martes, 24 de enero de 2023

EL CONVERSO VIENE A APRENDER ANTES QUE A ENSEÑAR DE LA FE

Traducción del artículo publicado en WM REVIEW.
   
¿LOS CONVERSOS DEBEN ERIGIRSE EN MAESTROS? LA RESPUESTA DE NEWMAN: «UN CONVERSO VIENE A APRENDER».
  
Nota del editor: El origen sobrenatural de la religión católica se prueba con milagros. Y uno de los grandes milagros que testifica de la verdad de nuestra fe es el rápido establecimiento de la Iglesia en partes remotas del mundo, poco tiempo después de su establecimiento el día de Pentecostés. Esto se conoce como un «milagro moral».

La rápida difusión de la fe está atestiguada por los Hechos de los Apóstoles y por las Epístolas Paulinas y Católicas. Hacia el año 107 dC San Ignacio de Antioquía pudo afirmar que los obispos de la Iglesia se encontraban «a través de la vasta y ancha tierra» (Epístola a los Efesios, III) [1].  En sus escritos San Ireneo (125-202 dC) menciona iglesias en Alemania, España, Galia, Medio Oriente y África. Su contemporáneo San Justino Mártir (100-164 dC) escribió:
«No hay una sola raza de hombres [conocidos entonces], ya sean griegos o bárbaros, o como quiera que se les llame, nómadas que viven en carros, vagabundos sin hogar o pastores que viven en tiendas, entre quienes no se ofrecen oraciones y acciones de gracias a el Padre y Creador de todo por el nombre de Jesús crucificado» (Diálogo con Trifón judío, CXIV).
Y Tertuliano se jactó:
«Nosotros somos de ayer, y hemos llenado todos los lugares entre vosotros: ciudades, islas, fortalezas, pueblos, plazas de mercado, el campamento mismo, tribus, compañías, el palacio, el senado, el foro; no os hemos dejado nada, sino los templos de vuestros dioses» (Apología contra los gentiles, XXXVII).
Esta rápida difusión de la fe católica tuvo lugar por  conversión. La fe católica es una religión de conversión, y el objetivo de la Iglesia es traer a cada hombre, mujer y niño a su redil. La Iglesia tiene la misión divinamente encomendada de hacer conversos, y ella se constituye por medio de la conversión. Esto se ve muy claramente en la presencia de formas adultas en el rito del bautismo, incluso después de la fecha en que la mayoría de los bautismos eran de niños. El rito del bautismo de los infantes no evita aquellos textos que son propios de los adultos, sino que hace que el padrino responda en nombre del niño. Y todo católico, incluso aquellos bautizados en los momentos de su nacimiento, es un convertido de la muerte del pecado a la vida en Cristo.
    
La Iglesia Católica es por tanto un cuerpo de conversos, que desea más y más conversos, hasta que el mundo entero se haya convertido.
    
Sin embargo, esto no significa que sea prudente que todos los católicos se pronuncien sobre todos los temas inmediatamente después de su conversión. Hay un proceso de desarrollo y maduración en la fe. En su primera carta a los Corintios, San Pablo habla de aquellos a quienes les dio «leche para beber» porque «todavía no podían» consumir «alimento sólido» (1.ª Corintios III, 2). Y en la carta a los Hebreos enuncia una idea similar:
«Debiendo ser maestros si atendemos al tiempo que ha pasado ya, de nuevo necesitáis que os enseñen a vosotros cuáles son los primeros rudimentos de la palabra de Dios, o doctrina cristiana, y habéis llegado a tal estado, que no se os puede dar sino leche, mas no alimento sólido» (Hebreos V, 12).
Por supuesto, estas no son referencias a “conversos”  per se  –la gran mayoría de su audiencia eran “conversos”– pero indican la necesidad de que todos nosotros ejerzamos la humildad y no intentemos enseñar a otros, cuando nosotros mismos todavía estamos en necesidad de aprender los primeros principios de la fe. 
   
En otro pasaje el Apóstol es más específico y habla directamente de los recién convertidos. Un obispo, enseña, «no [debe ser] neófito, o recién bautizado; porque hinchado de soberbia, no caiga en la misma condenación del diablo cuando cayó del cielo». (1.ª Timoteo III, 6). 
    
¿Por qué llamamos la atención sobre estos pasajes ahora?
    
En los últimos meses, nos hemos dado cuenta cada vez más de los usuarios de YouTube que se hacen oír y que utilizan sus plataformas para promover sus propias opiniones de una manera que suele ser agresiva y poco caritativa. La falta de caridad es, irónicamente, una acusación que lanzan con frecuencia a sus nuevos oponentes.

Muchos de los compañeros católicos a quienes critican, o simplemente descartan como “tradicionalistas radicales”, son hombres y mujeres que han sufrido durante décadas por la integridad de la doctrina y el culto católico. Por otro lado, muchos de estos críticos son conversos recientes, o incluso reversos que han entrado, abandonado y regresado a la Iglesia en la edad adulta, y algunos han buscado regresar recientemente a su abrazo.
    
Si bien no dudamos de la sinceridad de su búsqueda de la verdad, debemos cuestionarnos si están en condiciones de condenar o criticar a los demás. 

A la luz de esto, nos gustaría compartir un pasaje del converso más famoso del siglo XIX: John Henry Newman. En esta sección de su Carta a Pusey, escrita veinte años después de su propia recepción en la Iglesia, explica cómo debe actuar un converso en y después de su recepción en la Iglesia, y cómo su contribución a la Iglesia puede cambiar y desarrollarse a medida que pasa el tiempo.
   
Sobre todo, Newman enfatiza que venimos a la Iglesia para que nos enseñen, y no para enseñar; y que debemos conformarnos a la tradición de la Iglesia tal como la recibimos. 

Consideramos que hay lecciones valiosas que todos nosotros podemos aprender de este texto, ya sea que seamos conversos o hayamos sido bautizados de niños.

NÓTESE BIEN. Se agregaron saltos de párrafo y se eliminaron algunas referencias a controversias contemporáneas para facilitar la lectura.
CONSEJOS PARA LOS CONVERSOS
(Un extracto de la Carta a Pusey, de John Henry Newman)
   
«[Un] converso viene a aprender, y no a seleccionar y elegir. Viene con sencillez y confianza, y no se le ocurre pesar y medir cada proceder, cada práctica que encuentra entre aquellos a quienes se ha unido. 
   
Él llega al catolicismo como a un sistema vivo, con una enseñanza viva, y no a una mera colección de decretos y cánones, que por sí mismos son, por supuesto, el marco, no el cuerpo y la sustancia de la Iglesia. Y esta es una verdad que concierne, que une, también a aquellos que nunca conocieron otra religión, no sólo a los conversos. Por el sistema católico entiendo esa regla de vida y esas prácticas de devoción que buscaremos en vano en el Credo del Papa Pío [IV]. 
    
El converso viene, no sólo a creer en la Iglesia, sino también a confiar y obedecer a sus sacerdotes, y a conformarse en la caridad con su pueblo. Nunca le vendría bien decidir que nunca rezaría un Avemaría, que nunca se serviría de una indulgencia, que nunca besaría un crucifijo, que nunca aceptaría las dispensas de Cuaresma, que nunca mencionaría un pecado venial en la confesión. Todo esto no sólo sería irreal, sino también peligroso, como argumento de un estado de ánimo equivocado, que no podría buscar recibir la bendición divina. 
   
Además, llega al ceremonial, a la teología moral y a las normas eclesiásticas, que encuentra en el lugar donde se le ha echado la suerte. 
   
Y además, en materia de política, de educación, de conveniencia general, de gusto, no critica ni controvierte. Y así, rindiéndose a las influencias de su nueva religión, y no arriesgándose a la pérdida total de la verdad revelada al intentar por una regla privada discriminar en cada momento su sustancia de sus accidentes, gradualmente es tan adoctrinado en el catolicismo, que finalmente tiene derecho a hablar y también a oír. 
    
También con el transcurso del tiempo surge a su alrededor una nueva generación; y no hay razón para que no sepa tanto, y decida las cuestiones con un instinto tan verdadero, como aquellos que tal vez cuentan menos años de vida que él cuenta las comuniones de Pascua. Ha dominado el hecho y la naturaleza de las diferencias de teólogo a teólogo, escuela a escuela, nación a nación, era a era. 
    
Él sabe que hay mucho de lo que puede llamarse moda en opiniones y prácticas, según las circunstancias de tiempo y lugar, según la política actual, el carácter del Papa del día, o los principales prelados de un país en particular; y que las modas cambian. Su experiencia le dice que a veces lo que se denuncia en un lugar como una gran ofensa, o se predica como un primer principio, en otra nación ha sido considerado inmemorialmente en un sentido contrario, o no ha causado ninguna sensación, de una forma u otra, ante la opinión pública; y que los que hablan ruidosamente tienden a llevar todo delante de ellos en la Iglesia, como en cualquier otro lugar, mientras que las personas tranquilas y concienzudas comúnmente tienen que ceder. 
    
Percibe que, en asuntos que están en debate, la autoridad eclesiástica observa el estado de opinión y la dirección y curso de la controversia, y decide en consecuencia; de modo que en ciertos casos reprimir su propio juicio sobre un punto, es ser desleal a sus superiores.
    
Hasta ahora en general; ahora en particular en cuanto a mí mismo. Después de veinte años de vida católica, no siento ninguna delicadeza en dar mi opinión sobre cualquier punto cuando hay una llamada para mí, y la única razón por la que no lo he hecho más temprano o más a menudo es que ha habido ninguna llamada... Ciertamente, en muchos casos en los que un teólogo difiere de un teólogo y un país de otro país, tengo un juicio definido propio; Puedo decirlo sin ofender a nadie, por la misma razón que por la naturaleza del caso es imposible estar de acuerdo con todos ellos. […]
   
Y en esta línea de conducta no estoy más que sirviéndome de la enseñanza con la que caí al convertirme en católico; y es un placer para mí pensar que lo que tengo ahora, y que transmitiría después de mí si pudiera, es sólo lo que recibí entonces. […]
    
Aunque soy un converso, creo que tengo derecho a hablar; y tanto más porque otros conversos han hablado por mucho tiempo, mientras que yo no he hablado; y con más razón aún puedo hablar sin ofender en el caso de vuestras críticas actuales hacia nosotros. 
      
[Newman continúa con la discusión de dos conversos cuyos escritos Pusey ha usado para criticar a los católicos en general (William George Ward y Frederick William Faber). Newman afirma que sus escritos no son representativos de los católicos ingleses. Luego continúa como se muestra a continuación].
    
El hecho claro es este: vinieron a la Iglesia, y así han salvado sus almas; pero en ningún sentido son portavoces de los católicos ingleses, y no deben ocupar el lugar de aquellos que tienen un título real para tal cargo. Los principales autores de la generación que pasa, algunos de ellos todavía vivos, otros que han ido a su recompensa, son el cardenal Wiseman, el Dr. Ullathorne, el Dr. Lingard, el Sr. Tierney, el Dr. Oliver, el Dr. Rock, el Dr. Waterworth, el Dr. Husenbeth y el Sr. Flanagan...
    
[En otras palabras, los obispos ordinarios y el clero de la Iglesia Católica son los testigos más confiables de la doctrina y la práctica católicas, no los conversos laicos recientes. NÓTESE BIEN. en este tiempo los sacerdotes seglares no eran llamados “Padre”, de ahí el uso de Dr. y Sr.].
    
No puedo, entonces, sin protestar, permitirte identificar la doctrina de [los conversos en discusión] con el espíritu actual o el futuro credo de los católicos; o suponer, como lo haces, que, debido a que son minuciosos e implacables en sus declaraciones, por lo tanto son los heraldos de una nueva era, cuando mostrar una deferencia a la Antigüedad se considerará poco más que un error. Por mí mismo, sin esperanza como lo consideráis, no me avergüenzo aún de tomar mi posición sobre los Padres, y no pretendo ceder».
  
NOTA
[1]  Las citas de los Padres en esta sección están tomadas de Monseñor Gerardus Cornelis van Noort, Dogmatic Theology vol. 1 (edición de 1961), págs. 203-205.

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