miércoles, 6 de octubre de 2021

SANTA MARÍA FRANCISCA DE LAS CINCO LLAGAS


Nació como Ana María Rosa Nicoletta Gallo Bansini en los Quartieri Spagnoli (Barrio Español) de Nápoles (Italia) el 25 de Marzo de 1715. Su padre Francisco Gallo era un tejedor, hombre de terrible mal genio. La mamá Bárbara Bansini era una mujer extraordinariamente piadosa, la cual antes del nacimiento de la niña, ante los tratos tan violentos de su esposo y ante el misteriosos sueños que había tenido, le consultó el caso a San Francisco de Jerónimo, el cual le profetizó que tendría una hija a la cual Dios le hablaría por medio de revelaciones.
   
Desde muy pequeñita fue obligada por su padre a trabajar muchas horas cada día en su taller de hilados. Pero la mamá aprovechaba todo rato libre para leerle libros piadosos y llevarla al templo a orar. El párroco, admirado de su piedad y viendo que se sabía de memoria el catecismo, la admitió a los 8 años a la Primera Comunión, y al año siguiente la encargó de preparar a varios niños.
   
Las demás obreras de la fábrica comentaban: «María Francisca trabaja las mismas horas que nosotras y hace el doble de hilados que las demás. ¿Qué será? ¿Vendrá su ángel de la guarda a ayudarla?». Y empezó a correr la noticia de que esta jovencita recibía especiales ayudas del cielo. Lo cierto es que cada día dedicaba cuatro o más horas a rezar, leer y meditar. Y cada mañana asistía muy devotamente a la Santa Misa.
   
Un domingo por la tarde, mientras preparaba unos niños a la Primera Comunión, de pronto se quedó callada como mirando a lo lejos y luego dijo: «José, Josecito: corre a tu casa que tu mamá te está necesitando. Ve allá enseguida». El niño salió corriendo y encontró que a la mamá le había dado un ataque y al caer había lanzado una lámpara encendida sobre un poco de ropa y se iba a producir un incendio. A tiempo pudo apagar las llamas y salvar la vida de su mamá. La noticia corrió por todo el barrio, y la gente empezó a comentar que a esta muchacha le enviaba Dios mensajes extraordinarios.
   
Como era hermosa, su padre le consiguió un novio de clase rica. Pero María Francisca le dijo que ella había prometido a Dios conservarse soltera y virgen para dedicarse a la vida espiritual y a ayudar a salvar almas. Su padre estalló en cólera y le dio violentos azotes. La encerró en una pieza a pan y agua por varios días. La jovencita aprovechó este encierro y este ayuno para dedicarse a orar y a meditar y a hacer penitencia. La madre logró hacer que un padre franciscano viniera a la casa y convenciera al furibundo padre para que dejara en libertad a su hija para escoger el futuro que más le agradara. El religioso logró convencer a Don Francisco Gallo a que permitiera que su hija se dedicara a la vida espiritual, en vez de obligarla a contraer matrimonio.
   
El 8 de Septiembre de 1731 recibió el hábito de Terciaria franciscana y siguió viviendo en su casa, pero con comportamientos de religiosa.
   
Como la gente comentaba que esta muchacha avisaba el futuro y leía las conciencias, un hombre de negocios le propuso a don Francisco que aprovechara las cualidades de su hija para conseguir mucho dinero. El papá le propuso entonces a María Francisca que se dedicara a adivinar la suerte a los demás y cobrara las consultas. Ella le dijo: «¿Papá, es qué has creído que yo soy adivina?». «No eres adivina», le respondió él, «pero eres una santa y lograrás que Dios te comunique el futuro de la gente». La joven le dijo humildemente: «¡Papá, yo no soy una santa. Yo soy una pobre criatura que lo único que hace es tratar de rezar con fe, pero no soy la que tú te estas imaginando. Y además nunca negociaré con lo que es de la religión!».
   
Entonces el padre la castigó ferozmente a latigazos y a duras penas la madre logró sacarla de sus manos. La joven corrió aterrorizada a casa del Sr. Arzobispo Francisco Pignatelli CR, el cual se fue ante el juez y logró que a ese hombre le pusieran una sentencia de que si en adelante azotaba a su hija tendría que pagar una multa. Esto hizo que no la azotara más.
   
María Francisca era muy devota de la Pasión de Cristo, por eso al hacerse terciaria Franciscana tomó el nombre de María Francisca de las Cinco Llagas. Y pasaba horas y horas meditando en la Pasión y Muerte de Jesús.
   
Frecuentemente mientras estaba en oración entraba en éxtasis (suspensión de la actividad de los nervios y de los sentidos, acompañada con visiones sobrenaturales). La Santísima Virgen se le aparecía y le traía mensajes. Pero también el demonio se le presentaba en forma de perro rabioso que la aterrorizaba. Afortunadamente descubrió que al hacer la señal de la cruz, y al pronunciar los nombres de Jesús, José y María lograba que el demonio saliera huyendo. Este fue el consejo que le oyó un día al crucifijo: «Cuando te asalten los ataques de los enemigos del alma haz la señal de la cruz, y además de invocar los nombres de las tres divinas personas de la Santísima Trinidad, debes decir varias veces: «Jesús, José y María”».
   
Una señora la invitó a visitar un enfermo, pero la llevó a una casa en donde se efectuaba un baile inmoral. Ella huyó precipitadamente y se libró de la corrupción.
   
Cuando su madre murió, María Francisca se dio cuenta de que ante el temperamento tan violento de su padre, ella tenía que abandonar el hogar. Y un santo sacerdote, Giovanni Pessiri, le permitió que fuera atenderle la casa cural en la calle Tre Re a Toledo. Allí estuvo los últimos 38 años de su existencia, y ese tiempo le sucedieron muchos hechos misteriosos.
   
Un día estaba barriendo la sacristía cuando oyó una voz que le decía: «María Francisca, huye, sal huyendo rápido». Ella salió corriendo y minutos después se desplomó el techo de la sacristía. Así salvó su vida.
   
Cuando rezaba el viacrucis iba sufriendo algunos dolores parecidos a los que Jesús sufrió en el Huerto de los Olivos, en la flagelación, en la coronación de espinas, al llevar la cruz a cuestas y al ser crucificado. Cada Viernes Santo entraba en agonía como si estuviera muriendo en una cruz. Y todo esto lo ofrecía por la conversión de los pecadores, y el descanso de las benditas almas del Purgatorio. Las gentes decían: «María Francisca saca más almas del Purgatorio ella sola con sus sufrimientos, que todos nosotros con nuestras oraciones».
   
Unos de los fenómenos más extraordinarios de esta santa sucedieron durante la comunión. En tres ocasiones la Santa Hostia voló a posarse en sus labios. Una vez mientras el sacerdote decía: «Este es el Cordero de Dios…», la hostia que él tenía en la mano salió volando y fue a colocarse en la boca de la santa. Otra vez voló desde el Copón, y una tercera vez, al partir el celebrante la hostia grande, un pedazo de ella voló hacia la fervorosa mística que estaba aguardando turno para comulgar.
   
En la Navidad de 1741, el Niño Jesús le habló y le dijo: «Quiero que seamos amigos para siempre». Fue tan grande la emoción de ella al oírle esto a Nuestro Señor, que quedó ciega por 24 horas. Después recobró otra vez la vista y el resto de su vida lo dedicó por completo a amar a Jesús y a hacerlo amar por los demás.
   
Le aparecieron las cinco llagas o heridas de Jesús en su cuerpo. Su salud era muy defectuosa y las enfermedades la hacían sufrir enormemente. Cuando su padre estaba moribundo le pidió a Dios que le pasara a ella los dolores que el pobre hombre estaba padeciendo, y así sucedió con espantables sufrimientos para la santa mujer. Pero con estos sufrimientos logró convertir a su papá y a muchos pecadores más. En sueños veía a varias almas del Purgatorio que le suplicaban ofreciera por ellas sus sufrimientos ya sí lo hacía. Muchas personas la trataron muy mal y ella ofrecía con paciencia estos malos tratos rezando por quienes le ofendían, y tratando bien a quienes le trataban mal. Las gentes murmuraban contra ella y le inventaban lo que no era cierto, pero ella callaba, para asemejarse a Jesús que callaba en su Pasión. A su director espiritual le dijo un día: «He sufrido en mi vida todo lo que una persona humana puede sufrir. Pero todo ha sido por amor a Dios». Y le añadía: «¡Padre, sed muy bondadoso con las personas que os vienen a consultar. No seáis duro con nadie!».
   
Anunció que iban a llegar muy pronto unos sufrimientos terribilísimos para la Iglesia Católica (y en aquellos años llegaron las feroces persecuciones de la Revolución Francesa que ocasionaron tantísimas muertes de católicos). Pidió a Dios que no permitiera que ella presenciara estos desastres, y murió cuando estaban empezando.
   
El 6 de Octubre de 1791 murió santamente. Beatificada por el Papa Gregorio XVI el 12 de Noviembre de 1843, el 29 de Junio de 1867 el Sumo Pontífice Pío IX la declaró santa.
  
ORACIÓN
Oh Señor Jesucristo, que entre las dotes que hiciste a la bienaventurada virgen Santa María Francisca está el admirable desprecio del mundo, concédenos te suplicamos, por sus méritos e intercesión, despreciar lo terreno y buscar siempre las cosas celestiales. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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