Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 28.ª (DÍA DE NAVIDAD): Del Nacimiento de Jesús.
El nacimiento de
Jesucristo trajo una alegría general a todo el mundo. Él fue aquel
Redentor deseado por tantos años y con tantos suspiros; que por esto fue
llamado el Deseado de las gentes, y el deseo de los collados eternos.
Héle; ya ha venido, y ha nacido en una pequeña cueva. Aquel gozo grande
que el Ángel anunció a los pastores, hoy lo anuncia tambien a nosotros,
y nos dice: Ecce evangelízo vobis gáudium magnum, gozo que será para todo el pueblo; porque hoy os es nacido el
Salvador del mundo. ¡Qué gran fiesta se hace en un reino cuando nace al
monarca su primogénito! Pues, mayor fiesta debemos hacer nosotros,
viendo nacido al Hijo de Dios que ha venido del Cielo a visitarnos, movido de las entrañas de su misericordia. Nosotros
estábamos perdidos, y he aquí que Él ha venido a salvarnos: el Pastor
ha venido a salvar sus ovejuelas de la muerte, dando su vida por amor de
ellas. El Cordero de Dios ha venido a sacrificarse por alcanzarnos la
divina gracia, y para hacerse nuestro libertador, nuestra vida, nuestra
luz, y aun nuestro alimento en el santísimo Sacramento. Dice San
Agustín, que por esto Jesucristo al nacer quiso ser puesto en el pesebre
donde hallaban pasto los animales; para darnos a entender que Él se
hizo hombre a fin de hacerse Él mismo nuestra comida para la eternidad.
Jesús, en efecto, nace todos los días en el Sacramento por medio del
sacerdote y de la consagración. El altar es el pesebre, y allí vamos
nosotros a alimentarnos de sus carnes. Alguno habrá que desee tener el
santo Niño en los brazos, como le tuvo el santo viejo Simeón; pues
cuando comulgamos nos enseña la fe que no solo en los brazos, sí
que dentro de nuestro pecho está aquel mismo Jesús que estuvo en el
pesebre de Belén; para esto Él ha nacido, para darse todo a nosotros: Párvulus natus est nobis, et Fílius datus est nobis.
AFECTOS Y SÚPLICAS
Señor, yo soy la oveja que, por andar tras de mis placeres y caprichos, me he perdido miserablemente; mas Vos, oh Pastor y juntamente Cordero divino, sois aquel que habeis venido del Cielo a salvarme, sacrificándoos cual víctima sobre la cruz en satisfacción de mis pecados. Si yo, pues, quiero enmendarme, ¿qué debo temer? ¿Por qué no debo confiarlo todo de Vos, mi Salvador, que habeis nacido de intento para salvarme? ¿Qué mayor señal de misericordia podíais darme, oh dulce Redentor mío, para inspirarme confianza, que daros Vos mismo? Yo os he hecho llorar en el establo de Belén; pero si Vos habeis venido a buscarme, yo me arrojo confiado a vuestros pies; y aunque os vea afligido y envilecido en ese pesebre, reclinado sobre la paja, os reconozco por mi Rey y Soberano. Oigo ya esos vuestros dulces vagidos, que me convidan a amaros, y me piden el corazón. Aquí le tenéis, Jesús mío. Hoy lo presento a vuestros pies; mudadlo, inflamadlo Vos, que a este fin habéis venido al mundo, para inflamar los corazones con el fuego de vuestro santo amor. Oigo también que desde ese pesebre me decís: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Y yo respondo: ¡Ah, Jesús mío!, y si no amo a Vos, que sois mi Dios y Señor, ¿a quién he de amar? No, amado Señor mío, yo todo me entrego a Vos, y os amo con todo el corazón. Yo os amo, yo os amo, yo os amo. ¡Oh sumo bien, oh único amor de mi alma! Ea, aceptadme por vuestro en este día, y no permitáis que haya de dejar de amaros. Reina mía, María, os pido por aquel consuelo que tuvísteis la primera vez que mirasteis nacido a vyestro Hijo, y le disteis los primeros abrazos, intercedáis con Él para que me acepte por hijo, y me encadene para siempre con el don de su santo amor.
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