martes, 3 de enero de 2023

EL ERROR DE SAN JERÓNIMO (Refutación del argumento protestante: «No se deben reconocer los deuterocanónicos porque San Jerónimo no los aceptaba»)

Adaptación y ampliación de la publicación por Metanoón (Twitter).
   
San Jerónimo en su celda (Marinus van Reymerswale. Madrid, Real Academia de Arte de San Fernando).
  
De Lutero abajo, muchos apologistas protestantes dicen que los libros deuterocanónicos no son divinamente inspirados ya que San Jerónimo, padre de la Iglesia y el gran traductor de la Biblia, se opuso a éstos como Sagrada Escritura. 
   
De hecho, en su famoso Prólogo de yelmo (galeáto), para los cuatro libros de los Reyes, San Jerónimo dice:
«Hic prólogus Scripturárum quási galeátum princípium, ómnibus libris quos de hebrǽo vertímus in latínum, conveníre potest: ut scire valeámus, quícquid extra hos est, inter apócrypha esse seponéndum. Ígitur Sapiéntia, quæ vulgo Salomónis inscríbitur, et Jesu fílii Sirach liber, et Judith, et Tóbias, et Pastor, non sunt in cánone. Machabæórum primum librum, hebráicum réperi. Secúndus, Græcus est: quod et ex ipsa phrasi probári potest [Este prólogo a las Escrituras puede servir como un prefacio con yelmo para todos los libros que hemos vertido del hebreo al latín, para que podamos estar seguros que cualquiera que esté más allá de estos debe ser reconocido entre los apócrifos. Por tanto, la Sabiduría de Salomón, como se la titula comúnmente, y el libro del Hijo de Sirá y Judit y Tobías y el Pastor no están en el Canon. El primer libro de los Macabeos he encontrado que es hebreo, el segundo es griego, como se puede comprobar desde el mismo estilo]».
¿Qué pasó allí? Primero, un poco de historia:

San Jerónimo nació en Estridón, Dalmacia en el año 342. Fue bautizado alrededor de los veinte años. Después de convertirse en sacerdote y monje, viajó a Constantinopla y Roma unos años antes de la muerte del Papa San Dámaso (384 d.C.). De temperamento irascible y controversial, se enemistó con varias personas, y se marchó de regreso a Oriente. Se instaló en un monasterio en Belén donde pasó el resto de su vida.

La mayor contribución de San Jerónimo a la Iglesia fue su titánico trabajo en los estudios bíblicos. Su dominio del latín, griego, hebreo y arameo era único para su época.

El Papa San Dámaso encargó a San Jerónimo que reemplazara la traducción al latín antiguo (conocida como Vetus Latína), que había estado al servicio de los cristianos latinos durante siglos, con una nueva traducción.

Al principio, Jerónimo tradujo la Septuaginta griega para su nueva “Vulgáta Latína” porque sabía que la Septuaginta había funcionado como texto del Antiguo Testamento para el cristianismo desde los días de los Apóstoles.

De hecho, el texto que trató de mejorar era una traducción antigua en latín de la Septuaginta griega.

San Jerónimo rápidamente se frustró con esta tarea porque tuvo que examinar y cotejar varias versiones de la Septuaginta hasta llegar a una versión lo más cercana posible del original. Sin embargo, por otra parte, también disponía de un texto hebreo que parecía haber circulado durante mucho tiempo, en una sola versión estandarizada y estable. Y dado que la Septuaginta misma es una traducción del hebreo, pensó: «¿por qué molestarse en incluir al griego? ¿Por qué no simplemente traducir directamente del hebreo?».

Jerónimo llamó a este principio, el de colocar el Texto Hebreo Masorético por encima y en contra de todas las demás versiones, el principio de la “Verdad hebrea” (Véritas Hebráica). Este principio de “La Verdad hebrea” jugó un papel importante en la traducción de Jerónimo de la Vulgata latina.

En principio, San Jerónimo partió de un razonamiento lógico: «el hebreo original e inspirado es realmente lo que finalmente necesitaba ser traducido. A fin de cuentas, estamos hablando del Antiguo Testamento».
  
Desafortunadamente, cometió un error fatal en su aplicación de ese principio; pensó que el original hebreo se preservaba sólo en la “única tradición rabínica” representada por el Texto Masorético (TM) y que la Septuaginta griega no era más que una “traducción defectuosa” del TM. En esto San Jerónimo estaba totalmente equivocado. Con el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto hemos podido confirmar lo que las voces más tradicionales habían insistido todo el tiempo y la razón porqué la Septuaginta no había sido venerada por los cristianos en vano:
1.º La Septuaginta es anterior al texto preferido por Jerónimo y que
2.º Junto con otras fuentes, conserva restos de una tradición textual más antigua.

Aunque el TM es sin duda una muy buena y auténtica tradición de los textos antiguos, pasó por un proceso de desarrollo antes de alcanzar su forma final a mediados del segundo siglo cristiano. Y aun así, apenas en el siglo X ni siquiera estaba unificado entre los judíos (las escuelas de Palestina y Tiberíades diferían de escuela de Babilonia, y en esta última había diferencia entre la escuela de Sura y la de Nehardea) y habían diferencias en la puntuación.

Ahora se ha demostrado, que el argumento de Jerónimo cae irremediablemente al suelo ya que se basó en el concepto erróneo de que el Texto Masorético era el canon de Jesús y los apóstoles.

Cualquier apelación continua a través de los reformadores a Jerónimo y al canon hebreo llega al mismo fin. Dos comunidades diferentes participaron en la definición de cánones a partir del material común del judaísmo anterior al 70.

Y dado que la Iglesia definió su canon del AT por sí misma, ¿qué reclamo histórico tiene la definición judía del canon sobre el final del primer siglo para la Iglesia?

Si el cristianismo protestante va a continuar con su costumbre de restringir su canon del Antiguo Testamento al canon judío, entonces tendrá que describirse un fundamento y una doctrina del canon completamente nuevos, y cualquier doctrina protestante respecto del canon, que tome en serio la cuestión del uso cristiano y la herencia histórica y espiritual, siempre conducirá en última instancia al AT cristiano tal como fue definido por el uso de la Tradición Apostólica, y luego confirmado por el Magisterio de la Iglesia a finales del siglo IV (San Agustín y el Concilio de Cartago) y principios del V (Decreto Gelasiano).

Los apologistas protestantes a menudo intentan convertir a Jerónimo en el portavoz de una gran mayoría silenciosa de cristianos informados en su época. Esta opinión no está respaldada por ninguna prueba, ya que los eruditos protestantes han admitido que Jerónimo estaba esencialmente solo en su oposición a los deuterocanónicos, la cual fue el producto de su propia (y defectuosa, como sabemos ahora) erudición.

La propia proeza intelectual de una persona, por sabia o erudita que sea, no es capaz de determinar qué es palabra de Dios y qué no lo es. En cambio, la novia de Cristo que es la Iglesia, recibe la palabra de Dios, de Cristo y sus apóstoles, como parte del depósito original e inalterable de la fe.

Algunos polémicos argumentan que el Deuterocanon fue aceptado en la Iglesia antigua sólo porque los cristianos ignoraban el hebreo y confiaban en la Septuaginta griega como Escritura. Se argumenta que si los miembros que la Iglesia primitiva hubiera entendido el hebreo y hubieran podido conversar con los rabinos de su época, habrían aprendido la verdad sobre el canon, pero lo que suele olvidarse es que siempre hubo un flujo constante de conversos de habla hebrea que llegaban a la Iglesia. Sin embargo, ninguno de ellos había intentado alterar el canon cristiano.
  
En todo caso, es inconcebible que los Apóstoles hayan fallado en su deber de proporcionar a la Iglesia una colección verdadera e indudable de la Escritura. Y por otra parte, los Padres de la Iglesia no son más autoridad que el Magisterio eclesiástico, y en caso de diferencias, este se ha de preferir a aquellos.

Créditos a Gary Michuta y A. C. Sundberg.

2 comentarios:

  1. Este artículo ratifica lo condenable que es la infame traducción del Salterio al latin de 1945. Dicha traducción constituye un ejemplo notable de arqueologismo bíblico, hecha al gusto de un grupo de "iluminados ".

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    1. Así es: el Salterio de Béa/Behayim fue hecho a partir del Texto Masorético y con un latín más cercano a Cicerón que a San Jerónimo (que dicho sea de paso, su traducción del Salterio a partir del texto hebreo no se usa en la Liturgia Romana Tradicional, sino el Salterio Galicano traducido de la Héxapla –y el salmo 94 «Veníte, exsultémus Dómino» empleado como invitatorio en las Maitines drl Divino Oficio es tomado del Salterio Romano procedente de la Septuaginta y usado en el Misal–), “inentonable” para el rezo en el coro, y tan malo que, a más de no ser estatuido como obligatorio en el Breviario, se prohibió su uso en la Misa, y ni siquiera sobrevivió al Vaticano II porque no lo incluyeron en la Nova Vulgáta.

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