miércoles, 30 de agosto de 2023

SPADARO BLASFEMANDO DE NUESTRO SEÑOR


El presbítero italiano Antonio Spadaro SJ, de 57 años, editor en jefe de La Civiltà Cattolica y un aliado de Francisco Bergoglio, escribió en el ultralaicista Il Fatto Quotidiano el 20 de Agosto que la palabra de Nuestro Señor a la cananea de «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (San Mateo XV, 24) «era molesta e insensible», y que «parece como si estuviera cegado por el nacionalismo y el rigor teológico».
   
  
TRADUCCIÓN
Semillas de revolución. Jesús alaba la gran fe de una mujer pagana
    
Jesús está en Genesaret, en la margen derecha del lago Tiberíades. Los lugareños lo habían reconocido y la noticia de su presencia se había extendido por toda la región, de boca en boca. Muchos le trajeron enfermos, que fueron sanados. Era una tierra donde la gente tenía que acogerlo y comprenderlo. Sus acciones fueron efectivas. Pero el Maestro no se detiene. Mateo (15,21-28), que escribe para los judíos, nos dice que se dirige hacia el noroeste, la zona de Tiro y Sidón es decir, en la zona fenicia y por tanto pagana.
   
Pero he aquí se oyen gritos. Son de mujer. Es cananea, es decir, de esa región habitada por un pueblo idólatra que Israel miraba con desprecio y enemistad. Por lo tanto, la historia pretendía que Jesús y la mujer eran enemigos. La mujer grita: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está muy atormentada por un demonio». El cuerpo de esta mujer, su voz se imponen estallando como en el escenario de una tragedia. Imposible para Jesús no reaccionar ante el caos que interrumpió bruscamente el camino.
    
Pero no. «Pero él no le dirigió ni una palabra», escribe lacónicamente Mateo.
   
Jesús permanece indiferente. Sus discípulos se acercan a él y le imploran asombrados. ¡Esa mujer conmovía a quienes también la juzgaban mal! Sus gritos habían roto la barrera del odio. Pero a Jesús no le importa. «¡Escúchala, porque viene detrás de nosotros gritando!», le ruegan los suyos, tratando de utilizar discretamente la carta de su insistencia y el fastidio que su presencia habría causado en la chimenea del Maestro [sic!].
   
Al silencio le sigue la respuesta airada e insensible de Jesús: «Sólo fui enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel». La dureza del Maestro es inquebrantable. Ahora bien, también Jesús es teólogo: la misión recibida de Dios se limita a los hijos de Israel. Entonces, de ninguna manera. La misericordia no es para ella. Está excluido. No hay discusión.
    
Pero la mujer es terca. Su esperanza es desesperada y aplasta no sólo cualquier supuesta enemistad tribal, sino también la oportunidad, su propia dignidad. Ella se arroja delante de él y le suplica: «¡Señor, ayúdame!». Lo llama «Señor», es decir, reconoce su autoridad y su misión. ¿Qué más puede exigir Jesús para actuar? Sin embargo, responde de manera burlona e irrespetuosa hacia aquella pobre mujer: «No es bueno tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos», es decir, a los perros domésticos. Una caída de tono, estilo y humanidad. Jesús parece cegado por el nacionalismo y el rigorismo teológico.
    
Cualquiera se habría rendido. Pero no la mujer. Está decidida: quiere que su hija se cure. E inmediatamente capta la única grieta que deja abierta la palabra de Jesús, cuando se refiere a los perros domésticos (y por tanto no callejeros). De hecho, comparten la casa de sus amos. Y así, con un movimiento que la desesperación vuelve astuto, dice: «Es verdad, Señor, y sin embargo los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Pocas palabras, pero bien planteadas y capaces de trastocar la rigidez de Jesús, de conformarlo, de «convertirlo» a sí mismo. En efecto, sin dudarlo, Jesús responde: «¡Mujer, grande es tu fe! Que se haga para ti como deseas». Y desde aquel instante su hija quedó sana. Y también Jesús aparece curado, y al final se muestra libre, de la rigidez de los elementos teológicos, políticos y culturales dominantes de su tiempo.
    
¿Entonces qué pasó? Fuera de la tierra de Israel, Jesús sanó a la hija de una mujer pagana, despreciada por ser cananea. No sólo eso: él está de acuerdo con ella y alaba su gran fe. Aquí está la semilla de una revolución.

Resumiendo, Spadaro relee en una óptica políticamente correcta y santamartera el pasaje evangélico de San Mateo XV, 21-28 (que correspondía en el Novus Ordo al Domingo XX del “Tiempo Ordinario” ciclo A), y con una actitud canchera cerrada a la réplica, hace de Nuestro Señor las siguientes calificaciones:
  • Indiferente al sufrimiento;
  • Airado e insensible;
  • Inquebrantablemente duro;
  • Teólogo no misericordioso;
  • Burlón e irrespetuoso hacia la pobre madre;
  • Con una caída de tono, estilo y humanidad;
  • Cegado por el nacionalismo y el rigorismo teológico;
  • Rígido, confuso y por convertir;
  • Enfermo y prisionero por la rigidez y los elementos teológicos, políticos y culturales dominantes de su tiempo;
  • Elogiador de la fe pagana.
Incurriendo así en BLASFEMIA, que según el Diccionario de la Real Academia Española se define «Palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado». En este caso, siguiendo la teología moral, incurrió en blasfemia directa y herética, al atribuirle a Dios características y actitudes enteramente contrarias a su esencia y atributos.
    
En otros tiempos, la blasfemia era un delito castigado en el derecho seglar con la muerte, y en el derecho canónico, a los clérigos blasfemos se les condenaba a pérdida del beneficio (si lo tenían), inhabilidad perpetua para otros beneficios y degradación. Pero, en tiempos de Bergoglio, no pasa nada. Bergoglio no cree que haya blasfemia en absoluto. Bueno, no cree que haya blasfemia donde la debe haber, y sí en donde no la hay.
    
Ahora, la actitud de sabelotodo de Spadaro, amigo y teólogo de referencia de Bergoglio, su heraldo y cultor, no es atípica para un jesuita semi-alfabetizado del Vaticano II. Años atrás, el superior general de Bergoglio y Spadaro, el venezolano Arturo Sosa Abascal SJ, dijo que no se podían conocer exactamente las palabras de Jesús porque «en ese tiempo no existían las grabadoras».

2 comentarios:

  1. Son herejes y apóstatas ellos, y los que los defienden también son herejes.

    Y a nuestros detractores, ESTO NO SE ACABA SINO HASTA QUE DIOS QUIERA. Y SUS BURLAS NO NOS HACEN MELLA.

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