En resumen, encontramos en esta edad los mayores contrastes: por un lado, vicios groseros, incredulidad, ignorancia, corrupción y barbarie; por el otro las virtudes más sublimes, la fe más inquebrantable, una ciencia iluminada, y una sociedad y moralidad de costumbres verdaderamente cristiana. También entre los príncipes y los grandes se encuentran incrédulos y disolutos, como a fines del siglo XI el conde Juan I de Soissons, y tiempo después, Juan sin Tierra y Federico II; pero por otro lado vemos también santos en el trono, como San Luis IX de Francia, Blanca su madre, Santa Isabel de Turingia (+1231) [1] y otros. Además hallamos frecuentemente repentinas conversiones de una vida disoluta y brutal a una vida toda penitente y ascética [2], o admiramos en otros casi desde la primera juventud resplandecer una admirable pureza de costumbres, como en Juliana de Falconieri, en otros arder un ansia vivísima del martirio, como en un gran número de generosos frailes mendicantes. Entre los Papas, obispos, sacerdotes y religiosos resplandecen brillantes ejemplos de virtud cristiana; y el celo por el esplendor de la casa de Dios y por la salvación de las almas, y una constancia invicta en las más duras pruebas se admira en todos los estados; pero sobre todo la fe puesta en obra por la caridad penetra el culto y la disciplina, el arte y la ciencia, y la vida pública y la privada. Por ende, en general, este período de tiempo (del 1100 al 1300), no obstante sus muchos defectos, supera con gran diferencia la precedente, en cuanto a la parte moral; tuvo tales flores y tales frutos para poderse parangonar con las más bellas de la primitiva cristiandad.
La afirmación tantas veces repetida, que la íntima unión de un pueblo con la jerarquía, y particularmente con la Sede apostólica, estableciendo el principio de una rígida unidad, impedía el surgimiento de la poesía popular y la literatura nacional, es aniquilada totalmente por el ejemplo de la Edad Media. En ella encontramos por una parte la adhesión más íntima de los pueblos cristianos al primado de Roma y la prevalencia en las ciencias de la lengua latina usada por la Iglesia; pero por otra parte una nueva vida y una admirable frescura de poesía nacional, que surge llena de juventud y fuerza, y en diferentes países llegó a una alta perfección. Hacia el sigmo XIII había en las lenguas vernáculas un gran número de cantos religiosos y profanos. El canto popular hallaba favor en las más distintas ocasiones: en los viajes y las procesiones, en la guerra y en las fiestas religiosas, principalmente de la Virgen, y en las representaciones sagradas. Junto con la lírica surgieron la epopeya, el drama y la sátira; crecieron sin número las leyendas y las novelas, y en ella retomaban moda y nueva forma las fábulas o tradiciones antiguas. Casi todo país cristiano podía mostrar valientes poetas.
La afirmación tantas veces repetida, que la íntima unión de un pueblo con la jerarquía, y particularmente con la Sede apostólica, estableciendo el principio de una rígida unidad, impedía el surgimiento de la poesía popular y la literatura nacional, es aniquilada totalmente por el ejemplo de la Edad Media. En ella encontramos por una parte la adhesión más íntima de los pueblos cristianos al primado de Roma y la prevalencia en las ciencias de la lengua latina usada por la Iglesia; pero por otra parte una nueva vida y una admirable frescura de poesía nacional, que surge llena de juventud y fuerza, y en diferentes países llegó a una alta perfección. Hacia el sigmo XIII había en las lenguas vernáculas un gran número de cantos religiosos y profanos. El canto popular hallaba favor en las más distintas ocasiones: en los viajes y las procesiones, en la guerra y en las fiestas religiosas, principalmente de la Virgen, y en las representaciones sagradas. Junto con la lírica surgieron la epopeya, el drama y la sátira; crecieron sin número las leyendas y las novelas, y en ella retomaban moda y nueva forma las fábulas o tradiciones antiguas. Casi todo país cristiano podía mostrar valientes poetas.
Card. JOSÉ HERGENRÖTHER HORSCH, Historia universal de la Iglesia, vol. 6: “Federico II, los árabes y el Oriente, la Inquisición medieval”.
NOTAS
[1] En torno a la copiosa bibliografía concerniente a la vida de estos santos, ver Augustus Potthast, Bibliothéca histórica médii ævi II, 1437 s. (San Luis IX), 1285 ss. (Santa Isabel de Turingia).[2] Ejemplos de príncipes, caballeros y nobles damas, que se hicieron religiosos y monjas, en Orderico Vital, História ecclesiástica, lib. VIII, c. 24, 27; lib. XI, c. 5; l. XIII, c. l, págs. 632 s. 645, 799, 923 s. (hay también lamentos sobre el lujo en el libro VIII, c. 10, 20, págs. 587, 619).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.