martes, 14 de septiembre de 2021

DEL MODERNISMO AL COMUNISMO

Traducción del artículo publicado por Aurelio Porfiri en GLORIA NEWS.
  
Creo que no sea casual que en los mismos años a fines del siglo XIX se incubasen dos fenómenos perfectamente compatibles, como el modernismo católico y el marxismo/socialismo/comunismo. El Manifiesto del Partido Comunista de Karl Marx es de 1848, pero el proceso que llevará a los regímenes comunistas vendrá adelante en las décadas posteriores.
   
El magisterio nos ha enseñado que el comunismo y el catolicismo son incompatibles, pero ¿cuántos católicos han contribuido al evidente viraje a izquierda de la cultura católica, tan evidente en años recientes? Bien conocemos a los Cristianos por el Socialismo y otros movimientos similares que han intentado una síntesis que, a pesar de las buenas intenciones de algunos, siempre han fracasado.
  
   
Pío IX en la Encíclica Qui Plúribus de 1846 (¡Dos años antes del Manifiesto!) advertía claramente:
 
«A esto [se encamina] la nefanda doctrina que llaman del comunismo, contraria sobre todo al derecho natural, y que si una vez se llegase a recibir desaparecerían al punto los derechos personales, las cosas, las propiedades: la misma sociedad humana caería en irreparable ruina. A esto las negras asechanzas de aquellos que vestidos con piel de oveja, pero con ánimo de lobos carniceros se insinúan en hábito humilde, con mentidas apariencias de una piedad más pura, de una virtud y disciplina más severa; y son esos los que con suavidad sorprenden, con blandura engañan y matan a escondidas: los que arredran y alejan a los hombres de todo culto religioso, y hacen carnicería y matanza en el rebaño del Señor».
   
   
Hasta años recientes, todos los Papas posteriores han advertido claramente de este peligro, como Pío XI en 1937 en la Encíclica Divíni Redemptóris:
«Procurad, Venerables Hermanos, que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente perverso; y no se puede admitir que colaboren con él, en ningún terreno, quienes deseen salvar la civiliza­ción cristiana. Y si algunos inducidos al error, cooperasen a la victoria del comunismo en sus países, serían los primeros en ser víctimas de su ceguera; y cuanto las regiones, donde el comunismo consigue penetrar, más se distinguían por la antigüedad y la grandeza de su civilización cristiana, tanto más devastador se manifestará allí el odio de los “sin Dios”». 
   
Pero nada, no se quiso comprender que cristianismo y comunismo son incompatibles, en cuanto el comunismo es una forma terrena de mesianismo que aun en sus formas más liberales y democráticas ofrece una clara oposición a las sociedades que se quieren basar en los valores cristianos por medio del buenismo y la corrección política, nuevas herejías que amenazan el orden natural de nuestra civilización.
  
¿Cómo pudo penetrar el comunismo en la Iglesia?
«El cristianismo nació comunista, y el comunismo nació cristiano. Se trata, naturalmente, de entenderse si embargo, tanto en el significado de la palabra cristianismo, como en el significado de la palabra comunismo» (La Iglesia y el comunismo).
Esto decía en los años ‘40 Ernesto Buonaiuti, uno de los alfiles del modernismo católico, que por medio de la idea que la Iglesia debe encontrarse con el mundo moderno (y no evangelizarlo y transformarlo) ha contribuido a la expansión de la infección. En los primeros años del siglo XX, el mismo Buonaiuti afirmaba:
«Por otra parte, muchos sacerdotes jóvenes proclaman, no tan fuerte como para hacerse castigar del Vaticano, pero suficientemente para entenderse entre ellos, su abierta simpatía por el partido socialista» (Cartas de un sacerdote modernista).
Y él dice (en La Iglesia y el comunismo) cómo en amplios estratos de la Compañía de Jesús, otrora bastión de la doctrina, había penetrado a profundidad el germen modernista en sus múltiples manifestaciones:
«Hemos asistido a la aparición de un comunismo que no solo no es ateo, sino que se profesa enérgica y deliberadamente católico. Ya en el período de la ocupación nazi, este partido comunista católico ha tenido sus testigos. Un día, la crónica clandestina de Roma supo que fueron arrestados varios jóvenes que se decían comunistas católicos y que se reunían regularmente en el antiguo oratorio “de Caravita” [corrupción romana del apellido Gravita, cuyo era del padre jesuita Pedro Gravita, que construyó la capilla en 1631, N. del T.], cerca de la iglesia de San Ignacio, bajo la guía espiritual de los Padres jesuitas».
  
El antídoto a un veneno no es otro veneno. El comunismo no puede sino ser ateo porque está basado en el marxismo y el materialismo histórico.
   
Frecuentemente la fe es reducida a la ética, a un comportamiento de buenos ciudadanos eliminando del todo el elemento sobrenatural. Pero, repito, no pocos que se dicen católicos continúan corriendo tras las sirenas rojas.
  
También a esto a agradecer al modernismo, que abrió las puertas para hacer subvertir todo lo que buscaba oponerse a la furia destructora de un falso progreso.

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