Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.
DÍA VIGÉSIMOPRIMERO – SAN JOSÉ, PERFECTO MODELO DE OBEDIENCIA
A pesar de que no hiciera San José voto de obediencia como lo hizo de castidad, es asimismo modelo acabado de aquella virtud. Su cargo en medio de la Sagrada Familia lo obligaba a ordenar; mas, al mismo tiempo que cumplía cerca de Jesús su misión de padre, era su discípulo fiel; y al ver al divino Hijo obedecer con tanta sencillez y prontitud hasta la edad de treinta años, se prendó de tal virtud y la practicó en el grado más eminente.
Él no se detenía a examinar de dónde procedían las órdenes, ni quién era el que mandaba, ni las razones que las motivaban: obedeció siempre a Dios, a las autoridades y a la voz del deber.
Cuando Dios le ordena por intermedio de un Ángel, que no se aleje de María a pesar del misterio de su maternidad que hiere a su delicadeza, él obedece al punto; cuando se le intima la orden de partir para Egipto, en medio de circunstancias las más penosas, que hubieran sido propias para sumirlo en la angustia y la ansiedad, obedece, sin replicar ni una palabra, sin argüir la más mínima razón. Al regreso no sabe a dónde dirigirse; su instinto natural era volver a Belén, puesto que allí había nacido el Niño y que él ignoraba los designios actuales de Dios sobre él: el Señor lo deja llegar hasta las puertas de la Judea y sólo entonces, por una inspiración interior, le ordena dirigirse a Nazaret. Sin duda, hubiera podido ser advertido con más anticipación, pero San José se complacía en los sacrificios de la obediencia. En todas estas circunstancias, la obediencia de San José fué sencilla como su fe, humilde como su corazón, pronta como su amor, ella se extendió a todo, no descuidó nada: fue universal.
San José fué fiel a todos sus deberes: el deber ante todo; tal fue su regla de conducta; él hubiera sacrificado la dicha de vivir en compañía de María, como sacrificó su reposo de Nazaret en aras del deber.
Obedeció á los príncipes y a todos los que tenían alguna autoridad sobre él: consideraba sus órdenes como viniendo del mismo Dios, pues sabía que de Él deriva la autoridad que tienen para gobernar la sociedad. San José se sometió pues a todas las leyes, no haciendo valer ningún privilegio, ni excepción alguna: quiso cumplir toda justicia.
Tal ha de ser nuestra obediencia, si queremos participar del mérito de la obediencia eucarística de Nuestro Señor. Ésta ha de ser la virtud de nuestro servicio; observar toda la ley ha de ser nuestra gloria; obedecer como nuestro divino Maestro Jesús sin privilegios, como San José nuestro modelo, ése ha de ser nuestro mayor deseo y nuestra soberana felicidad.
Aspiración. — San José, alcánzanos la gracia de participar contigo, en la obediencia tan perfecta de Jesús Sacramentado.
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