jueves, 29 de junio de 2023

SAN JUAN BAUTISTA Y LAS DEVOCIONES RECIENTES

Traducción del artículo publicado en WM REVIEW.
  
San Juan Bautista y los fariseos (Bartolomé Esteban Murillo. Cambridge, Museo Fitzwilliam).
   
El siguiente fragmento del libro del padre Coleridge sobre el ministerio de San Juan Bautista arroja una luz interesante sobre las devociones más “recientes” adoptadas por la iglesia, como las devociones del Corpus Christi, y la devoción al Sagrado Corazón. Puede arrojar luz sobre por qué la devoción a San José se ha desarrollado a través de los siglos hasta el punto de eclipsar la devoción a San Juan Bautista.

También puede explicar por qué el Cielo ha puesto tanto énfasis en la devoción al Inmaculado Corazón de María y al Santo Rosario. En 1957, la Hermana Lucía (uno de los tres videntes de Fátima) le dijo al padre Agustín Fuentes:
«La Santísima Virgen, en estos últimos tiempos en que vivimos, ha dado una nueva eficacia al rezo del Rosario.
   
Ella le ha dado esta eficacia en tal medida que no existe ningún problema, sin importar cuán difícil sea, si material o sobre todo espiritual, en la vida personal de cada uno de nosotros, de nuestras familias, de las familias del mundo, o de las comunidades religiosas, o incluso de la vida de los pueblos y naciones, que no pueda ser resuelto por el  Rosario.
  
Le digo, no hay problema, sin importar cuán difícil sea, que no podamos resolverlo rezando el Santo Rosario. Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas».
Para algunos, esta idea puede parecer sorprendente, “aleatoria”, o inclusive increíble. ¡¿Por qué tomaría el Rosario una nueva eficacia en el siglo XX?
    
Esto no es extraño porque algunos fanáticos de los Ritos Orientales desdeñan el Rosario y otras devociones latinas, como si fueran asuntos meramente parroquiales de poca relevancia para ellos.
    
Esperamos que este aparte pueda explicar cómo y por qué tales devociones y prácticas aparecen y se desarrollan en la vida de la Iglesia, y el peligro de tratarlas como poca cosa, una vez que su credibilidad ha sido establecida.
  
+++
  
De El ministerio de San Juan Bautista, por el P. Henry James Coleridge SJ. Londres, Burns and Oates, 1882, págs. 19-23. Se añadieron saltos de línea, y los títulos provienen del Índice General en el original.
Las exhortaciones generales [de San Juan Bautista] a la penitencia, reforzadas por la autoridad que les daba la gran santidad y austeridad del portavoz, y que hacían entender a la conciencia de cada hombre por la gracia abundante que acudía a su misión, produjo los frutos de compunción y contrición de corazón, evidenciadas, como se nos relata por los Evangelistas, en dos formas: por la confesión de los pecados, y por la recepción del bautismo de manos de San Juan.
   
La confesión de los pecados
Parecería que antes de ese tiempo, la confesión particular de los pecados no estaba en práctica entre los judíos. Ellos probablemente se acusaban como pecadores en una forma general, tal como hacía el Publicano en la parábola de Nuestro Señor (San Lucas XVIII, 13). Por supuesto, tampoco los sacerdotes tenían poder alguno para absolverlos, y la confesión que ellos hacían no era hecha a los sacerdotes, sea en general o en particular.
   
Sin embargo, las palabras con las que se describe la práctica introducida por San Juan, parecen señalar la confesión particular de los pecados. Y aunque el bautismo cristiano remite todos los pecados, original o actuales, hayan sido confesados o no, parece haber sido costumbre para los adultos en los primeros tiempos de la Iglesia hacer confesiones particulares antes de recibirlo [1].
   
Y algunos han deducido que la confesión hecha a San Juan era particular, por las directrices que le da como a los deberes de los estados de las distintas clases que recurrían a él.
   
Luego, esta confesión era un acto de gran autohumillación, y en un gran número de casos, sería bendecida y recompensada por Dios por el don de la contrición, de la cual dependería la perfecta absolución del penitente, no teniendo el bautismo de Juan tal eficacia sacramental.
   
La ceremonia del bautismo
Aun así, a ceremonia del bautismo no era un mero rito vacío, porque era cuando menos un acto de religión, en el cual todo el dolor interior del penitente por el pecado y las resoluciones de enmienda se recogían y expresaban solemnemente, y esto en muchos casos implicaría un don especial de gracia.
   
Ítem, la recepción del bautismo, en la forma administrada por San Juan era una profesión de fe distinguida en su misión,  y, como dice San Pablo en los Hechos (XIX, 6), de creer en “Aquel que vendría detrás de él”, y esto no podía sino ser fructífero en gracia.
   
En ninguna manera el rito del bautismo era desconocido a los judíos, y parece haber sido un rito usado en muchas ocasiones diferentes. El significado espiritual de cada uno era especial en particular, tanto como la “imposición de manos” es un rito general con efectos particulares distintos bajo la ley evangélica [2].
   
Particularmente, el bautismo era usado en la admisión de un prosélito, después de la circuncisión, y en este caso tenía un significado especial en cuanto implica la profesión de una nueva religión, la entrada en una alianza con Dios [3]: y se suponía que sería usado para este propósito cuando viniera el Mesías, según las profecías de Ezequiel y Zacarías [4].
   
A raíz de la administración del rito por San Juan, se hizo materia de cuestionamiento por las autoridades en Jerusalén, como si implicara —como pretendía implicar— que su labor de conferir el bautismo era para asumir un oficio perteneciente o a un profeta o a algo conexo con el nuevo reino del Mesías (San Juan I, 25).
   
No era una mera ceremonia
Así que, si bien el lenguaje usado por San Pedro sobre el bautismo cristiano [5], el cual implica su efecto sacramental en la remisión de los pecados, no podía usarse en el bautismo de San Juan, era todavía algo más que una mera ceremonia, y ponía a los que lo recibieron en una nueva relación con Dios en cuanto preparados a recibir esa enseñanza y a entrar en esa nueva alianza cuyo camino estaba preparando San Juan.
   
Nuevamente, y así los Evangelistas hablan de los fariseos y escribas como “despreciando el consejo de Dios en ellos mismos”, porque no se sometieron a este bautismo. Luego, desde el comienzo de la predicación del nuevo reino, mientras todavía Nuestro Señor permanecía tras bambalinas, y viviendo la vida oculta por la cual Él había estado glorificando a Dios por diez y ocho años desde Su primera aparición pública en el Templo en Jerusalén, estaban siendo revelados los pensamientos de los hombres, y los hombres dividiéndose en dos campos.
   
Los humildes, los penitentes, los que estaban prestos a abrazar con corazón agradecido la oferta de mejores cosas hechas para ellos en el bautismo de San Juan, estaban colocándose en un lado, y del otro ya se encontraban muchos de los hombres que después se convertirían en los amargos oponentes y perseguidores de Nuestro Señor.
   
El peligro para los que lo despreciaron
El bautismo de San Juan no era obligatorio como una condición para la salvación, pero era el símbolo señalado de ese espíritu de penitencia y contrición que era absolutamente necesario en todos los que se iban a beneficiar por la predicación del Evangelio.
   
Este era el resultado y fruto de un tiempo especial de gracia y visitación, un medio de preparación dispuesto por la Providencia de Dios que no podía ser omitido deliberadamente sin peligro. De hecho, su omisión deliberada y rechazo mostraba la soberbia y la dureza del corazón.
   
Hay muchos tiempos de gracia, devociones dadas por Dios en distintos momentos a la Iglesia, llamados al arrepentimiento, o a la preparación para la muerte, o a mayor rigor de vida, o a métodos particulares de honrarlo a Él respecto a este o aquel misterio, y así por el estilo, que parecen venir a sus hijos de tiempo en tiempo con alguna señal especial de adecuación o alguna sanción especial.
   
En cuanto a éstos, cualquier singularidad o aislamiento del sentimiento que se respira como un instinto celestial sobre la comunidad cristiana en general, es una señal de peligro, soberbia secreta, o enfriamiento de la caridad.
   
Es posible que los que se mantienen al margen no sufran inmediatamente la pérdida de ninguna gracia cristiana, pero el resultado puede mostrar que no pueden estar sin gran peligro a sus almas que se apartan de lo que puede ser, como lo fue en su momento el bautismo de Juan, el buen consejo de Dios respecto a ellos.

NOTAS
[1] San Juan Crisóstomo, Homilía sobre San Mateo X, 5; San Cirilo Jerosolimitano (a los catecúmenos), Catequesis I, § I, 2, 5; San Gregorio Nacianceno, Sermón 40 sobre San Juan Bautista; y Tertuliano, Sobre el Bautismo, cap. 20, hablan de esta confesión antes del bautismo como una representación del bautismo de Juan. Ver a Francisco Javier Patrizi, In Evangéliis, tomo III, pág. 470.
[2] Los lugares en que el rito es mencionado son Levítico XIV, 8, 9; XV, 5; XVI, 24, 26, 28; XVII 15, 16; y XXII, 6; Números XVII 7, 8, ss.; Deuteronomio XXIII, 11; Eclesiástico XXXIV, 30; Éxodo XXIX, 4; XL, 12, &c. Habían otros “bautismos” de los fariseos: San Marcos VII, 10; San Lucas XI, 48.
[3] Ver en el Antiguo Testamento, Génesis XXXV, 2 y Éxodo XIX, 10, donde se implicaba algo de esta clase.
[4] Ezequiel XXXVI, 26; Zacarías XIII, 1.
[5] Hechos II, 38. Ver también las palabras de Ananías a San Pablo, como fueron relatadas por este último, en Hechos XXII, 16.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.