Una vez, San Pío X recibió en audiencia a un obispo francés al que había citado pues había sido acusado de llevar una mala conducta con el vino, las mujeres y las canciones vulgares.
Cuando se presentó, el obispo francés saludó al Papa Sarto llamándole «Su Excelencia» y besó el anillo pontificio, levantándose inmediatamente sin que se le ordenara.
Una vez sentados, San Pío X le ofreció al obispo un puro del humidor papal en el escritorio, quien lo declinó protestando vehementemente: «Yo no tengo ese vicio, Su Santidad». A lo que respondió: «Si los puros fueran un vicio, yo no le ofrecería uno, porque ya usted tiene bastantes vicios».
Luego el obispo se arrodilló con una rodilla por tierra durante diez minutos. Pasados esos diez minutos, San Pío X lo despojó de la birreta episcopal y le dijo: «Puede usted retirarse».
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