sábado, 21 de enero de 2023

LOS MÁRTIRES DE LAVAL


El 19 de junio de 1955, el Papa Pío XII beatificó a los 19 mártires ejecutados durante la revolución francesa en el departamento de la Mayena, región que pertenecía entonces a la diócesis de Mans. El más notable de todos fue Juan Bautista Turpín du Cormier. Nacido en Laval el 8 de septiembre de 1732 de Julián Turpin du Cormier y su esposa Magdalena Leroy, ordenado sacerdote en 1756, bachiller en teología por la Universidad de Anvers, después de varios ministerios fue nombrado, en 1783, párroco de la Santísima Trinidad de Laval (la catedral actual). Juan había rehusado prestar el juramento de supremacía; sus vicarios y muchos otros sacerdotes debían a su ejemplo y a sus consejos su firmeza ante la persecución. Habiéndose hecho sospechoso a las autoridades, fue encerrado en el antiguo convento de las Clarisas Urbanistas de La Patience, desde el 20 de julio de 1772. En la Patience utilizó toda su influencia y su prestigio para alentar a sus hermanos. Fue considerado como el jefe, tanto por ellos como por sus carceleros.
  
Los meses pasaron largos y monótonos. En octubre, el ejército de la Vandea, que había atravesado el Loira, se aproximaba a Laval. Asustadas las autoridades republicanas, evacuaron a Rambouillet a todos sus prisioneros, excepto a los 14 sacerdotes, a quienes se consideraba incapaces de soportar este desplazamiento. Los chuanes entraron a la ciudad y liberaron también a los «buenos sacerdotes». No mucho tiempo después, la armada republicana volvió a tomar el puesto, los revolucionarios fueron expulsados y, apenas repuestas en su lugar, las autoridades del departamento obligaron a los sacerdotes a volver a entrar en la Patience.
   
El tribunal revolucionario de Laval quería vengarse de los fracasos sufridos por las ideas nuevas en el departamento. El 21 de enero de 1794, hacia las 8 de la mañana, los 14 sacerdotes:
  • Juan Bautista Turpin du Cormier, párroco de la Santísima Trinidad y decano rural de Laval. Su piedad y celo por las almas (particularmente en administrar el Sacramento de la Confesión), había atraído a los revolucionarios para proponerlo obispo de Laval (escindiéndose de la diócesis de Le Mans), pero declinó, y se negó a celebrar la Misa mayor por el obispo cismático Noel Gabriel Lucio Villar, elegido por aquellos.
  • Santiago André, decano de Rouessé-Vassé. Tuvo la fortuna de que 1.500 de sus 2.000 feligreses fueran comulgantes. Rechazó tomar el juramento; fue el primero en ser arrestado. Un médico declaró que la gota había deformado sus manos y pies, y que debía pasar el resto de su vida en cama.
  • Andrés Duliou, cura de Saint-Fort.
  • Luis Gastineau, capellán de los herreros de Port-Brillet.
  • Francisco Migoret-Lamberdière, cura de Rennes-en-Grenouille, donde había fundado una escuela parroquial. Por debilidad causada por la parálisis, juró la Constitución, pero después se retractó.
  • Julián Moulé, cura de Saulges.
  • Augusto Emanuel Philippot, cura de La Bazouge-des-Alleux.
  • Pedro Thomas, antiguo capellán de las agustinas de Château-Gontier.
  • Juan María Gallot, subchantre de la Trinidad y capellán de las monjas benedictinas.
  • José Pellé, sacerdote habitual de la parroquia de la Trinidad y capellán de las clarisas de Patience.
  • Juan Bautista Triquerie, franciscano, capellán de varias casas franciscanas y de las religiosas del monasterio de Buron, cerca de Château-Gontier.
  • Renato Luis Ambroise, vicario de la parroquia de la Trinidad. Estando en prisión, se retractó de los errores jansenistas de que había sido acusado por causa de su padre, y dijo ante el tribunal que deseaba morir para expiar su culpa.
  • Julián Francisco Morin de la Girardière, sacerdote habitual de Saint-Vénérand.
  • Francisco Duschesne, capellán y profesor semiprebendado de San Miguel de Laval.
fueron conducidos al tribunal, junto con algunos otros sospechosos.
   
Juan Bautista Turpin du Cormier fue el primero en ser interrogado: 
– «¿Has prestado el juramento de soberanía exigido por la ley?».
– «No».
– «¿Por qué no lo has prestado?»
– «Porque ataca mi religión y va contra mi conciencia».
– «¿Has ejercido tu ministerio desde que te rehusaste a prestar el juramento y has celebrado la misa?».
– «Sí».
– «¿Has aconsejado a tus sacerdotes, en la conversación o en la confesión, a que no lo presten?».
– «Ciudadano, cuando se nos exigió el juramento, nos reunimos y, después de haber discutido sobre el asunto, nos dimos cuenta de que nuestra conciencia no nos lo permitiría de ninguna manera».
– «Pero este juramento no es otra cosa que obedecer la ley. ¿Dónde han tenido esa reunión?»
– «En la sala del presbiterio, lugar ordinario de las deliberaciones eclesiásticas, con el permiso del ciudadano Enjubault Boessay de la Roche».
– «¿Entonces, has sido tú quien ha impedido a los sacerdotes prestar el juramento? ¿Quieres prestar hoy el juramento de libertad e igualdad?».
– «Ni ahora, ni después; siempre se oponen a la ley de Dios».
   
Desde su promulgación, el juramento de libertad e igualdad levantó entre los sacerdotes fieles al Papa largas polémicas. Es necesario reconocer que las interpretaciones dadas, le hicieron a veces aceptable, a veces imposible. En Laval, el padre Juan María Gallot, a quien se interrogó en segundo lugar, recibió una respuesta que resolvía todas las dudas. El fiscal Juan Bautista Volcler, un sacerdote apóstata, le preguntó:
– «¿Has prestado el juramento de libertad e igualdad?».
– «Ser fiel a la república, no profesar ninguna religión, ni aun la católica».
   
Insistió Vocler una última vez que tomaran el juramento, y el padre Augusto Emanuel Philippot respondió:
– «Asistido por la gracia de la Dios, yo no asistiré a mi vejez».
– «Bien quiero obedecer al gobierno, pero no quiero renunciar a la religión», dijo Renato Ambroise.
– «¡Ah!, verdaderamente no, ciudadano; yo seré fiel a Jesucristo hasta mi último suspiro».
  
Pero la respuesta del padre Francisco Migoret-Lamberdière, que reconoció a Volcler entre sus antiguos alumnos, fue la que enfureció más a aquel infeliz porque le recordó no solo su apostasía, sino también su ingratitud al pedir oa muerte para su bienhechor:
– «¿Qué, eres tú Volcler quien demanda mi muerte? Tú, a quien acogí en mi casa, admití en mi mesa, a quien amé tan tiernamente...».
   
Después de haber sido interrogados todos los sacerdotes en forma semejante, y convencido el tribunal de su firmeza en la fe, finalmente el fiscal pidió contra los catorce sacerdotes: «Exijo que todos sufran la pena de muerte y que Turpin du Cormier, ex párroco de esta comunidad, sea ejecutado el último por haber fanatizado a su clero».
   
Los sacerdotes se confesaron mutuamente y prepararon a morir a los cinco rebeldes condenados a ser guillotinados con ellos. Hacia medio día, fueron conducidos a la plaza de Blé (actual plaza La Trémoille). José Pellé, uno de los sacerdotes, dijo a los curiosos: «Nosotros os hemos enseñado a vivir, nosotros os mostraremos cómo morir». Subieron al cadalso rezando la Salve.

Los seis miembros del tribunal revolucionario, entre ellos los sacerdotes renegados Volcler y Juan Luis Guilbert, veían las ejecuciones desde la ventana de un vecino, bebían una copa de vino por cada cabeza que caía guillotinada, y alentaba a la multitud gritar con ellos: «¡Viva la República, abajo la cabeza de los calotinos!».
   
Fueron enterrados en la fosa común de Croix-Batalle, que de inmediato se hizo centro de peregrinación. El 6 de agosto de 1816, sus cuerpos fueron exhumados y depositados con honor en la capilla de San Roque del cementerio de la iglesia de Nuestra Señora de Avesnières, y tres días después al transepto sur de la iglesia.
    
Sus verdugos tuvieron un final dispar después del fin del Terror: 
  • Juan Clément, presidente del tribunal revolucionario, fue revocado poco después del juicio a los mártires. Escapó de los juicios a que fueron sometidos sus secuaces, y regresó a su actividad notarial en su pueblo natal Ernée. Dirigió el hospital local en 1797 «con muy mala reputación», y dos años después debió establecerse en Rennes, donde murió.
  • Volcler fue procesado por sus exacciones como fiscal, y extrañado a Abbeville, donde se casó con Emilia Riquier. Murió en Laval en 1813, en un albergue sito en la plaza de Trémoille, donde estuvo la guillotina donde condujo a los sacerdotes.
  • Juan Francisco Marie, señor de La Colinière, cuya villanía rivalizaba con la de Volcler, había sido arrestado junto a René Pannard, otro juez. Como él, se negó a declarar ante los nuevos jueces, y se benefició de la amnistía general de 1795, regresando a las actividades notariales. Murió en combate contra los chuanes en la batalla de Juvigné, cuyos habitantes (que habían sufrido su crueldad) fueron de muy lejos para cerciorarse que era él.
  • Miguel Faur fue depuesto y arrestado por terrorismo. Estando en prisión, solicitó y obtuvo para él y sus compañeros de prisión la anulación de las acusaciones, saliendo en libertad en la Amnistía general del 26 de Octubre de 1795. Regresó a su labor como impresor, pero tuvo que abandonar la ciudad porque fue acusado de robar las lápidas del cementerio de Avesnières para hacer los escalones de su casa. Murió en 1797.
  • Guilbert, secretario del tribunal, que participó en el pillaje y profanación de la iglesia de la Trinidad, fue cesado del tribunal y tuvo que huir de Laval, hallando la muerte a manos de milicias contrarrevolucionarias.

Los catorce Mártires de Laval ueron beatificados, como ya se dijo, el 19 de junio de 1955 por Pío XII, junto con otros cinco mártires:
  • el padre Santiago Durin (leyó públicamente la condena papal contra la Constitución Civil del Clero; fue arrestado por los revolucionarios pero liberado poco después, ejerció clandestinamente el sacerdocio, siendo muerto en una emboscada que le tendieron),
  • las religiosas de la Caridad sor Francisca Therut y Juana Veron (guillotinadas por rechazar jurar la Constitución Civil del Clero),
  • la conversa agustina Sor Santa Mónica (en el siglo María Lhullier) –guillotinada por rechazar jurar la Constitución Civil del Clero–, y
  • la laica consagrada Francisca Mézière (guillotinada por curar a dos chuanes heridos, siguiendo su consigna «Azules o chuanes, todos son mis hermanos en Jesucristo»).
En esa ocasión, los restos fueron trasladados a la basílica de Nuestra Señora de Avesnières, donde permanecen en el coro.
   
Véase el Acta Apostolicæ Sedis vol. XLVII, pp. 445-451 y para mayores datos. Les Martyrs de Laval (1955) de Mons. Cesbron; A. Batar Les Martyrs pendant le Terreur.

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