sábado, 1 de enero de 2022

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA TRIGÉSIMOQUINTO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
     
MEDITACIÓN 35.ª (OCTAVA DE NAVIDAD): Del Nombre de Jesús.
El nombre de Jesús es nombre divino, anunciado a María de parte de Dios por el arcángel San Gabriel; y por esto dijo San Pablo que era nombre sobre todo nombre, en el que solamente se halla la salvación. Este nombre es comparado por el Espíritu Santo al aceite, por la razón, dice San Bernardo, de que así como el aceite es luz y comida, y tambien medicina; así el nombre de Jesús es luz para el entendimiento, alimento para  el corazón y medicina para el alma. Es luz para el entendimiento, pues con este nombre se convirtió el mundo, sacándole de las tinieblas de la idolatría a la luz de la fe. Nosotros que hemos nacido en estas regiones, donde antes de la venida de Jesucristo todos nuestros antepasados eran gentiles, seríamos aún tales si no hubiese venido el Mesías a iluminarlos. ¡Cuánto, pues, debemos agradecer a Jesucristo el don de la fe! ¿Y qué sería de nosotros en el África o en América, entre herejes o cismáticos? El que no cree, está perdido; y verosímilmente del mismo modo nos hubiésemos perdido nosotros. Es también el nombre de Jesús alimento que nutre nuestros corazones; porque él nos recuerda lo que Jesús ha hecho por salvarnos. De aquí es que nos consuela este nombre en las tribulaciones, nos da fuerza para andar por el camino de la salvación, nos anima en las desconfianzas, nos enciende para amar, recordando lo que ha padecido nuestro Redentor por salvarnos. Este nombre, finalmente, es medicina para el alma, haciéndola fuerte contra las tentaciones de nuestros enemigos. Tiembla el Infierno, y huye al invocar este santo Nombre, según aquello que dice el Apóstol: En el nombre de Jesús se dobla toda rodilla de los que están en el Cielo, en la tierra y en los Infiernos (Filipenses II, 10). El que es tentado y llama a Jesús, no cae, y quien siempre le invocare no caerá y será salvo, según la palabra del salmo: Invocaré al Señor alabándole: y seré salvo de mis enemigos (Salmo XVII, 4). Y ¿quién, que siendo tentado le ha invocado, se ha perdido jamás? Se pierde el que no le invoca en su ayuda, o quien persistiendo la tentacion deja de invocarle.
    
AFECTOS Y SÚPLICAS 
¡Oh, hubiese yo siempre invocado a Vos, Jesús mío; y nunca habría sido vencido por el demonio! He perdido miserablemente vuestra gracia, porque en las tentaciones me he descuidado de llamaros en mi ayuda. Ahora lo espero todo de vuestro santo Nombre. Escribid, pues, oh Salvador mío, grabad en mi pobre corazón vuestro poderosísimo Nombre, para que teniéndolo allí impreso juntamente con el amor a Vos, lo tenga siempre en la boca, pronunciándolo en todas las tentaciones que me prepara el Infierno, para volver a verme su esclavo y separado de Vos. En vuestro Nombre encontraré yo todo bien. Si fuere afligido, Él me consolará, pensando cuánto os habéis afligido por mi amor. Si me viese desconfiado por mis pecados, Él me dará valor, recordándome que habéis venido al mundo para salvar los pecadores: si fuese tentado, vuestro Nombre me dara fortaleza trayéndome a la memoria, que más podéis Vos ayudarme que abatirme el Infierno. Si, finalmente, me hallase frío en vuestro amor, Él me dará fervor, representándome cuánto Vos me habéis amado. Jesús mío, Vos sois y espero que siempre seréis el único amor mío. Os doy todo mi corazón, y a Vos solamente quiero amar, y quiero invocaros cuanto más a menudo podré. Quiero morir con vuestro nombre en la boca, nombre de esperanza, nombre de salvación, nombre de amor. ¡Oh María!, si me amáis, esta es la gracia que habéis de alcanzarme, hacedme invocar siempre vuestro nombre y el de vuestro Hijo; haced que ellos sean el respiro de mi alma, y que los repita siempre en vida para repetirlos en el último aliento que tendré en la hora de la muerte. Jesús y María, ayudadme: Jesús y María, yo os amo. Jesús y María, a Vos encomiendo mi alma.

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