viernes, 13 de enero de 2023

BEATA VERÓNICA DE BINASCO


Verónica nació como Juana Negroni en Binasco, cerca de Milán, en 1445, hija de Zanino y Giacomina, humildes campesinos. A los veintidós años, luego de ser rechazada en el convento franciscano de Santa Úrsula, entró al convento agustino de Santa María en Milán, tomando el nombre de Verónica, y en él pasó treinta años de vida religiosa en el humilde oficio de Hermana mendicante.
   
Mientras vivió en familia sólo aprendió el duro trabajo campesino; no fue a la escuela, así que cuando entró en eI convento tuvo que luchar bastante para aprender a leer y escribir, pero los resultados fueron escasos. Sin embargo, aprendió la más importante lección de vida ascética, cuando un domingo por la mañana, la Virgen le reveló en una visión cuál era el camino que debía seguir para aprender la ciencia divina:
«Basta que aprendas los colores de tres letras que yo te enseñaré: una blanca, la otra negra, y la tercera roja».
  
Asustada, nuestra beata le preguntó: «¿Quién sois vos, que me habláis ahora?». Nuestra Señora le respondió:
«Yo soy la Madre de Dios. Las tres letras que te dije que aprendieras tienen diferentes significados: La letra blanca indica la pureza de corazón. Tendrás que mantenerlo libre de todo afecto desordenado. La letra negra significa que nunca debes escandalizarte por las obra de tu prójimo. Cuando el mal sea demasiado manifiesto tendrás que callar y pensar que sin la ayuda de Dios, podrías hacerte peor que los demás. La letra roja indica la pasión de mi Hijo, en la que meditarás todos los días. Estas letras serán suficientes para que te salves. No te preocupes mucho por otras cosas».
Así, esta humilde monja analfabeta aprendió la sabiduría directamente de la fuente divina. Sin haber abierto ningún libro de teología, y mucho menos un tratado de psicología. Sor Verónica maravillaba a cuantos se le acercaban por la audacia de su doctrina. También tenía una clara intuición de las aflicciones de los demás. Sor Verónica estaba en contacto permanente con la gente por el oficio que tenía de pedir limosna de puerta en puerta, pero ella daba más de lo que recibía dando a cuantos se le acercaban el pan que alimenta el alma.
   
Sufrió muchos quebrantos de salud, pero aun así seguía realizando las labores que le encomendaban. Cuando los superiores le pedían que descansara, ella respondía: «Mi deber es trabajar mientras pueda y Dios me dé tiempo para ello».
  
El 5 de Marzo de 1492, Verónica llamó al regente Ludovico Sforza, revelándole los graves pecados de su Corte, exhortándolo «a vivir él mismo y gobernar su corte en el temor de Dios, si quiere recibir gran prosperidad; de otro modo en breve vendrán grandes tribulaciones sobre él y nuchos otros», cayendo en éxtasis para estupor del duque y su séquito.

Por invitación de la Virgen, viajó acompañada de Sor Tadea de Bonleij (que transcribía sus visiones) a Roma a llevarle un mensaje al papa reinante, Alejandro VI Borja. Él (un gran devoto de la Virgen) la recibió amablemente en la semana entre el 28 de Septiembre y el 5 de Octubre de 1495, y la escuchó con atención y después del encuentro, dijo completamente pálido ante su corte: «Honrad a esta mujer, que es una santa», y la envió de regreso a Milán, haciendo una escala en Florencia.
   
La beata Verónica gozó del don de la profecía y lo usó para preanunciar cinco días antes el día y la hora de su muerte. La profecía se cumplió puntualmente, y sor Verónica expiró serenamente, el viernes 13 de enero de 1497, habiendo recibido los últimos sacramentos.
  
Al morir, Verónica (que era morena) se tornó completamente blanca, y cuatro días después, movió un brazo en forma inexplicable. El culto a la Beata Verónica fue aprobado el 15 de diciembre de 1517 con un breve del Papa León X, como se procedía entonces. Clemente X lo extendió, el 6 de febrero de 1672, a toda la orden agustina (donde es conmemorada el 28 de enero) y finalmente Benedicto XIV Lambertini, en enero de 1749, aprobó la publicación en el Martirologio Romano del nombre de la Beata Verónica, incluso sin haber sido canonizada (cuando era cardenal, él había desacreditado su fama de santidad, lo que causó que el proceso de canonización se detuviera).

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