martes, 14 de diciembre de 2021

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA DECIMOSÉPTIMO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
     
MEDITACIÓN 17.ª: Oriétur vobis sol justítiæ, et sánitas in pennis ejus. (Nacerá para vosotros el sol de justicia, y la salud bajo sus alas. Malaquías IV, 2).
Vendrá vuestro Médico, dice el Profeta, a sanar los enfermos, y vendrá veloz como ave que vuela, y cual sol que al asomar en el horizonte envia al momento su luz al otro polo. Pero he aquí que ya ha venido. Consolémonos, pues, y démosle gracias, dice San Agustin, porque ha bajado hasta el lecho del enfermo, quiere decir, hasta tomar nuestra carne; puesto que nuestros cuerpos son los lechos de nuestras almas enfermas. Los otros médicos, por mucho que amen a los enfermos, solo ponen todo su cuidado para curarlos; pero ¿quién por sanarlos toma para sí la enfermedad? Jesucristo solo, ha sido aquel médico que se ha cargado con nuestros males, a fin de sanarlos. No ha querido mandar a otro, sino venir Él mismo a practicar este piadoso oficio, para ganarse nuestros corazones. Ha querido con su misma Sangre curar nuestras llagas, y con su muerte librarnos de la muerte eterna, de que éramos deudores. En suma, ha querido tomar la amarga medicina de una vida continuada de penas, y de una muerte cruel, para alcanzarnos la vida y librarnos de todos nuestros males. El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo tengo de beber? decia el Salvador a Pedro (San Juan XVIII, 11). Fue, pues, necesario, que Jesucristo abrazase tantas ignominias para sanar nuestra soberbia: abrazase una vida pobre para curar nuestra codicia: abrazase un mar de penas, hasta morir de puro dolor, para sanar nuestro deseo de placeres sensuales.
    
AFECTOS Y SÚPLICAS 
Sea siempre loada y bendita vuestra caridad, Redentor mío. Y ¿qué seria de mi alma tan enferma, y afligida por tantas llagas, si no tuviese a Vos, Jesús mío, que me podeis y quereis sanar? ¡Ah! Sangre de mi Salvador, en ti confio; lávame y sáname: Me arrepiento, amor mío, de haberos ofendido. ¡Vos para manifestarme el amor que me tenéis, habeis llevado una vida tan atribulada, y sufrido una muerte tan amarga!... Yo quisiera manifestaros tambien mi amor; mas ¿qué puedo hacer miserable enfermo y tan débil? ¡Oh Dios de mi alma! Vos podeis curarme, y hacerme santo, pues sois todopoderoso. Encended en mí un gran deseo de daros gusto. Renuncio a todas mis satisfacciones por agradaros, Redentor mío, que mereceis ser complacido a toda costa. ¡Oh sumo Bien! Yo os estimo, y os amo sobre todo otro bien; haced que os ame, y que os pida siempre vuestro amor. Hasta aquí os he ofendido, y no os he amado porque no he solicitado vuestro amor. Este busco ahora, y os pido la gracia de buscarlo siempre. Oídme por los méritos de vuestra Pasión. ¡Oh madre mía, María! Vos estais siempre dispuesta para oír a quien os ruega; Vos amais a quien os ama. Yo os amo, pues, Reina mía; alcanzadme la gracia de amar a Dios, y nada más os pido.

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