Ayer 21 de Julio de 2022, Mario Draghi Mancini (conocido de autos tras la Muralla Leonina) presentó ante el presidente de la República Italiana ante el presidente Sergio Mattarella Buccellato su renuncia como Presidente del Consejo de Ministros (= Primer Ministro) italiano, tras ver frustrada una moción de confianza en el Parlamento por la abstención de la Liga de Salvini, Fuerza Italia de Berlusconi, y el Movimiento Cinco Estrellas (quienes rechazaron el “Decreto Aiuti” financiado por la UE).
Aquí dos artículos traducidos del italiano sobre su caída:
1.º LA MUERTE, DRAGHI Y EL NUEVO TRAJE DEL EMPERADOR (Piergiorgio Seveso para RADIO SPADA).
Cotídie mórimur
Desde que inció la pandemia, cada día anotamos los contagiados y muertos en el registro de las actividades cotidianas de la Comunidad Antagonista Padana de la Universidad Católica [del Sagrado Corazón], una especie de cronicón que cuenta ahora más de treinta volúmenes donde señalamos con acribia por casi veinte años las actividades cotidianas internas de nuestro grupo, polémicas, toma de postura, cartelones, visitas, aperturas y cierres de las actividades. Junto a estas noticias “ad intra”, agregamos las cosas más destacadas del mundo exterior.
Desde el 24 de Febrero de 2020 llevamos esta triste cuenta: si la cifra de los contagios es ciertamente aleatoria, la de los muertos (con o por el virus) es al menos “objetiva” (o tiene por lo menos la objetividad de la muerte). En un perenne llamado al meménto mori, a los Novísimos, al juicio particular, cada vez que transcribimos aquella cifra jornalera, vemos estos enjambres de almas, cual estrellas fugaces, ir a su destino sobrenatural en los reinos ultraterrenos (Paraíso, Purgatorio, Infierno). Aquellos que en los telediarios son meros números, son en cambio almas inmortales con sus historias de afectos y sus cargas de buenas y malas acciones, y se presentan ante el Supremo Juez y el tribunal celestial. En la mecanicidad de las noticias toda esta carga esjatológica desaparece, sumergida por miles de otras noticias menores si no fútiles: entre Chiara Ferragni y el rapero Fedez, entre Ilary Blasi y [Francesco] Totti, entre [Enrico] Letta y [Giuseppe] Conte, estas luces se hacen débiles e imperceptibles, pero también en nuestra aula resuena cada día “Et fidélium ánimae per misericórdiam Dei requiéscant in pace”. Puedan también estas nuestras voces tenues contribuir al alivio de los que perecieron, y de los sobrevivientes que permanecen custodiando un hogar desierto y abandonado.
Amar a Draghi
Bueno, lo vemos en estos días: en Democracia es posible amar a Draghi, implorar su regreso, inundar las manos de lágrimas para que no nos abandone, considerarlo cota de malla y protector de la salud pública, y recoger firmas de magnates y secuaces para que permanezca en sus palacios. Cada vez resuenan palabras como responsabilidad, figura de alto nivel europeo, y garantía internacional. Y vienen a llorar masanielos [agitadores] y dolientes de la primera y segunda república frente a este océano de melaza. No lo olvidéis nunca cuando reflexionéis cuál sea la mejor forma de gobierno (entre Aristóteles y León XIII): en Democracia es posible amar a (los) Draghi.
El nuevo traje del Emperador
No nos ocupamos ahora de modestia masculina –aunque resulta evidente que modestia masculina no significa vestirse todo el año como seminaristas antes de la vestición o como monjes laicos en salsa brasileña–, sino de una conocida fábula de Hans Christian Andersen. Muchos recuerdan esa fábula: en la corte de este emperador, algunos “tejedores” tramposos “tejían” cada día de una tela preciosísima y rarísima el nuevo traje del emperador. Era tan precioso y rico, tan rario y admirable por ser invisible y en realidad… no existía. Los falsos tejedores tejían el aire, pero el Emperador y por reflejo su corte no osaban mostrar ignorancia, imprecisión e incapacidad de “ver” un tejido tan maravilloso que producía un traje otro tanto admirable. No se atrevían a decir no ver nada. Hasta que el “vestido” estaba listo y el Emperador desfilaba pavoneándose en calzoncillos, entre dos alas de multitudes, en la plaza pública entre la maravilla de todos los que “veían” un vestido que no había. Hasta que un niño, entre la multitud, gritó: “El emperador está desnudo”. Y la “magia” se rompió y enseguida se rieron. Núditas (y aquí no hablamos de daguerrotipos) que rima con Vánitas: bueno, en estos días he leído algunos estados de Facebook de algunos amigos (entre ellos Martino Mora) que me han recordado este apólogo. Bien vienen otras voces para gritar al mundo que el Emperador está desnudo.
Cotídie mórimur
Desde que inció la pandemia, cada día anotamos los contagiados y muertos en el registro de las actividades cotidianas de la Comunidad Antagonista Padana de la Universidad Católica [del Sagrado Corazón], una especie de cronicón que cuenta ahora más de treinta volúmenes donde señalamos con acribia por casi veinte años las actividades cotidianas internas de nuestro grupo, polémicas, toma de postura, cartelones, visitas, aperturas y cierres de las actividades. Junto a estas noticias “ad intra”, agregamos las cosas más destacadas del mundo exterior.
Desde el 24 de Febrero de 2020 llevamos esta triste cuenta: si la cifra de los contagios es ciertamente aleatoria, la de los muertos (con o por el virus) es al menos “objetiva” (o tiene por lo menos la objetividad de la muerte). En un perenne llamado al meménto mori, a los Novísimos, al juicio particular, cada vez que transcribimos aquella cifra jornalera, vemos estos enjambres de almas, cual estrellas fugaces, ir a su destino sobrenatural en los reinos ultraterrenos (Paraíso, Purgatorio, Infierno). Aquellos que en los telediarios son meros números, son en cambio almas inmortales con sus historias de afectos y sus cargas de buenas y malas acciones, y se presentan ante el Supremo Juez y el tribunal celestial. En la mecanicidad de las noticias toda esta carga esjatológica desaparece, sumergida por miles de otras noticias menores si no fútiles: entre Chiara Ferragni y el rapero Fedez, entre Ilary Blasi y [Francesco] Totti, entre [Enrico] Letta y [Giuseppe] Conte, estas luces se hacen débiles e imperceptibles, pero también en nuestra aula resuena cada día “Et fidélium ánimae per misericórdiam Dei requiéscant in pace”. Puedan también estas nuestras voces tenues contribuir al alivio de los que perecieron, y de los sobrevivientes que permanecen custodiando un hogar desierto y abandonado.
Amar a Draghi
Bueno, lo vemos en estos días: en Democracia es posible amar a Draghi, implorar su regreso, inundar las manos de lágrimas para que no nos abandone, considerarlo cota de malla y protector de la salud pública, y recoger firmas de magnates y secuaces para que permanezca en sus palacios. Cada vez resuenan palabras como responsabilidad, figura de alto nivel europeo, y garantía internacional. Y vienen a llorar masanielos [agitadores] y dolientes de la primera y segunda república frente a este océano de melaza. No lo olvidéis nunca cuando reflexionéis cuál sea la mejor forma de gobierno (entre Aristóteles y León XIII): en Democracia es posible amar a (los) Draghi.
El nuevo traje del Emperador
No nos ocupamos ahora de modestia masculina –aunque resulta evidente que modestia masculina no significa vestirse todo el año como seminaristas antes de la vestición o como monjes laicos en salsa brasileña–, sino de una conocida fábula de Hans Christian Andersen. Muchos recuerdan esa fábula: en la corte de este emperador, algunos “tejedores” tramposos “tejían” cada día de una tela preciosísima y rarísima el nuevo traje del emperador. Era tan precioso y rico, tan rario y admirable por ser invisible y en realidad… no existía. Los falsos tejedores tejían el aire, pero el Emperador y por reflejo su corte no osaban mostrar ignorancia, imprecisión e incapacidad de “ver” un tejido tan maravilloso que producía un traje otro tanto admirable. No se atrevían a decir no ver nada. Hasta que el “vestido” estaba listo y el Emperador desfilaba pavoneándose en calzoncillos, entre dos alas de multitudes, en la plaza pública entre la maravilla de todos los que “veían” un vestido que no había. Hasta que un niño, entre la multitud, gritó: “El emperador está desnudo”. Y la “magia” se rompió y enseguida se rieron. Núditas (y aquí no hablamos de daguerrotipos) que rima con Vánitas: bueno, en estos días he leído algunos estados de Facebook de algunos amigos (entre ellos Martino Mora) que me han recordado este apólogo. Bien vienen otras voces para gritar al mundo que el Emperador está desnudo.
2.º ¿QUIÉN ES EL BUENO? ¿QUIÉN ES EL MALO? (Gianni Toffali para PENSIONATI ITALIANI)
En el intento de entender si existía aún el apoyo de la mayoría parlamentaria, la ex-divinidad, vale decir, el deus ex máchina alabado por los poderosos de la tierra, Mario Draghi, aseguró que «La movilización de estos días por parte de ciudadanos, asociaciones y territorios a favor de la continuidad del Gobierno es sin precedentes e imposible de ignorar: estamos aquí, en este salón, porque y solo porque los italianos lo han pedido. ¿Estáis listos para reconfirmar el pacto de confianza?».
Parece claramente que el hombre que el presidente presidente Francesco Cossiga acusó públicamente como «vil especulador –socio de Goldman Sachs– e indigno de recibir en Italia cualquier cargo» está afectado por el delirio de omnipotencia.
Los delirios de omnipotencia o grandeza comprenden la convicción de ser personajes importantes, agentes especiales de alto nivel como espías, funcionarios gubernamentales, o miembros de servicios secretos.
El síntoma más difundido es la autocerteza de ser celebrados y venerados por multitudes y fanáticos que existen únicamente en sus calabazas. Lástima que no se tenga noticia alguna o imágenes de multitudes delirantes (¡ni una!) que ivocan al mesías Draghi a descender de las estrellas por el bien del pueblo italiano.
«Ayer» Emmanuel Macron y Boris Johnson, «hoy» Mario Draghi: vale decir, los «buenos» traicionados por el pueblo (aquel verdadero y no imaginario) y precipitados de las estrellas a las caballerizas en un pestañear de ojos mientras el «malo» Putin se ríe gracias al consenso de las multitudes que no lo aclaman en las neuronas imaginativas, sino en las transmisiones en vivo de la televisión.
Los delirios de omnipotencia o grandeza comprenden la convicción de ser personajes importantes, agentes especiales de alto nivel como espías, funcionarios gubernamentales, o miembros de servicios secretos.
El síntoma más difundido es la autocerteza de ser celebrados y venerados por multitudes y fanáticos que existen únicamente en sus calabazas. Lástima que no se tenga noticia alguna o imágenes de multitudes delirantes (¡ni una!) que ivocan al mesías Draghi a descender de las estrellas por el bien del pueblo italiano.
«Ayer» Emmanuel Macron y Boris Johnson, «hoy» Mario Draghi: vale decir, los «buenos» traicionados por el pueblo (aquel verdadero y no imaginario) y precipitados de las estrellas a las caballerizas en un pestañear de ojos mientras el «malo» Putin se ríe gracias al consenso de las multitudes que no lo aclaman en las neuronas imaginativas, sino en las transmisiones en vivo de la televisión.
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