iglesias y diezmos, prohibir a los obispos juzgar causas sobre incumplimiento de fe o juramento, y muchas otras cosas de esta índole que están escritas entre las costumbres antiguas.
Por tanto, si a mi señor (Enrique II) le place escuchar el consejo de su súbdito, las advertencias de su Obispo y el castigo de Su Padre, le recomiendo primero que se abstenga en el futuro de toda comunión con los cismáticos. Es sabido por casi todo el mundo con qué devoción recibiste antiguamente a nuestro señor el Papa y qué apego mostraste hacia la Iglesia de Roma, y también con qué respeto y adherencia se mostró a cambio.
Entonces, mi señor, si quieres salvar tu alma, deja de privar a esa Iglesia (de Roma) de sus derechos. Recuerda también la promesa que hiciste y que pusiste por escrito en el altar de Westminster cuando fuiste consagrado y ungido rey por mi predecesor, de preservar la libertad de la Iglesia. Entonces devuelve a la Iglesia de Canterbury, de la que recibiste su unción, tu ascenso y consagración, el rango que ostentaba en tiempo de tus predecesores y el mío; junto con todas sus posesiones, municipios, castillos y granjas, y todo lo demás que me haya sido arrebatado por la violencia, ya sea a mí o a mis dependientes, tanto legos como empleados. Y además, si así os place, permítenos regresar libres y en paz, y con toda seguridad a nuestra sede, para desempeñar los deberes de nuestro cargo como conviene. Y estamos listos fiel y devotamente con todas nuestras fuerzas para servirte como nuestro querido señor y rey con todas nuestras fuerzas en todo lo que podamos, salvando el honor de Dios y de la Iglesia Romana, y salvando nuestro orden. De lo contrario, ten por seguro que sentirás la severidad y la venganza divinas.
Santo Tomás Becket
Carta al Rey Enrique II en el año de 1166
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