Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.
DÍA DUODÉCIMO – LUCES DE LA ADORACIÓN DE SAN JOSÉ
Nueestro Señor Jesucristo es la perfección misma, perfección sin límites. Infinita como la misma divinidad, no se le puede asignar ningún término, pues en sí misma es infinita. Tan luego como descubrimos un rayo de estas perfecciones, nos sentimos impulsados a seguir descubriendo siempre más; y jamás uno puede saciarse, porque jamás habremos agotado nuestro objeto.
A medida que Nuestro Señor se manifestaba a San José con más amor, el hambre y sed místicas de mejor conocerle aumentaban en su alma. Cuanto más viva era la luz que recibía, más grande era su amor y sus virtudes más puras: San José se inspiraba en las virtudes más puras, y en el amor más perfecto para servir a Nuestro Señor; y cuanto más penetraba en el conocimiento de sus perfecciones, crecía su amor aún más: ésta es una consecuencia necesaria. “Si alguno me ama, dice Jesucristo, mi Padre lo amará, y Yo me manifestaré á él”.
San José experimentaba la inmensa, la imperiosa necesidad de amar siempre y cada día más a Nuestro Señor. Variaba los actos de sus virtudes siguiendo la luz que recibía de la contemplación del amor: no vivía en sí mismo, sino en Nuestro Señor, que le hacía penetrar cada día más en los secretos de su Corazón.
San José mantenía una unión íntima con la Santísima Virgen; pero no vivía en ella, y del mismo modo María, aunque respetaba y honraba profundamente a su casto esposo, tampoco vivía en él. Nuestro Señor era el centro de la vida de entram- bos, su fin soberano e inmediato.
San José es el modelo perfecto de la pureza en nuestro servicio eucarístico. Nuestro Señor debe ser el fin de todas las gracias que recibimos; toda nuestra vida debe tender hacia Él como hacia su fin; debe desarrollarse toda en Él como en su centro. No perdáis jamás de vista el servicio de su adorable persona, todas vuestras gracias, todas vuestras virtudes no tienen otro objeto que el de comunicar a vuestras facultades la habilidad que reclama semejante servicio; a vuestra alma, la belleza que en ella quiere ver Jesús.
Honrad pues, a Nuestro Señor, pero que este servicio sea interior, debéis cumplirlo en Nuestro Señor, ocultaros y vivir en Él. Él es luz y calor; el amor parte de su Corazón cual llama devoradora. ¡Muy desgraciado es aquel que, viviendo junto á Él, no lo ve, ni lo siente!
Aspiración. — San José, que llevasteis en vuestros brazos al que recibimos en nuestros corazones bajo la forma de la Hostia, ruega por nosotros.
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