jueves, 1 de septiembre de 2022

ENCÍCLICA Allátae Sunt, SOBRE LOS RITOS ORIENTALES

La Iglesia Católica, desde que acaeció el Cisma de Oriente y aún antes, siempre mantuvo su atención puesta en aquellas naciones a las cuales el devenir político había causado que se apartaran de la Unidad, y manifestó su esperanza de que un día retornen a ésta, garantizándoles su liturgia y disciplina en tanto permanecieran acordes a la Oración y Creencia. Con esto en mente, el Papa Benedicto XVI publica la encíclica Allátæ Sunt regulando la labor que los misioneros en Oriente deben realizar, prohibiendo la latinización. Es un documento poco conocido, y por primera vez lo presentamos traducido al Español.
   
ENCÍCLICA Allátæ Sunt DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XIV, SOBRE LOS RITOS ORIENTALES
  
A los Misioneros destinados al Oriente. Dilectos Hijos, salud y Bendición Apostólica.
1. Ha llegado a la Congregación de nuestros Venerables Hermanos Cardenales de la Santa Romana Iglesia encargada de los asuntos de la Propaganda Fide la carta de un Sacerdote asignado como misionero en la ciudad de Balsera, que comúnmente llaman Basora, que dista de Babilonia quince días de viaje y que es celebérrima desde el punto de vista comercial. En tal carta cree oportuno exponer que en aquella ciudad residen muchos católicos de rito oriental, esto es, Armenios o Siríacos que, careciendo de una iglesia específica, se reúnen en la iglesia de los misioneros latinos donde sus Sacerdotes ofrecen el Santo Sacrificio según su rito particular y realizan otras ceremonias sagradas. Los laicos participan en estos sacrificios y reciben los Sacramentos de los mismos Sacerdotes. De ahí surge la ocasión para preguntar si los dichos Armenios y Siríacis deben observar su propio rito o si se debe suprimir la variedad en la misma Iglesia, en la cual también los Latinos, como habíamos dicho, se reúnen y no sería más lógico que los Armenios y Siríacos, dejado el antiguo calendario, abracen el nuevo en las cuestiones que conciernen a los tiempos de la Solemnidad Pascual y de la Comunión anual, como también de la CuareSma y los días de fiesta, tanto móviles como fijos. Aún más, si a los predichos Armenios de Balsera y a los Siríacos se les ordena observar el nuevo calendario, pregunta si esto se debe prescribir también a los otros Orientales que tienen un templo particular pero tan angosto que es considerado inidóneo para hospedar las sacras funciones en modo decoroso, tanto así que para la mayoría de estas se reúnen en la iglesia de los Latinos.
  
LA ABSTINENCIA DEL PESCADO
2. Además, el mismo Misionero informa a la referida Congregación por qué –mientras a los Católicos Orientales Armenios y Siríacos se les ordena que se abstengan de pescados en los días de ayuno– hay muchos de ellos que no observan esto, no por cierto desprecio, sino en parte aguzados por la fragilidad de la naturaleza y porque ven que los Católicos Latinos tienen otra tradición: por ello no le parece extraño si se le da al Misionero la facultad de permitir, no a todos, sino en particular a éstos o aquellos, de comer pescado en tiempo de ayuno, de modo que no nazca escándalo alguno y estén obligados a hacer otras obras de piedad en lugar de la abstinencia de los pescados.
  
PROHIBICIÓN DE LAS DISPENSAS
3. Estas cuestiones, como hemos dicho, fueron propuestas por el dicho Misionero a la Congregación de Propagánda Fide que, según la costumbre, remite el mismo objeto de examen a la Congregación General de la Inquisición. Ésta se reunió ante Nos el 13 de Marzo del corriente año 1755 y con el consenso unánime de los Cardinales se decidió que “nada debía ser innovado”. Nosotros mismos habíamos confirmado esto con Nuestra autoridad, siguiendo sobre todo el Decreto en otro tiempo emanado por la dicha Congregación de Propaganda Fide el 31 de Enero de 1702, que luego fue confirmado y renovado no una sola vez, y es de este tenor: “A instancias del Rev. Padre Don Carlo Agostino Fabrono, Secretario, la Sacra Congregación ordenó mandar, como en el presente decreto se estipula, a todos y cada uno de los prefectos de las Misiones Apostólicas y a los Misioneros, que en adelante ninguno de ellos, en ninguna ocasión o bajo ningún pretexto, ose dispensar a los Católicos de ninguna nación oriental de los ayunos, oraciones, ceremonias y similares prescripciones del Rito propio de las mismas Naciones, y aprobadas por la Santa Sede Apostólica. Además la misma Sacra Congregación establece que no era ni es lícito a los referidos Católicos apartarse de las costumbres y de la observancia del Rito que les es propio, como quiera que ha sido aprobado por la Santa Iglesia Romana. Tal decreto, así confirmado y renovado, los mismos Eminentísimos Padres ordenaron se debe observar por entero y sin alguna hesitación por todos y cada uno de los susodichos Prefectos y Misioneros”. Tal decreto se aplica a los Católicos de la Iglesia Oriental y sus Ritos aprobados por la Sede Apostólica. A todos les es conocido que la Iglesia Oriental consta de cuatro Ritos: el griego, el armenio, el siríaco y el copto, cuyos ritos se entienden todos comprendidos en el único nombre de Iglesia Griega u Oriental, así como bajo el nombre de Iglesia Latina Romana se comprenden el Rito Romano, Ambrosiano, Mozárabe y los distintos Ritos particulares de las Órdenes Regulares.
4. Es tan claro el sentido del decreto que no necesita explicación alguna, por lo que esta Nuestra Carta Encíclica tiene el objetivo de que esta ley sea conocida por todos, para ser observada con mayor diligencia. Justamente se puede dudar de hecho que las cuestiones propuestas por el Misionero de Balsera dependen de la ignorancia de los decretos que ya mucho tiempo atrás fueron emanados. Pero puesto qe por muchos otros y frecuentes indicios somos inducidos a considerar que los Misioneros latinos ponen todo cuidado y empeño en esto: para convertir a los Orientales del cisma y del error a la unidad y la Santa Católica Religión, quitan del medio el rito oriental o al menos lo debilitan y atraen a los Católicos Orientales a abrazar el rito latino, no por otra razón, si no con el deseo de amplificar la Religión y de hacer una obra buena y grata para Dios, por eso reputamos apropiado (pues nos hemos decidido a escribir) con esta Nuestra Encíclica, el comprender en la forma más breve todo lo que, al parecer de esta Sede Apostólica, deben tener por norma en todos los casos en que los Orientales se conviertan a la Religión Católica, y lo que se debe observar con todos los Católicos Orientales que están en los lugares donde no habitan los Latinos o los Católicos Latinos cuando moran con los Católicos Orientales.
  
IGLESIAS ORIENTALES UNIDAS CON LA IGLESIA ROMANA
5. Por cierto, no se puede ignorar cuánto han hecho los Romanos Pontífices, casi desde los primeros tiempos de la Iglesia, para dirigir a la unidad los Orientales, después del funesto cisma de Focio, que en tiempo del Sumo Pontífice San Nicolás I, alejado violentamente San Ignacio, patriarca legítimo, ocupó la Sede de Constantinopla. San León IX, Nuestro predecesor, mandó sus embajadores a Constantinopla para eliminar este cisma que, apagado por casi dos siglos, Miguel Cerulario había reavivado; pero sus intentos fueron en vano. Posteriormente, Urbano II invitó a los Orientales al Concilio de Bari pero obtuvo poco fruto, incluso cuando San Anselmo, arzobispo de Canterbury, había puesto todo cuidado en reconciliarlos con la Iglesia Romana, y les había manifestado los errores en que se encontraban con la luminosidad de la propia doctrina. En el Concilio Lugdunense que el beato Gregorio X había convocado, el emperador Miguel Paleólogo y los Obispos griegos abrazaron la unidad de la Iglesia Romana; pero después, cambiado el parecer, se alejaron nuevamente de ella. En el Concilio de Florencia (bajo el Papa Eugenio IV), donde estuvieron presentes Juan Paleólogo y José, Patriarca de Constantinopla, con los otros Obispos Orientales, fe establecida la Unión y aceptada con la firma de todos. En el mismo Concilio las Iglesias de los Armenios y los Jacobitas  retornaron a la obediencia de la Sede Apostólica; luego el Pontífice Eugenio, partiendo de Florencia para Roma, recibió también los embajadores del Rey de los Etiopes y redujo a la obediencia de la Sede Romana a los Sirios, los Caldeos y los Maronitas. Pero luego, como se lee en el Evangelio de San Mateo, la semilla que cayó sobre la piedra no dio ningún fruto, porque no tuvo donde asentar las raíces: “Estos son aquellos que reciben con alegría la Palabra de Dios, pero no tienen raíces en sí: por lo que cuando viene la tribulación y la persecución por ocasión de la Palabra, enseguida se escandalizan” (Mt. 13, 20-21), así apenas Marcos, Arzobispo de Éfeso, cual nuevo Focio, buscó destruir la Unión y comenzó a alzar la voz en contra de ella, y el fruto deseado se perdió completamente.
6. Ítem, se demostraría ignorante de la historia quien no sepa que la unión con los Orientales fue hecha y confirmada de forma que se aceptase el dogma de la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, también que admitían como lícita la adición de la palabra Filióque hecha en el Credo, y que el pan fermentado y el ácimo fuesen materia de la Eucaristia. También que abrazaran el dogma del Purgatorio, de la visión beatífica y del Primado del Romano Pontífice; en una sola palabra, se puso todo cuidado para eliminar los errores contrarios a la Fe Católica, pero nunca se hizo que acaeciese algún daño al venerable Rito oriental. Pero también quien ignorase la presente disciplina de la Iglesia, sobre la cual no estuviese suficientemente documentado, sepa que los Romanos Pontífices, para nada desalentados por los insucesos de tiempos pasados, siempre pensaron llevar a los griegos a la Unión, como hacía poco habíamos expresado: siempre insistieron y aún hoy insisten en ello, así como claramente se comprende de sus palabras y acciones.
  
LA IGLESIA EN EL SIGLO XI: SAN LEÓN IX APOYÓ A LOS GRIEGOS
7. En el siglo XI, en Constantinopla, Alejandría y en el Patriarcado Jerosolimitano se encontraban diversas Iglesias latinas, en las cuales se observaba el Rito latino, así como en Roma no faltaban Iglesias griegas en las cuales se celebraban los sacros Misterios en el Rito griego. Miguel Cerulario, el impío instaurador del cisma, ordenó cerrar las Iglesias latinas. En cambio San León IX, Pontífice Romano, no volvió pan por hogaza, aunque pudiera hacerlo con extrema facilidad, y no cerró en Roma los templos de los Griegos, sino que quiso que permanecieran abiertos. Por eso, lamentándose de la injusticia cometida contra los Latinos, en su primera carta, en el capítulo IX, así escribe: “¡He aquí, bajo este aspecto, cuánto más discreta, moderada y clemente es la Iglesia Romana hacia ti! De hecho, habiendo dentro y fuera de Roma muchos monasterios e Iglesias de los Griegos, ninguno de ellos es turbado o le es prohibido seguir la tradición recibida o la propia de ellos: antes bien se les persuadió y exhortó a que las observaran”.
  
EL APOYO A LAS IGLESIAS GRIEGAS EN EL SIGLO XIII
8. A comienzos del siglo XIII, habiendo los Latinos conquistado Constantinopla y el Sumo Pontífice Inocencio III resuelto instituir en la ciudad un Patriarca latino al cual obedecieran no solamente los Latinos, sino también los griegos, aun así no dudó en declarar públicamente que él no quería interferir en los Ritos griegos, a menos que las costumbres por ellos acogidas constituyesen un peligro para las almas o estuviesen en contraste con la honestidad de la Iglesia. La decretal de este Papa, dada en el IV Concilio Lateranense, e informada en el tomo VII de la colección de los Concilios de Juan Harduin, en el cap. Licet de BaptísmoPor cuanto queremos excitar a los Griegos a la obediencia y a retornar a la Sede Apostólica, hoy queremos honrarlos sosteniendo, en cuanto nos sea posible con la ayuda de Dios, sus costumbres y sus Ritos, pero no queremos sostenerlos en lo que constituya peligro para las almas o derogación a la honestidad de la Iglesia”. Posteriormente Honorio III, quien sucedió enseguida a Inocencio, utilizó estas mismas palabras cuando le escribió al Rey de Chipre que deseaba dos Obispos para algunas poblaciones de su Reino, uno Latino para los Latinos que habitaban en ellas, y otro Griego para los Griegos que habitaban en los mismos territorios. Esta carta de Honorio se lee impresa en los Anales de Odorico Raynaldo (Año de Cristo 1222, n. 5).
9. De documentos similares abunda el siglo decimotercero. A este siglo pertenece la carta de Inocencio IV a Daniel, rey de Rusia, en Rainaldo (Año 1247, n. 29), el cual, alabando la especial devoción del Rey a la Iglesia Católica, concede que se conserven en el Reino mismo los Ritos que no repugnaran a la Fe de la Iglesia Católica, escibiendo así: “Por eso, carísimo Hijo en Cristo, propensos a tus súplicas, a los Obispos y a los otros Sacerdotes de Rusia, permitimos que sea lícito para ellos oficiar según su uso de pan con levadura y permitimos, en fuerza de la presente, que puedan observar los otros Ritos suyos que no sean contrarios a la Fe Católica que la Iglesia Romana profesa”. Aquí viene a propósito la carta del mismo Inocencio IV a Otón, Cardenal toscano, legado de la Santa Sede en la isla de Chipre, al cual había confiado el encargo de resolver algunas controversias surgidas entre los Latinos y los Griegos, como se aprende de su Constitución, que comienza “Sub Cathólicæ” y que en el viejo Bulario, tomo I, es registrada en el número 14: “Mas debido a que algunos Griegos ùltimamente están regresando a la devoción de la Sede Apostólica y obedecen con reverencia a ésta, conviene que, tolerando, en cuanto Dios nos permite, conserven sus costumbres y Rito en la obediencia a la Iglesia Romana, sin conceder nada a lo que sea peligroso a las almas y al honor de la Iglesia”. Después de haber dispuesto en la misma carta lo que se debía hacer por los Griegos, enumeró lo que pensaba se les debía permitir, y concluye con estas palabras: “Recordad pues al Arzobispo de Nicosia y a sus Sufragáneos latinos que no deben inquietar ni molestar a los Griegos y nada bajo nuestra deliberación”. El mismo Pontífice Inocencio IV, nombrando a su penitenciaro Lorenzo Minorita como delegado apostólico y dándole plena autoridad sobre todos los Griegos que habitaban en el Reino de Chipre, en los patriarcados Antioqueno y Jerosolimitano y también sobre los Jacobitas, Maronitas y Nestorians, sobre todas las cosas le recomendó: de poner bajo su autoridad a todos los Griegos, defendiéndoles de todas las molestias que pudieran causarles los Latinos: “Te recomiendo que protegiendo con la autoridad apostólica a los Griegos de aquellos lugares, como quiera que sean denominados, no permitas que sean turbados por molestias o violencias provenientes de los Latinos, haciéndoles pedir excusas completas y mandando a los mismos Latinos que cesen completamente de cosas similares”. Estas son las palabras de Inocencio al predicho Delegado Apostólico que son reportadas por Raynaldo (Anno 1247, n. 30).
10. Alejandro IV, sucediendo inmediatamente al Pontífice Inocencio, estando percatado de que la voluntad de su Predecesor había sido en vano y llegando a saber que las agitaciones entre los Obispos Griegos y Latinos existían aún en el Reino de Chipre, ordenó a los Obispos Latinos que dejasen ir a los Eclesiásticos Griegos a sus Sínodos, y declarándolos sujetos a los decretos sinodales agregó la siguente condición: “Acoger y observar los Estatutos Sinodales que no sean contrarios a los Ritos Griegos de la Fe Católica y que sean tolerados por la Iglesia Romana”. Adhiriendo a tan laudable ejemplo, el obisp Elías de Nicosia en sus decretos sinodales de 1340 insertó esta declaración: “Con esto no intentamos prohibir a los Obispos griegos y a sus súbditos seguir sus Ritos, que no sean contrarios a la Fe Católicas, en conformidad con el pacto publicado por el Romano Pontífice Alejandro, de feliz memoria, y respetado por los Griegos y Latinos del Reino de Chipre”. Todo esto se puede ver en la colección de Felipe Labbé (edición de Venecia, tomo XIV, pág. 279, y tomo XV, pág. 775).
11. A fines del siglo, se proclama la citada Unión de los Griegos y los Latinos en el Concilio General de Lyon, bajo el Sumo Pontífice beato Gregorio X, que envió a Miguel Paleólogo la Confesión de Fe y el decreto de Unión confirmado por el Concilio y jurado por los Legados Orientales, a fin de que el mismo Emperador y los otros Obispos Griegos lo suscribieran. Todo fue hecho por el Emperador y por los Orientales, agregando sin embargo esta condición que se contiene en la misma carta relacionada en su Raccolta por Harduin: “Mas pedimos a Vuestra Grandeza el permanecer en nuestros Ritos que usábamos antes del cisma, Ritos que no son contrarios a la Fe ni contra los Divinos Mandamientos” (Harduin, tomo VIII, pág. 698). Si bien la respuesta del Papa Gregorio a esta carta de los Orientales se ha perdido, porque él consideró bastante segura la Unión aceptada y suscrita por ellos, puede considerarse naturalmente que esta condición fue aceptada y aprobada por él. Y en verdad Nicolás III, sucesor de Gregorio, por medio de sus embajadores que envió a Constantinopola, con estas palabras reveló su ánimo, como informa Raynaldo en el año de Cristo 1278: “Acerca de los otros Ritos de los Griegos, la misma Iglesia Romana quiere que los Griegos, en lo que Dios permite, puedan perseverar en aquellos Ritos que tenían la aprobación de la Sede Apostólica siempre que con ellos no se viole la integridad de la Fe Católica ni se deroguen los sagrados estatutos de los Cánones”.
  
EN EL SIGLO XV
12. A lo respectivo en el siglo decimoquinto, puede bastar la supracitada Unión establecida en el Concilio de Florencia que, aprobada por el Papa Eugenio IV, Juan Paleólogo suscribió con esta nota: “Mientras no se cambie ninguno de nuestros Ritos”, como se puede ver por la Raccolta de Harduin (tomo IX, pág. 395). Pero no teniendo el ánimo de detallar las providencias singulares que fueron realizadas por los Romanos Pontífices en los siglos siguientes, subrayaremos algunas principales por las cuales se conozca manifiestamente que ellos han hecho todos los intentos a fin de que los Orientales cancelasen por sí mismos los errores que ocupaban sus almas, pero al mismo tiempo con claros argumentos los Pontífices habían manifestado que querían proteger y defender los Ritos que ellos habían practicado antes del cisma y con la aprobación de la Sede Apostólica; y nunca le habían pedido a los Orientales que querían ser Católicos, que abrazaran el Rito latino.
  
MÁS APOYOS
13. En la colección de documentos griegos, editada en Benevento, se encuentran dos Constituciones, de León X y de Clemente VII, en las cuales se regaña violentamente a aquellos Latinos que censuraban en los Griegos la observancia de las normas que en el Concilio de Florencia les fueron permitidas; sobre todo porque celebraban la Misa con pan fermentado, tomaban mujer antes de recibir las Sagradas Órdenes, y la conserbaban luego de haber recibido la ordenación, y porque daban la Eucaristía sub utráque spécie también a los niños. Pío IV en la Constitución Románus Póntifex (n. 75, tomo 2, del antiguo Bulario), mientras establece que los Griegos que habitan en las Diócesis de los Latinos están sujetos a los Obispos Latinos, enseguida agrega: “Con esto todavía no intentamos que los Griegos sean sustraídos de su Rito Griego o que sean impedidos por los Ordinarios locales o por otros en ninguna manera”.
14. Los Anales de Gregorio XIII recogidos por el Padre Giovanni Pietro Maffei SJ e impresos en Roma en 1742 informan muchas cosas que el mismo Pontífice hizo, aunque con poco feliz suceso, para convertir a la Fe Católica a los Coptos y los Armenios. Pero son relevantes sobre todo para nuestro argumento quellas que se leen en la Constitución 63 (en el nuevo Bulario al tomo 4, parte 3), y en otras dos, esto es, la 157 y la 173 del mismo Bulario (tomo 4, parte 4) a propósito de la fundación en Roma de tres Colegios establecidos por el mismo Pontífice para los Griegos, Maronitas y Armenios, en los cuales quería que los alumnos de dichas naciones fuesen educados de tal modo que permanecieran siempre en sus Ritos Orientales. Fue celebérrima la Unión de los Rutenos con la Sede Apostólica en tiempos del Papa Clemente VIII de feliz memoria, cuyos ducomentos se leen en los Anales del Venerable Cardenal César Baronio donde se expone el decreto hecho por los Arzobispos y Obispos Rutenos para realizar la Unión, con esta condición: “Salvad y observad por entero las ceremonias y los ritos del culto Divino y de los Santos Sacramentos, según la tradición de la Iglesia Oriental, corrigiendo solamente aquellos particulares que pudieran impedir la Unión misma, en modo que todo se haga según la costumbre antigua, como fue una vez” (edición romana del año 1596, tomo VII, pág. 682). Pero poco después para turbar la paz, se difundió el rumor que en la Unión habían sido suprimido todos los Ritos que los Rutenos habían usado en la divina salmodia, en el sacrificio de la Misa, en la administración de los Sacramentos y en las otras sacras ceremonias. Pablo V en 1615, en una Letra Apostólica en forma de Breve, que está impresa en la misma Raccolta de los Griegos, declaró su voluntad solemnemente con estas palabras: “Porque no contrastan con la Verdad ni con la Doctrina de la Fe Católica, y no excluyen la comunión con la Iglesia Romana, no ha sido ni es la intención, el pensamiento ni la voluntad en la Iglesia Romana de supimir o hacer desaparecer con la citada Unión [los Ritos Orientales]: ni se pudo ni puede opinar o decir eso, si no que los dichos Ritos fueron permitidos, concedidos y dados a los Obispos y al Clero Ruteno por la Apostólica benignidad”.
15. Conviene argüir fácilmente que las Iglesias que los Romanos Pontífices han concedido en Roma a los Griegos, a los Maronitas, a los Armenios, a los Coptos, a los Melquitas, y que al día de hoy existen, realizan abiertamente las sagradas funciones, cada una según el Rito propio. Aquí se puede citar oportunamente cómo el Papa Clemente VIII en su Constitución número 34 (parágrafo 7 del antiguo Bulario) estableció un Obispo griego en Roma, a fin de que administrase las Órdenes según el Rito griego, para los ítalo-griegos que habitaban las diócesis latinas. Seguidamente, por Clemente XII, nuestro inmediato Predecesor, con la Constitución Pastorális fue agregado otro Obispo griego, que tiene su sede en la Diócesis de Bisignano, para ordenar a los italo-griegos, a fin que los que habitan lejos de Roma no sean obligados a hacer un largo viaje para recibir las Órdenes del Obispo griego residente en Roma según la citada Constitución de Clemente VIII; ni mucho menos a los Obispos Católicos de los Maronitas, de los Coptos y de los Melquitas, que ocasionalmente vienen a Roma, les es negada la facultad de conferir las Órdenes según su propio Rito a los hombres de su propio pueblo, siempre que sean idóneos. También se puede añadir que cada vez que parece se debe modificar algo en la disciplina de los Orientales o de los italo-griegos, la Sede Apostolica lo hace precisando enseguida que nada debe tocarse del Rito Oriental o declarando abiertamente que se deben aceptar las cosas establecidas para los ítalo-griegos que habitan entre nosotros y están sujetos a la jurisdicción de los Obispos Latinos, y que en ningún modo deben extenderse a los Griegos Orientales que, separados de nosotros por largo tiempo, viven bajo sus Obispos Grecocatólicos.
16. Esto se aprende de cuanto fue aprobado por el Sínodo provincial de los Rutenos realizado en la ciudad de Zamoscia en 1720, del cual debimos ocuparnos personalmente, como Secretario de la Congregación del Concilio, por mandato de Benedicto XIII de feliz memoria. Es provechoso recordar que él secundó las propuestas de los Padres del mismo Concilio, por los cuales diversos Ritos vigentes entre los Griegos habìan sido restringidos o abolidos con decretos propios. De hecho, en 1724 aprobó el predicho Sínodo con una Letra Apostólica en forma de Breve, aunque con la siguiente declaración: “Con nuestra aprobación del Sinodo nada debe considerarse derogado en las Constituciones de los Romanos Pontífices nuestros predecesores ni en los decretos de los Concilios generales, emanados acerca de los Ritos griegos que, no obstante esta aprobación, deben siempre permanecer en vigor”. Lo mismo se deduce de muchas Constituciones nuestras que están contenidas en nuestro Bulario sobre los Ritos de los Coptos, de los Melquitas, de los Maronitas, de los Rutenos y de los Ítalo-Griegos en general, y en especial, sobre los Ritos del clero de la iglesia colegiata mesinense llamada Santa María “del Graffeo”, y en fin, del Rito Griego observado en la Orden de San Basilio. En la Constitución 87 (cf. Bulario de Benedicto XIV, tomo 1), sobre los Ritos de los Griegos Melquitas se lee: “Sobre los Ritos y las costumbres de la Iglesia Griega habíamos decretado que in primis se debe establecer que a ninguno fue, ni es lícito, bajo ningún título o color, o por cualquier autoridad o dignidad, así sea patriarcal o episcopal, innovar en algún punto o introducir cualquier cosa que mengüe la íntegra y exacta observancia de los mismos”. Además, en la precedente Constitución 57, que comienza con Etsi Pastorális (en la § 9, n. 1, que concierne a los Ítalo-griegos), se dispone: “Puesto que los Ritos de la Iglesia Oriental, provenientes en no pequeña parte de los Santos Padres, o transmitidos por nuestros antepasados, están talmente fijos en las almas de los Griegos y de los otros, los Pontífices Romanos nuestros Predecesores consideraron preferible y más prudente aprobar o permitir tales Ritos, en la medida que no sean contrarios a la Fe Católica, ni generen peligros a las almas, o deroguen la claridad de la Iglesia, que reconducirlos a las normas del ceremonial romano”. También se lee: “Ítem, aquello que en alguna región concedemos a los Ítalo-griegos (o consentimos, declaramos, prescribimos, ordenamos, entredecimos o prohibimos), o en Oriente fue concedido a los Griegos residentes bajo la jurisdicción de sus propios Obispos, Arzobispos o Patriarcas católicos, o en cualquier otra Nación Cristiana que practica Ritos aprobados o permitidos por la Santa Sede, por cualquier título jurídico o consuetudinario, o atribuido por cualquier otro modo legítimo, o por Constituciones Apostólicas, o por decretos de los Concilios generales o particulares, o de las Congregaciones de nuestros Venerables Hermanos Cardinales de la Santa Romana Iglesia en materia de los Ritos Griegos o de otros Ritos Orientales, intentamos que no sea perjudicado por algún suceso o que por ello se derive perjuicio” (Ibid., § 9, n. 24).
 
LA PROFESIÓN DE FE PARA LOS ORIENTALES
17. Por tanto, luego de pasar muchos otros testimonios, diremos libremente que los Pontìfices Romanos han puesto asiduo cuidado para confutar las herejías de las que surgió el cisma entre la Iglesia Oriental y la Occidenta, y por eso pidieron la detestación y abjuración de las mismas a los orientales que pedían retornar a la unidad de la Iglesia o de aquellos sobre los cuales se debe indagar si verdaderamente pertenecen a la unidad de la Sede Apostólica. Son dos las profesiones de fe, la primera de las cuales fue prescrita por Gregorio XIII (tomo 2 del antiguo Bulario Romano, n. 33); la otra fu e establecida por Urbano VIII entre los Orientales. Ambas fueron impresas por la tipografía de la Congregación de Propagánda Fide, la primera en 1623 y la otra en 1642. Posteriormente, en 1665 el Patriarca de Antiochia, natural de Hierápolis de la Siria, y el Arzobispo de los Sirios que habitan en la misma ciudad de Hierápolis, habían enviado a Roma su profesión de Fe, que fue dada a examinar al padre Lorenzo Brancati de Lauria OFM Conv., entonces consultor del Santo Oficio y después Cardenal de la Santa Romana Iglesia, quien presentó por escrito su parecer el 28 de Abril del mismo año, que fue aprobado por la Congregación y que se concluye con estas palabras: “Todo está bien, pero es de señalar a quienes corresponda, que enseguida realicen la profesión de Fe prescrita para los Orientales por Urbano VIII de feliz memoria, porque ésta contiene la abjuración de muchas herejías y otras cosas necesarias para estos distritos”.
  
CORRECCIÓN DEL EUCOLOGIO GRIEGO
18. Habiendo el enemigo, para sembrar cizaña, guiado el ánimo de algunos a tal grado de malicia para esparcir errores en los Misales, en los Breviarios y en los Rituales por los cuales los eclesiásticos y los otros clérigos fueron desviados, con decisión oportuna y luego de apropiado examen los Romanos Pontífices se encargaron de la impresión, por los tipógrafos de la Congregación de Propagánda Fide, del Misal Copto y Maronita, y así también del Eslavo y similares. No se debe ignorar cuánto trabajo y fatiga se empleó al corregir el Eucologio griego, que fue publicado en los últimos meses, corregido, en la Tipografìa de la misma Congregacióne. El examen de esta obra fue iniciado con gran esfuerzo bajo el Papa Urbano VIII e interrumpido luego de no mucho tiempo; y de nuevo fue asumido recientemente bajo Clemente XII, nuestro inmediato Predecesor; Dios altísimo Nos dio este gozo en tiempo de Nuestro Pontificado, luego de muchas vigilias, fatigas y discusiones llevadas por los Cardenales, Obispos, Teólogos y estudiosos de las lenguas orientales, que investigando devotamente, leyendo y releyendo, evaluando lo que debía ser leído y consultado, nos han dado una obra de absoluta profundidad, realizada con sistemática precisión y escrupuloso cuidado: una obra, que vemos con admiración, en la cual no fue absolutamente tocado el Rito griego, si no que permaneció intacto e íntegro, aunque en los tiempos precedentes entre nuestros teólogos no faltaron aquellos que, totalmente ígnaros de las liturgias orientales y de los Ritos vigentes en la Iglesia Oriental antes del cisma, reprobaban todo lo que era contrario al Rito de la Iglesia Occidental, el único que conocían bien. En una palabra, en atención al retorno de los Griegos y de los Cismáticos Orientales a la Religión Católica, la máxima preoccupación de los Romanos Pontífices fue la de extirpar radicalmente de las conciencias los errores de Arrio, Macedonio, Nestorio, Eutiques y Dióscoro, de los Monotelitas y de otros, en los cuales estaban desgraciadamente atrapados, quedando todavía a salvo e intactos los Ritos y la disciplina que observaban y profesaban antes del cisma, y lo que se funda en sus venerandas y antiguas Liturgias y Rituales. Los Romanos Pontífices no pidieron nunca que, volviendo a la Fe Católica, debiesen abandonar su Rito y abrazar el Latino: lo que habría llevado consigo tal devastación de la Iglesia Oriental y de los Ritos Griegos, cosa que no sólo nunca fue intentada, sino que fue, y es, totalmente ajena a los propósitos de esta Santa Sede.
19. De lo que hasta ahora se refirió ámpliamente, fácilmente se pueden extraer muchas conclusiones. Primero: que el Misionero que busca llevar a la unidad, con la ayuda de Dios, a los Cismáticos orientales y a los Griegos y alejar de sus almas los errores contrarios a la Fe Católica que sus antepasados abrazaron para tener un motivo, por abyecto que sea, para apartarse de la unidad de la Iglesia y sustraerse de la obediencia y el respeto al Romano Pontífice en cuanto jefe de la Iglesia Católica, debe dedicar a ello todos sus intentos y atenciones, y solamente a esto. En lo que concierne a los argumentos que el Misionero debe usar, puesto que los Orientales adhieren grandemente a sus Padres antiguos, la cosa ya está hecha por la diligente asiduidad del diligentísimo León Alacio y de los otros Teólogos famosos, los cuales demostraron, sin sombra de error, que los antiguos y más renombrados Griegos y nuestros Padres de la Iglesia occidental coinciden en todo lo relacionado al dogma y en la confutación de los errores en los cuales los Orientales y los Griegos están ahora miserablemente caídos. Por ello el estudio de estos libros indudablemente reportará la máxima utilidad. En verdad, los Luteranos en el siglo pasado intentaron llevar a los Orientales y los Griegos hacia sus errores. Lo mismo intentaron los Calvinistias, furiosos enemigos de la Presencia real de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía y de la transubstanciación del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre, y atrajeron a su partido al patriarca Cirilo I Lukaris, como se dice. Sin embargo, como los Griegos, aunque Cismáticos, concluyeron que con las herejías de Lutero iban contra la autoridad de sus Padres antiguos, particularmente de los Santos Cirilo, Juan Crisóstomo, Gregorio Niseno, Juan Damasceno, y contra los argumentos que encontraron en sus Liturgias para sostener la Presencia real y la Transubstanciación, no toleraron el ser engañados ni quisieron en modo alguno defeccionar de la verdad católica. Todo esto se deduce de Manuel Eschelestrato en la disertación De perpétua consensióne Orientális Ecclésiæ contra Lutherános bajo el título De transusbtantiatióne (tomo 2, pág. 717), de Actórum Ecclésiæ Orientális. Ellos en dos Sínodos condenaron unánimes al patriarca Cirilo, esto es, los dogmas Calvinistas publicados bajo su nombre, como se puede ver en Cristián Lupo (Concília Generália, et Provinciália, parte 5, y sobre todo en su disertación De quíbusdam locis, cap. 9, in finis). Por esto brilla también toda una esperanza sustancial, que las opiniones de los Padres antiguos, puestas a su vista, combatiendo sus nuevos errores, favorecen más que nunca nuestro Dogma Católico, tornando fácil el camino de su retorno y les inspiran una verdadera conversión. Luego se puede deducir una segunda consecuencia, que no solo no es necesario a los Orientales y los Griegos, para ser llamados a la vía de la unidad, que sean tocados y cambiados sus Ritos; en verdad eso siempre fue ajeno a las decisiones de la Sede Apostólica, que en esta materia de los sacros Ritos supo distinguir la cizaña del grano, cuando fue necesario. Tentativas de esa naturaleza son muy contrarias a la desideratísima Unión, como bien dice Fray Tomás de Jesús OCD en De Conversióne ómnium Géntium procuránda (libro 7, cap. 2): “Se debe también mostrar que la Iglesia Romana aprueba y permite que cada Iglesia adhiera a sus propios Ritos y a sus propias ceremonias, puesto que los Cismàticos están vinculadísimos a sus propios Ritos. Y para que la sospecha infundada de perderlos no les aleje de la Iglesia Romana, se debe oportunamente trabajar para que se persuadan que se conserven sus ceremonias”. Finalmente, de todo cuanto dijimos arriba se deduce este tercer principio: el Misionero que desea convertir a los Cismáticos orientales, no debe inducirlos a seguir el Rito Latino, porque sólo se le confió al Misionero una labor: llamar a los Orientales a la Fe Católica, no conducirlos al Rito Latino.
  
PROHIBIDA LA TRANSFERENCIA DESDE EL RITO LATINO AL RITO GRIEGO
20. Hecha la Unión que referimos arriba en el Concilio de Florencia, algunos Católicos Latinos que habitaban en Grecia, estimaron que les era lícito pasar del Rito Latino al Griego, atraídos quizás por  aquella libertad que estaba reservada a los Griegos, de conservar, después de recibir las Órdenes Sagradas, las mujeres con las cuales se habían casado antes de recibir el Orden. Mas el Máximo Pontífice Nicolás V cuidadosamente puso un remedio oportuno a esta corrupción, como se deduce por su Constitución (tomo 3, parte 3 del Bulario editado recientemente en Roma, pág. 64): “Llegó a nuestros oídos que en los lugares de la Grecia que están sujetos a los Católicos, muchos Católicos, con pretexto de la Unión, pasan desvergonzadamente a los Ritos Griegos. Estamos muy sorprendidos y no dejamos de sorprendernos, no sabiendo qué cosa les movió, de la disciplina y de los Ritos en los cuales nacieron y crecieron, a transferirse a Ritos forasteros: de hecho, aunque son laudables los Ritos de la Iglesia Oriental, no es lícito sin embargo, mezclar los Ritos de las Iglesias, y el Sacrosanto Sínodo Florentino nunca lo ha permitido”. Puesto que el Rito Latino es el que usa la Santa Iglesia Romana, que es Madre y Maestra de las otras Iglesias, debe preferirse a todos los otros Rito. De ahí se deduce que no es lícito pasar del Rito Latino al Griego, ni es pacífico el retornar al antiguo Rito Griego a quienes una vez pasaron al Latino desde el Rito Griego u Oriental, como aparece claro en Nuestra Constitución Etsi Pastorális (en Nuestro Bulario, tomo 1, 57, par. 2, n. 13), a menos que intervengan circunstancias importantes que persuadan de conceder una dispensa por esta razón, como ha pasado y aún hoy sucede en el Colegio de los Maronitas de esta nuestra Urbe, en el cual, cuando se encuentra cualquier Sacerdote de la Compañía de Jesús que, entrando en Congregación, obtiene la dispensa de pasar al Rito Latino, tal vez por eso es dispensado, para celebrar la Misa en la Iglesia de dicho Colegio en Rito Siríaco y Caldeo y recitar el Divino Oficio según el mismo Rito. Por demás, puede enseñar el mismo Rito a los alumnos inscritos en el mismo Colegio. Esto aparece claramente en diversos decretos del Santo Oficio, uno datado a 30 de Diciembre de 1716, uno a 14 de Diciembre de 1740, además de otro más reciente que Nos hemos ordenado expedir el 19 de Agosto de 1752.
  
DEL PASO DEL RITO GRIEGO AL LATINO
21. Eso en lo concerniente al paso del Rito Latino al Griego. Ahora pues, hablando del paso del Rito Oriental y Griego al Latino, se puede libremente afirmar que este pasaje no está tan prohibido como el primero; pero no es lícito al Misionero inducir al Griego ni al Oriental deseosos de tornar a la Unidad de la Iglesia Católica, a abandonar el Rito propio, porque de este modo de proceder pueden derivarse gravísimos daños, como anteriormente dijimos. Los Católicos Melquitas voluntariamente una vez pasaron del Rito Griego al Latino: pero esto les fue prohibido, y los Misioneros fueron amonestados a no aconsejar aquel tránsito, cuyo permiso está reservado al juicio exclusivo de la Sede Apostólica, como está manifiesto en Nuestra Constitución Demandátam del Bulario (tomo 1, 85, paragrafo 35): “Además, a todos y cada uno de los Melquitas Católicos, que observan el Rito Griego, prohibimos expresamente el pasar al Rito Latino. A todos los Misioneros ordenamos, bajo las penas que más abajo serán indicadas y las otras que se establezcan a nuestro juicio, de no presumir de hacer pasar a ninguno de ellos del Rito Griego al Latino, ni lo permitan a aquellos que lo desean, sin haber consultado a la Sede Apostólica”. Del mismo tenor son los decretos de Urbano VIII, Nuestro Predecesor, sobre el Rito Greco-Ruteno, emitidos en su presencia por la Congregación de Propagánda Fide el 7 de Febrero y el 7 de Julio de 1624. Aunque pareciese justo el dejar libre facultad a los Ítalo-griegos de pasar del Rito Griego al Latino, toda vez que están entre nosotros y están sujetos a un Obispo latino, todavía se mantiene que se solicite la autorización de la Sede Apostólica si se trata de Eclesiásticos, tanto Seculares como Regulares; si los laicos han pedido este pasaje, basta el permiso del Obispo, que puede moderadamente concederle por justa y legítima causa a ciertas personas, pero nunca a una comunidad entera. En este último caso se requiere siempre la autoridad de la Sede Apostólica, como se puede ver en Nuestra multicitada Constitución Etsi Pastorális (17, § 2, n. 14, del primer tomo de nuestro Bulario).
 
PRIMERA CATEGORÍA: ALGUNOS GRIEGOS INSISTEN QUE LOS LATINOS SIGAN SU RITO
22. Si se quisiese sostener a los Orientales y los Griegos que, abjurando la herejía y retornando a la Unidad, pueden legítimamente ser atraídos y solicitados a denunciar sus Ritos propios y abrazar enteramente el Rito Latino, tanto más porque en otros tiempos fue aprobado, y todavía hoy se aprueba, que los Orientales y los Griegos sigan cualquier Rito Latino, se responde que no es oportuno. De hecho, los Orientales y los Griegos constituyen como dos categorías: La primera es la de aquellos que, no contentos en ningún modo con cuanto les fue permitido por la Sede Apostólica para conservar la Unión, son llevados fuera de los confines de la honestidad, sosteniendo que cuanto han observado ellos es de buen derecho, y que los Latinos están en error porque no siguen las mismas cosas. Por ejemplo el pan ácimo: los Griegos y los Orientales, para ser Católicos, deben declarar que el pan, sea ácimo o fermentado, es materia válida del Sacramento de la Eucaristía y que es necesario que cada Iglesia siga su propio Rito. Por tanto, quien contesta al Rito Latino, que en la consagración de la Eucaristía usa el pan ácimo, se aleja de la verdad y cae en el error. El monje Hilarión en su Oración Dialéctica que León Alacio traduce del griego al latín (tomo 1 de Grǽciæ Orthodóxæ, editado en la imprenta de la Congregación de Propagánda Fide en 1652, pág. 762) así se expresa: “Os he escrito, Griegos amicísimos, no acusando vuestro pan que, adorando, venero como a nuestro pan ácimo, sino para lamentar y decir que vosotros no os comportáis honestamente ni como conviene a un cristiano, cuando ofendéis el pan ácimo de los Latinos con palabras y obras, y os obstináis en la injuria: en los dos, de hecho, como se ha dicho, está Cristo presente”. He aquí un ejemplo de la libertad dejada a la Iglesia Oriental y Griega: aquellos que en ella son investidos de las Sagradas Órdenes y también del Sacerdocio pueden conservar las mujeres que tomaron antes de la Ordenación, como claramente reza el Canon Áliter (dist. 31, cap. “Cum olim, de Cléricis conjugátis”). Los Romanos Pontífices, reflexionando que esto no era contrario ni al derecho Divino ni al natural, pero sólo a las reglas eclesiásticas, consideraron oportuno dejar esta costumbre vigente entre los Griegos y los Orientales para que no se les diese ocasión de alejarse de la Unidad por causa de la extirpación impuesta por la autoridad Apostólica, como bien explica Pedro Arcudio en su Concordia (libro 7, cap. 33). Todavía, ¿quién lo creyera?, no faltaron, ni faltan, entre los Griegos y los Orientales, algunos que injurian a la Iglesia Latina en cuanto contraria al matrimonio porque, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, ha conservado y conserva el celibato en sus Subdiáconos, Diáconos y Presbíteros. Se puede leer en Hincmaro de Reims (Obras, tomo 2, epist. 51). Un tercer ejemplo lo dan algunos Coptos, cuyo Rito prescribe que después del Bautismo enseguida se confiere la Confirmación; tal costumbre no es de la Iglesia Occidental, que lo más que le pide a los Confirmandos es estar en edad tal que puedan distinguir el bien del mal. La Iglesia Romana no se opone a la antigua costumbre de los Coptos. Pero (¿quién lo creyera?) entre ellos hay algunos que refutan, sin embargo, el Bautismo de los Latinos porque después del Bautismo no es administrada la Confirmación. Por eso en nuestra Constitución 129 que inicia Eo quámvis témpore (tomo 1 de nuestro Bulario), justamente son reprendidos y condenados: “Como a la bondad y a la paciencia de la Sede Apostólica puede parecer coherente que los Coptos perseveren en su costumbre, así no se debe tolerar que ellos consideren con repugnancia el Bautismo conferido en el Rito Latino y separadamente de la Crisma”.

SEGUNDA CATEGORÍA: LOS GRIEGOS QUE SIGUEN ALGUNOS RITOS LATINOS
23. Otro grupo es constituido por aquellos Orientales y Griegos que mantienen en gran parte sus Ritos y también, venerando los Ritos Occidentales y Latinos, siguen algunos, por inveterada costumbre respetada por sus Obispos, y además expresa o tácitamente confirmada por la Sede Apostólica. En esta categoría se pueden contar los Armenios y los Maronitas que dejaron el pan fermentado y ofrecen la Eucaristía con el pan ácimo como los Latinos, como lo testimonia Abrahán Echellense en su Eutýchio Vindicáto, pág. 477. Algunos atribuyen esta disciplina de los Armenios a San Gregorio Iluminador, primer Obispo de los Armenios, que a inicios del siglo IV, bajo el rey Tiridates, consiguió la corona del martirio; otros al Pontífice San Silvestre, o la declaran aceptada por San Gregorio Magno en las negociaciones iniciadas con la nación Armenia y que sono indicadas por el Sumo Pontífice Gregorio IX en sus cartas al rey de Armenia, referidas por Rainaldo (año 1139, n. 82). Que esta disciplina fue dada por la Iglesia Romana a los Armenios lo testifica el Patriarca Gregorio VII de Cilicia de los Armenios en una carta al monje Haitón, padre del rey León de Armenia, como se lee en la Conciliatiónis Ecclésiæ Arménæ cum Romána (tomo I, pág. 449-450) de Clemente Galano: “Porque de la Santa Iglesia Romana hemos recibido la conmixtión, como también de la misma recibimos el pan ácimo, la Mitra episcopal y el modo de signar la Cruz”. También es antiquísima e inmemorial entre los Maronitas la costumbre del pan ácimo, como se sabe por Juan Morino CO en la Præfatióne ad Maronitárum Ordinatiónes y por la Biblioteca Orientale de José Simón Assemani (tomo 1, pág. 410). Además lo testifica el Sínodo Nacional realizado en el monte Líbano en 1736 y por Nos confirmado en Nuestra Constitución Singuláris (31, tomo 1 de Nuestro Bulario), en cuyo capítulo 12, sobre el Sacramento de la Eucaristía, cuando se habla del pan ácimo, se leen estas palabras: “Esta costumbre en nuestra Iglesia y entre los Armenios en Oriente ha permanecido desde tiempo inmemorial, y podemos citar documentos auténticos sobre este hecho”. Con este ejemplo de los Armenios y de los Maronitas, el Cardenal Basilio Besarión, a quien primero fue confiada la Abadía de Grottaferrata en la Diócesis de Túsculo (Frascati), obtiene que los Monjes Griegos que en ella se encontraban pudiesen consagrar pan ácimo, como se puede leer en Nuestra Constitución 33, Inter multa (parágrafo Ut autem, tomo 2º de nuestro Bulario). Esto fue siempre observado, y también se observa en la iglesia colegiata de Santa María de Grafeo, ubicada en la Diócesis de Messina, a cuyo clero le fue permitido mantener el Rito Griego (como se puede leer en nuestra Constitución 81, que comienza Romána Ecclésia, § 1, tomo 1 de nuestro Bulario), aunque, hablando en términos generales, los sacerdotes Ítalo-griegos presentes en Italia y en las islas adyacentes observan su disciplina de celebrar la Eucaristía con pan fermentado, y los Sacerdotes, tanto de Rito Latino como los de Rito Griego, son a menudo advertidos de no dejar de consagrar la Eucaristía y distribuirla cada uno según su Rito propio, como está declarado en nuestra Constitución que comienza con Etsi Pastorális (57, § 1, n. 2; y § 6, n. 10 y ss. de nuestro Bulario, tomo 1).
24. En algunos siglos se afirmó el uso de dar la Eucaristía a los infantes después del Bautismo, con la convicción de que era necesario para la eterna salvación de ellos, pero por puro Rito y tradición entonces en auge, como sabiamente dijeron los Padres del Concilio de Trento (sesión 21, cap. 4). Entre los errores de los Armenios que fueron condenados por el Sumo Pontífice Benedicto XII, el quincuagésimo octavo en la lista de Rainaldo (Año 1341, § 66: Memorial Cum dudum), se registra el que, según el cual, para la salvación eterna de los infantes y para la validez del Bautismo conferido a ellos, además de la Crisma se debía adminstrar también la Eucaristía. En la Iglesia Occidental desde hace más de cuatrocientos años no se da a los infantes la Eucaristía después del Bautismo. Pero no se puede negar que en los libros de los Rituales Orientales se cita el Rito de la Comunión para los infantes después del Bautismo. Simón Assemano el Joven en su Códice Litúrgico, libro 2, pág. 149, informa la regla de la administración del Bautismo entre los Melquitas; y en la pág. 309 expone el ordo del Bautismo de los Sirios codificado por el obispo Monofisista Filoxeno de Mabbügh; en la pág. 306 reproduce otro del Ritual antiguo del patriarca Severo de Antioquía, precursor de los Monofisistas; en el libro 3 del mismo Códice (pág. 95 y pág. 130), presenta otros dos ordos observados entre los Armenios y los Coptos al dar el Bautismo: en todos se ordena que a los infantes se les dé la Eucaristía después del Bautismo. Santo Tomás (Suma Teológica, parte III, cuestión 80, art. 9, respuesta a la objeción 3ª), aseguró que esta costumbre duró entre algunos Griegos hasta sus tiempos. Posteriormente Arcudio nel libro 3, De Sacraménto Eucharistíæ, cap. II, escribe que esta era la disciplina de los Griegos, pero poco a poco algunos de ellos la abandonaron por la dificultad que encontraban al administrar la Comunión a los infantes después del Bautismo. En las actas del Sínodo celebrado en el monte Líbano el 18 de Septiembre de 1596 bajo el Patriarca Sergio I de Antioquía de los Maronitas, y que fue presidido por el padre Jerónimo Dandino SJ, legado del Papa Clemente VIII, se leen estas palabras: “Puesto que no es posible dar la Comunión de Cristo a los infantes sin grande indecencia y sin ofender al venerable Sacramento, en adelante todos los Sacerdotes deben evitar admitirlos antes del uso de razón” (Ibid, can. 7). Del mismo parecer son los Padres del Concilio de Zamoscia de 1720 (en el § 3 del De Eucharistía). Otro tanto es confirmado en las Actas del Concilio del Líbano de 1736, como se lee en el cap. 12 (De Sanctíssimo Eucharistíæ Sacraménto, n. 13), cuyas palabras son estas: “En nuestros antiguos Rituales, como en el antiguo Ordo Romano y en los Eucologios Griegos, al Ministro del Bautismo le es prescrito claramente de darle a los niños purificados por el Bautismo y con la Crisma el Sacramento de la Eucaristía; pero por la reverencia debida a este augustísimo Sacramento y porque no es necesario a la salvación de los niños e infantes, ordenamos que a los infantes, cuando sean bautizados, no se les dé la Eucaristía, y menos sub spécie Sánguinis”. Lo mismo fue establecido en nuestra Constitución Etsi Pastorális para los Ítalo-griegos (en nuestro Bulario, 57, § 2, n. 7, tomo 1).
  
DE LA COMUNIÓN Sub utráque spécie
25. Del uso de dar la Eucaristía sub utráque spécie también a los legos, según la disciplina oriental y griega, hablan difusamente Arcudio en la Concórdia Ecclésiæ Occidentális et Orientális in septem Sacramentórum administratióne (libro 3, cap. 4), y León Alacio en la primera nota de De Ecclésiæ Occidentális atque Orientális perpétua consensióne (pág. 1614 y ss.). En el Colegio griego que fue establecido en Roma, como dijimos, por Gregorio XIII, fue establecida la ley que el idioma Griego se conserve en aquel Rito, como testifica León Alacio en su Tractátus de ætáte et interstítiis (pág. 21), según las Constituciones del Colegio mismo, confirmadas por el Sumo Pontífice Urbano VIII: los alumnos deben confesarse cada ocho días y comulgar cada quince días, además de las fiestas solemnes y en las domínicas de Adviento y Cuaresma observando el Rito Latino; en las fiestas más solemnes, esto es, en Pascua, Pentecostés y Navidad, les es mandado recibir la Eucaristía sub utráque spécie con el Rito Griego, esto es, con pan leudado, inmixtionado en la Sangre, para lo cual el Sacerdote usa una pequeña cuchara que pone en la boca de quien comulga. El mismo Rito se observa con todos los otros Griegos, que en aquellos días se reúnen para la Misa mayor, o que en los otros días del año en la iglesia del Colegio Griego piden que les sea administrada la Eucaristía con el Rito Griego. Pero para los Ítalo-Griegos en la recordada Constitución Etsi Pastorális (57, § 6, n. 15), la Eucaristía sub utráque spécie es permitida sólo en aquellos lugares en los cuales se conserva el Rito de esta Comunión; mas en los otros lugares, donde el mismo Rito es obsoleto, la Comunión sub utráque spécie está prohibida. De esta disciplina o Rito de la Comunión sub utráque spécie, aunque aceptado en toda la Iglesia Oriental, algunos Griegos y Orientales poco a poco se han alejado. Lucas Holstenio, hombre famoso, en la carta a Bertoldo Nimisio, que se lee impresa en los Opúsculis Grǽcis ac Latínis de León Alacio (pág. 436), refiere haber dado la Eucaristía en la Basílica Vaticana a un Sacerdote Abisinio que, debiendo comulgar, se acercó con otros a la Sacra Mesa. Habiéndole administrado la Comunión bajo la sola especie del pan, a él mismo y a los otros hombres de la Iglesia de Etiopía les fue preguntado si, según el Rito de su patria era acostumbrado recibir la Eucaristía sub única spécie, tanto en la liturgia solemne como en la cotidiana participación en la Eucaristía, y también cuando en inmediato peligro de muerte la recibían por Viático. Él (Holstenio) manifiesta que le fue respondido que siempre se administraba la Eucaristía bajo la única especie del pan y que esta era la antigua disciplina que aún permanecía en la Iglesia Etiópica. Entre las declaraciones enviadas al Sumo Pontífice Gregorio XIII por el Patriarca de los Maronitas se encuentra esto: “Nosotros celebramos la Misa solo con ácimo; pero nuestros laicos comulgan sub utráque spécie”. Le responde el Papa: “Si quieren consagrar en ácimo, no parece que se les deba prohibir, mas los laicos deben ser disuadidos de la  Comunión sub utráque spécie; de hecho Cristo está presente por entero en una sola especie, y en el uso del cáliz hay gran peligro de efusión”, como es posible leer en la laureada obra de Tomás de Jesús OCD De conversióne ómnium géntium (pág. 486 y ss.). También los Padres del Concilio del Líbano celebrado en 1736 (parte 2, cap. 12, n. 21), adhiriendo a esta orientación establecieron: “Adhiriendo a las leyes de la Santa Iglesia Romana, os ordenamos y mandamos literalmente que a ningún laico o clérigo con Órdenes Menores le sea dada la Comunión sub utráque spécie sino sólo sub una, la del pan”, permitiendo a los Diáconos solos recibir en la Misa mayor la Eucaristía sub utráque spécie, esto es, primero bajo la especie del pan y después bajo la del vino, removido el uso de la cuchara, que habíamos recordado arriba: “Mas a los Diáconos concedemos y permitimos, sobre todo en la Misa mayor, el poder recibir de los Sacerdotes la Hostia intinta en la Sangre, aunque se evite el uso de la cuchara, que hemos establecido debe abolirse totalmente”.
  
DEL VERTER AGUA CALIENTE EN EL CÁLIZ DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
26. Por último, sin alejarnos de la Eucaristía, aquí hablaremos de otro Rito Oriental y Griego por el cual el Sacerdote, después de la consagración y antes de la consumación, vertía en el cáliz un poco de agua tibia. Matteo Blastaris in Syntagmáte Alphabético (cap. 8, tomo 2), Synódicon Græcórum (pág. 153), recuerda este Rito y explica su significado. Eutimio, Arzobispo de Tiro y Sidón, en 1716 planteó al Sumo Pontífice Clemente XI algunas preguntas, una de las cuales era por qué a los Melquitas de Siria y de Palestina se les debía prohibir verter agua tibia en la Sangre divina después de la Consagración; fue respondido, con la suma de una adecuada y rica explicación, aprobada por el mismo Pontífice y por su orden transmitida a los Superiores de las Misiones de Tierra Santa, de Damasco, de Tiro y Sidón. Fue ordenado al mismo Arzobispo que no prohibiera que ello se hiciese, tratándose de un viejo Rito, estudiado por la Sede Apostólica y permitido a los Sacerdotes Griegos también en Roma; de esto se deduce el ardor de Fe que debe bruciare ante tanto Misterio. Similar respuesta fue dada por orden del Papa Benedicto XIII el 31 de Marzo de 1729 a Cirilo de Antioquía, Patriarca de los Griegos. El mismo Rito está permitido a los Ítalo-griegos en la citada Constitución 57, Etsi Pastorális (en nuestro Bulario, § 6, n. 2, tomo 1). En las Congregaciones que poco después se tuvieron para la corrección de los libros eclesiásticos de la Iglesia Oriental, al fine di usare una diligenza quanto mai accurata, habiéndose disputado mucho y por largo tiempo si se debiese prohibir el Rito de verter agua tibia en el cáliz después de la Consagración, habiendo el Cardenal Humberto de Selva Cándida en precedencia hablado muchísimo con vehemencia contra este Rito, el 1 de Mayo de 1746 fue respondido que no se debía renovar nada, y este rescripto fue después confirmado por Nos; se descubre de hecho que las razones adoptadas por este Cardenal no tenían peso alguno. Todavía los Padres del Concilio reunidos en Zamoscia en 1720 por graves motivos prohibieron a los Sacerdotes Rutenos verter agua tibia en el cáliz después de la Consagración, como se puede leer en el parágrafo sobre la celebración de las Misas: “Prohíbe por grave razón y abroga la costumbre tolerada en la Iglesia Oriental el verter agua tibia en la Especie consagrada del cáliz, después de la Consagración, antes de la Comunión”.
27. De estos y otros ejemplos semejantes, que se podrían fácilmente agregar, se valen aquellos que son más propensos al paso del Rito Oriental y Griego al Occidental y Latino, o ciertamente aquellos que creen actuar con pleno derecho, cuando, convirtiendo al Cismático oriental a la unidad de la Iglesia, buscan conducirlo de un Rito que estaba acostumbrado a observar antes de unirse a nosotros, y es conservado y observado por todos los otros Orientales y Griegos, por antigua disciplina. En verdad, ni los ejemplos arriba citados, ni los otros que se podrían agregar aportan alguna prueba a su favor, porque en el paso del Rito Oriental y Griego al Occidental y Latino se quita todo lo que está prescrito por el Rito Griego y no es conforme al Rito Latino; esto no sucede en los ejemplos que son citados anteriormente en los cuales, si se quita alguna solemnidad peculiar del Rito Griego, el Rito mismo todavía y todo lo que en él está prescrito son conservados intactos; tanto porque quitar también una cierta parte del Rito, salvo las otras partes del mismo, no es materia de un hombre privado, sino que es necesario intervenga la autoridad pública, esto es, la del Jefe Supremo de toda la Iglesia, que es precisamente el Romano Pontífice. De hecho la Sede Apostólica es la única que, por derecho propio, todas las veces que considera justo, canceló algún Rito de la Iglesia Oriental y lo transfirió en el Occidental o permitió que algún Rito Griego sea practicado en alguna Iglesia latina. La misma Sede Apostólica, todas las veces que apreciaba que algún Rito peligroso o indecoroso se estaba enquistado en la Iglesia Oriental, lo condenó, lo desaprobó y prohibió su uso. Finalmente la misma Sede Apostólica, luego que ve que algunas poblaciones Orientales y Griegas estaban fuertemente decididas en el uso y en la defensa de algún Rito Latino y en particular cuando el Rito mismo se remponta a una época antigua y es por todos generalmente aceptado, y aprobado expresa o tácitamente por el Obispo, confirmó el Rito mismo, tolerándolo y por eso mismo, aprobándolo.
  
DEL CREDO, LA ADORACIÓN DE LA CRUZ, EL TRISAGIO, LA BENDICIÓN DEL AGUA EN LA EPIFANÍA, Y LA DESNUDACIÓN Y LAVADO DEL ALTAR
28. En la Liturgia Latina y Griega se recita el Símbolo; su recitación en la Misa, establecida primero en la Iglesia Oriental, fue después transferida a la Occidental, como resulta desde el tercer Concilio de Toledo del 589, que literalmente dice: “En todas las Iglesias de la España o de la Galicia, según la norma de las Iglesias Orientales, del Concilio de Constantinopla, esto es, de ciento cincuenta obispos, se recite el Símbolo de la Fe, de manera que antes de decir la Oración Dominical, sea recitado en clara voz por el pueblo” (can 2, tomo 5, pág. 1009 de la Colección de Filippo Labbe). Por lo que, desde el momento que los Padres del Concilio de Toledo, estableciendo la orden de recitar el Símbolo en la Misa, se han referido al Rito Oriental, es lícito reconocer que esta disciplina, instituida primero en Oriente, se difundió después en Occidente: como dicen el Cardenal Bona en el Rerum Lyturgicárum (libro 2, cap. 8, n. 2) y Giorgio nel De Lytúrgia Románi Pontíficis (tomo 2, cap. 20, n. 2, pág. 176). Mas, continuando el argumento, Amalario (en el libro De Divínis Offíciis, cap. 14), después que, fundándose sobre la autoridad de San Paulino en la Carta a Severo, refiere que en la Iglesia de Jerusalén solamente el Viernes Santo estaba vigente la costumbre de exponer al pueblo, para adorar, la Cruz de la cual pendió Cristo, atribuye a este hábito griego la adoración de la Cruz, que en el Oficio del Viernes Santo se hace hasta hoy en toda Iglesiaa Latina. El Trisagio Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortális, misérere nobis es una pia y frecuentísima oración en la Liturgia griega, como justamente anota Goario en las apostillas al Eucologio en la Misa de San Juan Crisóstomo (pág. 109). El origen de esta invocación se halla en el milagro que a mitad del siglo V sucedió en la ciudad de Constantinopla. Mientras el emperador Teodosio, el patriarca Proclo y todo el pueblo rogaban a Dios en descampado, para ser librados del próximo desastre que les amenazaba a causa del violento terremoto, se vio a un niño que de improviso fue arrebatado al Cielo; él, después, retornado a la tierra refirió haber oído a los Ángeles cantar el dicho Trisagio: por el cual –luego que todo el pueblo por orden del Patriarca Proclo cantaba devotamente dicho– la tierra se calmó del terrible terremoto por el cual fue sacudida, como narra Nicéforo en el libro 14, cap. 46 y correctamente prosigue el Sumo Pontífice Félix III en la tercera Epístola a Pedro Fullo, que se halla en la Colección de Labbe, tomo 4. El mismo Trisagio en el Viernes Santo se canta en la Iglesia Occidental en griego y en Latín como puntualmente advierte el Cardenal Bona, Rerum Lyturgicárum (libro 2, cap. 10, n. 5). La bendición del agua en la vigilia de la Epifanía deriva del Rito de la Iglesia Griega, como difusamente demuestra Goario en el Eucologio, o Ritual Griego; ahora se hace esta función en el mismo día también en la Iglesia Griega de Roma, como es recordado en nuestra citada Constitución 57 (parágrafo 5, n. 13), y contemporáneamente se concede que los fieles sean asperjados con la misma agua bendita. Sobre el pasaje de este Rito de la Iglesia Oriental a algunas Iglesias Occidentales se puede ver lo que recoge el erudito Edmundo Martène en De antíqua Ecclésiæ disciplína in Divínis celebrándis Offíciis (tomo 4, cap. 4, n. 2) y lo que se asegura en la disertación del Padre Sebastiano Paolo de la Congregación de la Madre de Dios, impresa en Nápoles en 1719 y cuyo título es De ritu Ecclésiæ Nerotínæ exorcizándi áquam in Epiphanía, donde, entre otros (parte 3, pág. 177 y ss.) oportunamente advierte a los Obispos, en cuyas diócesis desde gran tiempo se introdujeron Ritos derivados de la Iglesia Griega, que no se den demasiado a hacer para eliminarlos, a fin que el pueblo no se agite y para que no parezcan desaprobar el modo de actuar de la Sede Apostólica la cual, como ha estado al corriente de aquellos Ritos, permite todavía conservarlos y frecuentarlos. Él cita también en la pág. 203 la carta del Cardenal Giulio Antonio Santori del título de Santa Severina, del 1580, escrita a Fabio Fornari, Obispo de Nardò, sobre este mismo argumento y sobre la bendición del agua para la Epifanía, que se hace en aquella Diócesis. Igualmente es Griego el Rito de desnudar y lavar el altar el Jueves Santo. De este Rito se puede hallar trazas en el siglo V; de ello habla San Sabas en su Týpico, o sea del orden de recitar el Oficio Eclesiástico para todo el año. Él, según el testimonio de León Alacio, De libris Ecclésiæ Grǽcæ dissertátio (I, pág. 9), murió en el 451. Si se pudiese afirmar que el Orden Romano editado por Melchor Hittorp fue compuesto por disposición del Pontífice San Gelasio, el Rito de lavar los altares el Jueves Santo sería casi coevo en la Iglesia Latina con la costumbre de los Griegos, puesto que el Papa San Gelasio murió en el 496. Pero siendo incierto si el Orden Romano publicado por Ittorpio sea eminente por tan grande antigüedad y porque, después de él, el Español San Isidoro fue el primero entre los Latinos que habló de este Rito, y el mismo San Isidoro murió en el 636, es lícito que este Rito del Oriente haya venido a Occidente. Hasta nuestros tiempos es observado en algunas Iglesias Latinas, con la aprobación de los Romanos Pontífices, y en la Basílica Vaticana cada año se cumple con grande solemnidad. Joseph-Marie de Suarès, Obispo de Vaison y Vicario de la misma Basílica, y Giovanni Crisostomo Battelli, Arzobispo de Amasea, que fue enlistado entre los beneficiados menores de aquella Basílica, publicaron dos sofisticadísimas disertaciones, en las cuales ilustraron el Rito predicho. Estando así las cosas, por los ejemplos y los hechos se evidencia claramente lo que poco antes habíamos dicho, de que la Sede Apostólica consideró, todas las veces que lo encontró conforme a razón, o de extender a toda la Iglesia Latina Ritos que pertenecían a la Iglesia Griega, o de permitir que algunos Ritos importantes, que derivaron de la Iglesia Griega, fuesen observados en algunas Iglesias Latinas.
  
DEL TRISAGIO, LA ASISTENCIA DE LAS MUJERES A LA MISA, Y LA COMUNIÓN POR VIÁTICO
29. Ya poco antes hablamos del Trisagio, del modo maravilloso con cuyo canto fue introducido en las Sagradas Liturgias de la Iglesia Griega. Habiendo todavía Pedro Fullo apodado Gnafeo, fautor de la herejía de los Apolinaristas que se llaman Teopascitas, osado agregar al Trisagio estas palabras “Que fue crucificado por nosotros”, como ámpliamente recuerda Teodoro Lector en las Collectaneárum, libro I, y habiendo algunas Iglesias Orientales, sobre todo Siríacas y Armenias, por obra de cierto Jacobo Sirio, según el testimonio de Nicéforo (libro 18, cap. 52), acogido esta adición; los Romanos Pontífices, con aquella vigilante preocupación y solicitud que en casos similares solían tener, no dejaron de oponerse al naciente error y de prohibir la adición hecha al Trisagio, rechazando la interpretación por la cual, refiriéndose el Trisagio a la sola persona del Hijo, no a las Tres personas Divinas, se proveía para que fuese eliminada cualquier sospecha de herejía, tanto porque quedaba siempre el peligro de adherir al dogma herético, como porque la presunción de la mente humana no podía referir al solo Cristo el himno cantado por los Ángeles en honor de la Santísima Trinidad. Lubo justamente –después que había referido que por Félix III y por el Concilio Romano fue condenada la  adición hecha al Trisagio– así dice: “El himno cantado por los Ángeles siempre Santos a la sola Divina Trinidad, confiado a la Iglesia por Dios mismo y por los mismos Santos Ángeles por medio del sullodato niño, confirmado por el alejamiento de las catástrofes incumbentes sobre la Regia Ciudad y entendido en el mismo sentido y razón por todo el Sínodo Calcedoniense (habla tanto de los Obispos reunidos en el predicho Concilio, como de los otros contrarios a la adición hecha al Trisagio), todo esto atestigua constantemente que por humana presunción no podía referirse al solo Cristo” (Concilio Trullano, notas al canon 81). San Gregorio VII, con el mismo celo religioso, reprobó aquella adición en su primera carta del libro 8 escrita al Arzobispo, o sea, al Patriarca de los Armenios. Lo mismo sostiene Gregorio XIII en algunas cartas suyas escritas en forma de Breve al Patriarca de los Maronitas el 14 de febrero de 1577. El 30 de enero de 1635, siendo después sometida a examen de la Congregación de Propaganda Fide la Liturgia de los Armenios, y habiendo sido, entre otros objeto de más adecuada discusión si la adición hecha al Trisagio podía ser tolerada, por el motivo que parecía pudiese ser referida a la sola persona del Hijo, se respondió que esto no se debía permitir y que la adición debía ser absolutamente eliminada. El Sumo Pontífice Gelasio, en su carta a los Obispos de la Lucania, cap. 26, reprobó la mala costumbre, ya entrada, según la cual las mujeres servían la Misa al Sacerdote celebrante; y habiendo pasado el mismo abuso a los Griegos, Inocencio IV en la carta que escribió al Obispo de Túsculo lo condenó severamente: “Las mujeres no osen servir al altar, sino que sean inexorablemente alejadas de este ministerio”. Con las mismas palabras fue prohibido por Nos en nuestra pluricitada Constitución Etsi Pastorális (§ 6, n. 21, tomo 1 de nuestro Bulario). El Jueves Santo, para venerar el recuerdo de la Última Cena, se hace una función sacra en la cual se consagra el pan que se conserva por un año entero para que con él sean restaurados los candidatos a la muerte, que piden para sí la Sagrada Comunión en forma de Viático, y luego al pan consagrado se agrega una pequeña parte de vino consagrado. Tal Rito es descrito por León Alacio en su Tratado De Communióne Orientálium sub spécie única (n. 7). El Sumo Pontífice Inocencio IV, en la citada carta al Obispo de Túsculo, prohibe tal Rito a los Griegos on estas palabras: “No conserven la Eucaristía consagrada el Jueves Santo por un año con el pretexto de los enfermos para comulgar ellos mismos con ella” y agrega que tengan siempre la Eucaristía preparada para los enfermos, pero para renovar cada quince días. Arcudio, en el tratado De concórdia Ecclésiæ Occidentális et Orientális, libro 3, capítulos 55 y 56, no dejó de indicar los absurdos que derivaban de aquel Rito, suplicando a los Romanos Pontífices para que lo abrogasen definitivamente. Decide esto Clemente VIII en su Instrucción y también Nos lo prestamos en nuestra Constitución Etsi Pastorális (57, § 6, n. 3 y ss). En el Concilio de Zamoscia, examinado por dos Congregaciones, esto es, la del Concilio y la de Propaganda Fide (De Eucharistía, § 3) se lee que si en algún lugar está vigente aún el Rito de consagrar la Eucaristía el Jueves Santo y de bañarla con algunas gotas de la Sangre y de conservarla para los enfermos por un año entero, en seguida no se haga más; sino que los Párrocos conserven la Eucaristía para los enfermos, renovándola cada ocho o quince días. El mismo camino recorrieron los Padres del Concilio Libanés, por Nos aprobado, como resulta en De Sacraménto Eucharistíæ (cap. 12, n. 24). Por estos ejemplos se prueba que la Sede Apostólica nunca dejó de prohibir a los Griegos algunos Ritos –aunque duraron por mucho tiempo entre ellos– todas las veces que ellos fueron perniciosos y malos.
 
DE LA PROCEDENCIA DEL ESPÍRITU SANTO DEL PADRE Y EL HIJO
30. De la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, como arriba dijimos, se disputó principalmente todas las veces que se trató de la Unión de la Iglesia Griega y Oriental con la Latina y Occidental. El examen de este artículo presentó tres aspectos; así fue redactado según estos tres capítulos. Primero: si la procedencia del Espíritu Santo y el Hijo fuese dogma de Fe, y sobre este primer punto siempre se respondió firmemente que no se debía en modo alguno dudar de que la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo debía enumerarse entre los dogmas de fe, y no era católico quien no lo creyese y no lo profesase. Segundo: dado que esto era dogma de fe, si era lícito en el Símbolo de la Misa agregarse la palabra Filióque aunque no se encontrase ni en el Concilio de Nicea ni en el de Constantinopla, puesto que desde el Concilio de Éfeso se decretó que nada se debía agregar al Simbolo Niceno: “El Santo Sínodo estableció que a ninguno es lícito profesar, redactar o disponer otra Fe fuera de la establecida por los Santos Padres que se reunieron en Nicea con el Espíritu Santo”. En cuanto concierne a este segundo punto, se confirmó que no sólo era lícito, sino que era también muy conveniente que esta adición se hiciese al Símbolo Niceno, en el momento en que el Concilio de Éfeso había prohibido solamente las adiciones contrarias a la Fe, o temerarias y diversas del sentir común, pero no a las ortodoxas y por las cuales algún artículo de Fe implícitamente contenido en el Símbolo viniese declarado en manera más explícita. Tercero: si, puesto que como es indudable dogma la procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo y reconocido el poder de la Iglesia para agregar en el Símbolo la voz Filióque, se podía permitir que Orientales y Griegos en la Misa recitasen el Símbolo en el modo que usaron un tiempo, antes del cisma, como decir que traduzcan la voz Filióque. Por cuanto concierne a este último punto, la disciplina de la Iglesia no fue siempre la misma; a veces permite a los Orientales y a los Griegos recitar el Símbolo sin el Filióque, porque resultaba por cierto que como ellos aceptaban los dos primeros puntos, o artículos, y que, si a ellos era negado lo que con tanto amor pedían, se cerraba la posibilidad de la anhelada Unión. Después se quiso que por los Griegos y por los Orientales fuese recitado el Símbolo con la adición Filióque cuando a buen derecho se podía dudar que ellos no querían recitar el Símbolo con la adición porque adherían al error de aquellos que opinaban y aseguraban que el Espíritu Santo no procedía del Padre y del Hijo, o que por la Iglesia no se podía hacer la adición del Filióque al Símbolo. Dos Sumos Pontífices, el Beato Gregorio X en el Concilio de Lyon y Eugenio IV en el de Florencia usaron con los Griegos el primer modo de comportamiento por los motivos indicados, como consta por la Colección de los Concilios di Arduino (tomo 9, pág. 698, D y tomo 9, 395, D). De otro modo, por las razones igualmente expuestas arribas, abrazó y observó el Sumo Pontífice Nicolás III entonces al reprobar al emperador Miguel VIII Paleólogo de no proceder en buena fe y de no estar en aquello que había prometido al pactar la Unión que había estipulado y confirmado con el Pontífice Gregorio X su Predecesor. Documento de este hecho, tomado del Archivo Vaticano, fue impreso en los Annáli de Raynaldo (Año 1278, § 7). El mismo camino recorrieron Martín IV y Nicolás III. Y aunque estos Pontífices, sobre el argumento, los escritores nos han dejado noticias divergentes, todavía Jorge Paquimeres, que entonces confiaba a la memoria de los posteriores la historia de Constantinopla (libro 6, cap. 14) dice abiertamente que ellos no siguieron el camino concesivo de sus Predecesores, sino que querían que los Orientales y los Griegos recitasen el Símbolo con la adición del Filióque para quitarse la duda de su Fe ortodoxa, “para tener una certeza concreta de la Fe y del parecer de los Griegos: su pegno será idóneo, si han pronunciado el Símbolo como los Latinos”. El mismo Pontífice Eugenio, que en el Concilio de Florencia había concedido a los Orientales que pudiesen recitar el Símbolo sin aquella palabra Filióque, recibiendo en la unidad de la Santa Iglesia a los Armenios, ordenó a los mismos que usasen el Símbolo aumentado de la predicha adición, como se puede ver en la Colección de los Concilios de Arduino (tomo 9, pág. 435, B), por la razón que había sabido que los Armenios, no como los Griegos, eran contrarios a esta adición. El Romano Pontífice Calixto III, mientras mandaba a Creta a Fray Simone, dominico, distinguido con el encargo de Inquisidor –en la isla de Creta, en la cual se habían retirado muchos Griegos huyendo de la ciudad de Constantinopla, de la cual dos años antes se habían apoderado los Turcos– ordenó observar atentamente que los Griegos recitasen el Símbolo con la adición Filióque, como narra Jorge de Trebisonda en su carta Ad Creténses (tomo I, Grǽciæ Orthodóxæ, en Alacio, pág. 537); esto es confirmado también por Santiago Échard, tomo I de la obra Scriptórum Órdinis Sancti Domínici (pág. 762). Tal vez el Papa temía que los predichos Griegos, como aquellos que venían de Constantinopla, fuesen menos seguros en aquél dogma de Fe. En las dos fórmulas de la profesión de Fe, que ya anteriormente habíamos recordado (una de las cuales prescribió Gregorio XIII a los Griegos, y la otra Urbano VIII a los Orientales) no está contenido nada más que cuanto fue establecido en el Concilio de Florencia. En las dos Constituciones –una de Clemente VIII (que es la 34 del antiguo Bulario Romano, tomo 3, § 6), y la otra nuestra que comienza Etsi Pastorális (en nuestro Bulario, tomo I, pars I)– ambas dadas para los Obispos Latinos en cuyas Diócesis habitan los Griegos y los Albaneses que observan el Rito Griego, aunque estos declaren que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y reconocen que la Iglesia tiene el poder de agregar al Símbolo la palabra Filióque, no están obligados a recitar el Símbolo con esta adición, a menos que, omitiéndola, no haya peligro de escándalo, o en algún lugar sea ahora invalsa la costumbre de recitar el símbolo con la adición del Filióque; o finalmente se repute necesario que se diga el Símbolo con la adición predicha para manifestar la prueba indudable de su recta Fe. Rectamente no sólo los Padres del Concilio de Zamoscia (tit. I De Fide Cathólica), sino también los del Concilio Libanés (parte I de la misma obra, n. 12), para remover todo escrúpulo establecieron providencialmente que todos los Sacerdotes sujetos a sus leyes usen el símbolo según la costumbre de la Iglesia Romana con la particella Filióque.
31. Da quello che è stato detto finora si conclude chiaramente che la Sede Apostolica, sullo stesso argomento, talvolta per particolari circostanze, considerata l’indole di certe popolazioni, consentì di usare un certo modo, che tuttavia non permise affatto che fosse usato da altri per circostanze diverse e per le diverse caratteristiche di luoghi e di popoli. Per la qual cosa, per soddisfare all’incarico assunto, non resta altro che dimostrare che la stessa Sede Apostolica, mentre riconobbe certi popoli Orientali e Greci, fu più severa nell’uso di qualche Rito Latino, lo permise benevolmente, soprattutto se la consuetudine di usare questo Rito fiorì fin dai tempi più antichi e i Vescovi non solo non sono mai stati contrari ma o tacitamente o espressamente lo approvarono. Essendo stati portati in precedenza perspicui esempi di ciò, quando parlammo di quella categoria di Orientali e di Greci che, mantenendo in gran parte i propri Riti e venerando parimenti i Riti Latini e Orientali, abbracciarono qualche nostro Rito, ci asterremo da un’inutile ripetizione richiamando qui ciò che sopra fu esposto chiaramente in questa stessa Lettera. Aggiungeremo soltanto due esempi, presi dai Maroniti, a quelli già addotti. Da alcuni secoli i Maroniti usano i paramenti Pontificali e Sacerdotali della stessa forma che prescrive il Rito Latino, come nel citato Concilio Libanese del 1736 si legge (cap. 12 sul Sacramento dell’Eucaristia, n. 7). Il Sommo Pontefice Innocenzo III nella lettera al Patriarca Geremia del 1215, che inizia Quia Divinae Sapientiae bonitas, li esorta a conformarsi alla Chiesa Latina negli ornamenti pontificali. Per questa ragione lo stesso Pontefice e i suoi successori mandarono loro in dono paramenti sacri, calici e patene, come narra il Patriarca Pietro nelle due lettere mandate a Leone X, riportate nella Collezione dei Concili i di Filippo Labbe (tomo 14, p. 346 e ss.). Ora, nel citato Concilio Libanese al cap. 13, per unanime decisione e con la nostra approvazione, gli stessi Maroniti, quanto alla Messa dei Presantificati, hanno abbracciato il Rito Latino, celebrandola soltanto il Venerdì Santo, tralasciando, per cause giuste e gravi, la disciplina dei Greci i quali celebrano solo la Messa dei Presantificati nei giorni del digiuno quaresimale, eccetto il sabato, la domenica e la festa dell’Annunciazione della Beata Vergine, se per caso cade in Quaresima, secondo quanto prescritto nel Concilio Trullano (can. 52). In questi giorni il Sacerdote divide il Pane consacrato in tante particelle quanti sono i giorni che seguiranno, nei quali si celebra la Messa dei Presantificati, in cui si mangia il Pane Eucaristico, che prima consacrò, conservando nel Ciborio le altre particole consacrate, perché nei giorni seguenti, in cui celebrerà la Messa dei Presantificati, ne mangi e ne distribuisca anche agli altri presenti che ne facciano richiesta, come diffusamente ricorda Leone Allazio (Prolegomeni a Gabriele Naudeo, La Messa dei Presantificati, p. 1531, n. 1).
32. Qualcuno potrebbe ritenere che si debba concludere questa Lettera, poiché in essa è già stato risposto alle domande poste dal Sacerdote Missionario di Balsera: cioè Non si deve cambiare nulla, e sono qui indicate le regole precise che devono seguire i Missionari i quali cercano di portare gli Orientali all’Unità e alla Santa Fede Cattolica dallo scisma e dagli errori; né si comporta secondo le regole dei Canoni e delle Costituzioni Apostoliche colui che, nel convertire gli Orientali, cerca di togliere di mezzo il Rito Orientale e Greco, in ciò che è tollerato e ammesso dalla Sede Apostolica, o agisce in modo che coloro che si convertono abbandonino il Rito che fino allora seguirono, e abbraccino il Latino. Tuttavia, prima di por fine a questa Lettera è molto conveniente che si tocchino alcuni argomenti che appartengono propriamente alle questioni poste da detto Missionario, alle quali già fu risposto che non si deve cambiare nulla.

PUNTOS ADICIONALES
33. Inoltre, se nella città di Balsera dimorano Cattolici di Rito orientale, Armenio Siriaci, e mancano di una Chiesa particolare, si radunano nella Chiesa dei Missionari Latini, dove Sacerdoti di Rito Orientale celebrano il Divino Sacrificio e le altre cerimonie nei loro Riti, e i Laici intervengono alla Messa e ricevono i Sacramenti, non c’è molto da fare per difendere il principio che non si deve cambiare nulla come è stato scritto: e ciò che fu valido prima, deve essere conservato in futuro, permettendo ai predetti Sacerdoti e Laici che nella Chiesa Latina continuino a fare quello che hanno fatto finora. Infatti nel diritto canonico è stabilito che il Rito Orientale e Greco non si deve mescolare con quello Latino, come si può vedere nella Decretale di Celestino III presso Gonzales (cap. Cum secundum; De temporibus Ordinationum), e nella Decretale di Innocenzo III (cap. Quanto; De consuetudine, cap. Quoniam, De Officio Judic. Ordinar.), e nella Decretale di Onorio III (cap. Litteras: De celebrat. Missar.), ma a nessun diritto si può affermare che la miscela di Riti, vietata da qualche Costituzione Apostolica, sia concessa per il fatto che l’Armeno, il Maronita, o il Greco secondo il proprio Rito celebrino nella Chiesa Latina il Sacrificio della Messa o altre cerimonie col popolo del proprio Rito, o viceversa il Latino faccia la stessa cosa nella Chiesa degli Orientali: mentre c’è una certa causa legittima, di cui nella presente fattispecie non si può in alcun modo dubitare, quando gli Orientali non hanno una loro Chiesa nella città di Balsera, che se ad essi non si aprisse la Chiesa dei Latini, mancherebbero assolutamente di un posto dove potessero celebrare il Sacrificio della Messa ed esercitare col popolo del proprio Rito quello che c’è da fare: essi devono essere tenuti in Santa Unione e riscaldati.
34. Sarebbe proibita la miscela di Riti, se il Latino celebrasse con pane fermentato e desse ai Latini l’Eucaristia consacrata a quel modo. La stessa cosa si dovrebbe dire se gli Orientali, che non abbracciarono la consuetudine del pane azimo, celebrassero in azimo e distribuissero alla loro gente l’Eucaristia così consacrata. Quindi i Vescovi latini cui sono soggetti gli Italo-Greci devono curare che i Latini si comunichino sempre in azimo e i Greci, dove hanno una propria parrocchia, sempre in fermentato, come è stabilito nella nostra Costituzione Etsi Pastoralis 57 (n. 6 e n. 14, tomo 1 del nostro Bollario). Sarebbe pure vietata la miscela del Rito se un Sacerdote Latino celebrasse la Messa ora in Rito Latino, ora Greco, o se un Sacerdote Greco celebrasse ora in Greco ora in Latino. Ciò è proibito nella Costituzione di San Pio V che inizia Providentia (21, tomo 4, parte 2 del nuovo Bollario stampato a Roma dove sono revocate tutte le facoltà che in precedenza erano state concesse ad alcuni Sacerdoti in questa materia). A questa Costituzione di San Pio V è conforme anche la nostra citata (§ 7, n. 10). Ché se ai Sacerdoti della Compagnia di Gesù che sono a capo dei Collegi delle Nazioni Orientali eretti a Roma e che abbracciando la regola della predetta Compagnia erano passati dal Rito Greco al Latino fu concesso, come sopra accennato, di celebrare talvolta la Messa in Rito Greco e Orientale, questo fu fatto, come sopra spiegato, perché gli alunni che devono praticare il Rito Greco e Maronita imparino a celebrare la Messa nel predetto Rito e secondo il medesimo a celebrare i Divini Uffici per tutta la vita. Ma le particolari circostanze di questo caso singolare dicono che non si possono portare ad esempio per ottenere simili indulti: ciò è così vero che quantunque il Cardinale Leopoldo Kollonitz abbia esposto al nostro Predecessore Clemente XI che avrebbe giovato molto alla Chiesa Cattolica se si fosse permesso ai Missionari Latini di celebrare, in Ungheria, col Rito Greco tutte le volte che lo richiedesse la necessità, lasciando loro la libertà di tornare al Rito Latino, lo stesso Pontefice riflettendo che, secondo le leggi canoniche, ciascuno doveva restare nel suo Rito e non era lecito al Sacerdote celebrare ora in Rito Latino, ora in Rito Greco, rifiutò di concedere la facoltà richiesta dal predetto Cardinale, come risulta dalla lettera in forma di Breve che indirizzò allo stesso Cardinale il 9 maggio 1705 (pubblicata nel tomo 1, Epistolar. et Brev. selectior. Eiusdem Pontificis, typis editor, p. 205).
35. Questi ed altri esempi che si potrebbero citare facilmente riguardano la miscela dei Riti proibita dalle leggi della Chiesa. In verità, come già abbiamo detto, non si potrà mai chiamare miscela dei Riti proibita se, per una causa legittima, il Sacerdote di Rito Orientale, approvato dalla Sede Apostolica, viene ammesso nella Chiesa dei Latini per celebrarvi la Messa e le altre funzioni ed amministrare i Sacramenti al popolo della sua Nazione. Vediamo che ciò avviene pubblicamente a Roma dove ai Sacerdoti Armeni, Copti, Melchiti e Greci sono aperti i nostri templi per celebrarvi la Messa, per soddisfare la loro devozione, quantunque abbiano le loro Chiese particolari dove potrebbero celebrare: purché tuttavia portino con sé i paramenti sacri e le altre cose che sono necessarie a celebrare la Messa secondo il loro Rito e li accompagni un collaboratore della loro Nazione per servire i celebranti, e dai custodi e dai Rettori della Chiesa si provveda in modo che, per la novità della cosa, non si determinino turbolenze e tumulti fra gli astanti, come più dettagliatamente si dice nell’Editto che il 13 febbraio 1743 fu promulgato per Nostro ordine per gli Ecclesiastici e i Laici Orientali abitanti a Roma a mezzo del nostro Venerabile Fratello Giovanni Antonio, allora del titolo dei Santi Silvestro e Martino ai Monti, Presbitero, ora Vescovo di Tuscolo, Cardinale di Santa Romana Chiesa, chiamato Guadagni, nostro Vicario generale in Roma e relativo distretto. Tuttavia per questo argomento Ci sembra di fare moltissimo, e tosto lo indicheremo. A metà circa del secolo XV, com’è noto, Maometto II espugnò Costantinopoli con la forza e alcuni Greci, che avversavano gli errori degli Scismatici e avevano conservato la comunione con la Chiesa Latina, si erano trasferiti a Venezia e qui erano restati. Il Cardinale Isidoro, greco di stirpe, essendo giunto in quella città, riferì al Senato il desiderio del Romano Pontefice che venisse assegnato agli uomini di questo Rito Greco un tempio nel quale potessero esercitare le loro funzioni. La commossa compassione del Senato concesse alla gente profuga la Chiesa di San Biagio dove per la durata di molti anni in una determinata cappella della stessa Chiesa i Greci fecero i Divini Offici in Rito Greco, e nelle altre cappelle i Latini in Rito Latino, come attesta Flaminio Cornelio, scrittore di gran fama: Per alcuni anni gli Uffici di ambedue i Riti furono fatti in una sola Chiesa, se pure in diverse Cappelle” (Decad. 14. Venetarum Ecclesiarum, p. 359). Ciò avvenne fino a quando, aumentato il numero dei Greci, alla predetta Chiesa di San Biagio comune a Latini e Greci, fu dato un altro tempio che fosse proprio e riservato ai Greci.
36. Questo riguardai Greci che, per celebrare, sono accolti nelle Chiese Latine. Ma perché sia mostrato più chiaramente che da ciò non segue nessuna miscela rituale condannata dalle leggi della Chiesa, non sarà senza significato parlare anche dei Latini che per dire Messa e assolvere i Divini Offici sono ammessi per giusti motivi nelle Chiese dei Greci. Ciò non solo confermerà il pensiero suesposto, ma anche contribuirà moltissimo a dimostrare quanto siano necessarie tra i Cattolici, sia pure di Rito diverso, l’unione e la benevolenza degli animi. Nella Russia Bianca i Ruteni Cattolici che chiamano Uniati hanno molte Chiese, e poche i Latini e, ciò che conta di più, molto distanti dai villaggi dei Latini che abitano tra i Ruteni. I Latini talora per lungo tempo mancavano della Messa di Rito Latino, per la ragione che trattenuti dai loro affari non potevano fare un così lungo cammino per recarsi alle Chiese Latine; né i Preti Latini potevano facilmente andare nelle poche Chiese Latine che si trovano nella Russia Bianca a celebrare la Messa, per la ragione che le Chiese erano separate da troppo lungo cammino dal loro domicilio. Perciò affinché i Latini non mancassero per troppo tempo della Messa in Rito Latino, restava solo che i Sacerdoti Latini, a comodità dei Latini, celebrassero Messe Latine nelle Chiese Rutene. Ma anche con questa soluzione esisteva una difficoltà: gli altari dei Greci non hanno la Pietra sacra, dal momento che essi celebrano sugli Antimensi che sono lini consacrati dal Vescovo nei cui angoli sono messe le reliquie dei Santi. Pertanto i Sacerdoti Latini erano costretti a portare con sé la Pietra sacra, con non lieve incomodo e attenzione, perché nel viaggio non si spezzasse. A tutti questi ostacoli, con l’aiuto di Dio, fu trovato e applicato un rimedio opportuno: poiché, consenzienti anche gli stessi Ruteni, fu concesso ai Preti Latini di celebrare la Messa in Rito Latino nelle Chiese Rutene e sopra i loro Antimensi e, questo sembrò ancor più sbrigativo, che i Sacerdoti Ruteni, andando talora in Chiese Latine per celebrarvi la Messa, dicessero la Messa sulle nostre Pietre sacre. Tutto questo si può ricavare dalla nostra Costituzione Imposito Nobis (n. 43, tomo 3 del nostro Bollario).
37. È inoltre molto importante per il nostro argomento ciò che subito aggiungeremo. Discutono fra di loro gli studiosi se, secondo la vecchia disciplina, nelle Basiliche della Chiesa Occidentale ci fossero uno o più altari. Sostiene la prima tesi Schelestrato (part. 1 Actor. Ecclesiae Orientalis, cap. 2, De Missa privata in Ecclesia Latina); ma per contro il Cardinale Bona (Rerum Lyturgicarum, lib. 1, cap. 14, n. 3), basandosi sull’autorità di Walfrido (cap. 4), dimostra che nella Basilica romana di San Pietro vi erano più altari. Se però si parla di Templi e Basiliche Orientali e Greche, è chiaro che in esse non esisteva che un solo altare, anche se orane esistono in gran numero, come si deduce dalla descrizione lineare di questi Templi che ne fecero il Du Cange in Costantinopoli Cristiana, il Beveregio nelle note alle Pandette dei Canoni e il Goario nell’Eucologio dei Greci. E poiché nel Tempio di Sant’Atanasio, che a Roma è tenuto dai Greci, ci sono molti altari, Leone Allazio nella lettera a Giovanni Morini Sui Templi più recenti dei Greci, n. 2, non esitò ad asserire che in quella Chiesa non c’era nulla di greco all’infuori del Bema, cioè del recinto che, da tutte le parti della Chiesa, evidenzia l’Altar maggiore. A quell’Altare, al quale il Sacerdote ha celebrato la Messa, non può un altro Sacerdote nello stesso giorno offrire una seconda volta la Messa. Di questa disciplina dei Greci parlano Dionisio Barbalibeo, Giacobita, Vescovo di Amida, in Spiegazione della Messa, e Ciriaco, Patriarca dei Giacobiti presso Gregorio Barebreo, pure Giacobita, nel suo Direttorio che cita Assemano nella Biblioteca Orientale (tomo 2, p. 184 e tomo 3, parte 1, p. 248). Circa la stessa disciplina il Cardinale Bona (citato, cap. 14, n. 3), così lasciò scritto: “Nelle loro Chiese hanno un unico altare e non giudicano lecito che nello stesso giorno si ripeta la Messa entro le mura del Tempio”. Eutimio, Arcivescovo di Tiro e Sidone, e Cirillo, Patriarca Antiocheno dei Greci, durante il Pontificato di Clemente XI, Benedetto XIII e Clemente XII più volte chiesero se dovevano abbandonare la vigente disciplina che vietava si offrisse un secondo sacrificio della Messa nello stesso giorno e allo stesso altare. Ma fu sempre risposto loro che nulla si doveva cambiare, e si doveva conservare appieno il vecchio Rito. Poiché si era diffuso nel popolo l’errore che non si offriva un secondo Sacrificio della Messa nello stesso giorno, allo stesso altare dove un altro Sacerdote aveva celebrato, perché il Sacerdote che celebrava dopo, usandogli stessi paramenti che aveva usato il primo, rompeva il digiuno, perciò nella nostra Enciclica al Patriarca antiocheno dei Greci Melchiti e ai Vescovi cattolici a lui soggetti, prescrivemmo che con ogni impegno curassero di eliminare questo errore tra il popolo, in modo tuttavia da conservare integro lo spirito secondo il quale all’altare dove celebrò un Sacerdote, è escluso vi celebri un altro Sacerdote lo stesso giorno, come si può vedere nella nostra Costituzione che comincia Demandatam (87, tomo 1 del nostro Bollario).
38. Infine, un tempo fu comune il Rito nella Chiesa Occidentale e Orientale che i Preti offrissero il Sacrificio della Messa assieme al Vescovo. I documenti di questa disciplina furono raccolti da Cristiano Lupo nell’Appendice al Sinodo di Calcedonia (tomo 1, Ad Concilia generalia et provincialia, p. 994 della prima edizione), dove interpreta queste parole di Bassiano “Con me celebrava la Messa, con me comunicava”, e da Giorgio, nella Liturgia Pontificia (tomo 2, p. 1 e ss., e tomo 3, p. 1 e ss.). Ora il Rito della concelebrazione nella Chiesa Occidentale è caduto in disuso, meno che nell’ordinazione dei Sacerdoti, che il Vescovo conduce, e nella consacrazione dei Vescovi, che viene compiuta dal Vescovo con altri due Vescovi assistenti. Ma nella Chiesa Orientale sopravvisse e vige tuttora un uso più frequente della concelebrazione dei Preti col Vescovo o con un altro Sacerdote, che sostiene la persona del primo Celebrante; questo uso si riferisce alle Costituzioni che si chiamano Apostoliche, libro 8, e al Canone ottavo tra quelli che si dicono Apostolici. Dovunque questa consuetudine è in vigore tra i Greci e gli Orientali, non solo è approvata ma anche si ordina di custodirla, come consta dalla nostra stessa Costituzione sopra citata Demandatam (§ 9).
39. Da questo Rito Greco e Orientale che fin qui abbiamo ricordato, alcuni colsero l’occasione di mettere in dubbio se per le Messe private, che si dicono da un solo Sacerdote, ci possa essere posto nella Chiesa Orientale e Greca del momento che, come abbiamo detto, nelle Chiese Greche esiste un solo altare, uno solo è offerto al sacrificio della Messa e i Sacerdoti concelebrano col Vescovo o con un Sacerdote che fa da primo Presbitero. I Luterani non trascurarono di mandare a Geremia, Patriarca di Costantinopoli, la Confessione di Augusta, nella quale si sopprimono le Messe private, sollecitandolo ad accettarla; ma siccome l’uso e la disciplina della Messa privata nella Chiesa Orientale si desumono e sono rivendicati dal Canone 31 del Concilio Trullano e dalle Note che su di esso compose Teodoro Balsamon, pertanto il Rito della frequente concelebrazione dei Sacerdoti col Vescovo rimase, e parimenti la consuetudine delle Messe private restò intatta nella Chiesa Orientale. Perciò i tentativi dei Luterani si conclusero nel nulla: ad essi fu risposto che era condannato dagli Orientali, come dagli Occidentali, l’uso malvagio di coloro che per l’immondo desiderio di ricevere l’offerta sono spinti all’altare, a differenza di coloro che, secondo pietà e religione celebrano le Messe private per offrire a Dio un sacrificio accettabile. Ciò appare dagli Atti della Chiesa Orientale contro i Luterani (Schelestrato, cap. 1, De Missis privatis in Ecclesia Graeca, verso la fine). A comodo dei Sacerdoti che desiderano offrire il Sacrificio della Messa, salva sempre la consuetudine che ad un solo altare si offra un solo sacrificio nei singoli giorni, i Greci cominciarono a costituire le Paracclesie di cui parla Leone Allazio nella citata lettera a Giovanni Morini. Le Paracclesie non sono altro che Oratori i contigui alla Chiesa nei quali è stato eretto un altare dove i Sacerdoti celebrano la Messa che non possono celebrare in Chiesa perché all’altare in essa costruito ha celebrato un altro Sacerdote.
40. Altri poi, da questa disciplina degli Orientali e dei Greci, giustamente pensarono che c’era da temere che i Sacerdoti latini venissero esclusi in perpetuo dal celebrare Messe nelle Chiese Greche, perché, come sopra si è detto, in esse esiste un unico altare dove nello stesso giorno un Sacerdote solo può celebrare; né i Sacerdoti Latini potevano celebrare nelle Paracclesie, in quanto costruite solo per i Greci. Ma ad eliminare il timore, in questo periodo si vede che per lo più nelle Chiese Greche viene costruito un secondo altare, nel quale da parte dei Preti Latini si possa offrire il Divino Sacrificio. Goario espose tre forme dei Templi Greci nell’Eucologio Greco; la terza di esse presenta un secondo altare posto per i Preti Latini, come dice lo stesso Goario nel luogo citato, e come prosegue lo Schelestrato (opera sopra indicata, p. 887). Nelle Chiese della Comunità dei Maroniti e dei Greci esistenti in Roma, oltre l’altare maggiore, ci sono altri altari nei quali si celebra la Messa da parte dei Preti Latini; nella nostra Costituzione Etsi Pastoralis (57, § 6, nn. 8 e 9, tomo 1 del nostro Bollario), nella quale si offre agli Italo-Greci una sicurissima regola di agire, si vieta ai Sacerdoti latini di celebrare nei Templi Greci all’altare maggiore, se non lo richieda in tutti i modi una necessità e si abbia il consenso del Parroco greco. Inoltre, nella stessa Costituzione si concede ai Greci la possibilità di erigere nei loro Templi, oltre l’altare maggiore, altri altari nei quali i Sacerdoti latini se vogliono, possano celebrare il sacrificio della Messa.
41. Da quanto abbiamo detto finora sembra sia già chiaramente dimostrato che, come prima, così in futuro si deve permettere ai Cattolici Armeni e ai Siriaci che abitano a Balsera misti ai Latini, e che mancano di una Chiesa propria, che si radunino in quella latina e in essa svolgano le sacre funzioni col proprio Rito: tanto più che non solo non ne deriva alcuna miscela di Riti condannata dalla Chiesa, ma si esercitano i doveri dell’ospitalità o, meglio, si adempiono precetti equitativi del diritto, che esige che a chi non ha un luogo opportuno a fare quelle cose che di diritto deve compiere, il luogo stesso venga concesso volentieri. Perciò non resta altro che ordinare che tutto venga fatto secondo le leggi della dovuta carità, e cioè che agli Orientali venga assegnata una cappella o una parte della Chiesa nella quale possano celebrare le loro funzioni, e per quanto si può fare ci si adoperi affinché in alcune ore i Latini e in altre gli Orientali facciano le loro funzioni. Se capiterà di fare altrimenti, subentrerà un motivo immediato di quei dissensi che tanto tormentarono i due nostri predecessori Leone X e Clemente VII; contro i patti stipulati nel Concilio di Firenze da Eugenio IV affinché non si recasse alcuna molestia ai Greci nel compimento dei propri Riti e delle proprie cerimonie, ai predetti Pontefici fu riferito che alcuni Latini andavano nelle Chiese dei Greci e celebravano la Messa in Rito Latino presso il loro altare con l’intenzione di creare ai Preti greci ostacolo ad offrire il Sacrificio secondo il loro Rito e a poter fare le loro funzioni. Di conseguenza i Greci, talvolta anche nei giorni di festa, mancavano del Sacrificio della Messa: “Non si sa con quale spirito (si parla dei Preti latini) talora occupano gli altari di dette Chiese parrocchiali e ivi, contro la volontà degli stessi Greci, celebrano la Messa e forse altri Divini Uffici, così che i detti Greci spesso restano senza aver udito la Messa, con grande agitazione d’animo, nei giorni festivi e negli altri giorni in cui erano soliti ascoltarla”. Questi lamenti papali riporta il documento che comincia Provisionis nostrae e che si trova nell’Enchiridion dei Greci (stampato a Benevento nel 1717, p. 86). Non è certo necessario che aggiungiamo le nostre lamentele, che non sarebbero più lievi né sarebbero prive di rimedi opportuni, se mai si riferisse a Noi che a Balsera, dai nostri Latini, viene impedito agli Orientali di compiere le loro funzioni nelle Chiese Latine.
42. Una segunda cuestión sigue a esta primera: concierne a los Armenios y a los Sirios. Se disquisice si ellos, al establecer el tiempo de la Pascua y de las Fiestas que de ella dependen, pueden usar el antiguo Calendario, o en cambio deben seguir el nuevo y correcto, cuando celebran las funciones sagradas en las Iglesias Latinas, y se diga hasta qué punto sea lícito por parte suya el uso del antiguo Calendario, o tal indicación concierne también a aquellos Orientales que tienen su Iglesia, aunque tan angosta y tan pequeña que no pudiendo reunirse en ella, por la mayor parte son constreñidos a entrar en las Iglesias Latinas.
43. No es desconocido a ninguno lo que desde los Santos Papas Romanos Pío I y Víctor, y también por el Concilio de Nicea fue establecido acerca de la recta celebración de la Pascua. Todos igualmente saben que desde el Concilio Tridentino fue reservado al Romano Pontífice la corrección del calendario y que siendo Papa Gregorio XIII la cosa fue resuelta con todos los cálculos relativos a ello. Por tanto Bucherio en el Commentario alla dottrina dei tempi, en el prefacio al lector escribe: “Para computar la certeza del tiempo pascual, por orden del Papa Gregorio XIII provee largamente nuestro [Cristóbal] Clavio”. Él fue un Sacerdote de la Compañía de Jesús, matemático preparadísimo, el cual dio al Pontífice una egregia contribución en la corrección del Calendario. Fueron llevados al Pontífice también los cálculos de cierto Luigi Lilio, el cual había gastado muchos años en componerlos. Valorado y sopesado todo en muchas Congregaciones, con la presencia en consejo de hombres eruditísimos, salió en el 1582 la Constitución que fijaba las reglas del Calendario; ella comienza: Inter gravíssimas (n. 74, en el viejo Bulario, tomo 2).
44. Abrogado el viejo Calendario con esta Constitución Pontificia, fue ordenado a los Patriarcas, a los Primados, a los Arzobispos, a los Obispos, a los Abades y a los otros Prelados servirse del nuevo Calendario, corregido, como se puede leer en la misma Constitución, como se deduce de los Anales del mismo Pontífice (impresos en Roma en 1742, tomo 2, pág. 271). En honor a la verdad, no habiéndose dicho palabra de los Orientales en la Constitución, nace la duda si la misma aplica a los Orientales; tal cuestión ocupa no solo a los doctores, como se puede ver en las Instituciones morales de Juan Azor SJ (tomo 1, libro 5, cap. 11, quaest. 7), en la Teología moral (tomo 1, libro 5, disput. 41) de Nicolás Baldelli; sino que también fue propuesta y discutida en un encuentro de Científicos del 4 de julio de 1631 en el palacio del Cardenal Pamphili que, elevado al Papado, tomó el nombre de Inocencio X. Entonces salió esta resolución: “Los súbditos de los cuatros Patriarcas de Oriente no están ligados por los nuevos decretos pontificios salvo en estos tres casos: primero, en materia de los dogmas de Fe; segundo, si el Papa explícitamente en sus Constituciones hace mención y dispone sobre ellos; tercero, si implícitamente se dispone de ellos en las mismas Constituciones como en los casos orientados al futuro Concilio”: fue informada esta resolución tanto por Ángelo María Verricelli CC.RR.MM. (De Apostólicis Missiónibus, libro 3, quest. 83, n. 4), como en nuestra obra La canonización de los Santos (libro 2, cap. 38, n. 15).
45. Noi consideriamo questa questione conclusa, non essendovi alcuna urgenza ora per discuterne. A Noi basterà indicare che cosa ha fatto la Sede Apostolica a questo proposito, quando dai fatti precedenti si evince che è quanto mai ragionevole la risposta che “non si deve cambiare nulla” data al quesito. Agli Italo-Greci che vivono tra di noi e vengono sottoposti al governo dei Vescovi Latini nelle cui Diocesi sono domiciliati, fu comandato dalla Sede Apostolica di conformarsi al nuovo Calendario, come si può vedere nella nostra citata Costituzione Etsi Pastoralis (57, § 9, nn. 3 e ss. del tomo 1 del nostro Bollario). Il clero della Collegiata di Santa Maria del Grafeo, della città di Messina, che pratica il Rito Greco, osserva il nuovo Calendario scrupolosamente, come si può vedere nell’altra nostra Costituzione Romana Ecclesia (81, par. 1 dello stesso tomo 1 del nostro Bollario); tuttavia ciò fu comandato non così severamente che talvolta, richiedendolo gravi ragioni, non si sia lasciato posto ad un indirizzo concessivo. Gli Armeni cattolici residenti a Liburni non volevano sottoporsi al Calendario gregoriano ed inoltrarono suppliche a Innocenzo XII di poter usare il vecchio Calendario. Nella Congregazione del Sant’Officio il 20 giugno 1674 era stato approvato questo decreto: “Richiamata di nuovo la lettera 10 aprile del Nunzio Apostolico di Firenze circa le richieste fattegli dagli Armeni di pregare nella Messa per il Patriarca degli Armeni e circa la celebrazione della Pasqua e delle altre feste secondo il loro Rito, cioè secondo il calcolo vecchio che esisteva prima della correzione del calendario, e circa la celebrazione della Pasqua, ecc. ; riferita la Scrittura mandata dalla Sacra Congregazione di Propaganda Fide circa il modo di pregare nella Messa per il Patriarca Armeno, si risponda al Nunzio che, circa il permesso di pregare nella Liturgia per il Patriarca degli Armeni, la Sacra Congregazione sta ai decreti emanati il 7 giugno 1673, e cioè che non si può, e quindi è vietato. Quanto alla celebrazione della Pasqua e delle altre feste, restarono del pari ancorati ai decreti: cioè nella celebrazione della Pasqua e delle altre feste gli Armeni residenti a Liburni devono osservare il Calendario Gregoriano”. Poiché gli Armeni si rifiutarono di ottemperare a questo decreto, l’esame del caso fu affidato alla particolare Congregazione di Cardinali eminenti per dottrina, tra i quali erano il cardinale Gianfrancesco Albano, che poi divenne Papa, e il cardinale Enrico Norisio, uomo famoso tra i letterati. La stessa Congregazione tenutasi il 23 settembre 1699 emise questo decreto confermato dal Pontefice nello stesso giorno: “Discussa profondamente la cosa e considerate tutte le circostanze del fatto, stabilirono, secondo quanto è proposto, che si può chiudere un occhio con i Cattolici Armeni abitanti a Liburni; circa l’uso del vecchio Calendario, coloro che ritengono peculiare la Chiesa, si dispongano ad ogni modo all’osservanza del Calendario Gregoriano e frattanto al beneplacito della Sede Apostolica, con l’aggiunta, inoltre, di questa condizione: che nei giorni di precetto, secondo il Calendario Gregoriano, si astengano dalle opere servili e ascoltino la Santa Messa”.
46. Se si vuol parlare dei Greci Orientali, consta che talora avevano il desiderio di usare il nuovo Calendario corretto, ma questo non ebbe alcun risultato. Tra gli articoli e le condizioni poste ai Ruteni nell’Unione sotto Clemente VIII fu inserita, trattata e risolta anche quella dell’accettazione del Calendario; ad essa fu data la seguente risposta: “Assumeremo il Calendario nuovo se si può fare secondo l’antico”, come si può leggere nell’opera di Tomaso da Gesù (p. 329). Quantunque quella risposta presentasse una certa ambiguità, sappiamo che di quell’argomento non si trattò più, né su questo articolo pronunciò alcun giudizio il Teologo deputato ad esaminare la questione, come appare dalla stessa opera a p. 335 e ss. Talvolta gli Orientali stessi spontaneamente accettarono il nuovo Calendario, come si può apprendere dal più volte citato Concilio provinciale dei Maroniti del 1736: “Tanto nei digiuni quanto nelle feste dell’anno, sia mobili, sia immobili, comandiamo espressamente che il Calendario Romano, emendato con tanto merito per la nostra Nazione dal Sommo Pontefice Gregorio XIII, sia osservato in tutte le nostre Chiese e il suo metodo ed uso, come anche il Canto Ecclesiastico, comandiamo che in ogni Chiesa siano insegnati ai fanciulli dai Maestri”. Ma tutte le volte che gli Orientali non accondiscesero, ci fu il giustificato timore che nascessero tumulti e dissensi se si fosse ingiunto loro l’uso del Calendario nuovo. La Sede Apostolica permise che gli Orientali e i Greci abitanti in remote regioni conservassero la loro antica disciplina, cioè conservassero il vecchio Calendario, attendendo un’occasione più propizia per introdurre l’uso del Calendario nuovo e corretto. Sull’argomento sono concordi anche i decreti della Congregazione di Propaganda Fide e della Sacra Inquisizione, come si apprende, quanto alla prima, dai decreti del 22 agosto 1625 e 30 aprile 1631; quanto alla seconda, dai decreti del 18 luglio 1613 e del 14 dicembre 1616. Anzi, la cosa si spinse a tal punto che anche ai Missionari fu permesso l’uso del vecchio Calendario quando si trattenevano in quelle regioni in cui resisteva solo l’uso del vecchio Calendario, come si può sapere da alcuni decreti emanati dalla Congregazione di Propaganda Fide il 16 aprile 1703 e il 16 dicembre 1704.
47. Resta da parlare dell’ultimo quesito, cioè del digiuno. I Siri e gli Armeni cattolici, secondo il loro Rito, in tempo di digiuno si astengono dal mangiar pesci: ma vedendo che i Latini li mangiano ed è impossibile o almeno difficilissimo che si possano astenere dai pesci, che vedono i Latini mangiare, perciò si propone come conforme a ragione che si dia ai Missionari la facoltà di dispensare: ma prudentemente, ed escluso ogni scandalo, e surrogando con qualche buona azione l’astinenza dai pesci. Questa sarebbe un’occasione adattissima per discutere della vetustà del digiuno presso gli Orientali e della sua legge, sia pure più severa, tuttavia sempre osservata: ma per non diffonderci più del necessario diciamo solo che la Sede Apostolica si oppose ai Patriarchi tutte le volte in cui vollero attenuare l’antico rigore del digiuno prescritto ai propri sudditi. Pietro, Patriarca dei Maroniti, concesse agli Arcivescovi e Vescovi a lui soggetti di nutrirsi di carne come i Laici, quantunque secondo l’antica disciplina si astenessero dalle carni; e permise a tutto il popolo, in tempo di Quaresima, di mangiar pesci e bere vino, quantunque ciò fosse ad essi proibito. Ma il Papa Paolo V, spedendo una lettera in forma di Breve al Patriarca successore di Pietro il 9 marzo 1610, comandò che, abrogato ciò che Pietro aveva concesso, le cose venissero rimesse nella primitiva condizione. Durante il nostro Pontificato furono chiamate all’esame l’eccessiva facilità e indulgenza di Eutimio, Arcivescovo di Tiro e Sidone, e di Cirillo, Patriarca Antiocheno presso i Greci Melchiti; e furono disapprovate, come appare dalla nostra Costituzione Demandatam (87, § 6, tomo 1 del nostro Bollario): “Noi, con la nostra autorità, espressamente revochiamo l’innovazione e l’attenuazione delle astinenze, giudicando che si dimostrano di eccessivo detrimento all’antica disciplina delle Chiese Greche, quantunque altrove, venendo meno l’autorità della Sede Apostolica, vengano ritenute di nessuna importanza, e comandiamo che non abbiano alcun effetto in futuro e che ad esse non si dia esecuzione, ma in tutto il territorio del Patriarcato Antiocheno sia conservata la lodevole consuetudine derivata dagli antenati di astenersi ogni Mercoledì e venerdì dell’anno dal consumare pesce, come viene scrupolosamente osservato anche dagli altri popoli confinanti, dello stesso Rito Greco”. È assurdo asserire che si deve dare la dispensa o piuttosto una facoltà generale di dispensare perché gli Orientali, vedendo che i Latini si nutrono di pesci in tempo di digiuno, siano spinti facilmente non per un certo disprezzo, ma vinti dall’umana fragilità, a mangiare pesce in giorno di digiuno. Con questo argomento, se valesse qualcosa, prima di tutto nascerebbe una gran confusione di Riti; poi a seguire questa linea, ne conseguirebbe che i Latini vedendo i Greci vivere con particolari istituzioni, che non sono permesse ai Latini (sono anzi proibite) potrebbero chiedere la dispensa, perché fosse lecito a loro fare quello che vedono fare i Greci, dichiarando che essi riconoscono il Rito Latino, ma per la fragilità della natura non lo possono più a lungo praticare.
48. Estas son las cosas que juzgamos se deben exponer en esta nuestra Encíclica, no sólo para aclarar las razones sobre las cuales se fundan las respuestas dadas al Misionero, que propone las preguntas expuestas al inicio, sino también para que a todos sea clara la benevolencia con la cual la Sede Apostólica abraza a los Orientales, mientras ordena que se conserven sus antiguos Ritos que no se opongan ni a la Religión Católica ni a la honestidad; no le pide a los Cismáticos, que retornan a la Unidad Católica, que abandonen sus Ritos, sino que abjuren las herejías, deseando fuertemente que sus diferentes pueblos sean conservados, no destruidos, y que todos, (para decir muchas cosas con pocas palabras) sean Católicos, no Latino.
  
Concluimos en fin, esta nuestra Letra, impartiendo la Bendición Apostólica a todo el que la lea.
   
Dado en Roma, junto a Santa María la Mayor, a 26 de Julio de 1755, año decimoquinto de Nuestro Pontificado. BENEDICTO PAPA XIV.

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