jueves, 24 de agosto de 2023

EL INDIGENISMO COMO CREACIÓN ESTADOUNIDENSE (Y EL MONROÍSMO “Made in England”)

En el año 1923, fue acuñada en Estados Unidos una moneda de ½ dólar conmemorando el centenario de la “doctrina Monroe” (o más bien “doctrina Canning”, por ser propuesta por el ministro de Exteriores británico George Canning al embajador estadounidense Richard Rush). En la cara aparecían el presidente estadounidense James Monroe y su secretario de Estado John Quincy Addams, mientras en la cruz aparecen dos mujeres estrechando su mano en Centroamérica.
  

Lo extraño es que ese grabado está basado en el logotipo de la Exposición Panamericana de 1901 en Búfalo, Nueva York, diseñado dos años antes por Raphael Beck y del cual se hicieron varios productos conmemorativos (botones con prendedor, pisapapeles, platos, medallas conmemorativas y ¡barajas de póker!). En el diseño de Beck, la mujer que representa a Sudamérica es hispana, mientras que la de la moneda de 1923 esta es sustituida por una indígena.
   
  
Lo claro es que esa doctrina, ha sido para someter las recién secesionadas provincias de la América Española al imperio estadounidense, heredero de la pérfida Albión:
  • «La verdadera víctima de aquella declaración fue –aunque parezca paradoja– la misma América española, que, en aquella época, la recibió con verdadero y sincero entusiasmo, ofuscada por el efecto inmediato y ostensible que de la doctrina se derivaba: la seguridad de su independencia contra el peligro que en aquel entonces la amenazaba. Y no era fácil en aquellos momentos de exaltadas ilusiones patrióticas, logradas tras duros años de lucha, vislumbrar en el mismo instrumento libertador los gérmenes dominadores que entrañaba y, mucho menos, las modificaciones e interpretaciones que en el porvenir le habían de transformar en un formidable instrumento de opresión que, en los días que vivimos, la ahoga y la estruja como los anillos de una serpiente. […] Ante todo, la doctrina de Monroe es sólo un acto de fuerza; y, por las circunstancias especiales en que se proclamó, un acto de fuerza afortunado. Por lo mismo, es inútil investigar y discutir su valor jurídico. Una nación que se interpone entre la Metrópoli y sus posesiones sublevadas, y que se interpone con toda seguridad, puesto que sabe de antemano que la única nación que pudiera hacer fracasar su intento está a su lado… y nada más. La fraseología justificativa en que va envuelta la declaración, es fraseología huera de todo sentido jurídico, y, por lo tanto, de valor moral. Repartir formas de gobierno por zonas geográficas; pretender delimitar y regular relaciones internacionales por continentes y distancias; secuestrar la actividad de las naciones libres de un continente (nos referimos al americano), mutilando sus derechos esenciales, apelando para ello al pretexto de la paz y seguridad propia, pero sin tener en cuenta la paz, seguridad y derechos de los demás…, todo ello es de una endeblez y futilidad verdaderamente imponderables. Pero no es ese el aspecto de la doctrina que más nos interesa; nos interesa más estudiar el alcance práctico que se le quiso dar; la influencia beneficiosa que aparentaba tener para las naciones recién surgidas del nuevo continente. El primer error cometido por los expositores y comentaristas de la doctrina de Monroe y de su alcance, la primera ilusión que engañó las esperanzas de los que momentáneamente se vieron protegidos y asegurados fue la creencia y la ilusión de suponer que la nueva doctrina era y continuaría siendo para las nuevas naciones como un baluarte protector de su existencia nacional, de su seguridad, y, por lo tanto, de su ulterior progreso. Nada más lejos de la realidad. La declaración, ya desde entonces, entrañaba una formidable amenaza para los nuevos Estados». (LUIS IZAGA AGUIRRE SJ, La Doctrina de Monroe, su origen y principales fases de su evolución, Editorial Razón y Fe, Madrid 1929, páginas 32-34).
  • «[Lucas] Alamán es el único ministro de Relaciones que México ha tenido. Su mirada estuvo abierta a las exigencias de la hora y a la consideración del porvenir. Recién independizado México era natural que buscara apoyo en los países de la misma sangre. La voz de unión había venido ya del sur. Bolívar citó al Congreso de Panamá. Pero el mismo Bolívar ideó un plan bastardo. Invitó a los Estados Unidos y proclamó a Inglaterra “Protectora de la Libertad del Mundo”. (Véase Pereyra, Breve Historia de América). Al disolverse el Congreso de Panamá quedó convenido que los delegados se reunirían nuevamente en Tacubaya, suburbio de la capital de México. El Congreso de Tacubaya no llegó a reunirse porque los hombres pequeños que se habían hecho del mando en las distintas naciones de América, no veían más allá de sus narices, no se preocupaban sino de la intriga local y de la adulación de los poderes nuevos: Inglaterra y los Estados Unidos. Nuestros destinos también comenzaron a oscilar entre los dos polos de la extraña influencia. Inglaterra formuló por medio del ministro Canning, la tesis de que no se permitiría el restablecimiento de la influencia europea en América. Los imbéciles, en América, tomaron este gesto como una gracia, una protección de las nuevas nacionalidades. En realidad, era la consumación de la tarea inglesa de varios siglos. En vano España, con sus aliados europeos de la Santa Alianza, intentó contener la obra comenzada por los bucaneros de la época de Isabel de Inglaterra. El comercio del Nuevo Mundo comenzó a ser inglés, no obstante haberse consolidado el dominio político de Inglaterra por causa de las acciones heroicas de Buenos Aires y Cartagena. La declaración de Canning quería decir: Fuera Europa de lo que hoy es mío. Pero el imperialismo inglés se había bifurcado. Para los Estados Unidos la Independencia no fue decaimiento sino comienzo de un incomparable ascenso. Los Estados Unidos no se dedicaron a matar ingleses; se dedicaron a imitar a los ingleses y a sentirse ingleses en la ambición; el decoro y el poderío. Por eso cuando Canning formuló el dogma de que América no era campo para la dominación europea, salvo la inglesa, los hermanos ingleses en los Estados Unidos proclamaron por boca de Monroe: “Que los Estados Unidos no admitirían ninguna empresa de colonización que en los continentes americanos intente cualquiera de las potencias de Europa”. Esta declaración es de fecha 2 de diciembre de 1823. Sólo la mala fe ha podido dejar que corra la especie de que Doctrina Monroe tenía por mira proteger a las nacionalidades nuevas de las invasiones de Europa. España ya no podía invadirnos, había sido derrotada totalmente en el sur. Inglaterra también había fracasado en sus intentos de ocupación de territorios. La Doctrina Monroe, en realidad equivalía una declaración de la procedencia yankee en las cuestiones del Nuevo Mundo. Lo que preocupaba a los Estados Unidos era que Francia o Inglaterra se adelantasen apoderándose de Cuba, que ya se habían reservado para sí. Por eso lo primero que hizo Poinsett fue destruir los planes que México y Colombia habían concentrado para libertar a Cuba y anexarla a México, lo que hubiera sido natural y debido. Para la expedición de Cuba contaba Colombia con doce mil hombres aguerridos, listos para embarcarse en Cartagena. México debía suministrar asimismo tropas y embarcaciones. Poinsett, siempre vigilante, intrigó contra el proyecto que Alamán proyectaba. Los Estados Unidos se movieron también en Colombia, amenazaron. Con eso bastó. […] Alegaba Alamán la diferencia de circunstancias, nuestra comunidad de origen y solidaridad anterior a la Independencia, y Clay hablaba de que los Estados Unidos con la doctrina Monroe, garantizaba la independencia americana. El resultado fue que Colombia ya no ratificó el tratado. El plan genial de Alamán de sustituir con una serie de pactos aduaneros, la federación que había fracasado en Panamá, quedó deshecho. Y quedó constituido, desde entonces, el Panamericanismo como un obstáculo para la integración del hispanoamericanismo. Tan peligroso había sido el plan Alamán frente al plan Monroe, que el panamericanismo triunfante ha procurado echar en olvido, borrar de la historia, el nombre mismo de don Lucas Alamán. Pero no quedó corto Clay. Mientras se servía de la Doctrina Monroe para obtener las mismas ventajas que los países hispanoamericanos, cuidó de precisar que la Doctrina Monroe no constituía alianza de los Estados Unidos y las naciones del sur. La Doctrina Monroe, explicó, es una declaración de principios de la política exterior norteamericana, que los Estados Unidos pueden interpretar libremente, según las circunstancias. En efecto, nunca la han aplicado a colonias inglesas como Jamaica» (JOSÉ VASCONCELOS, “Hispanismo y Monroísmo”, en Breve historia de México [1936]. Obras Completas, Libreros Mexicanos Unidos, México 1961, tomo IV, págs. 1542-1545).
  • «Por lo demás, si se prescinde de Inglaterra, Europa ha respetado siempre la doctrina de Monroe. Los Estados de las dos Américas pueden solventar como quieran sus asuntos. Nosotros no nos inmiscuimos. Pero tanto más respeto exigen Europa y Asia Oriental para su propia “doctrina de Monroe”. América puede hacer cuanto le plazca en defensa de su hemisferio, pero ni a un niño puede convencerse ya de que necesita protegerlo hoy en el África Central, Batavia o los Urales» (ALFRED E. JOHANN, “Roosevelt, ¿Emperador de la Tierra?”, Signal, Berlín 1941).

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