Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 23.ª (DÍA QUINTO DE LA NOVENA DE NAVIDAD): Oblátus est, quia ipse vóluit. (Se ofreció, porque él mismo lo quiso. Isaías LII, 7).
El Verbo divino, en el
primer instante que se vió hecho hombre y niño en el vientre de María,
todo se ofreció por Sí mismo a las penas у a la muerte por el rescate
del mundo. Sabía que todos los sacrificios de los machos de cabrío y de
los toros ofrecidos anteriormente a Dios no habían podido satisfacer
por las culpas de los hombres; sí que se necesitaba una persona divina
que pagase por estos el precio de su redención. Por lo que dijo Jesús al
entrar en el mundo aquellas palabras que San Pablo pone en su boca: Padre mío, todas las víctimas ofrecidas a Vos hasta aquí, no han bastado, ni podían bastar a satisfacer vuestra justicia:
me habeis dado un cuerpo pasible, para que con la efusión de mi Sangre
os aplaque, y salve a los hombres; héme pronto, todo lo acepto, y en
todo me someto a vuestro querer. Repugnaba este sacrificio la parte
inferior de Jesús, que como hombre naturalmente rehusaba aquella vida y
aquella muerte tan llena de penas y de oprobios; pero venció la parte
superior de la razón, que estaba toda subordinada a la voluntad del
Padre, y todo lo aceptó; comenzando Jesús a padecer desde aquel punto
cuantas angustias y dolores debía sufrir en los años de su vida. Así se
condujo nuestro Redentor desde el primer momento de su entrada en el
mundo. Mas, ¡oh Dios!, ¿cómo nos hemos portado nosotros con Jesús, desde
que comenzamos a conocer con la luz de la fe los sagrados misterios de
su redención? ¿Qué pensamientos, qué designios, qué bienes hemos amado?
Placeres, pasatiempos, soberbias, venganzas, sensualidad… He aquí los
bienes que han aprisionado los afectos de nuestro corazón. Pero si tenemos fe es necesario ya
mudar de vida y amor. Amemos a un Dios que tanto ha padecido por
nosotros. Pongámonos delante las penas del Corazón de Jesús sufridas
desde niño por nosotros; y de esta manera no podremos amar otro que este Corazón, el cual tanto nos ha amado.
AFECTOS Y SÚPLICAS
Señor mío, ¿quereis saber de mí cómo me he portado con Vos en mi vida? Desde que comencé a tener uso de razón, comencé también a despreciar vuestra gracia y vuestro amor. Vos mejor lo sabeis que yo; pero me habeis sufrido, porque aún me quereis bien. Huía de Vos, y os habéis acercado llamándome. Aquel mismo amor que os hizo bajar del Cielo para venir a buscar la oveja perdida, ha hecho que me sufriéseis tanto, y no me abandonaseis. Jesús mío, ahora Vos me buscais, y yo os busco también. Siento ya que vuestra gracia me asiste; me asiste con el dolor de mis pecados, que aborrezco sobre todo mal; me asiste con el grande deseo que tengo de amaros y daros gusto. Sí, mi Señor, os quiero amar y complacer cuanto pueda. Por una parte, me da verdadero temor mi fragilidad y debilidad, contraida por causa de mis pecados; pero por otra, es más grande la confianza que me da vuestra gracia, haciéndome esperar en vuestros méritos, y dándome grande ánimo para decir: Todo lo puedo en quien me conforta. Si soy débil, Vos me daréis fuerza contra los enemigos: si estoy enfermo, espero que vuestra Sangre será mi medicina: si soy pecador, confío que Vos me haréis santo. Conozco que por lo pasado soy culpable de mi ruina, porque en los peligros he dejado de recurrir a Vos. De hoy en adelante, Jesús mío y esperanza mía, a Vos quiero siempre recurrir; y de Vos espero toda ayuda, todo bien. Yo os amo sobre todas las cosas, ni quiero amar a otro que a Vos. Ayudadme por piedad, por el mérito de tantas penas que desde niño habeis sufrido por mí. ¡Eterno Padre!, por amor de Jesucristo aceptad que yo os ame. Si yo os he enojado, aplacaos con las lágrimas de Jesús niño, que os ruega por mí: Réspice in fáciem Christi tui. Yo no merezco gracias, pero las merece este Hijo inocente, que os ofrece una vida de penas, a fin de que Vos uséis conmigo de misericordia. Y Vos, Madre de misericordia, María, no dejéis de interceder por mí. Sabeis cuánto confío en Vos, y yo sé bien que no abandonais a quien a Vos recurre.
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