Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.
DÍA DECIMOSEXTO – FE DE LA ADORACION DE SAN JOSÉ
Hacían ya tres meses que la Santísima Virgen llevaba en su seno su tesoro; saboreando en secreto la dicha de saber que aquel que vivía en ella era su Dios. El Ángel reveló a San José el misterio y él lo creyó en el instante; nada veía y, sin embargo, durante seis meses creyó y adoró. ¡Oh!, ¡qué adoración tan ferviente debió ofrecer a su Dios, cuando lo supo habitando ese tabernáciúo viviente! Es imposible explicar la perfección de su adoración.
San Juan se estremeció de gozo al aproximársele María: ¡qué impresiones debió experimentar San José durante los seis meses que vivió teniendo a su lado y bajo sus ojos al Dios escondido! El padre de Orígenes besaba a la noche el pecho de su tierno hijo, adorando en él al Espíritu Santo como en su templo. ¿Dudáis acaso que San José no hubiese de adorar con frecuencia a Jesús, al Verbo oculto en el purísimo Tabernáculo de María? ¡Oh!, ¡cuán piadosa debió ser esta adoración: mi Señor y mi Dios, he aquí a tu siervo! Nadie podrá describir la adoración de esa alma grande. San José no veía, él creía; su fe debía ver al través del velo virginal de María. Pues bien, bajo los velos de las sagradas especies, nuestra fe debe ver también a Nuestro Señor; pidamos a San José su fe viva, la perfección de su fe.
Más tarde, cuando San José tiene la dicha de estrechar entre sus brazos y sobre su corazón al Niño Jesús; ¡qué homenajes de fe le tributa! Estos homenajes eran más gratos a Nuestro Señor, que los que recibe en el cielo. Imaginaos ver a San José adorando a su Dios en el débil Niño que descansa en sus brazos; repitiéndole que quisiera morir por Él y diciéndole todo cuanto su corazón desearía hacer por su gloria y por su amor. Las creaciones del genio y del amor están siempre en razón de la santidad: cuanto más pura y sencilla es un alma, más magníficas son las expresiones de su amor y de su adoración. Adorad también sobre el altar al Verbo hecho Niño por nosotros; por más que hagáis, vuestra adoración no tendrá jamás el valor de la de San José: uníos a sus méritos; un alma que ama a Dios, en todo le sacrifica su amor: y Dios escucha a esa alma, que vale ella sola tanto como otras mil juntas.
San José tributó a Nuestro Señor el homenaje de la adoración de compasión; es decir, que su fe le hizo ver a Nuestro Señor inmolado sobre el Calvario y sobre los altares, y lo adoró uniéndose a su sacrificio. Jesús le reveló sus padecimientos futuros: al amor de San José le faltaba esta consagración; pues el amor que no padece es un amor de niño. ¡Oh!, jamás podréis abrigar el amor de compasión en el mismo grado que San José. Unios a él, adorando la augusta víctima de los altares; que vuestra adoración, como la suya, sea sostenida y alumbrada por la fe. Creed y veréis, pues la fe es la visión del alma pura.
Aspiración. — San José, que penetraste el interior de Jesús, ruega por nosotros.
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