Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 13.ª: Baptísmo hábeo baptizári: et quómodo coárctor usque dum perficiátur? (Con bautismo es menester que yo sea bautizado: ¿y cómo me angustio basta que se cumpla? San Lucas XII, 50).
Considera
cómo Jesús padeció desde el primer momento de su vida; y todo lo
padeció por amor nuestro. Él no tuvo en toda su vida otro interés
después de la gloria del Padre, que nuestra salvación. Como Hijo de
Dios, no tenía necesidad de padecer para merecerse el Paraíso. Cuanto
sufrió de penas, de pobreza y de ignominias, todo lo aplicó para
merecernos la salvación eterna. Así, pudiendo salvarnos sin padecer,
quiso tomar una vida de dolores, pobre, despreciada y desamparada de
todo alivio, con una muerte la más desolada y amarga que jamás habia
sufrido mártir o penitente alguno; solo por darnos a entender la
grandeza del amor que nos tenía, y por ganarse nuestros afectos. Vivió
treinta y tres años, y vivió suspirando porque se acercase la hora del
sacrificio de su vida, que deseaba ofrecer para alcanzarnos la divina
gracia y la gloria del Paraíso. Este deseo le hizo decir: Con bautismo es menester que yo sea bautizado; ¿Y cómo me angustio hasta que se cumpla?
Deseaba ser bautizado con su propia Sangre, no para lavar sus pecados,
siendo Él inocente y santo, sí los de los hombres, a quienes tanto
amaba. Nos amó, y nos lavó en su Sangre, dice San Juan (Apocalipsis I,
5). ¡Oh exceso del amor de un Dios, que todos los hombres y todos los
Ángeles no llegaron jamás a comprenderle y alabarle cuanto basta! Pero
laméntase San Buenaventura al ver la grande ingratitud de los hombres a
tan grande amor, y se admira que nuestros corazones no se rasguen por la
fuerza del amor de Dios (Estigmas, cap. II). Se maravilla en otro lugar
el mismo Santo de ver a un Dios padecer tantas penas, gemir en un
establo, pobre en un taller, desangrado sobre una cruz, en suma,
afligido y atribulado en toda su vida por amor de los hombres; y ver
luego a estos no arder de amor por este Dios tan amante, y aun tener
valor de despreciar su amor y su gracia. ¡Oh Dios! ¿Cómo es posible
comprender que os hayais reducido a tanto padecer por los hombres, y que
haya de estos quienes ofendan tanto a Vos?AFECTOS Y SÚPLICAS
Amado
Redentor mío, entre estos ingratos que han pagado vuestro inmenso amor,
vuestros dolores y vuestra muerte con disgustos y desprecios, mirad a
mí, que soy uno de ellos. ¡Oh mi Jesús amado!, ¿cómo viendo Vos la
ingratitud que había de usar, pudisteis amarme tanto, y resolveros a
padecer tantos desprecios y penas por mí? Mas no quiero desesperarme. El
mal está ya hecho. Dadme, pues, Señor, aquel dolor que me habeis
merecido con vuestras lágrimas, pero que sea un dolor igual a mi
iniquidad. Corazón amoroso de mi Salvador tan afligido y desconsolado un
tiempo por amor mío, y ahora tan ardiente, mudadme el corazón, dadme
otro que compense los disgustos que os he causado, un amor que iguale mi
ingratitud. Ya me siento con un gran deseo de amaros, y os doy gracias
porque vuestra piedad me ha trocado el corazón. Aborrezco sobre todo mal
las ofensas que os he hecho; las detesto, las miro con horror. Estimo
ahora más vuestra amistad que toda riqueza y todo reino. Deseo
complaceros cuanto puedo. Os amo, oh amable infinito; mas veo que este
mi amor es demasiado escaso. Aumentad Vos la llama, dadme más amor;
porque el vuestro debe ser correspondido con otro mucho mayor por mí,
que tanto os he ofendido, y que en vez de castigos he recibido de Vos
tan especiales favores. ¡Oh sumo bien!, no permitais que yo viva más
tiempo ingrato a tantas gracias que me habeis hecho. Moriré por amor de
Vos: diré con San Francisco, que os habeis dignado morir por amor mío.
María, esperanza mía, ayudadme, rogad a Jesús por mí.
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