miércoles, 14 de septiembre de 2022

DEL VIAJE BERGOGLIANO A KAZAJISTÁN, Y DOS DISCURSOS QUE HA DADO

Como se ha venido anunciando desde mucho tiempo atrás, Francisco Bergoglio llegó a Kazajistán el 13 de Septiembre para el VII Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales en la ciudad de Nursultán (que, dicho sea de paso, volverá a llamarse Astaná, como quiera que el presidente Kasim-Yomart Tokáyev​ dio su visto bueno para la reforma constitucional que busca cambiarle el nombre ¡por sexta vez! a la capital del país –primero se llamó Aqmola, “Tumba blanca”; luego cuando el Imperio Ruso la elevó a ciudad en 1832 la designó Akmólinsk, en tiempos soviéticos Tselinogrado, “Ciudad de las tierras vírgenes”; en 1994 volvió a llamarse Aqmola pero con el cambio de capital en 1997 se llamó Astaná, “Ciudad capital” el año siguiente; y en 2019 pasó a ser Nursultán–).
   
De entrada se sabía que la reunión con el patriarca Cirilo I de Moscú no iba a tener lugar; pero durante el vuelo, Bergoglio dijo «no tener noticias» sobre un encuentro con el presidente chino Xi Jinping, que estará al mismo tiempo en Kazajistán como parte de su primera gira internacional en dos años. Aclaró (como si hiciera falta), que está «siempre listo para visitar China».
  
Ni bien llegó, se reunió con el presidente Tokáyev en el palacio presidencial Akorda donde hizo una “oración silenciosa” (lo que sea que eso signifique, pero siempre lo ha hecho desde el infausto 13 de Marzo de 2013 en que fue  como sexto jefe de la Deuterovaticanidad). Luego, se dirigió a la Sala de Conciertos Central de Kazajistán, donde dio un discurso ante las autoridades en el que, aparte de repetir sus mantras de “paz”, “diálogo” y “armonía”, y condenar como inmoral la pena de muerte, señaló que:
«quienes detentan mayor poder en el mundo tienen mayor responsabilidad frente a los demás, especialmente aquellos países más propensos a disturbios y conflictos. Esta debería ser nuestra preocupación, no simplemente nuestros propios intereses individuales. Se necesitan líderes que, a nivel internacional, puedan permitir que los pueblos crezcan en la comprensión y el diálogo mutuos, y así engendrar un nuevo ‘espíritu de Helsinki’, la determinación de fortalecer el multilateralismo, de construir un mundo más estable y pacífico, con una mirada puesta en las generaciones venideras. Para que esto suceda, hace falta comprensión, paciencia y diálogo con todos, repito: con todos».
Cosas que evidentemente Bergoglio NO TIENE. Ítem, llamó a defender la libertad de conciencia, pensamiento y opinión, que en el mundo seglar y el Vaticano de él NO EXISTE (aunque igualmente, Gregorio XVI en su encíclica “Mirári Vos” llamó “delirio” y “monstruosidad” a tales cosas).
  

Hoy, hizo su entrada al salón del segundo nivel del piramidal “Palacio de la Paz y de la Reconciliación”, que parece un escenario de la película de Stanley Kubrick Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba (conocida en España como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú). Allí, sede del encuentro ecuménico, dio otro discurso donde citó ¡doce veces! al poeta y filósofo musulmán Ibrahim “Abai” Kunanbayuli (1845-1904), héroe y referente cultural de la nación centroasiática. Una de las piezas centrales de su intervención fue la siguiente:
«[U]na condición esencial para el desarrollo genuinamente humano e integral es la libertad religiosa. Hermanos y hermanas, somos libres. Nuestro Creador “se hizo a un lado por nosotros”; por así decirlo, “limitó” su libertad absoluta para permitirnos a nosotros, sus criaturas, ser libres. ¿Cómo podemos entonces presumir de coaccionar a nuestros hermanos y hermanas en su nombre? “Como creyentes y adoradores”, nos dice una vez más Abai, “no debemos pretender que podemos obligar a otros a creer y adorar” (Palabra 45). La libertad religiosa es un derecho básico, primario e inalienable que debe promoverse en todas partes y que no puede limitarse a la mera libertad de culto. Cada persona tiene derecho a dar testimonio público de su propio credo, proponiéndolo sin imponerlo jamás. Este es el método correcto de predicación, en oposición al proselitismo y el adoctrinamiento, del cual todos están llamados a dar un paso atrás. Relegar a la esfera privada nuestras creencias más importantes en la vida sería privar a la sociedad de un inmenso tesoro. Por otra parte, trabajar por una sociedad marcada por la convivencia respetuosa de las diferencias religiosas, étnicas y culturales es la mejor forma de realzar las particularidades de cada una, de acercar a las personas respetando su diversidad y de promover sus más altas aspiraciones sin comprometiendo su vitalidad».
Por una parte, la “libertad religiosa” que promueve el Vaticano II desde “Dignitátis Humánæ” es contraria a la Doctrina Católica y a los derechos de Dios. Por la otra, tal alusión es un cinismo absoluto frente a los “modernistas en latín”, los tradicionalistas que dependen de Bergoglio y lo mencionan cada día en el Te ígitur de la Misa (que desde “Traditiónis Custódes” y “Desidério Desiderávi” no tienen ni «la mera libertad de culto» aludida en el discurso), o frente a los católicos latinos de castas inferiores o dalit (que padecen la división de castas por el pagano “rito hindú”, el cual es promovido por la Conferencia de Obispos Católicos de la India) o los siro-malabares de la archieparquía mayor de Angamaly (donde quieren imponerles la uniformidad litúrgica con el Novus Ordo Missæ Syrórum-Malabáricum por medio del corrupto Mar George Alencherry, y cuyo vicario Mar Antony fue destituido).
  
Después del discurso público, tuvieron lugar las conversaciones privadas con varios líderes religiosos. En las siguientes fotos, los diálogos con el Gran Rabino Azquenazí David Baruch Lau, y el Gran Rabino Sefardí Yitzchak Yosef (ambos de Israel, hijos de sendos Grandes Rabinos de Israel, y con muchas controversias a cuestas).
   

No es en balde recordar que el viaje de Bergoglio a Kazajistán tiene como pretexto “trabajar por la paz mundial”, pero lo que en realidad es el embarque de la Iglesia Conciliar en el proyecto de moral civil sincretista. O lo que es lo mismo, una moral sin Dios.

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