martes, 1 de marzo de 2022

NOVENA EN HONOR A CRISTO POBRE

Novena publicada en Santiago de Chile por la imprenta “La Nueva República” en 1925, con Reimprimátur de Monseñor Melquisedec del Canto y Terán, Vicario General del Arzobispado de Santiago de Chile.
   
HISTORIA DE LA APARICIÓN DEL SEÑOR DE LOS INCURABLES, VULGARMENTE CONOCIDO CON EL NOMBRE DE CRISTO POBRE
En el año 1669, en la ciudad de Lima, había un arrabal, destituido de casas y edificios, ocupado únicamente por estercoleros y muladares, donde se reunían las inmundicias de la ciudad.
    
En el gran convento de San Agustín, existía un religioso llamado Fray José Figueroa, el cual por su gran virtud había merecido el nombre de Venerable. Este siervo de Dios socorría públicamente a los pobres desvalidos y había acreditado de muchos modos ardiente caridad para con los miserables; en estas funciones, había tenido que sufrir innumerables trabajos, humillaciones y desprecios, sin que por eso disminuyese su fervoroso celo.
     
Dios, siempre pródigo en misericordia, y que jamás se dejó vencer en generosidad, dispuso premiar a su fiel siervo, manifestándole lo agradable que le eran sus servicios.
     
Dicho sacerdote fue llamado a confesar una morena, la cual habitaba el arrabal ya citado. A su regreso, pasando por un muladar inmediato, es sorprendido al oír unos tristísimos lamentos. No comprendiendo de donde podían salir, vuelve sus ojos a todos lados, buscando al desgraciado que los produce; lo encuentra tendido en ese asqueroso lugar, todo lleno de lodo y de inmundicias. Fray José, profundamente conmovido, se acerca y le dice con ternura: “Hermano de mi alma, ¿qué haces en este lugar tan sucio?”. El pobre, con voz acongojada, le responde: “Padre, aquí me han reducido la incurabilidad de mis males, mi gran pobreza y el desamparo en que me hallo, por lo que no me ha sido posible hallar otro sitio de reposo”. A estas palabras, pronunciadas con un acento de profunda aflicción, Fray José prorrumpe en llanto y contesta al pobre: “Hijo mío, levántate, ven conmigo, que aunque pobre religioso, con el socorro de Dios te proporcionaré algún alivio”. “Imposible, Padre, mi suma flaqueza, mis agudísimos dolores no me dejan levantar, ¿cómo podré seguiros?”.
    
Pero la verdadera caridad todo lo vence, no conoce obstáculos, así es que el Padre Figueroa, sin titubear, levantó con sus propias manos al enfermo, lo puso sobre sus hombros y se dirigió al convento; a pesar de estar éste tan distante, llega sin sentir la pesadez de su carga, entra en su celda, pone al enfermo sobre su propia cama y le lava los pies que tenía llenos de inmundicias. Pero, al cogerlos en sus manos, los encuentra más limpios y blancos que la nieve y en cada pie una llaga roja resplandeciente. Lleno de admiración, le toma las manos y les encuentra lo mismo. Aquí el corazón del religioso arde con fuerza; abrasado del más puro y ardiente amor, mira la cara del aparente enfermo y la ve rodeada de resplandor, y al mismo tiempo oye que le dicen: “Tú eres mi refugio en mi gran tribulación: tal es lo que padecen los pobres incurables, que son los más vivos representantes de mis dolores en este mundo”. Dicho esto, desapareció, dejando a su siervo estático de amor, resuelto a poner en práctica el mandato del Señor, sacrificándose con más ardor por el bien de los incurables.
    
El semblante triste y abatido del Señor, el aire de reconcentrada aflicción, la postura…, se grabaron en la mente del afortunado sacerdote tan profundamente que aún al fin de su vida le parecía que lo estaba mirando. Tal cual lo recordaba, mandó hacer una estatua.
     
Se constituyó al principio su limosnero, pidiendo de puerta en puerta algún socorro para los pobres incurables, los cuales no tenían cómo ser asistidos en sus casas, ni eran admitidos en los hospitales por su incurabilidad. Habiendo experimentado la ineficacia de este medio, proyectó levantar un hospicio donde esos infelices tuviesen mansión permanente y todos los auxilios necesarios.
     
La empresa era ardua e inverificable, a juicio de los hombres; pero Dios que la había inspirado a su fiel siervo, facilitó los medios.
    
El piadoso licenciado don Antonio Ávila, cedió al Padre Figueroa un solar inmediato al sitio donde se le había aparecido Jesucristo, y se dió principio a la obra, nombrándola desde entonces Refugio de los Incurables.
   
El General don Domingo Cueto, que poseía muchas riquezas, enfermó por aquel tiempo; los médicos desesperaban por salvarlo, y su dolencia terminó con una tisis pulmonar. Un día entró de improviso Fray José en el cuarto del General, y sin saludarlo, le dice: “¿Quiere usted sanar?”. “Pues, ¿no he de querer, Padre mío?”, le dijo el paciente. “Amigo mío, acuérdese de mis pobres incurables”, le replica el Padre, y se salió con presteza del cuarto, sin hablar otra palabra.
      
Al oír el General estas palabras del Padre José, cuya extraordinaria virtud era muy notoria, pensó que Dios quizá querría concederle la salud por medio de su fiel siervo, y que, como medio para conseguirlo debía socorrer a los incurables, resolvió entonces auxiliarlos.
    
Pasados tres días, volvió Fray José a visitarlo y con semblante alegre le dijo: “Ea, buen ánimo, señor General, que de hoy a ocho días irá usted conmigo a ver el Hospital, que ya corre de su cuenta”. Se retiró el Padre, y el enfermo quedó tan mejorado, que a los cuatro días, sintiéndose sano, pidió su ropa y se levantó con admiración de los médicos. Cumplidos los ochos días, fue de nuevo el religioso, y hallándole no solamente libre de la enfermedad, sino también restablecido, partieron ambos para la casa destinada para el Hospital. El piadoso y agradecido General dió ciento cuarenta mil que el Padre había colectado, se fabricó y rentó el magnífico hospital, semejante a un palacio, llamado “Refugio de los Incurables”, del que fue patrón el mismo benemérito General don Domingo Cueto, que con tanta liberalidad había contribuido a su levantamiento.
     
Aumentáronse después las rentas con los dones que hicieron otras personas piadosas y los incurables eran muy bien asistidos por el celo del General y la caridad del Padre Figueroa.
    
Viviendo aún don Domingo, cedieron el patronato y rentas del hospicio a Fray Domingo de la Cruz, primer general de los Belenistas, obligándose dichos religiosos al cuidado y asistencia de los incurables.
    
El espantoso terremoto que sufrió Lima el 28 de octubre de 1747 derribó el magnífico hospicio y su suntuosísimo templo, los que después se reedificaron por el celo de los Religiosos Belinistas.
     
La imagen del Señor Pobre que se venera en la parroquia de Santa Rosa de Los Andes, es reproducción de la de Lima. Por decreto del Iltmo. y Rvdmo. Señor Arzobispo Valdivieso, siendo cura de Los Andes el señor Pbro. don Vicente Martín Manero, se trasladó la imagen a la parroquia de Santa Rosa, designándola como titular de la capilla erigida en el Cementerio Parroquial de Los Andes.
   
En Santiago, la imagen de Cristo Pobre está expuesta a la veneración de los fieles en el Convento de las Religiosas Oblatas Expiadoras del Santísimo Sacramento (Matucana 540); se halla en una urna embutida en el muro exterior, de modo que continuamente innumerables transeúntes se detienen ante ella a presentar sus súplicas y acuden a la portería a referir los milagros obrados por el Señor Pobre.
  
NOVENA AL CRISTO POBRE, IMAGEN MILAGROSA VENERADA EN EL CONVENTO DE LAS OBLATAS EXPIADORAS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
   
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
Jesucristo, Dios y hombre, vive, reina e impera, ayer, hoy y en todos los siglos.

ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, mi Creador y mi Redentor, que estás aquí presente, mirándome y escuchándome. Creo en Ti porque eres la Verdad Infalible; espero en Ti porque eres la Palabra Eterna; Te amo con todo mi corazón porque eres la Bondad Suma. Me pesa en el alma el haberte ofendido, y propongo sinceramente la enmienda de mi vida. Dígnate, Dios mío, bendecir mis resoluciones, y hacer que las cumpla hasta la muerte. Amén.
   
ORACIÓN PREPARATORIA
Divino Jesús mío, que, bajo el humilde título de Pobre, te ofreces a nuestra contemplación, con el objeto de inspirarnos amor a la pobreza, a la humildad y a la paciencia, virtudes todas retratadas en tu Santísimo Rostro que vengo a contemplar postrado aquí a tus pies, quiero rendirte los homenajes de amor y de tierna devoción que tu Sagrada Imagen me sugiere. ¡Oh Bendito Jesús! Después que estás sujeto a la veneración de tus hijos, a cuantos pobres has socorrido, a cuantos necesitados has dispensado gracias a todas clases. Yo también imploro tus misericordias, pobre, necesitado y pecador como soy. No me rechaces, Padre Amoroso; no me dejes ir desconsolado. Tú conoces mis miserias, y sabes cuánto deseo la enmienda; pero me falta la fuerza. Nadie puede dármela sino Tú, que eres la fortaleza de mi alma. Concédemela, Señor Pobre, y, sin tener en cuenta mi indignidad, otórgame también las gracias temporales que te pido en esta novena y que deseo alcanzar para alabarte y engrandecer tu nombre toda mi vida. María, mi madre y mi esperanza, intercede a favor mío. Amén.
  
DÍA PRIMERO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” Estas son las primeras palabras que pronuncia el Divino Salvador en su Sermón del Monte. ¡Qué enseñanza tan nueva! Los pobres mirados con desdén por el mundo y por él humillados y despreciados, son proclamados bienaventurados por el Hijo de Dios, es decir por la Sabiduría misma. ¡Qué grandeza de parte de Dios! ¡Qué consuelo, que resignación, que alegría para los pobres! Mas, se entiende por pobres, no solamente los que están privados de los bienes materiales de este mundo, sino aquellos que aun poseyéndolos, tienen su corazón desprendido de ellos, aquellos que, aunque no hayan hecho renuncia absoluta de los mismos han dejado de amarlos como a su último fin. Les será permitido poseerlos; pero, estar poseídos por ellos, he aquí el mal.
   
Finalmente, si pertenecemos a esa porción escogida llamada a seguirle de más cerca, mediante la más consumada pobreza, sepamos apreciar las prerrogativas de nuestra condición humilde; y pidamos al Señor Pobre la realización de sus divinas palabras: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”.
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Dulcísimo Jesús, dame la pobreza de espíritu para que merezca tus bendiciones en esta vida y la gloria en la otra.
     
ORACIÓN
¡Oh Jesús mío, tu que, siendo Rey desde toda la eternidad, infinitamente rico y poderoso, quisiste venir al mundo para enseñarnos la práctica de la pobreza, naciendo pobre en un pesebre, viviendo pobre en Nazareth y muriendo desnudo en una cruz, compadécete de nosotros! Despierta, Señor nuestro corazón adormecido, hazle comprender que la verdadera dicha consiste en amar tus máximas y ponerlas en práctica. A tus pies, Señor Pobre, renunciamos a nuestros gustos de hombre viejo, nos despojamos de todo, con verdadero deseo de imitarte en tu santa pobreza. Bendice nuestras resoluciones, y danos tu gracia para seguirte en el camino que nos has trazado, concediéndonos además la gracia que en esta novena pedimos. María, Madre amorosa, intercede con tu Divino Hijo en favor nuestro, y pídele que escuche benignamente nuestra petición. Amén.
  
PRÁCTICA: Hacer una limosna al Señor Pobre para la propagación de su culto.
  
Se concluye rezando un Credo pidiéndole el verdadero espíritu de pobreza.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA SEGUNDO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”. Con estas palabras afirma Jesús que el hombre puede triunfar de todo por medio de la mansedumbre. No fue a los poderosos ni a los sabios, ni a los ricos a quiénes se dirigió Jesucristo para fundar su religión; sus apóstoles, sus discípulos fueron los pobres, los humildes. ¿Con qué arma salieron a la conquista de la tierra? Con la dulzura y la mansedumbre que aprendieron de su Divino Maestro. Las mansedumbres cristianas son lo primero que Jesucristo nos ha enseñado viniendo a este mundo. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. ¡Oh mansedumbre, virtud admirable que atrae las bendiciones de Dios! ¡Virtud amable que hace las delicias de la sociedad sobre la tierra! Esforcémonos para adquirirla, para hacernos dueños, después de esta vida, del reino que le es prometido.
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Repetir varias veces al día: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.

ORACIÓN
¡Oh Dios mío, comprendo que, sin un socorro especial de tu gracia, jamás podré adquirir esa mansedumbre inefable que me recomiendas con tus palabras y que inspira tu piadosa imagen, bajo el título del Señor Pobre! ¡Cuánto tengo de que avergonzarme en esta materia: impaciencias, movimiento de cólera, ¡palabras hirientes, agitaciones interiores, propósitos quebrantados! Pero, por muchas que sean mis faltas, vuelvo hoy a Ti haciendo una firme resolución de corregirme en lo sucesivo. María, dulcísima Madre mía, has que tenga la victoria, para que tú misma con Jesús seas mi recompensa. Amén.

PRÁCTICA: Rezar el Rosario pidiendo la gracia de la mansedumbre cristiana.
  
Se concluye rezando un Credo al Señor Pobre, modelo de paciencia y mansedumbre.
  
DÍA TERCERO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. Este mundo es para los justos un valle de lágrimas, un lugar de destierros, una morada de penas y aflicción. De todas partes nos vienen los sufrimientos: de parte de Dios que nos prueba; de parte del demonio que nos tienta; del mundo que nos seduce de nosotros mismos que vivimos bajo la influencia de una imaginación desordenada de un corazón voluble y sensible en demasía. Así lo habéis dispuesto ¡oh mi Dios! para desprendernos de este mundo, y de los bienes perecederos que nos presenta. Puesto que es menester sufrir y gemir, benditos los que sufren y gimen con paciencia y sumisión, pues ellos serán consolados. Nuestro Señor consolaba a sus apóstoles la víspera de su Pasión, con estas tiernas palabras: “Hijos míos, las cruces serán vuestra herencia en este mundo: lloraréis, gemiréis mientras los demás gozarán. Pero, consolaos, vuestras lagrimas se convertirán en pura alegría, y esta nadie os la podrá arrebatar”. El Salvador nos dirige las mismas palabras. Bienaventurados por mil títulos los que lloráis durante la vida, seréis consolados a la hora de la muerte; ¡habréis sembrado en lágrimas y cosecharéis en la alegría!
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Lloraré día y noche, jamás me consolaré de haber ofendido a mi Dios.

ORACIÓN
Concédeme, oh Dios mío, el don de lágrimas. Da a los demás la ciencia, el poder, la riqueza, la prosperidad; para mí lo que te pido es poder llorar, sino con lágrimas de los ojos, con lágrimas del corazón, mis innumerables pecados. Me uno a ti mismo, adorable Salvador, cuando abrumado de pena y de amargura, decías que tu alma estaba triste hasta la muerte. La expresión misma de tu Sagrado Rostro ante el cual estoy postrado, ¿qué es sino el reflejo de la tristeza que inunda su espíritu? Abre mis ojos, abre mi corazón a las lágrimas que dan la salvación, y que ellas corran abundantes hasta la muerte. María, consuelo y esperanza mía, ruega a Jesús por mí. Amén.
  
PRÁCTICA: Consolar a algún pobre con una pequeña limosna, o en su defecto con una palabra caritativa. Si no se presenta la ocasión, rezar tres Padrenuestros y tres Avemarías por las almas afligidas.
  
Se concluye rezando un Credo pidiendo al Señor Pobre las lágrimas de una verdadera Contrición.
  
DÍA CUARTO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. El amor a la virtud, el deseo de la perfección, la voluntad de unirse más y más a Dios, en esto consiste el hambre y sed de justicia. Debemos desear el bien de nuestras almas como el hambriento desea saciar su hambre, como el sediento desea apagar su sed, como el avaro anhela las riquezas de este mundo: las ambiciona, las busca, y aun cuando llega a poseerlas, jamás dice “basta”, sino que desea siempre más. Así debemos ser nosotros respecto de los bienes sobrenaturales y divinos. Pidamos a Jesús que, lejos de que se apague en nosotros esa sed sobrenatural la aumente y la vivifique, para que merezcamos ser refrigerados por Él con esa agua misteriosa y divina que, al pie del pozo de Jacob, ofrecía a la Samaritana cuando dijo “Yo te daré a beber el agua viva que salta hasta la vida eterna”.
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Dadme, oh Dios, esa hambre y sed de justicia que me haga buscarte sobre todas las criaturas.

ORACIÓN
Amantísimo Jesús, principio y fin de todas las cosas, ¡cómo es posible que mi alma destinada para amarte y servirte, se haya dejado arrastrar indignamente hacia los bienes perecederos de este mundo, deseando y buscando lo que tan lejos está de satisfacerla! Hoy, iluminado con tan divina gracia, vengo, ante tu Santa imagen, a pedirte perdón y a rogarte que cambies mi corazón, haciéndolo insensible a las cosas exteriores que no dejan sino inquietud y vacío. Llénalo en cambio, de deseos sobrenaturales y de esa hambre y sed de justicia que solo Tú puedes saciar. Virgen Santísima, ayúdame con tu maternal protección. Amén.
  
PRÁCTICA: Oír una misa, meditando en la palabra de Nuestro Señor en la cruz: “Sed tengo”.
  
Se concluye rezando un Credo al Señor Pobre pidiéndole que sea conocido y venerado.
  
DÍA QUINTO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia.” De todas las predicciones de Dios, aquella que brilla más en todas sus obras es la misericordia. La ejerce siempre y en beneficio de todos. El hace salir el sol sobre los justos y sobre los pecadores, colma de favores a sus amigos y a sus enemigos. Se llama el Padre de las misericordias. Cuando pienso en tu misericordia, oh Dios mío, me siento penetrado de gratitud y de compasión. ¡Cuántos pecados nos ha perdonado! ¡Cuántas gracias nos ha dispensado! He aquí la conducta del Señor para con nosotros. No nos pide, en cambio, sino que hagamos lo mismo con nuestro prójimo. Que cosa más natural que compadecerse de los sufrimientos de nuestros semejantes. Un corazón noble, bien puesto, no puede ser indiferente a las penas de los demás, se conduele de ellas y trata de aliviarlas. ¡Cuánto más sensible deberá ser el alma verdaderamente cristiana, que obedece a los impulsos de la gracia santificante con que Dios la ha adornado! Tengamos caridad universal. No cerremos a nadie la puerta de nuestro corazón. Dios abre el suyo a todos, pues todos los hombres son su imagen y el precio de su sangre. Un gran santo nos dice: “De todos aquellos que vienen a vos, no rechacéis a ninguno, no sea que aquel que rechazáis sea Jesucristo en persona”.
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Señor, perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

ORACIÓN
Dios infinitamente bueno y Padre de la misericordia por excelencia, que no te cansas de perdonar, sino que con los brazos abiertos recibes a tus hijos ingratos, heme aquí a tus pies, implorando tu piedad. Yo me propongo perdonar a mis hermanos sus injurias, y darles cuando estén necesitados, para que Tú también me des y me perdones. Tu advocación de Señor Pobre me alienta sobre manera, pues si lo fuiste en los bienes materiales, en cambio eres rico e infinito en todas tus perfecciones, especialmente en la misericordia con que tratas a los pecadores. Úsala también conmigo para que en el gran día del Juicio pueda yo gustar sus efectos y alabarte por ellas eternamente. María, Madre de misericordia, pide por mí a tu Divino Hijo. Amén.
  
PRÁCTICA: Ofrecer a Dios durante el día tres actos de mortificación.
  
Se concluye rezando un Credo pidiendo al Señor Pobre por nuestros enemigos.
  
DÍA SEXTO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.” La pureza de corazón es una virtud infinitamente agradable a Dios, porque el Corazón del hombre es el trono de Dios, y en un corazón puro reina. La pureza de corazón hace las delicias del corazón de Jesucristo, que es el Cordero sin mancha. Es el adorno de todas las demás virtudes; les da a los ojos de Dios un mayor lustre, un nuevo brillo. Jesucristo, queriendo tener una madre en este mundo, escogió una Virgen libre de toda mancha. Queriendo escoger un favorito sobre la tierra, eligió a San Juan, y sólo a él le permitió que reclinara la cabeza sobre su pecho en la Última Cena. Más aún: nuestro Salvador que consintió que lo calumniaran y lo acusaran de blasfemo, seductor, amigo de los pecadores, jamás permitió que el brillo de su pureza fuese empañado por el más leve ataque de parte de sus enemigos. Tener el corazón puro es no dejar reinar en él afecto alguno desordenado. En este sentido, la pureza no solamente es una virtud moral, es una virtud necesaria para la vida humana y la vida social. Allí donde no existe, “no hay sino barro y podredumbre”. El tesoro de un corazón puro es tan precioso como frágil: en todo momento estamos en peligro de perderlo. Para defenderlo debemos vigilar sobre nosotros con las armas de la oración, de la mortificación, de la frecuencia de los sacramentos, y con una devoción a la Santísima Virgen, protectora de las almas puras. “¿Quién subirá al monte del Señor? Aquél que tiene sus manos y su corazón puro”; pues “nada manchado entrará en la Jerusalén celestial”. La recompensa que Jesucristo promete a esta virtud, es la mayor que puede ofrecernos: verle, contemplarle por toda una eternidad. Ya desde este mundo, el alma pura ve a Dios mediante la contemplación la posesión de la gracia, la recepción de su cuerpo y de su Sangre y la pureza de intención.
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Formad en mí, oh Dios mío, un corazón puro.

ORACIÓN
¡Bendito y adorado seas para siempre, oh Jesús mío, por haber querido servirnos de ejemplo vivo de la virtud de las virtudes, de esa virtud que nos asemeja a los Ángeles, y que se llama la pureza! ¡Cuántos encantos tiene para los que te aman y desean agradarte! Pero también cuántos peligros de empañarla, y hasta de perderla, nos rodean sin cesar. ¡El mundo, las pasiones, las tentaciones, todo conspira contra nosotros; tu gracia solamente combate con nosotros! Hoy vengo a encomendarte, Señor Pobre y Dios de toda Santidad, la pureza de mi alma y de mi cuerpo. No permitas que lo que es templo del Espíritu Santo, se convierta jamás en morada del enemigo de mi salvación. Yo me propongo luchar sin descanso, huyendo de las ocasiones, mortificando mis sentidos y frecuentando los Sacramentos para no perder esta joya inestimable. María Inmaculada y reina purísima, yo te pido de una manera especial ser tu imitador en esta virtud, que fue para ti la predilecta, pues por conservarla, lo habrías sacrificado todo. Conserva mi corazón puro, para que después de esta vida merezca yo el premio de la visión beatífica. Amén.
  
PRÁCTICA: Rezar cinco Ave Marías a la Virgen encomendándole la pureza de alma y cuerpo.
  
Se concluye rezando un Credo al Señor Pobre para que nos libre de las tentaciones contra la pureza.
  
DÍA SÉPTIMO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Recién nacido nuestro Divino Salvador hacía oír por medio del cántico de los Ángeles, estas palabras: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Y después de su Resurrección, cada vez que se aparecía a sus Apóstoles, les saludaba diciendo: “Pax vobis; la paz sea con vosotros”. La paz es, en efecto, un bien inmenso, y por lo mismo digno de nuestros deseos. Después de la gracia de Dios, nada nos debe interesar tanto como su adquisición. Ella hace las delicias de esta vida; no vive quien no tiene paz. ¡Dichosos los pacíficos! hijos de Dios serán llamados. ¡Qué gloria para nosotros! Que otros se gloríen en ser hijos de los príncipes, de los reyes de la tierra, ¡para nosotros nuestra gloria estribará siempre en ser llamados hijos de Dios!
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Señor, danos la paz que el mundo no puede quitar.

ORACIÓN
Aquí me tienes ¡Oh Señor Pobre! Hoy vengo a pedirte un don inestimable, y que mi alma anhela poseer: la paz del corazón. Mucho tiempo la he buscado vanamente en las criaturas; pero, reconozco que me he equivocado. Es a ti, oh Dios de paz, a quién he debido dirigirme. Tú eres el único que puedes dar la tranquilidad y el sosiego que apetece mi espíritu. Tú viniste a dar la paz al mundo agitado por el infierno y las pasiones; y la dejaste como herencia, antes de volver a tu Padre. Yo quiero adquirirla y conservarla, cueste lo que cueste, pues no hay dicha comparable a la de ser llamado hijo tuyo. María mansísima paloma, mensajera de la paz, infúndela en mi corazón como prenda segura de mi predestinación. Amén.
  
PRÁCTICA: Una visita al Santísimo Sacramento, pidiendo a Jesús que con su bendita paz calme las tempestades de nuestro corazón.
  
Se concluye rezando un Credo al Señor Pobre, pidiendo que reine la paz entre los hombres.
  
DÍA OCTAVO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia porque de ellos es el reino de los cielos”. La sabiduría de la doctrina de Jesucristo llega hasta lo sublime cuando aclama benditos a los que son perseguidos por su amor. Vemos, en efecto, con frecuencia, que aquel que trabaja por la gloria de Dios, se expone a las persecuciones de los hombres. Basta algunas veces querer el bien y procurarlo, para que el mundo se revuelva, y el infierno se desate contra nosotros. Este es el distintivo de las obras de Dios. Jesucristo nos lo previno cuando dijo: “El mundo me ha perseguido a mí, y os lo perseguiré a vosotros. El discípulo no puede ser más que el maestro”. Dios permite estas persecuciones para probar a los justos, para purificarlos, y para darles ocasión de merecer. Y ellos a la vista de la lucha y del peligro, adquieren vigor y no sucumbirán. La cruz misma, por grande y pesada que la hagan nuestros enemigos, parecerá ligera y hasta agradable, llevada sobre nuestros hombres por amor a Jesucristo. Recordemos el oráculo sagrado de Jesucristo: “Cuando los hombres os injurien y os persigan por causa de mí, alegraos y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos”.
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Señor, yo quiero llevar mi cruz, para tener un día parte contigo en tu Reino.
  
ORACIÓN
¡Cuán dulce, Jesús mío, es tenerte por Maestro y Señor! Las mismas espinas, las mismas cruces de las tribulaciones y de los sufrimientos, ni me punzan, ni me pesan, antes bien se convierten en amables instrumentos para probarte mi adhesión y mi amor. Tú, oh Señor Pobre, que llevaste con tanta injusticia como generosidad el enorme peso de la cruz, ¿qué menos puedo hacer yo que cargar gustosísimo la que me tienes destinada? Aquí me presento, pues, para decirte que quiero ser desde hoy tu verdadero discípulo, tomar mi cruz y seguirte. María, sed mi fortaleza y mi socorro, para que yo lleve con alegría las cruces de esta vida. Amén.
  
PRÁCTICA: Hacer una fervorosa confesión.
  
Se concluye rezando un Credo al Señor Pobre, prometiéndole no dejarnos vencer del respeto humano.
   
DÍA NOVENO
Por la señal…
Acto de contrición y Oración preparatoria.
   
MEDITACIÓN
“Pedid y recibiréis. Llamad y se os abrirá. El que pide, recibe”. ¿Quién es el que nos dirige estas alentadoras palabras? Es el mismo Jesucristo nuestro Padre y nuestro Dios. Aquel que todo lo quiere y todo lo puede para nuestro bien. Levantémonos: toquemos a las puertas de su Corazón amoroso, seguros de que Él nos abrirá. Sin embargo, no basta el llamar para ser escuchados; es preciso, según las enseñanzas de los doctores de la Iglesia, y del mismo Jesús, que nuestra oración tenga sus requisitos. Conviene recordar las palabras de San Agustín: “Señor, enséñame a pedir y dame enseguida lo que te pido”. En efecto, para que nuestra oración sea aceptable a los ojos de Dios, debe ser humilde, virtud indispensable para nuestra salvación, que fue ensalzada por el mismo Jesucristo cuando propuso la parábola del fariseo y del publicano. “La oración del humilde penetra los cielos”. La perseverancia debe coronar nuestra oración. A la perseverancia está prometido el cielo. “El que perseverare hasta el fin, será salvo”.
  
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
  
JACULATORIA: Jesús mío, en ti espero, en ti confío. Nunca seré confundido.
  
ORACIÓN
Jesús y Dios mío, que has dicho: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis”, aquí me tienes, apoyado en tus divinas palabras pidiendo y buscando lo que tanto necesito para la vida espiritual y la temporal. Tú sabes, oh Padre amoroso, mejor que yo, lo que me falta; conoces mis necesidades y mis deseos, te suplico que los remedies y satisfagas. Si en mis peticiones hay algo torcido, dígnate, oh mi Dios, enderezarlas. Tú todo lo puedes. Si me falta la fe, la confianza, la perseverancia, suple tú a ellas. María, mi Madre y mi Perpetuo Socorro, ayúdame con tus poderosos ruegos a alcanzar de Dios el logro de mis deseos.
  
PRÁCTICA: Como complemento de esta novena, hacer una fervorosa comunión, pidiendo al Señor Pobre despache favorablemente nuestras súplicas.
  
Se concluye rezando un Credo para que el Señor Pobre se digne otorgarnos la gracia pedida en esta novena.

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