Por el Padre Francisco Radecki CMRI. Tomado de CONGREGACIÓN MARÍA REINA INMACULADA. Vía APOSTOLADO CABALLERO DE LA INMACULADA.
¿CUÁN ANTIGUO ES EL CANON DE LA MISA?
¿Compuso
la Iglesia el canon de la Misa en épocas posteriores, o encuentra su
institución y composición en los tiempos apostólicos? La respuesta a
esta pregunta es de capital importancia ahora que la misa latina y el
canon tradicional han sido suplantados ilegalmente por la Iglesia
conciliar con el Novus Ordo.
El
Concilio de Trento habló de la santidad y la perfección del canon en la
siguiente manera: «Y como es conveniente que las cosas santas se
manejen santamente; y de cuanto existe, este sacrificio es el más santo;
la Iglesia católica, para que se ofreciese y recibiese digna y
reverentemente, estableció muchos siglos ha el sagrado canon, tan limpio
de todo error que nada incluye que no de a entender en sumo grado
cierta santidad y piedad, y levante a Dios los ánimos de los que lo
ofrecen; porque el canon consta en parte de […] las tradiciones de los
Apóstoles, así como de los piadosos estatutos de los santos pontífices»
[1].
La
fraseología exacta que hoy se emplea en el canon no fue usada verbatim
por los Apóstoles, y, sin embargo, gran parte de ella y de todos los
elementos esenciales del canon pueden rastrearse a los tiempos
apostólicos. En esa era no existían libros impresos, sino manuscritos
plasmados en hojas de papiro, para los cuales se requería mucho tiempo y
mucha labor. El vasto sistema de comunicación mundial, que nosotros
damos por sentado, no existía. Los cristianos eran severamente
perseguidos y cazados; la Iglesia estaba en su infancia; y los Apóstoles
se encontraban esparcidos por el mundo conocido. Todos estos factores
contribuyeron a una liturgia ligeramente diversificada. Sin embargo, las
partes esenciales del canon existían en todas ellas; la terminología
empleada era muy similar, y en ciertas partes, exactamente igual a la
del canon de hoy.
«En
todas las liturgias conocidas, la parte central de la Eucharistia y,
por tanto, de la Misa, está formada por la narrativa de la institución y
por las palabras de la consagración. Lo primero que observamos con
respecto a eso es el hecho extraordinario de que los textos que hablan
de la institución, en particular los más antiguos (los tenidos por
tradición o los reconstruidos por estudios comparativos), nunca llegan a
ser una simple repetición de textos bíblicos; sino que se remontan a
tradiciones prebíblicas. Aquí nos enfrentamos al surgimiento de esa
última novedad, a saber, que la Eucaristía fue celebrada mucho antes que
los evangelistas y san Pablo registraran el Evangelio. Aun las notorias
discrepancias en los textos bíblicos que conciernen este detalle se
explican por ese mismo hecho, pues en ellas encontramos evidentemente
segmentos de la vida litúrgica de la primera generación de
cristianos».[2].
La
asombrosa uniformidad de la Misa, especialmente en el área del canon
como era observada en los primeros siglos, «quizá se evidencia más
sorprendentemente en la convicción expresada por los Padres del siglo
II, de que Cristo había instruido personalmente a sus Apóstoles en lo tocante a toda esa parte de la Misa,
conocida como como la Oración Eucarística en la Iglesia primitiva, y
que corresponde a la “Anáfora” en la Iglesia oriental, y al prefacio y
canon combinados en la occidental» [3].
El término ‘canon’ significa regla fija, y viene de la epístola de San Pablo a los gálatas: «Y los que anden conforme esta regla, paz y misericordia sea a ellos» [4].
¿Alguna
vez consagró Cristo el pan y el vino después de la Santa Cena?, o, que
es lo mismo, ¿ofreció Misa alguna otra vez? En el camino a Emaús, en la
tarde de Pascua, dos discípulos le pidieron a Cristo (sin reconocerle)
que permaneciera con ellos. «Y aconteció que estando sentado con ellos a
la mesa, tomó el pan y lo bendijo, y lo partió, y les dio» [5]. Como no
es posible que Nuestro Señor hubiera usado una forma de consagración
incompleta, se sigue que utilizó las mismas palabras de la Santa Cena.
La
Tradición y la Escritura nos informan que la Misa fue ofrecida en el
cenáculo en la casa de María, la madre de Marcos, donde «muchos estaban
reunidos orando» [6], y en incontables otras casas y oratorios de las
comunidades cristianas.
Originalmente,
la Misa fue ofrecida en el idioma hebreo o arameo en Jerusalén y en las
ciudades circundantes. Conforme la Iglesia se extendió por todo el
imperio romano, se introdujo el griego como el idioma litúrgico.
La
Iglesia siempre ha sostenido que la esencia del canon de la Misa tuvo
su origen en tiempos apostólicos, aunque con el transcurso del tiempo le
fueron añadidos ornamentos para hacer de él algo más majestuoso, más
impresionante, y más devocional. Pero de la sustancia o esencia de las
propias palabras de Cristo, ni una jota fue cambiada. El más reciente de
estos ornamentos ocurrió durante el pontificado de San Gregorio I, hace casi 1500 años.
De ahí que el papa Vigilio pudiera escribirle al obispo Profuturo de
Braga en 538: «Os mandamos el texto del canon en la forma que Nos hemos
recibido, por la gracia de Dios, de la Tradición apostólica» [7].
Los
historiadores debaten los años precisos, pero no las eras en las que el
canon adquirió la forma usada hoy en el Misal Romano. La siguiente
tabla coloca los varios elementos del canon en una perspectiva
cronológica:
- Periodo primitivo: narración de la Última Cena (Qui Prídie).
a. Periodo de los papas San León I (440-461) o San Dámaso (366-384). - San Ambrosio garantiza las oraciones en su obra De Sacraméntis, siglo IV; pero en una forma menos pulida e incompleta que en el texto presente:
- Quam Oblatiónem
- Unde et Mémores
- Supra Quæ Propítio
- Súpplices Te Rogámus
- Oraciones cuya existencia se supone a partir de una carta del papa Inocencio I a Decencio, obispo de Gubbio, 19 de marzo de 416 [8]:
- Te Ígitur
- Meménto de los vivos
- Del periodo de los papas Símaco (498-514) o Vigilio (538):
- Communicántes
- Hanc Ígitur
- Nobis Quóque
- En último lugar, en el siglo IX a más tardar:
- Meménto de los muertos [9]
La
fluidez y el perfecto balance de estilo y simetría en el canon lo hacen
literalmente una obra maestra sin paralelo. La armoniosa combinación de
oraciones de acción de gracias, de recuerdos y ofrendas sirve de factor
unificante, y efectúa una sorprendente singularidad de propósito en
toda la obra.
Además
de las obras ya citadas, varios otros manuscritos antiguos confirman la
autenticidad de la Misa tal como la tenemos hoy. «En el Sacramentario Leoniano pueden encontrarse casi 200 formularios del presente Missále Romanum» [10]. Esta obra es atribuida al papa San León I (440-461). Varios otros sacramentarios, como el Gelasiano, compuesto por el papa Gelasio (492-496), y el Gregoriano, compuesto por San Gregorio I (590-604), también prueban la antigüedad del canon. El Ordo Románus I,
que fue publicado por Mabillion, asimismo proporciona a los eruditos
contemporáneos de una mayor penetración hacia el canon primitivo. Este
documento fue el primero en una serie de Órdines Románi compuestos entre los siglos VII y XIV y es, por tanto, uno de los más importantes a causa de su edad.
Algunos
vestigios de la Misa romana se remontan a San Justino (150 d.C.) y San
Hipólito (215 d.C.). Hacia el 250 d.C., el idioma latín fue usado en la
liturgia en las ciudades más importantes del imperio romano. La práctica
de rezar la Misa entera en latín se volvió costumbre para el 380 d.C.
¿Cuando
inició el uso de rezar el canon en voz suave? «La recitación en voz
suave aparece a principios del siglo VIII y en el IX y con el Ordo Románus II,
se vuelve obligatoria. En todas partes la tendencia era rodear el canon
con respeto y un sentido de misterio, y reservarlo para el celebrante
solo» [11].
La Anáfora de San Hipólito, también llamada Tradición apostólica, y escrita antes del año 235, contiene la esencia del canon como lo tenemos hoy.
«Hacia finales del siglo IV, San Ambrosio de Milán, en una colección de instrucciones para los recién bautizados titulada De Sacraméntis,
expresa la parte central del canon en forma sustancialmente idéntica al
texto de nuestro misal, aunque algo reducida» [12]. «Con el paso del
tiempo se añadieron oraciones, y muchos autores atribuyen la forma
presente del canon al papa Gelasio (492-496). El único elemento que
falta en este canon es el meménto de los muertos, el cual fue añadido después» [13]. ¡Esencialmente, el canon, como lo conocemos hoy, ya estaba completo 1000 años antes de que Colón descubriera América!
El prefacio y el Sanctus son enlaces tradicionales entre el ofertorio y el canon: el Te Ígitur es el que comienza el canon propiamente dicho. Con todo, el prefacio y el Sanctus
a menudo son considerados parte del canon de la Misa. El prefacio,
antes bien, es una oración de alabanza a Dios que cambia según la
temporada o festividad litúrgica.
El primero en aludir al Sanctus fue San Clemente en su Primera epístola a los corintios. El Sanctus está tomado del «Santo» de Isaías, el Benedíctus de Mateo 21, 9, y el Hosanna de Salmos 117, 26.
El Te Ígitur
invoca la bendición divina sobre la Iglesia: práctica de los primeros
cristianos, como se prueba a partir de la Didajé (9.4 y 10.5) y de San
Policarpo (155-156), quien oró «por la Iglesia católica extendida sobre
la faz de la tierra» [14].
La
conmemoración de los vivos se derivó de la lectura de los diptychon
(tablas de madera, piedra o mármol en las que se grababan los nombres de
los fieles cristianos). San Agustín nota que la oración «“Te ofrecemos…
por tu santa Iglesia Católica: dígnate darle paz… por toda la redondez
de la tierra” está hecha a modelo del pasaje bíblico de I Tim. 2, 1»
[15].
En seguida se mencionan a la siempre Virgen María, Madre de Dios, los doce Apóstoles y los doce mártires en una oración llamada Communicántes.
Todos
los santos mencionados aquí fueron mártires, todos murieron antes de
terminar el siglo IV, y todos fueron especialmente venerados en Roma. A
la Santísima Virgen, aun cuando en la realidad no fuera mártir, se le da
el título de Reina de los Mártires, ya que siete espadas
dolorosas atravesaron su corazón (San José, en cambio, no fue mártir y,
por tanto, la Iglesia no lo colocó en el canon). El nombre de nuestra
Santa Madre es seguido por los nombres de:
- 11 Apóstoles, juntos con San Pablo;
- 5 Papas mártires: Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio;
- 1 Obispo: Cipriano;
- 2 Clérigos: Lorenzo y Crisógono; y
- 4 Laicos: Juan y Pablo, Cosme y Damián
El Hanc Ígitur
fue añadido al Misal durante el pontificado de Vigilio, alrededor del
año 538. Durante esta oración, el sacerdote coloca sus manos sobre la
hostia y el cáliz. Esta práctica fue sacada de Levítico 1, 4; Salmos 50,
19 y Éxodo 29, 10, que simbolizaban el ofrecimiento de una víctima a
Dios. El Dr. Gihr lo explica así: «Antes de la consagración, el
sacerdote extiende sus dos manos horizontalmente sobre la hostia y el
cáliz. El pulgar derecho se coloca sobre el izquierdo con lo cual forma
una cruz. El ritual de la imposición de las manos ocurre a menudo en
ambos Testamentos, así como en la liturgia. En el culto mosaico, la
imposición de las manos representaba la transferencia del pecado y la
culpa al animal que iba a ser sacrificado, el cual habría de morir en
lugar del hombre. En la Santa Misa, la imposición de las manos […]
muestra que Cristo se ofrece a sí mismo sobre el altar en lugar nuestro,
por amor a nosotros y por causa de nuestros pecados; y, además, indica
que debemos unirnos a su sacrificio, ofreciéndonos en él y junto con él»
[16].
La
consagración es el corazón del canon, así como la Misa es el corazón de
la fe católica. El Concilio de Trento expresa de manera elocuente lo
que ocurre durante la consagración: «Esto ha creído siempre la Iglesia
de Dios, que inmediatamente después de la consagración, el verdadero
cuerpo y la verdadera sangre de Nuestro Señor, juntamente con su alma y
divinidad, existen bajo las apariencias del pan y del vino» [17]. El
Doctor Angélico escribe en la Summa: «Sin embargo, cuando llegado
el momento en que ha de realizarse el Venerable Sacramento, [el
sacerdote] no usa ya sus propias palabras, sino las de Cristo. Por
tanto, las palabras de Cristo son las que realizan el Sacramento» [18]
(Está claro que la falsificación de las palabras de Cristo por el Novus
Ordo impiden la transubstanciación del pan y del vino).
La
forma utilizada en la consagración del pan y del vino no está tomada de
una sola fuente bíblica, antes bien contiene pasajes de Mateo 26,
26-28; Marcos 14, 22-24; Lucas 22,19-20; Juan 17, 9; I Cor. 11, 23-26; y
Hebreos 9, 28. «El texto del canon romano no se asemeja enteramente a
ninguna de las cuatro narraciones de la institución halladas en el Nuevo
Testamento, sino que, muy posiblemente, represente una tradición más
antigua: cuando San Pablo escribió la narración de la Santa Cena en su
primera epístola a los corintios —en el 55 ó 56—, la eucaristía ya había
sido celebrada por casi un cuarto de siglo» [19].
«El texto es virtualmente idéntico al de De Sacraméntis
y es común a todas las liturgias occidentales; hecho aún más
extraordinario, ya que muestran notables diferencias en otros lugares.
En el Este, existen diferencias de detalle» [20].
En
tiempos contemporáneos, ha habido mucho debate sobre las palabras «ESTA
ES MI SANGRE… QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS…» halladas
en el canon de la Misa. Santo Tomás de Aquino dice: «El ætérni y el mystérium fídei
fueron transmitidos por Nuestro Señor» [21]. «Generalmente se acepta
que las palabras “NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO: MISTERIO DE FE” fueron
pronunciadas alguna vez por Nuestro Señor; ellas, además, manifiestan y
explican la dignidad y los efectos de este sacrificio» [22]. Y Suárez
apoya este argumento: «Debe decirse que todas estas palabras fueron
pronunciadas por Cristo. Esta es la opinion común, y cierta para mí»
[23].
San
Buenaventura escribió: «La forma para la consagración del Cáliz, “ESTA
ES MI SANGRE”, es muy característica de la Sangre de Cristo en cuanto
que, en este sacramento, es derramada para pagar nuestra redención, y a
la vez nos es ofrecida como bebida. Las palabras “CÁLIZ DE MI SANGRE”
exponen mejor el doble sentido que la sola palabra “sangre”» [24].
El
Concilio de Trento se expresa en forma definitiva: «Las palabras
adicionales “POR VOSOTROS Y POR MUCHOS” son tomadas unas de Mateo, otras
de Lucas; pero fueron unidas por la Iglesia Católica bajo la guía del
Espíritu de Dios, en cuanto sirven para declarar el fruto y el provecho
de su Pasión. Porque si miramos a su valor, hemos de confesar que el
Redentor derramó su sangre para la salvación de todos; mas, si vemos el
provecho que la humanidad ha sacado de ella, fácilmente veremos que
corresponde no a todos, sino a muchos de la raza humana. Por tanto,
cuando (Nuestro Señor) dijo “POR VOSOTROS”, se refería a los presentes o
bien a los escogidos de entre el pueblo judío, tales como, con
excepción de Judas, los discípulos con quienes hablaba. Y cuando añadió,
“Y POR MUCHOS”, quizo dar a entender el remanente de los elegidos entre
judíos o gentiles.
«Con
razón no se usaron las palabras por todos, pues aquí solo se habla de
los frutos de la Pasión, y únicamente a los elegidos vino Él a dar esos
frutos de salvación. Y esta es la intención del Apóstol [25] cuando
dice: “Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de
muchos”, y también lo son las palabras de Nuestro Señor en Juan: “Yo
ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste;
porque tuyos son” [26]» [27]. Es imprescindible enteder cómo todas las
referencias y narraciones bíblicas de la Última Cena, todos los cánones
antiguos y versiones subsecuentes a través de las centurias, tanto en el
Este como en el Oeste, han usado la frase o «por vosotros» o «por
vosotros y por muchos». Ninguna narración emplea el término «por todos
los hombres», ya que estas palabras no fueron usadas por Cristo en la
Última Cena; y, si se colocaran, invalidarían la Misa al modificar la
intención de Cristo.
La
costumbre de elevar la Hostia después de la consagración para ser
adorada por los fieles comenzó alrededor del siglo XII, el papa San
Gregorio X la extendió a la Iglesia universal en el siglo XIII, en el
siglo XVI comenzó la costumbre de elevar también el Cáliz; y en el siglo
XX, el papa San Pío X instó a los fieles católicos a contemplar la
Hostia y el Cáliz con amor, fe y devoción.
La oración Unde et Mémores,
viene enseguida de la consagración. «Esta y las siguientes oraciones
son compartidas por todas las liturgias, al menos en forma equivalente, y
por inspiración se remontan a los tiempos apostólicos. Son elementos
pertenecientes al antiguo canon romano, y la forma del texto se fijó
probablemente en el siglo IV» [28].
El Supræ Quæ
es la segunda oración que sigue a la consagración. En ella se mencionan
los diferentes tipos de sacrificio hallados en el Antiguo Testamento,
es decir, los de Abel (inmolación de una oveja), Abrahán (ofrecimiento
de su hijo Isaac a Dios) y Melquisedec (consagración de pan y vino):
figuras del sacrificio de Cristo. Esta oración en particular se
encuentra en la Didajé, la Liturgia de Santiago y en el Diálogo con Trifón
de San Justino. «Las palabras concluyentes “…estos santos e inmaculados
sacrificios, esta Hostia pura, Hostia santa, Hostia inmaculada…” se
refieren a la profecía hallada en Malaquías 1, 6-14, que trata de un
sacrificio puro».
El meménto de los muertos también es una oración antigua. El libro de oraciones de Serapión
dice: «Oramos también por todos los difuntos a quienes conmemoramos
(los nombres se dicen a continuación). Santifica estas almas (Juan 17,
19), porque Tu conoces todo; santifica a todos los difuntos en el Señor y
permite que se unan con Tus santos ángeles, y dáles un lugar y un hogar
en Tu reino (Juan 17, 24)». No obstante, el texto es antiguo en forma, y
varios documentos muestran que en el siglo IV, tanto en el Este como en
el Oeste, se hacía una conmemoración de los muertos en la Misa, algunas
veces antes y otras veces después de la consagración [29]. El Misal Irlandés de Bobbio, escrito a principios del siglo VIII, coloca el meménto de los muertos en el mismo lugar en que se encuentra hoy.
Símaco nos dice que el Nobis Quóque Peccatóribus
menciona quince mártires venerados especialmente en Roma. Estos santos
fueron todos martirizados antes del término del siglo IV:
- San Juan Bautista (Profeta)
- San Esteban (Diácono)
- San Matías (Apóstol)
- San Bernabé (Discípulo)
- San Ignacio (Obispo)
- San Alejandro (Papa)
- San Marcelino (Sacerdote)
- San Pedro (Exorcista)
- Santa Felicidad (Mujer casada de Cartago)
- Santa Perpetua (Mujer casada de Cartago)
- Santa Águeda (Virgen de Sicilia)
- Santa Lucía (Virgen de Sicilia)
- Santa Inés (Virgen de Roma)
- Santa Cecilia (Virgen de Roma)
- Santa Anastasia (Viuda)
El Per Quem le sigue con elegancia, aunque en las liturgias galicanas y visigóticas era la conclusion del Supplices. La solemne doxología Per Ipsum
concluye el canon. Se hacen cinco señales de la cruz con la Hostia, y
luego es elevada junto con el Cáliz, acto que precedió por centurias la
elevación de la Hostia y el Cáliz en la consagración. Es una muy
apropiada conclusión al canon de la Misa. A través del sacrificio de
Cristo sobre la cruz, y por la incruenta representación de ese acto
terrible pero redentorio, se ofrece un honor infinito al Dios Trino. Las
pinturas de las catacumbas, particularmente la Fractio Panis,
igualmente prueban la antigüedad de la Misa y el canon. La Misa y el Pan
de Ángeles robustecieron y fortificaron a los primeros cristianos de
tal manera que el martirio fue deseado ansiosamente como prueba de su
fidelidad.
El
canon es la roca inmóvil sobre la que descansa la liturgia. Pocas obras
literarias retienen su vigor original después de varios siglos; con
todo, el canon de la Misa permanence tan vívido como siempre. Su
excelencia integral, su sabia doctrina y sus oraciones sublimes han
sobrevivido intactas hasta el siglo XX. Su antigüedad, su belleza
celestial y sus aspiraciones nobles la hacen una obra digna de Dios,
agradable a Dios. En todos los aspectos, ciertamente es una obra de
Dios.
NOTAS
[1] Denz. 942.
[2] Rev. Joseph Jungmann, S.J., The Mass of the Roman Rite, p. 418.
[3] Rev. Joseph Husslein, S.J., The Mass of the Apostles, p. 319.
[4] Gálatas VI, 16.
[5] Lucas XXIV, 30.
[6] Hechos XII, 12.
[7] Carta al obispo Profuturo de Braga. En Patrología Latina 69, col 18.
[8] P. Pierre Batiffol, Leçons sur la Messe, París 1919.
[9] François Amiot, The History of the Mass, p. 76.
[10] Ibid., p. 18.
[11] Ibid., p. 77.
[12] Jungmann, op. cit., p. 33-37.
[13] Amiot, op. cit., p.17.
[14] Ibid., p. 81.
[15] Epist. 149 ad Paulinum.
[16] Dr. Nicholas Gihr, The Holy Sacrifice of the Mass, pp. 62-67.
[17] Denz. 876.
[18] De Sacramentis, IV, 4 c.f. Santo Tomás, Summa Theologíæ, parte IIIA, cuestión 78, art. 1.
[19] Amiot, op. cit., p. 90.
[20] Ibid.
[21] Santo.Tomás, op. cit., parte IIIA, cuestión 78, art. 3, respuesta a la objeción 9.
[22] Gihr, op. cit., p. 640.
[23] Disp. 60, secc. 3, N.º 2.
[24] P. Atanasio Bierbaum OFM, Pusillum, p. 72.
[25] Hebreos IX, 28.
[26] Juan XVII, 9.
[27] John A. McHugh y Charles J. Callan, Catechism of Council of Trent, p. 227.
[28] Amiot, op. cit., p.95.
[29] Jungmann, op. cit., pp. 237-48.
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