martes, 11 de octubre de 2022

ENTENDER EL MODERNISMO DEL CONCILIO PARA ENTENDER LA CRISIS DE HOY

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
 
En su Diario del Concilio, en la fecha 3 de Diciembre de 1962, mons. Luigi Carlo Borromeo Cressini, obispo de Pesaro, concluía el relato de la intervención del cardenal de Múnich a propósito de la colegialidad [1] con una agudísima reflexión sobre el modernismo, que veía bien representado en aquella aguerrida “pandilla” compuesta por los cardesnales Augustin Béa SJ, Josef Frings, Julius Döfner, Bernardus Alfrink, Leo-Jozef Suenens, Paul-Émile Léger PSS y por los prelados de Francia, Alemania, Holanda y Bélgica. Consideramos de mucha utilidad traer esta página de diario porque aquellos de quien mons. Borromeo escribía, son los que con el apoyo de Roncalli y Montini hicieron el concilio, lo hicieron devenir el lugar del triunfo de las nuevas ideas (condenadas doce años antes por Pío XII [2]). Y así como sobre el Concilio y sus doctrinas se funda la situación catastrófica que caracteriza a la Iglesia Católica desde 1965 hasta hoy, está bien releer estas líneas cuando se oye hablar de nuevas doctrinas: de documentos papales que autorizan sustancialmente el concubinato y las comuniones sacrílegas; de ausencias de grabadoras en tiempos de Jesús; de amistades con declaraciones homófilas; y de otras suciedades que sustancialmente son acomodamientos con lo peor que hay en el mundo. De ello el lector puede traer la enseñanza que el modernismo que hizo el Concilio es EL MISMO que mueve la acción de Bergoglio, que no por casualidad ha “canonizado” a Juan XXIII y sobre todo a Pablo VI, su citadísimo inspirador [3].
«Más se avanza, y más se debe recordar que la discrepancia entre las dos corrientes no es de forma, sino de  sustancia: no es en torno al modo con el cual se deba expresar para enseñar la verdad, sino en torno a la verdad misma. Estamos en pleno modernismo. No el modernismo ingenuo, abierto, agresivo y batallador de los tiempos de San Pío X, no. El Modernismo de hoy es más sutil, más camuflado, más penetrante y más hipócrita. No quiere levantar otra  tempestad, quiere que toda la Iglesia se halle modernista sin que se dé cuenta.
  
Se salva la Revelación, pero la Revelación viene de abajo, no de lo alto; viene de dentro, no de afuera. Si la revelación es divina, no es divina porque Dios, personal, ha hablado (concepción  burda y banal), sino porque lo divino que hay en nosotros nos mueve, nos levanta y nos guía a través de incesantes experiencias religiosas, que se expresan en sentimientos, en exclamaciones, en cantos, en ritos y en fiestas. El contenido de estos actos, en cuanto devengan actos sociales y comunitarios y hayan adquirido con el tiempo significación precisa y comúnmente aceptada, constituye la sustancia y el contenido del dogma religioso, formulado y propuesto por la Autoridad. Porque este es el oficio de la comunidad religiosa: de elaborar y producir el dogma; y este es el oficio de la Autoridad religiosa: de dar al dogma una forma precisa y definitiva para custodiarse y transmitirse a las generaciones futuras por medio del magisterio.
   
Se torna entonces bien claro por qué estos modernistas no quieren oír hablar de la Tradición como fuente de la Revelación. Así entendida la Tradición, sería antecedente a la Escritura (formulación de las experiencias comunitarias) y no traería origen de las experiencias religiosas, sino que esté abrochada a una enseñanza directa y superior, recibida por la Iglesia y por ella custodiada y transmitida mediante su magisterio. La tradición es admitida también por el novel modernista, pero consiguiente a la Escritura, interpretativa de la Escritura, y originada de la Escritura y del magisterio, que en su origen tendría por objeto solo la Escritura. [4]
   
Cristo se salva en el modernismo, mas no es un Cristo histórico; es un Cristo que la conciencia religiosa ha elaborado para que una figura humana, bien delineada y concreta, sirviese de soporte a las experiencias religiosas que no podían ser expresadas en su riqueza e intensidad por medio de puros conceptos racionalies y abstractos: el amor de Dios por los hombres, la culpa, la expiación, y la justificación del dolor y de la muerte no se podían expresar en el lenguaje de la matemática y de los silogismos. Un Padre Dios que manda un Hijo Dios; un niño que nace de una Virgen; una cuna en la noche fría; Ángeles que cantan, pastores que adoran, Reyes que llegan del misterioso oriente, etc.: este es el lenguaje del que tenía necesidad el corazón humano y la conciencia religiosa de las masas para expresar lo que oían y aquello a que aspiraban. Y esto es totalmente cierto; pero no en el sentido en el cual decíamos ser verdad que Cicerón fue un gran orador o que Mussolini y Hitler fueron jefes de Estado, amigos y aliados; sino solo en el sentido que verdaderos son los sentimientos expresados por aquellas imágenes y verdadera es la eficacia expresiva de las imágenes mismas, en cuanto dan  precisamente, con vivacidad y fuerza cuanto fue probado, visto, elaborado y expresado por la conciencia de la comunidad.
   
¿La inspiración de la Escritura? Es vedadera, lo creen también los Modernistas. Pero el Espíritu Santo es el espíritu que anima a todas las conciencias religiosas, como el calor que recalienta y hace incandescente todos los metales. El Espíritu Santo ha hablado y habla a todos aquellos que aman y oran, mientras aman y oran. El autor de la inspiración por ende es todo interior a la consciencia humana, y el sujeto de la inspiración no es una persona singular, Lucas, Marcos, Mateo, sino que el sujeto de la inspiración es la Comunidad. Los Autores sagrados se pueden y se deben decir inspirados en cuanto han atendido a los productos de la conciencia comunitaria, porque la conciencia comunitaria, y la Autoridad religiosa, han reconocido en su obra, esto es, en sus escritos; la genuina colección, la genuina coordinación, y la genuina expresión de sus experiencias y de las más elementales y fragmentarias expresiones de las experiencias mismas.
   
Así el Modernismo de hoy salva todo el Cristianismo, sus dogmas y su organización, pero lo vacía todo y lo invierte. No es más una religión que venga de Dios, sino una religión que viene directamente del hombre e indirectamente de lo divino que está en el hombre».

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