Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.
DÍA VIGÉSIMOTERCIO – SAN JOSÉ, SUPERIOR PERFECTÍSIMO
Como jefe de la Sagrada Familia, recibió San José todas las órdenes de lo alto y fue encargado de su ejecución. No a Jesús ni a María iban dirigidos los mensajes celestiales, sino a San José y él era quien debía transmitir las órdenes a su divina familia, haciéndose obedecer de Jesús y de María.
Ante tan extraordinario poder, ¿no se deslizará acaso cierto sentimiento do orgullo en el alma de José? ¿No fijará cierta complacencia en sí mismo? ¡Oh!, no. Cuando Dios otorga a un alma grandes y numerosas gracias, la anonada bajo el peso de su gloria y el alma no encuentra en ellas, sino una razón de humillarse más. En la elevación de San José so nos presenta una hermosa lección. Él fue jefe, superior de la primera comunidad; Belén, Nazaret, fueron los primeros conventos; Jesús, María y José eran el prototipo de la primera orden religiosa, consagrada a la gloria de Dios. Admirad ahora una circunstancia sorprendente, el superior de esa santa casa es el menor de todos, en gracias, en santidad y en méritos. Comparado con Jesús, el esplendor del Padre, San José desaparece en medio de su nada: puesto al lado de María, no es sino una débil estrella que se eclipsa ante este sol de gracias y santidad. Y, sin embargo, él, el menor bajo todo respecto, es quien reviste la autoridad y quien gobierna.
¡Qué íntimo sufrimiento, qué violencia debía imponer a su humildad, cuando se veía precisado a transmitir sus órdenes a Jesús o a María, a su Rey, a su Reina! ¡Yo, diría él, pobre desgraciado, ordenar a mis soberanos dueños! Lo hacía, sin embargo, de buen grado, porque era la voluntad expresa de Dios.
¿Tendremos nosotros la simpleza de envanecernos por estar investidos de autoridad?
Necios precisamos ser para envalentonarnos porque somos quizá superiores: los primeros serán los últimos. Y Dios en su Escritura, anunciando la edad de oro del cristianismo, dijo: “Un niño pequeño los gobernará y conducirá”. Es una gran lección, que deben tener bien grabada todos aquellos que se hallan exaltados por encima de los demás, para mantenerse en la humildad que les conviene: Dios manifiesta así su poder y su misericordia.
Y los súbditos han de mirar en su superior, menos las cualidades personales que su misión; no se trata ya de lo que es en sí mismo, sino de Nuestro Señor que habla por su boca; no os detengáis a examinar su santidad personal, sino acostumbraos a ver en él a nuestro Señor Jesucristo.
Aspiración. — San José, enseñadnos a tratar a nuestros subalternos, como vos tratabais al Niño Jesús.
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