Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 11.ª: Iniquitátes nostras ipse portávit. (Llevó sobre si nuestras maldades. Isaías LIII).
Considera cómo el Verbo divino, haciéndose hombre, no solo quiso tomar la figura de pecador, sí que también cargar sobre sí todos los pecados de los hombres, y satisfacer por ellos como si fuesen propios, es decir, como si los hubiese cometido. Ahora pensemos de aquí en qué opresión y angustia debía hallarse el Corazón del niño Jesús, que ya se había cargado con todos los pecados del mundo, viendo que la justicia divina pedía de Él una plena satisfacción. Conocía bien la malicia de todo pecado, cuando con la luz de la divinidad que le acompañaba comprendía inmensamente, más que todos los hombres y todos los Ángeles, la infinita bondad de su Padre, y el mérito infinito que tiene para ser respetado y amado. Después veía a las claras delante de Sí innumerables pecados de los hombres, por los que debía Él padecer y morir. Hizo ver el Señor una vez a Santa Catalina de Génova la fealdad de una sola culpa venial; y a tal vista , fue tan grande el espanto y el dolor de la Santa, que cayó desmayada en tierra. ¿Qué pena sería, pues, la de Jesús niño, al verse luego que vino al mundo presentado ante el inmenso cúmulo de maldades de todos los hombres, por las cuales debia salisfacer? «Ya entonces, dice San Bernardino de Siena, tuvo conocimiento de cada culpa en particular de todos los hombres». Por esto añade el cardenal Hugo, que los verdugos le atormentaron exteriormente crucificándole; pero nosotros interiormente pecando; y más afligió al alma de Jesucristo cada pecado nuestro, que afligió a su cuerpo la crucifixión у la muerte. He aquí, pues, la recompensa que ofreció a este divino Salvador cualquiera que se acuerde de haberle ofendido con pecado mortal.AFECTOS Y SÚPLICAS
Mi amado Jesús, yo que
hasta ahora os he ofendido, no soy digno de gracia; mas por el mérito de
aquellas penas que padecisteis y ofrecisteis a Dios a la vista de
todos mis pecados, satisfaciendo por ellos a la justicia
divina, hacedme participante de la luz con que Vos entonces
conocisteis su malicia, y de aquella aversión con que los detestásteis.
¿Por qué se habrá de verificar, oh mi Salvador, que yo soy verdugo de
vuestro Corazón todos los momentos de vuestra vida, y aun más cruel que
cuantos os crucificaron? ¿Y que esta pena la he renovado y acrecentado siempre que he vuelto a ofenderos? Señor,
Vos habeis muerto ya para salvarme; pero no basta para esto vuestra
muerte, si yo de mi parte no detesto sobre todo mal y no tengo verdadero
dolor de las ofensas que os he hecho. Mas este dolor también me lo
habeis de dar Vos, que lo dais a quien os lo pide. Yo os lo pido por el
mérito de todas vuestras penas que padecísteis en esta tierra: dadmelo
tal, que corresponda a mi malicia. Ayudadme, Señor, a hacer este acto de
contrición: Eterno Dios, sumo e infinito bien; yo miserable gusano he
tenido el atrevimiento de perderos el respeto, y despreciar vuestra
gracia. Yo detesto sobre todo mal y aborrezco la injuria que os he
hecho; me arrepiento de ello con todo el corazón, no tanto por el Infierno que he merecido, cuanto porque he ofendido vuestra infinita bondad. Espero por
los méritos de Jesucristo que me perdonaréis, y espero también con el
perdón la gracia de amaros. Os amo, oh Dios digno de infinito amor, y
siempre quiero repetiros, yo os amo, yo os amo, yo os amo, y como os
decía vuestra amada Santa Catalina de Génova estando al pie de vuestra
cruz, de la misma manera yo que estoy a vuestros piés quiero deciros:
«Señor mío, no más pecados, no más pecados. No, Jesús mío, que Vos no
mereceis ser ofendido, sí que solamente mereceis ser amado. Redentor
mío, ayudadme. Madre mía María, socorredme, no os pido otra cosa que
vivir amando a Dios en esta vida que me resta.
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