sábado, 28 de enero de 2023

BEATO JULIÁN MAUNOIR, APÓSTOL DE BRETAÑA

  
No se puede decir que los católicos de otras naciones ignoran la historia religiosa de Francia en el siglo XVII, pero es indudable que uno de los aspectos menos conocidos de esa historia es el trabajo de los misioneros en el interior del país. Todo el mundo está al tanto de las actividades de un monsieur Olier, en París, o de un San Vicente en todo el territorio francés; pero son mucho menos conocidas las actividades de un San Juan Eudes en Normandía, de un San Pedro Fourier en Lorena, de un P. Juan Lejeune en el Lemosín, el Languedoc y la Provenza, de un San Juan Francisco de Regis en Velai y Vivarés, y en general de todas las misiones de la Bretaña. Sin embargo, según opina Henri Brémond, estas últimas fueron las más fructuosas de todas y, ciertamente, las más pintorescas. Entre los misioneros de la Bretaña se destacan el benedictino Miguel Le Nobletz y el P. Julián Maunoir. Este había nacido en San Jorge de Reintenbault en la diócesis de Reims en 1606 e ingresó en la Compañía de Jesús, en 1625.
   
Sin duda que se ha exagerado la impiedad y barbarie de los bretones de aquella época y la negligencia de su clero; pero eso no quita que fuesen extremadamente supersticiosos, brutales, turbulentos y al mismo tiempo, muy abiertos al mensaje evangélico. La región que produjo tantos piratas pendencieros fue también la tierra de Armelle Nicolás y de los calvarios barrocos y las estatuas de la Baja Bretaña. Los místicos abrieron el camino a los misioneros. Y el P. Pedro Bernard SJ, y Dom Le Nobletz, atrajeron la atención de Julián Maunoir hacia ese campo y le aconsejaron que aprendiese el idioma bretón. El P. Maunoir llegó a dominarlo en brevísimo tiempo.
   
Hay ciertas analogías entre la Bretaña católica y las regiones protestantes de Gales y Cornualles. A propósito de las misiones bretonas, Henri Brémond usa la palabra inglesa «revival» (renovación), y hace mención de Bunyan y del «Pilgrim’s Progress». El historiador anglicano de las misiones de Cornualles, el difunto canónigo Gilbert Doble, tituló su corta biografía de Julián Maunoir «El John Wesley de la Bretaña». Es muy instructiva la comparación entre la biografía del P. Maunoir, escrita por Séjourné, y el «Diario» de John Wesley, así como la comparación entre este «Diario» y el del beato Julián Maunoir.
   
Cuando el P. Maunoir empezó a trabajar en la Bretaña, en 1640, había sólo otros dos misioneros. A su muerte, ocurrida cuarenta y tres años más tarde, había más de mil. Renán habría de quejarse, más tarde, de que sus antepasados habían sido «jesuitizados» y desnacionalizados por los misioneros procedentes de otras regiones de Francia. La realidad es que hubo apenas un puñado de jesuitas, de los que la mayoría eran bretones, y un fuerte contingente del clero bretón que cooperó con los padres de la Compañía y se sometió espontáneamente a la rigurosa disciplina que les impuso el P. Maunoir. Por lo demás, la técnica del trabajo misional había sido ideada por un bretón no jesuita, Miguel Le Nobletz, a quien se ha llamado «el último de los bardos». La tarea consistía, ante todo, en la instrucción religiosa; «la predicación emocional», capaz de arrastrar a las multitudes en un momento dado, sólo se empleó como instrumento secundario. Los misioneros se ayudaban en su tarea con imágenes en colores, algunas de las cuales se conservan todavía en la biblioteca de Quimper. Se trataba de ilustraciones de la Pasión, del Padre nuestro, de los pecados capitales, etc., bajo las diferentes alegorías del Caballero Errante, de las Seis Ciudades de Refugio, de Los Tres Arboles... Con esto, se despertaba la imaginación popular y las cualidades poéticas del espíritu humano. Las imágenes, la vividez y el sentido del humor de los comentarios hechos por los misioneros es lo que hacía pensar a Henri Brémond en Bunyan. Pero además, había representaciones con cuadros plásticos vivientes. De ahí se originaron las famosas procesiones en las que se representaba, por ejemplo, la Pasión del Señor. El P. Maunoir predicaba y los actores encarnaban su palabra, en tanto que «los oyentes sollozaban de emoción». Algunos se quejaron de la emotividad de tales actos, pero los obispos bretones apoyaron al misionero.
   
Otro de los métodos era el empleo de cantos religiosos, de los cuales algunos eran ya tradicionales y otros habían sido compuestos por el mismo P. Maunoir. Probablemente sólo nos ha quedado uno, tal como él lo escribió, y debe confesarse que en la traducción del bretón al francés, pierde mucho de su gracia original. Lo cierto es que Julián tenía el don de versificar con gran sentimiento y que los cánticos religiosos constituían un factor importante en las misiones bretonas. Al empleo del idioma local se añadía la devoción a los santos bretones de la antigüedad. La región de San Corentin, en la diócesis de Quimper, fue el campo predilecto del P. Maunoir.
   
Como la leyenda de los santos celtas está llena de milagros –algunos de ellos conmovedores, otros fantásticos y aun poco edificantes entre los realmente convincentes–, así la evangelización llevada a cabo por Julián, fue apoyada por numerosos milagros y prodigios. El P. Boschet SJ, que escribió la primera biografía del beato en 1697, había estudiado una narración de sus milagros; su comentario fue el siguiente: «Me parecieron tan extraordinarios que no pude por menos que sospechar que el autor había exagerado la realidad para glorificar al siervo de Dios». Sin embargo, después de haber hecho investigaciones detenidas, el escepticismo del P. Boschet disminuyó mucho. ¿Por qué sorprenderse de que la renovación del Cristianismo en Bretaña haya sido confirmada con milagros semejantes a los que acompañaron su introducción en el mundo? Desde el punto de vista humano, el P. Maunoir no era especialmente inteligente y tenía cierta tendencia a la credulidad; pero era, a la vez, un verdadero jefe que se hacía obedecer, un organizador de primera talla y un hombre de gran visión. Buena parte del éxito de sus misiones se debe a que las dirigió tanto a los pastores, como a las ovejas. El puntero para comentar las imágenes, se convirtió en el arma distintiva de sus misioneros y en un símbolo del dedo que señalaba el camino.
   
Durante los Ejercicios Espirituales que precedieron a su ordenación, Julián de Maunoir escribió, acabando de comulgar: «Sentí un celo extraordinario por la salvación de las almas y un gran deseo de trabajar por ellas con todos los medios posibles. La voz del Señor repetía en mi corazón: “Yo trabajé, lloré, sufrí y morí por ellas”». Estas palabras resumen la vida de Julián. Después de su muerte, ocurrida en Plévin de Cournouaille, el 28 de enero de 1683, los  peregrinos acudieron en masa a besar aquellos pies que habían viajado por toda la Bretaña y llevaron hasta sus últimos rincones el mensaje evangélico. Fue beatificado por Pío XII el 20 de mayo de 1951.
   
Ver Antoine Boschet, Le Parfait missionnaire ou la vie du R. P. Julien Maunoir, de la Compagnie de Jésus, missionnaire en Bretagne (1697); Xavier-Auguste Séjourné, Histoire du Vénérable Serviteur De Dieu Julien Maunoir de la Compagnie de Jésus (1895); Henri Brémond, Histoire litéraire du sentiment réligieux en France..., t. V., pp. 82-117; Pierre Pourrat, La spiritualité chrétienne, tomo IV, p. 122; y canónigo anglicano Gilbert Hunter Doble, “An Apostle of Armorican Cornwall”, en Pax, núm. 85 (1927), pp. 318-329. Ver también al vizconde Hubert de Gouvello, Le vénérable Michel le Nobletz (1898).
  
ORACIÓN
Oh Dios, que por los inmensos trabajos del Bienaventurado Julián has revivido admirablemente la fe en Bretaña y la has afirmado sólidamente, concédenos en tu bondad de vivir constantemente fieles a la fe de nuestros padres, y de hacer resplandecer en nuestra conducta el ideal con el que ilumina nuestras almas. Por J. C. N. S. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.