Traducción del artículo publicado por Aurelio Porfiri para GLORIA NEWS.
Ahora cualquiera (pienso) es consciente de la “cultura de la cancelación”, la cual afirma que la historia debe ser reescrita para adecuarse a la narrativa “del presente”. No hay duda que esta es una locura total, y por varias razones.
Primero, la historia (al menos en sus intenciones) es una reconstrucción de “lo que realmente fue” (“wie es eigentlich gewesen ist”), como dijo el influyente historiador alemán Leopold von Ranke (1795-1886).
Aparte de los sueños de algunos historiadores, sabemos que puede que nunca sepamos lo que pasó, porque tenemos solo fragmentos y se han perdido para siempre piezas, pero al menos podemos dar un esquema plausible del curso histórico.
Asumimos un viaje al pasado que puede ser distorsionado por los preconceptos de nuestro presente. Por tanto, debemos siempre ser cuidadosos sobre la perspectiva que adoptamos en nuestra investigación, o al menos, reconocer esta perspectiva.
Asumimos un viaje al pasado que puede ser distorsionado por los preconceptos de nuestro presente. Por tanto, debemos siempre ser cuidadosos sobre la perspectiva que adoptamos en nuestra investigación, o al menos, reconocer esta perspectiva.
La cultura de la cancelación elimina este problema leyendo toda la historia según una ideología del “presente” que ellos levantan con “estudios de género”, feminismo, igualitarismo, democratismo, liberalismo y demás laya.
Aparentemente, nosotros los cristianos somos maestros en esto, toda vez que la historia de la salvación es siempre interpretada para instruirnos en nuestro presente. Pero esta es historia que informa el presente, mientras que en el caso de la cultura de la cancelación es “un presente” (de cierto tipo) que informa a la historia.
Cuando derribamos estatuas o borramos ciertos autores, esta no es una lucha contra los absolutismos del pasado (sean religiosos, políticos o culturales), sino el establecimiento de un nuevo absolutismo que es muy peligroso. Esta es la entronización de una ideología multifacética que aquellos que la inventaron creen controlar cuando de hecho ella los controla y está profundamente opuesta a la libertad personal.
Es extraño que una cultura que ha acusado a la Iglesia de “sexofobia” y ha presumido de una “revolución sexual” y una “liberación” de todos los instintos, vaya a golpear a las personas por comportamientos que frecuentemente consisten simplemente en intentos humanos para resolver problemas en una forma imperfecta (¿cómo no?) o acercamientos quizá torpes.
Por ejemplo, la cultura de la cancelación considera “acoso” todo comportamiento masculino, volviendo al hombre “un bastardo” que es culpable sin importar qué.
La cultura de la cancelación es plan hipócrita usado para sentirse bien y moral después de enseñarle la puerta a Jesús. Es un medio por el cual una sociedad despierta continúa martillándose en la cabeza preguntándose por qué esto causa dolor.
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