TODO EN MARÍA y POR MARÍA. Y por las BENDITAS ALMAS del PURGATORIO
Queridos hijos:
El gran tema para estar siempre cobijados por Dios, cobijados por su gracia santificante, gozar de su ayuda, para santificarnos, para poder alcanzar la Salvación Eterna, “ese gran tema” es que, sólo con su gracia, podamos alcanzar y tener en algún grado (ojalá elevado) la virtud de la Humildad, virtud clave y tan importante que logra para nosotros la bondad de Dios, y virtud que a veces está tan ausente en nuestras vidas.
La Virtud de la Humildad; hemos querido dedicarle varias prédicas, llevamos tres: (1) La primera, cuando festejábamos en el mundo entero nuevamente la “Navidad”, el nacimiento de Dios Nuestro Señor Jesucristo en la tierra. (2) La segunda, en “La Octava de Navidad”, el día 1° de enero, cuando comenzábamos este 2025; problemas del mundo “chibernético”: no salió el audio. (3) Tercera prédica, en la “Fiesta del Santo Nombre de Jesús” (domingo 5 de enero); nuevos problemas “cibernéticos”: se interrumpió la transmisión.
Hoy deseamos hacer la cuarta prédica, y centrarnos en LA PRÁCTICA DE LA HUMILDAD, practicar y ejercitar esta virtud capital. Esperemos que les ayude y nos ayude [1].
[ 1 ] Práctica de la Humildad para con Dios.
Primer punto: Practicar la Humildad para con Dios, por medio del espíritu de religión:
-(1) Hacemos así cuando vemos la Verdad de que toda nuestra vida debe ser oración; cuando realizamos la Verdad de que toda nuestra vida debe ser “un tributo a Dios: un tributo a Dios”; cuando vemos que nosotros no somos sino nada y pecado, en contraposición a la plenitud, omnipotencia y santidad de Dios; la Liturgia Católica dice: “Tu solus Sanctus, Tu solus Dóminus, tu solus Altíssimus: Tú solo eres el Santo, Tú solo eres el Señor, Tú solo eres el Altísimo”.
-(2) De lo anterior, debe surgir hacia Dios sentimientos de adoración, de amor, de oración, de entrega total, de respeto, de temor filial hacia Dios, y estas cosas nos hacen más humildes, la grandeza de Dios y mi nada.
-(3) Este espíritu de oración, para practicar y ser humildes, debe surgir también al contemplar las obras de la naturaleza, hechas por Dios: la Creación, toda esa hermosura; y más aun al contemplar las obras sobrenaturales de Dios, las obras de la gracia, participación de la vida divina; y esta contemplación de las obras de Dios debe llevarnos a una entrega y sumisión total hacia Dios, a quedar anonadados ante su poder, a ser más humildes.
Segundo: Practicar la Humildad para con Dios, por medio del espíritu de agradecimiento:
-(1) Debemos agradecer a Dios por todo y en todo momento; ello nos hará humildes. Dios es el origen y la fuente de todos los dones que recibimos y tenemos: Los dones naturales (el estar vivos, nuestro cuerpo sano y “funcionando”, más importante: nuestra alma, nuestras capacidades, cualidades, el poder vivir, caminar, poder trabajar, etc); y más aun, Dios es la fuente de los dones sobrenaturales, los dones de la gracia, los cuales, sabemos, sobrepasan totalmente nuestra naturaleza (el poder ser hijos de Dios, el poder ser católicos, el poder salvarnos y llegar al Cielo, el poder santificarnos, el poder ayudar al prójimo en su salvación, “todo es gracia: todo es gracia”).
-(2) Siendo así, como la Virgen humildísima, debemos agradecer todo el tiempo a Dios por los dones que nos ha dado: “Magníficat ánima mea Dómino: Mi alma engrandece al Señor. Et exsultávit spíritus méus in Déo salutári méo: Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Quia respéxit humilitátem ancíllæ súæ: Porque ha visto la Humildad de su esclava… Quia fecit mihi magna qui potens est: Porque ha hecho grandes cosas en mí el que es todopoderoso”.
-(3) Y así, en vez de atribuirnos a nosotros mismos esos dones y ser soberbios, hemos de devolver a Dios todo honor y toda gloria; ser agradecidos [2]
Tercero: Practicar la Humildad para con Dios, por medio del espíritu de dependencia; y ya esta sola expresión nos llena el alma, nos llena el alma de alegría: espíritu de dependencia; qué importante es, cuánto lo necesitamos, para ser buenos hijos de Dios, para ser humildes, para estar contra nuestra soberbia: espíritu de dependencia. Dependemos en todo de Él, de que Él nos sostenga, de que Él nos ayude; si no, nos caemos; si no, volvemos a nuestra nada, y miseria, y pecados, nos condenamos: Debemos ser humildes, y para esto el espíritu de dependencia.
-(1) Por este espíritu de dependencia, vemos la Verdad de que somos incapaces de hacer cosa alguna, ni en el orden natural, ni en el orden sobrenatural, si Dios no nos sostiene, no podemos nada por nuestras propias y solas fuerzas.
-(2) Sabiendo de esto, del espíritu de dependencia, no debemos comenzar obra alguna sin encomendarnos a Dios y/o a María Santísima, por la oración, a través de la oración: Rezar siempre al comenzar una acción o trabajo, y rezar al terminarlo; haciendo así, estamos pidiendo su gracia, su ayuda, nos encomendamos a su socorro, su sostén: su gracia es el único remedio para todo, para nuestra incapacidad, para nuestras limitaciones, ¡y para nuestra soberbia!
-(3) Por espíritu de dependencia, hemos de decirnos internamente a nosotros mismos, y con mucha frecuencia, que no podemos nada sin Él; hemos de manifestar frecuentemente la necesidad total que tenemos de Él.
-(3 bis) Por ejemplo, manifestar ese espíritu de dependencia cuando estamos sufriendo una tentación, diciendo en secreto, internamente, muchas veces: “Señor, no me dejes traicionarte; Señor, no me dejes traicionarte”, para contar con su gracia, para lograr no caer en la tentación, y sobre todo para no caer en pecado, en el pecado mortal. Así también, cuando tenemos trabajos u obras que realizar: “Señor, ayúdame; Señor ayúdame”. El espíritu de dependencia es importantísimo, Dios es todo y yo soy nada, necesito de Él, dependo de Él.
[ 2 ] Práctica de la Humildad para con el prójimo.
-(1) El principio que debe guiarnos con el prójimo es el siguiente: Hemos de considerar en él los dones naturales y sobrenaturales con que Dios le adornó, y admirarlos sin envidia, sino alegrándonos de ello: de sus virtudes, de sus triunfos, de sus cualidades, de sus logros; sobre los defectos que el prójimo tuviere, no estar determinándolos y más bien excusarlos –cuando podamos–, salvo que por nuestro cargo o autoridad estemos obligados a corregirlos.
-(2) Si vemos que un prójimo comete un pecado, no podemos justificar ningún pecado: una acción mala siempre será tal, pero tampoco hemos de tomar una actitud condenatoria de su persona y menos de su conciencia –lo cual corresponde solamente a Dios y es el ámbito de solo Dios–:
-La acción mala hemos de verla como tal (para eso Dios da nuestro intelecto), pero su conciencia (culpabilidad, malicia o no) no podemos juzgar.
-Y esto que sigue es muy importante para ser humildes: Hemos de ser conscientes de que nosotros podemos caer en el mismo pecado y en peores aun, y que ciertamente caeremos en ellos si no tenemos la gracia de Dios o no la usamos bien, que caeremos ciertamente en pecados si somos soberbios y orgullosos en vez de humildes.
-El pecado del prójimo, más que una actitud condenatoria, debe darnos una cierta tristeza o melancolía de que las cosas sean así, y desear y rezar para que ello cambie, para que el prójimo salga de ello y se convierta. Debemos juzgarnos severamente a nosotros mismos (porque sí nos conocemos), y benignamente al prójimo (cuyo interior no conocemos, y sólo Dios conoce).
-Otra vez, las acciones malas debemos y estamos obligados a verlas como tales, pero el interior (conciencia, culpabilidad) no podemos juzgar: eso lo sabe sólo Dios; cambiando un poco el dicho (para bien): “cosas vemos, corazones no sabemos”.
(3) Podemos, y debemos, siempre considerarnos inferiores al prójimo, “si Dios no me diera su gracia, yo caería en peores cosas, en peores pecados que él, y tal vez dicho prójimo, con esa misma gracia de Dios, hubiera hecho mejor uso y con mayores frutos” [3]. No hay forma de saber qué tan bajo podemos llegar a caer, hasta donde podemos llegar con nuestros pecados; “no, yo nunca voy a hacer eso”: cuidado, cuidado, y más bien decir yo “deseo” con su gracia no caer en eso, pero sí que soy capaz, e incluso de hacer cosas peores [4].
[3] Práctica de la Humildad para consigo mismo.
-Un principio rector: Si bien hemos de confesar los bienes que hemos recibido de Dios, para dar gracias por ellos, debemos insistir en parar nuestra atención especialmente en nuestros pecados, defectos, debilidades, limitaciones, porque si no, probablemente no nos mantendremos en la Humildad; sí, así de imperfectos somos, que si nos paramos a ver los dones, no nuestros sino de Dios, que Él nos ha dado, también tenemos riesgos de caer en soberbia y vanagloria, al revés de la Virgen María.
La Humildad debe estar en nuestro espíritu, lo cual comporta:
-(1) Tener una justa desconfianza de sí mismo, ver nuestras falencias, nuestros errores, equivocaciones, limitaciones; ver los errores del pasado, ver los errores que puedo cometer en el futuro; no caer en el desorden de la autoconfianza: “yo lo puedo todo” (“tú no puedes nada, si Dios no te ayuda y te sostiene”), y está mal el no apoyarse en todo en Dios; hemos de saber que no debemos confiar en los dones que hemos recibido como si fueran mérito propio o de nuestra propiedad [5]: Todo es de Dios.
-(2) En el uso de nuestros talentos recibidos, no hemos de procurar relucir ni ganar admiración ni estimación; sino que ellos deben servir para la causa de Dios, para su gloria y para la salvación propia y del prójimo [6]
-(3) Otro consejo para tener humildad en nuestro espíritu, es someterse a las decisiones de otro; incluso someterse a las decisiones de nuestros inferiores siempre que nuestro cargo y autoridad lo permitan, y cuando eso no dañe el Bien Común (muchas veces esto de someterse a los inferiores no se podrá).
La Humildad debe estar en nuestro corazón:
(1) Se suele explicar que la humildad en el corazón abarca que no deseemos la honra y la gloria; el preferir vivir escondidos, en vez del relumbre; abarca el callar cuanto pudiera ser causa de estimación hacia nosotros: “recúmbe in novíssimo loco: ponte en el último lugar (San Lucas 14,10)”.
(2) La Humildad en el corazón es el “ama nescíri et pro níhilo reputári: ama ser desconocido y ser reputado por nada”.
(3) Escuchemos a San Vicente de Paúl en relación a lo que decíamos hace algunos momentos:
“No debemos… parar a considerar lo bueno que en nosotros hubiere, sino pararnos a considerar lo malo y defectuoso, y es éste un medio muy a propósito para conservarnos en la Humildad. El don de convertir almas, todos los otros talentos exteriores que en nosotros hubiere, no siendo nuestros no somos sino portadores de ellos, y aun con todo eso podemos muy bien condenarnos. Por esa razón, nadie debe gloriarse ni complacerse en sí mismo, ni tenerse en alguna estima, al ver que Dios obra grandes cosas valiéndose de él, sino que tanto más debe humillarse, y tenerse por desdichado instrumento del cual Dios se digna servirse”.
La Humildad debe estar en nuestro porte exterior:
-(1) La Humildad exterior debe ser la manifestación de nuestro interior. Pero hemos de saber, que también la Humildad en lo exterior influye y reafirma la Humildad en nuestro interior: hay una mutua influencia e interacción. Por eso es importante ejercitarse en la Humildad en lo exterior, y no debemos descuidar los actos externos de Humildad, para poder llevar a mayor Humildad nuestra alma y nuestro interior. Demos ejemplos:
-(2) Tener un aposento humilde; vestidos modestos (pero suficientes y adecuados a nuestro estado y condición). Al revés, aposentos y vestidos ricos nos influyen contrariamente a la Humildad, y a favor de una cierta vanidad (y por lo mismo, orgullo y soberbia).
-(3) El porte exterior, el rostro, el modo de nuestras acciones y movimientos, sin afectación, sin movimientos fuertes o violentos sino que ellos sean modestos [7], todo eso ayuda a tener Humildad; el no ser ruidosos, el no andar haciendo ruido en nuestras acciones, sino el ser silenciosos ayuda a la Humildad (las personas ruidosas –peor las almas consagradas– muestran que tienen tal vez algo de soberbia); las personas que hablan mucho, muestran muchas veces que no tienen mucha Humildad (no hay que hablar mucho, hay que tender a ser más bien de pocas palabras o lo justo).
-(4) Otra cosa bien importante que nos ayuda a tener Humildad es: Nuestras muestras de condescendencia, de educación, de cortesía, de deferencia, de amabilidad, de afabilidad, para con el resto de las personas, para con el prójimo: La buena educación para con el prójimo, esto es bien importante y nos aporta una buena dosis de Humildad.
-(5) Otra insistencia para la Humildad: En las conversaciones, dejar que los otros hablen, y hablar muy poco nosotros; y no hablar de nosotros mismos [8]
[Conclusión] En cuanto a consejos prácticos sobre cómo –valga la redundancia– practicar la Humildad, con la ayuda de Dios podemos dar otros tantos, y ello da sin duda para hacer una prédica más; solamente veremos si Dios nos da licencia para ello. Mientras tanto, aquí ya tiene material para reflexionar y para que, con su gracia, podamos llevarlo a la práctica para intentar ser más humildes.
Pedimos a María Santísima, la Reina de la Humildad, Regína humilitátis, que nos ayude con esto.
AVE MARÍA PURÍSIMA.
NOTAS
[1] Utilizamos resúmenes del libro “Compendio de Teología Ascética y Mística”, del Padre Adolfo Tanquerey, edición en español, Año 1930, impreso por la Sociedad de Juan Evangelista, Desclee & Cía, Tournai (Bélgica): Apartado “II De la Humildad”, en el número 1127 y siguientes.
[2] Sabemos que hartas veces hemos hecho mal uso de los dones naturales y sobrenaturales que nos dio, cometiendo pecado. Para pecar hace falta tener un cuerpo y estar sano, poder usar de ese cuerpo (de estos pies que me llevan a donde peco; de esos brazos, manos y rostro con los que peco, etc), que si estuviera enfermo y postrado en cama, bastante más difícil me sería pecar.
[3 San Vicente de Paúl decía:
“Si pusiéramos empeño en considerarnos a fondo, echaríamos de ver que en todo cuanto pensamos, decimos y hacemos… estamos llenos (…) de motivos de confusión y desprecio; y… hallaríamos ser nosotros malvados más que hombre alguno, y aun peores, en cierto modo, que los mismos demonios del Infierno, porque si estos malaventurados espíritus tuvieran a su disposición las gracias y los medios que nosotros tenemos para ser mejores, harían mil y mil veces mejor uso de lo que hacemos nosotros”.
[4] ¿Cómo puede ser el considerarse siempre inferior al prójimo? Los santos lo han hecho, la Verdad ha de estar allí. El fundamento es que para uno mismo, uno sí puede, y debe, ser juez de sus acciones, y cuando uno se conoce a fondo, ve claramente que uno es gran pecador, y que además tenemos muy malas inclinaciones e impulsos; y de este estas dos cosas se ve que uno es bien digno de desprecio y de ser considerado en poco; en cambio, para con el prójimo, uno no puede ser juez, porque no conoce su interior, ni su conciencia, ni sus intenciones, ni sus circunstancias, ni los dones y gracias que Dios le dio o no. Por eso, debemos juzgarnos severamente a nosotros mismos (porque sí nos conocemos), y benignamente al prójimo (cuyo interior no conocemos): “Qué puedo saber yo, si con las mismas gracias que yo he recibido, él no habría producido ante Dios, muchos más frutos que yo y mejores. Con todas estas verdades, vemos que a fin de cuentas, sí podemos, y debemos, ponernos por debajo de todos.
[5] Eclesiástico 3,22: “no intentes lo que está sobre ti, ni investigues lo que está más allá de tus fuerzas: altióra te ne quæsíeris”.
[6] San Vicente de Paúl decía a sus sacerdotes misioneros: “hacer de otra manera [no remitir toda la gloria y la honra a Dios], es predicarse a sí mismo y no a Jesucristo… ¡un sacrilegio, ciertamente, un sacrilegio!... valerse de la palabra de Dios y de las cosas divinas para alcanzar honra y fama para uno, ¡en verdad que es un sacrilegio!”.
[7] Mons. Charles Gay (Vida y Virtudes cristianas, Tomo 1, de la Humildad) nos enseña: hay un porte exterior de Humildad, que el alma que es realmente humilde logra poner o mostrar en todo su cuerpo, es algo de recato, de retraimiento, de sosiego, que da a todo el rostro y demás rasgos la hermosura, armonía y encanto que llamamos modestia, y que hace modesta nuestra voz, la mirada, la risa, los movimientos… el alma así tiene ese porte porque sabe que Dios está cerca, vive en la presencia de Dios y sabe que Dios siempre la ve (vuestra modestia sea patente a todos los hombres porque el Señor está cerca: Filipenses 4,5).
[8] No se han de hacer extravagancias con el pretexto de la Humildad; San Francisco de Sales dice (Vida Devota, I.c. cap. V): “si algunos grandes siervos de Dios se fingieron locos para ser despreciados del mundo, debemos admirarlos pero no imitarlos; pues si llegaron a tal exceso, fue movidos por razones tan particulares y extraordinarias, que no pueden hacer regla para los demás”.