sábado, 14 de enero de 2023

APUNTES PARA CHICOS Y CHICAS CUANDO LLEGUEN A CIERTA EDAD

Extractos de Come parlerò al mio figlio? (¿Cómo le hablaré a mi hijo?). Brescia, Editorial La Scuola, año 1954. Traducción propia
   
Un padre a su hijo
[…] No quisiera que un día debas decir: «… Si mi padre me hubiese advertido»… No, este reproche yo no lo quiero.
Y hoy, con esta confianza, intento prevenirte contra la influencia de ciertos amigos o de gente aventurera que se divierte arrojando ácido muriático sobre el amor. Así como han probado el amor en todas las deformaciones, no creen en el amor verdadero. Para su desventura ellos no lo han conocido nunca o, por lo menos, lo han olvidado demasiado pronto.
Hay un amor que quema, que exalta, que hace enloquecer y destruye, y hay un amor que confirma, que trae serenidad y que construye. El amor que has encontrado en casa, entre tu padre y tu madre, el amor que ellos han llevado a ti, el que te dan los hermanos, es este segundo amor.
Yo no sé decirte qué sería la vida sin este amor.
Este le ha enseñado a tu madre a entender, a soportar, a confortar, a perdonar a tu padre y no dejarlo nunca solo, incluso en los momentos más amargos, cuando el olvidarlo podía querer decir quitarse un peso de encima. Por este amor, tu madre ha querido los hijos, no le ha importado nada perder la antigua esbeltez y renuncia a la libertad: te ha querido, ha querido a ti y a tus hermanos. Y ella ha querido cuidarlos; ella ha querido velaros cuando enfermábais; son sus cuidados y sus oraciones las que os han arrebatado a la muerte. […] Durante el noviazgo, nos hemos amado como ángeles; es ella quien me ha hecho mejor: «¡Debemos casarnos ante el altar, ya que es el altar que nos hemos prometido; sin descender, nunca permitiéndonos una palabra o un acto que un día pudiesen disminuirnos ante Dios y ante nuestros hijos! Debemos querernos bien por ellos».
¡Oh! No es verdad que no hay más mujeres así. No las hay más para quien no las busca o no las merece; para quien, casi desde el primer acercamiento, las desperdicia con expresiones y abandonos que revelan el triunfo de la carne y no del corazón ni del alma.
No, los que se burlan del amor y lo ridiculizan, los que han confundido el amor con la obscenidad y la sensualidad, han hecho un desastre. Pretenden ser señores, verdaderos hombres libres, y son los más vulgares esclavos, porque por gozar de una mujer renegarían de su madre, su esposa y sus hijos, y arrojarían también el patrimonio por la borda. Si acaso, tenles lástima. Te he dicho que seas caballero, no un mercader de carne blanca.
Imagina el amor como el de tus hermanas que se preocupan por ti, que no te explotan, que te disculpan, que buscan no darte molestia, que, en caso de necesidad, venderúan por ti cuanto tienen de más valioso; pero te quieren honesto, imaginan para ti el matrimonio con una joven que te ame como ellas, más que elas, en el deseo vivo de oírla y llamarla hermana. Hay momentos en la vida, que, ¡ay de nosotros!, si no estuviésemos ligados a quien de veras nos ama…
No te fíes de la belleza, ni de la riqueza, mucho menos de la cultura: asegúrate que las palabras sean sinceras, que en el amor haya honestidad, bondad y dedicación, que sea verdadero y vivo el sueño de los hijos, y el propósito de renunciar a todo lo que pueda lastimar a los hijos.
Debes querer que la chica que elijas como compañera ame a su padre, a su madre y a sus hermanos más que a todas las amigas; entonces te amará a ti, más que a ellos, pero con el propósito de hacerte mejor, dispuesta a dejarte, a perderte antes que devenir cómplice contigo, de un momento de pasión que lleve al mal.
Cree en el amor, en este amor; es este el que debes querer, con tranquilidad, con alegría, con comprensión: lo encontrarás, lo conservarás y lo llevarás intacto al altar. Y deja que los otros se rían: son los ambulantes del amor, olvídalos, ¡y sé un joven que sabe amar como tu padre te ha enseñado!

Una madre a su hija
Recuerda bien que nosotras las mujeres somos totalmente diferentes a los hombres, no solamente en las formas del cuerpo, sino también en toda nuestra constitución interior. Nuestra misma alma está hecha precisamente para nosotras; si fuese llevada a vivir y sostener un cuerpo masculino, se sentiría perdida, desorientada, y probablemente no entendería nada. Nosotras tenemos nuestro modo particular de percibir, de expresarnos, de proceder, de controlar; menos hábiles al raciocinio, somos más intuitivas; nosotras tenemos sobre todo sentimiento, calor, y espontaneidad; tenemos una vivacidad caracteristica, una fisionomía destinada a atraer al hombre, a conquistarlo, a domarlo.
Si el mundo estuviese formado solamente por hombres, sería un campo armado. La mujer tiene la función de endulzar las costumbres varoniles, amansar los ánimos, y hacer posible y bella la familia allá donde solo reinaría la rivalidad, el odio y la lucha. Y tenemos también una gran necesidad de ser amadas.
Por esto, todo signo de atención, toda cortesía nos impresiona, nos conmueve y nos invita a corresponder; así simplemente, pensando que quien usa aquellos signos cultiva también nuestros sentimientos. Y es tan ingenua nuestra fe, que difícilmente nos damos cuenta de perder rápidamente el control de nuestro corazón. Cuando alguno nos llama la atención, muchas veces es demasiado tarde, no lo creemos, nos parece tal juicio una necedad y no lo comprendemos, nos volvemos impotentes para seguirlo, y entonces nuestra función es puesta de cabeza y traicionada.
Difícilmente llegaría a conducirnos a hacer el mal quien nos invitase descaradamente; es siempre bajo las apariencias del bien que la mujer honesta y recta sucumbe. Si te tomase, por ejemplo, la simpatía por la compañía de un joven compañero de empleo, por un superior tuyo, por un obrero, quizá por un anciano que trabaja a tu lado y se muestra gentil y cortés; especialmente si un día te persuadiese que su mujer no lo entiende, que es infeliz, que si te hubiese conocido antes de casarse, habría formado contigo la familia más ideal: si te hiciese un regalo, si te llevase en el coche, siempre correcto en el gesto, delicado en la palabra, si se dijese edificado por tu porte, cordial pero nobilísimo, yo no me maravillaría. Pero lee bien lo que puede suceder.
El hecho que él ya esté casado te quitará toda sospecha, te hará olvidar toda precaución; si él es joven, podrías incluso presumir poder casarte con él un día. ¡Cuántos amores desastrosos han creado estos fatales resultados! ¡Cuántas familias se han desmoronado por sobrevenir una de estas confidencias, por intrusas que han arrancado al esposo de la madre de sus hijos, por arruinarse, junto con la compañera de trabajo, con la dependiente, primero ingenua, después débil, después acabada en un amor devenido pasión, que comenzó con un tono espiritual y se hizo rápidamente sensual, hasta el abandono completo del pudor, ostestando y esforzándose en creher hacerle bien a él, y no quererlo abandonar para no hacerlo tal vez un suicida!
¡Ah! Desde aquel día, tu función de mujer, devendría una función de infierno. Obligada a vivir de mentiras para no angustiar a tu madre, entrando en un camino que deberá cerrarte para siempre el camino a un matrimonio honesto, a una familia que constituya tu alegría y tu orgullo, será muy difícil que puedas reponerte. En el vicio se envejece rápido, y el abandono y la humillación constituyen el resultado final de cada una de estas felicidades.
No te quiero hablar de chicas que, por este camino, se hicieron madres. Es demasiado amargo pensar en los hijos cuyo padre no podrá ser recordado con amor.
Puede darse, hija, que este cuadro de las funestas posibilidades que se ofrecen a tu ferviente juventud, a tu rectitud de mujer, pueda parecerte abrumadoramente cargado. Pero sabes, tu madre no miente.
Quisiera que la razón esté de tu lado. No faltan en verdad jóvenes inteligentes, sanas y bellas, fervientes de vida, que en el mundo han sembrado el bien y no lo han destruido; que se hicieron amar y también respetar; son las chicas que, conscientes del peligro, ligado a ciertas imprudencias, lo han rechazado; jóvenes que, conociendo la fuerza del encanto femenino, lo han empleado no para provecho personal, sino para hacer mejores a los hombres y más serenas y seguras sus familias; muchachas que han preferido el vestido modesto ganado con el trabajo al más moderno obtenido con el precio de la propia honestidad; jóvenes las cuales, pensando en el matrimonio lejano, han tenido presentes las criaturas que habrían venido, y por esto han rechazado todo pensamiento, toda acción y todo afecto que pudiese perjudicar el futuro; almas que no se olvidaron nunca de tener en casa una madre que consultar en el momento oportuno, que honrar y no afligir: y con la madre una ley y una fe eterna en un Dios que ayuda, pero también que manda y después juzga.

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