En la Evangelización de América del Norte, además de los misioneros famosos, hay que recordar a «millones de personas que han transmitido la fe de una generación a otra en el seno de la familia. El crecimiento meteórico de la Iglesia allí es debido, en gran parte, a la inmigración masiva de católicos latinos o pertenecientes a ritos orientales, que han conservado su fe y, a su vez, la han transmitido a sus hijos. Todo lo que han vivido estos evangelizadores familiares –estos padres e hijos, estos abuelos y padrinos–no debe ser olvidado».
Concretamente, algunas santas madres de familia –como María de la Encarnación, Margarita de Youville, Isabel Seton, por ejemplo–, fueron más tarde alzadas por la Iglesia a los altares de la veneración cristiana.
Margarita de Youville nace en 1701 en Varennes, entre Québec y Montreal, junto al majestuoso río San Lorenzo, de la familia noble Dufrost de Lajemmerais. Huérfana de padre a los siete años, la familia quedó en la ruina, y ella hubo de pasar por grandes trabajos. La mayor penalidad fue sin duda su matrimonio con Francisco de Youville, mujeriego, contrabandista de alcohol con los indios, y que apenas supo cuidar de los hijos que tuvieron (de los que sobrevivieron dos, y fueron ordenados sacerdotes).
Por fin, una vez viuda, pudo, bajo la dirección de los sulpicianos, entregarse con celo ilimitado al cuidado de los pobres, que eran muchos en aquellos años: inválidos, emigrantes sin fortuna, ancianos, enfermos, desarraigados. En 1738, con algunas compañeras, inicia la primera fundación religiosa canadiense, las Hermanas de la Caridad, que serían llamadas hermanas grises.
En aquella primera Iglesia del Canadá, tan centrada en la devoción a la Cruz, Santa Margarita da a sus hijas religiosas una espiritualidad muy bella y profunda, como hace notar Jacques Lewis: «Nosotras (decía ella) nos hemos desposado con los pobres, como miembros de Jesucristo, nuestro Esposo». Y «esta mística esponsal respecto a los miembros miserables de Cristo» ha de ser a su vez entendida «como una participación en la paternidad divina». Las religiosas de Margarita «han de sacar del Padre eterno el espíritu y las virtudes de su vocación. Al tomar el hábito, hacen un acto de consagración al Padre eterno, y después, toda su vida, recitan cada día las “letanías del Padre Eterno”. Dios Padre, fuente de todo bien, es la providencia de sus hijas, y a través de ellas, es la providencia de los necesitados. Bajo la acción del Padre, la hermana gris se une a Cristo, y en él desposa a los desagraciados y con Él se crucifica en favor de ellos» (Canada, en Dictionnaire de spiritualité, París 1963,V, 998-999; BAC 186,1966, 622-628).
Una anécdota da idea del espíritu de esta santa mujer: cuando un incendio estaba arrasando su hospital de Montréal en 1761, con tanto esfuerzo conseguido, Santa Margarita y sus hermanas, ante las llamas, cantaban de todo corazón un Te Deum.
ORACIÓN
Dios omnipotente y misericordioso, que llamaste a la bienaventurada María Margarita por todos los caminos a la imitación admirable de la Cruz, y por la ardiente llama de su caridad quisiste que floreciese una nueva familia en tu Iglesia: concédenos propicio, que cuantos sigamos sus huellas de caridad y paciencia, consigamos los premios eternos. Por J. C. N. S. Amén.
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