sábado, 4 de mayo de 2024

BIENAVENTURADO VÍCTOR EMILIO MOSCOSO CÁRDENAS, SACERDOTE Y MÁRTIR


Víctor Emilio Moscoso y Cárdenas nació en Cuenca (Ecuador) el 21 de abril de 1846, hijo de Juan Manuel Anacleto de Lima Moscoso (1803–64) y María Antonia Cárdenas (1818–29.1.1887), prima de Ana Muñoz Cárdenas (madre del bienaventurado hermano lasallista Miguel –en el siglo Francisco Luis Florencio– Febres-Cordero Muñoz). Fue bautizado el 27 de abril en la iglesia parroquial de su localidad como "Salvador Víctor Emilio".

Estudió derecho en la universidad, pero se sintió atraído por la vida religiosa y abandonó sus estudios para unirse a los jesuitas en 1864, que en ese entonces pertenecían a la Provincia de Castilla (dos años atrás, el presidente mártir Gabriel García Moreno los recibió en el Ecuador, después de haber sido expulsados de la vecina Colombia por el radical y masón Tomás Cipriano de Mosquera, por lo que este invadió el país con apoyo de los liberales ecuatorianos). Comenzó su noviciado en Cuenca, donde los jesuitas se habían establecido desde que la orden se vio obligada a abandonar Quito debido al sentimiento antirreligioso y persecución en la época. Moscoso estudió en el colegio de San Luis donde realizó sus estudios filosóficos en los que obtuvo buenos resultados. Hizo sus primeros votos el 27 de abril de 1866 en Quito tras concluir su período de noviciado.
Batallón “21 de agosto”
Moscoso comenzó sus funciones como sacerdote y profesor en Riobamba a partir de 1867 y pasaría a enseñar tanto retórica como gramática. Posteriormente comenzó a enseñar a partir de 1892 en el colegio San Felipe Neri de Riobamba y desde 1893 hasta su muerte se desempeñó como rector del mismo.
    
En 1895 estalló en Ecuador la Revolución Liberal que desencadenó una serie de persecuciones y una ola de sentimiento antirreligioso contra religiosos y sacerdotes. Su propio asesinato se produjo en este contexto durante un asalto de tropas liberales en la casa jesuítica de Riobamba ubicada cerca del colegio en el que impartía clases. Con apoyo de mercenarios militares centroamericanos, el General Alfaro, y algunos soldados reclutado de la costa, emprende la campaña del centro del Ecuador hasta apoderarse de la capital de la República. En 1896, tras la fácil victoria de Gatazo, Eloy Alfaro dio por consolidado su poder sobre la República, mientras en la Sierra, pequeños grupos de resistencia se aglutinaban en Riobamba y sus alrededores. El gobierno concentró por eso, en este sector, fuerzas militares, y las suspicacias les hacían ver por todos lados movimientos revolucionarios. 

Los jesuitas ecuatorianos estuvieron en primera línea en defensa de la Iglesia. Acudieron, entre otras prácticas, a las devociones al Corazón de Jesús y a María Inmaculada, propagadas por la Compañía desde tiempo atrás. En la pequeña Riobamba, 1896 fue un año de tribulaciones a causa de las duras condiciones impuestas por el régimen anticlerical. La situación empeoró cuando, a finales de abril de 1897, las tropas alfaristas encarcelaron arbitrariamente al obispo Mons. Arsenio Andrade, acusado de conspirar contra el gobierno.

Ante la presión del régimen, habría sido más fácil clausurar el colegio y abandonar la ciudad, pero Emilio Moscoso y sus compañeros se mantuvieron firmes al servicio de la juventud riobambeña. En los días previos a su muerte fue extraordinario el testimonio de fortaleza en el Espíritu del rector del Colegio San Felipe. Los liberales persiguieron abiertamente a los religiosos de Riobamba, redentoristas y jesuitas, y el 2 de mayo el P. Moscoso fue encarcelado junto a otros compañeros, mostrando una gran serenidad para consolar a sus hermanos amenazados de expulsión. El 3 de mayo, tras gestiones de la población, casi todos fueron liberados a media tarde, salvo cuatro que permanecerían como rehenes. Emilio Moscoso salió de la prisión calmando a la gente que, enardecida, protestaba a causa de los jesuitas encarcelados y, a su llegada al colegio, buscó incansablemente la liberación de sus compañeros.

Los soldados al mando del mayor Luis Soto y el capitán Eliseo Santos Manzanilla, de nacionalidad costarricense, que estaban autorizados a tomar prisioneros a los sacerdotes. 4 de mayo, el jefe de los conservadores, Pacífico Chiriboga, convencido que el convento y el Colegio San Felipe estaban vacíos, porque los sacerdotes yacían prisioneros, horada la pared de la calle Orozco e ingresa con un grupo de personas; ellos  fueron mal informados sobre un supuesto apoyo que recibirían para enfrentar a los liberales; son descubiertos y a las 5 de la mañana empieza el asedio en contra de las instalaciones mencionadas donde los Jesuitas, sin esperarlo, quedan atrapados entre el fuego cruzado. El ejército liberal, con más de cien efectivos, rompe con hachas las puertas del templo de San Felipe, ingresan y cometen la sacrílega profanación que fuera calificada por el Dr. Gabriel Cevallos García como “el feroz empeño de ofender con una ofensa inenarrable la fe de un pueblo”. Rompen el sagrario, tiran al suelo las hostias consagradas, las pisotean, beben licor en los vasos sagrados, se burlan de los sacramentos y de la predicación. Flavio Alfaro, en persona, comanda las operaciones y él mismo expresa la orden fatal: “Maten a todos los frailes”. Al P. Moscoso lo encontraron en una habitación arrodillado ante un Crucifijo y matarlo a quemarropa. Moscoso recibió dos disparos y los asesinos intentaron transformar la escena para que pareciera que el sacerdote estaba armado y había sido fusilado en combate; se colocó un rifle cerca de su cadáver. Para ocultar lo ocurrido, emitieron un boletín oficial, el número 4, plagado de mentiras en contra de los religiosos. En el juicio civil, en cambio, todos los testigos, militares actores del hecho, develaron la realidad. El 29 de marzo de 1916 el segundo comandante del Batallón “14 de agosto”, José Joaquín Merino, que participó en tan ignominioso hecho, en documento autobiográfico in artículo mortis y juramentado, reveló la verdad y la identidad de los asesinos. el comandante José Joaquín Merino, segundo jefe del Batallón  lo ocurrido:
«En la mañana del 4 de mayo de 1897… yo vi con mis propios ojos que el mayor Luis Soto y el capitán Santos Manzanilla, costariqueños, como yo, los tenía, mataron al R.P. Moscoso en la celda; le encontraron hincado en un reclinatorio, orando delante de un crucifijo, y ellos gloriándose de haberle matado salieron a la puerta, y el mayor Soto colocó su rifle entre los brazos del P. Moscoso y le hicieron abrazar el rifle poniéndole en son de burla. Yo me acerqué al P. Moscoso y vi que la sangre le chorreaba por las sienes y corría por encima de una bufanda morada que el Padre estaba puesto».
  
Sus compañeros jesuitas no estaban al tanto del ataque que duró hasta las 8:00 am debido a que estaban en un área separada y por lo tanto no escucharon lo que se estaba desarrollando hasta mucho más tarde. Se encontró sangre corriendo por sus sienes y sobre un pañuelo morado que llevaba en ese momento.

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