«Cuando un sacerdote o un apóstol muere desgastado de tanto trabajar por extender el reino de Dios, ese día la Iglesia ha conseguido un gran triunfo para la eternidad» (San Juan Bosco).
Juan Francisco Regis Clet nació en Grenoble (Francia) el 19 de agosto de 1748, decimotercero de los 15 hijos del mercader Cesáreo Clet y su esposa Claudina Bourquy, de la familia materna del escritor Henri Beyle/Stendhal. Ana, una de sus hermanas, se hizo religiosa carmelita con el nombre de sor Constanza de San Bruno, y un hermano se hizo monje cartujo. Su nombre se debe al recién canonizado San Juan Francisco Régis, el celoso misionero y predicador jesuita. Luego de estudiar en el Colegio Real de los jesuitas, a los 21 años ingresó en la Congregación de la Misión (Padres Paúles), donde profesó el 18 de Marzo de 1771, y fue ordenado sacerdote el 27 de Marzo de 1773. Durante 15 años ejerció de profesor de Teología en el Seminario Mayor de Annecy, donde fue admirado por su gran bondad, su cultura y disciplina académica (le llamaban la «biblioteca viviente»).
En 1788, al ser enviado a la XVI Asamblea general como delegado por la provincia de Lyon, es nombrado Director de Novicios en la Casa Madre de la congregación en París por el nuevo superior Juan Félix Cayla, mas un año después empezaba la Revolución Francesa. Pidió ir a las Misiones de China, asignadas por Clemente XIV a los paúles tras la supresión de los jesuitas, pero luego de largas instancias (el padre Juan Francisco Daudet, un amigo de él y tesorero de la
congregación, dijo en una carta a un hermano irlandés misionero en China
el por qué retuvieron a Clet tanto tiempo en Francia: «Tiene todo lo
que se puede pedir: piedad, erudición, salud y carisma»), lo consiguió el 1 de Febrero de 1791, y partió con dos compañeros diáconos desde Lorient de Bretaña el 10 de Abril, llegando el 15 de Octubre a Macao. Fue una oportunidad porque, a más que un barco estaba a partir, el padre Clet no solo llenó el lugar abandonado por un sacerdote que desertó en último minuto, sino que se libraba de la persecución que en poco tiempo se iba a desatar en la Francia revolucionaria (el padre Pedro Renato Rogue, que los había acogido en Vannes, fue decapitado en 1796 por rechazar el juramento de lealtad al gobierno revolucionario).
Aunque tuvo muchas dificultades para aprender el idioma local (una vez le escribió a su hermano diciendo «El idioma chino es terrible. Los caracteres que lo componen no representan sonidos, sino ideas; esto significa que hay un gran número de ellos. Yo era demasiado viejo al venir a China para obtener un buen conocimiento de ellos. Sé apenas lo suficiente para la vida cotidiana, para oír confesiones y para aconsejar a los cristianos»; y a su compañero chino Pablo Song: «Tengo que escribirte en latín porque no entiendes mis palabras en la carta escrita en francés»), durante 30 años evangelizó en las provincias inmensas de Kiangsi (donde fundó un seminario), Hubei y Henan con gran entusiasmo y celo.
Desde 1784, muchos cristianos chinos se habían refugiado en las montañas lejos de las poblaciones como medio de esquivar las medidas hostiles del gobierno imperial. Algunos llevaban de 10 a 20 años sin ver a un sacerdote (antes de Clet, el último que vieron fue un jesuita chino, en 1787). La tarea del padre Clet era agotadora porque muchas veces, después de largas caminatas, le esperaban horas de confesionario, predicación, bautismos, etc. Era un magnífico director de conciencias por su seguridad doctrinal y su buen conocimiento de las almas. Decía en un informe de la provincia de Kiangsi: «Entre otras cosas, he bautizado a algo más de un centenar de adultos que fueron razonablemente bien instruidos. Podría haber bautizado un número mucho mayor, que me instaban encarecidamente que les concediera este favor, pero que no parecen lo suficientemente bien preparados, y hemos notado que los catecúmenos que son bautizados con demasiada facilidad, con la misma facilidad apostatan».
Desde China, Clet no dudó en tirarle dardos a la Revolución, pues escribió a su hermano en 1798: «Es mejor estar en China que en Francia: nuestros paganos no hacen las atrocidades de nuestra gente contra los religiosos, lo que prueba la verdad de corrúptio óptimi péssima…». Y al año siguiente: «Tenemos algunos cristianos laxos, pero, gracias a Dios, no tenemos ni filósofos ni teólogos… Nuestros oídos no son agredidos ni con blasfemias ni con la palabra “libertad”… A fin de cuentas, hay más cristianos en China que en Francia…».
Por las restricciones del imperio chino, tuvo que tomar las vestimentas locales y adoptar el nombre de Liú Gélái (en chino 劉格來). Presenció las grandes persecuciones de 1805, 1811 (cuando el emperador Jiaqing, temiendo la presunta influencia occidental en las frecuentes rebeliones que azotaban el Reino del Medio –Zhōngguó/中國, el nombre que los chinos dan a su país–, añadió a la sección 162b “Prohibiciones contra magos, hechiceras y supesticiones” del Gran Código Legal Qing una cláusula en la cual se sentenciaba a los europeos a muerte por estrangulamiento por propagar “la religión del Señor del Cielo” –Tiānzhǔjiào/天主教, nombre con el que se conoce aún hoy al Catolicismo en chino– entre los chinos han y manchúes fuera de la capital imperial, a los convertidos que no se retractaban, los enviaban a las ciudades musulmanas en el Turquestán como esclavos de los líderes musulmanes, y a los funcionarios negligentes en impedir esta predicación se les juzgaría en la Suprema Junta) y 1818 (originada porque una gran oscuridad cubrió el Palacio Imperial entre las 17:00 y 18:00h del 14 de Mayo, seguidas de un fuerte viento y lluvia, que el emperador consideró un mal presagio), esta última lo obligó a huir de su pobre casa.
Calumniado por un maestro de escuela al que reprendía por su mala conducta, fue capturado el 18 de Junio de 1819, domingo de la Santísima Trinidad saliendo de Misa cerca de Nanyang, sometido a infinidad de vejaciones y sufrimientos: golpes, traslado a 27 prisiones, marchas forzadas, permanecer arrodillado por horas cargado de cadenas, presentarse con el cepo ante los jueces, y otros que soportó sin la menor queja. «Debemos adorar la Divina Providencia en todo momento», escribió en una carta a sus cofrades, y mientras se confirmaba la sentencia de muerte, escribió: «Me preparo para morir, repitiendo frecuentemente con San Pablo: “Si vivo, es para Jesucristo, y morir será para mí una ganancia”».
Clet escribió a los periódicos de Francia comparando la prisión donde estaba con las cárceles de su país: «En ningún lugar [de aquí] hay calabozos o celdas sombrías. En la cárcel en que ahora estoy hay asesinos y ladrones; de sol a sol todos disfrutan la libertad de pasear y jugar en un patio enorme, y respirar el aire fresco […]. Este patio es barrido todos los días y está muy limpio… A cada prisionero se le da una estera de paja para protegerse del frío […] la bondad china llega incluso a dar a los presos un montón de té o bebidas frías cuando hace calor, y en invierno ropa acolchada para los más desfavorecidos. En Francia predican acerca de la bondad hacia los presos los llamados filósofos, motivados más bien por la oportunidad de insultar a nuestra santa Religión que por caridad, elevan sus voces despotricando contra la severidad, por no decir la inhumanidad que se muestra hacia los prisioneros; alzo mi voz moribunda para alabar a los paganos por encima de los cristianos».
Fue condenado a morir estrangulado el 1 de Enero de 1820. El emperador Jiaqing confirmó la sentencia diciendo: «El europeo ha engañado y corrompido a muchos predicando la religión cristiana, y deberá ser estrangulado». Atado a una cruz, se cumplió la sentencia el 18 de Febrero en el distrito de Wuchang. Tenía 72 años de edad. Le habían ofrecido vestidos nuevos para ir a la muerte (tenía sus ropas muy sucias, la barba infestada de piojos y muy delgado por el hambre), pero prefirió los suyos habituales, sumamente pobres diciendo: «Voy al martirio en actitud penitente» Se dirigió a los fieles presentes y les dijo: «No abandonéis la fe…». Mirando al Cielo, expiró.
Pero Dios no deja impune la muerte de sus siervos, y reservó horribles castigos a los perseguidores del padre Clet: A uno de los magistrados que lo juzgó en Henan, el padre Clet le dijo: «Hermano mío, hoy tú me
juzgas a mí, pero en poco tiempo mi Señor te juzgará a ti». Meses
después, antes de la muerte de Clet, el funcionario cayó en desgracia ante el emperador, y fue condenado a “muerte por mil cortes”, un suplicio consistente en que el reo es cortado hasta la muerte, y sus miembros arrojados al río. El emperador Jiaqing (de quien dijo: «Ahora soy juzgado, pero antes de tres años el emperador dará cuentas ante el Señor, porque sus pecados han llegado al colmo») murió golpeado por un rayo en su residencia de verano de Rehe, al norte del país, el 20 de Septiembre. Los tres que denunciaron a Clet tuvieron muertes espantosas: uno se mordió la lengua con rabia en su última enfermedad, el segundo se devoró los dedos con furor y el tercero fue hallado en el campo con el vientre abierto en dos. Por mucho tiempo, entre los chinos no se hablaba de otra cosa.
El 20 de Diciembre de 1868, sus reliquias fueron llevadas desde la
colina en que fue sepultado a la Casa Madre en París, donde reposan
desde su reconocimiento en 1878, frente a las reliquias de su cohermano
misionero, Juan Gabriel Perboyre, martirizado también en Wuchang 20 años
más tarde. Fue beatificado por León XIII el 27 de Mayo de 1900, junto a otros 78 mártires de China y Tonkín.
El padre Maurice Demimuid escribió su Vida en 1900, muy documentada, y de la cual se tomó material para este resumen.
ORACIÓN
Oh Dios, que al Bienaventurado Francisco, después de mucho tiempo
trabajando por la salvación de las almas, honraste con la gloria del
martirio: concédenos propicio, por su intercesión y ejemplo, que
sirviéndote fielmente, consigamos los premios eternos. Por J. C. N. S.
Amén.
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