San Marón (en siríaco ܡܰܪܘܢ/Mārūn; en árabe مارون; en latín Maron; y en griego Μάρων) eligió una morada solitaria no lejos de la ciudad de Ciro en Siria, y allí, por espíritu de mortificación, vivía casi siempre a la intemperie. Cierto es que tenía una pequeña cabaña cubierta con pieles de cabra para guarecerse en caso de necesidad, pero rara vez la utilizaba. No lejos de Alepo, encontró las ruinas de un templo pagano, lo dedicó al verdadero Dios, y lo convirtió en casa de oración. San Juan Crisóstomo, que lo estimaba mucho, le escribía desde Cucuso (actual Göksun) Capadocia, donde estaba desterrado, y se encomendaba a sus oraciones, rogándole le diera noticias suyas con la mayor frecuencia posible. San Marón había tenido por maestro a San Zebino, cuya asiduidad en la oración era tal, que se dice que pasaba días y noches enteras orando, sin experimentar cansancio. Generalmente rezaba de pie, aunque cuando ya era muy anciano, tenía que sostenerse con un báculo. A los que iban a consultarle, respondía con la mayor brevedad posible; tan deseoso estaba de pasar todo su tiempo en conversación con Dios.
San Marón imitó a su maestro en la constancia en la oración, pero trataba a sus visitantes de modo diferente. No sólo los recibía con suma bondad, sino que los invitaba a que se quedaran con él, aunque muy pocos estaban dispuestos a pasar toda la noche en pie, rezando. Dios recompensó sus trabajos con gracias abundantísimas y con el don de curar enfermedades tanto corporales como espirituales. No es sorprendente por tanto, que su fama como consejero espiritual se extendiera por todas partes. Esto le atrajo grandes multitudes, Formó a muchos santos ermitaños y fundó monasterios; sabemos que, cuando menos, tres grandes conventos llevaron su nombre. Teodoreto, obispo de Ciro, dice que los numerosos monjes que poblaron su diócesis fueron formados por las instrucciones del santo. San Marón fue llamado al premio después de una corta enfermedad, la cual dice Teodoreto, reveló a todos la gran debilidad a que estaba reducido su cuerpo. Los pueblos vecinos se disputaron sus restos. Finalmente obtuvieron el cuerpo los habitantes de un centro relativamente populoso y construyeron sobre su tumba una espaciosa iglesia con un monasterio anexo, cerca de la fuente de Orontes, no lejos de Apamea.
Es opinión común que los maronitas, cuya mayoría vive ahora en el Líbano (desde la predicación de Abrahán de Ciro, discípulo de San Marón) y tienen una larga y honrosa historia entre los católicos de rito oriental, tomaron su nombre de este monasterio, Bait-Marun. Veneran a San Marón como a su patriarca, y lo nombran en el canon de la misa, de acuerdo con su rito. También veneran a San Juan Marón, de quien se dice que tomó su nombre fue su obispo en las postrimerías del siglo VII. San Marón es también patrono de Volperino en Italia, donde permanecieron parte de sus reliquias (traídas en 1099 por Michele degli Atti, conde de Uppello) desde el siglo XIII antes de ser trasladadas por el obispo Luca Borsciani Cybo a la catedral de San Feliciano de Foligno en 1516.
Casi todo lo que se sabe acerca de San Marón se deriva de la Historia Filotea de Teodoreto (§ 16, y § 21, 22 y 30 a propósito de sus discípulos Santiago, Talasio y Domnina) y de la carta que le escribiera San Juan Crisóstomo. Sobre los orígenes de los maronitas, véase Siméon Vailhé en Échos d’Orient para 1901, 1902 y 1906; y Mons. Pierre Dib en Dictionnaire de Théologie Catholique, vol. X, cc. l ss.
ORACIÓN (tomada de La Misa Maronita)
Oh glorioso San Marón, que inflamado en el amor de Dios, dejaste el mundo y sus vanidades para llevar una vida pobre y penitente en la soledad, alcánzame del Altísimo que, en este valle de lágrimas, no me seduzca ni me tiente el amor de las riquezas y de los placeres mundanos.
Intercede, pues, al Señor y a la Virgen Madre para que pueda llevar impresa, durante la vida, en el alma y en el cuerpo, la santa ley de la mortificación que Jesús nos enseñó con su ejemplo, a fin de que muera para mí mismo y para el mundo, y pueda resurgir con Cristo y por Cristo, viviendo con Él eternamente bienaventurado en el paraíso. Amén. 3 Padre Nuestros y 3 Ave Marías.
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