miércoles, 27 de julio de 2022

LA HISTORIA DE LOS MÁRTIRES CANADIENSES

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
   
  
En estos últimos tiempos va de moda la historia canadiense. Nosotros, convencidísimos que nada tenga la Iglesia Romana que temer de la investigación histórica y que, indigndamente parafraseando al divino Maestro, también la verdad histórica nos hará libres, os contamos un episodio. Un episodio verdadero sin embargo, ¡no las acostumbradas locuras del anticlericalismo y del modernismo “vaticano” con complejo de inferioridad! Os contamos la historia de algunos jesuitas que fueron masacrados por los nativos, en la facción iroquesa, en el siglo XVII. Os la contamos, a través de algunos fragmentos de la carta decretal Militántem Ecclésiam (Acta Apostolicæ Sedis XXII -1930-, págs. 497-509) de aquel gran Pontífice y también gran doctor que fue Pío XI:
«La sangre derramada de aquellos hijos, los cuales combatiendo el buen combate dan testimonio de la verdad católica y siempre más la ilustran de nuevos fulgores, en modo excepcional da fuerza a la Iglesia militante, que Cristo adquirió inmaculada a precio de su preciosísima Sangre. Entre estos atletas de Cisto son de enlistar indudablemente los Mártires del Canadá y del resto de la América Septentrional, elevados a los honores de los Beatos por Nos en el año santo 1925, o sea, aquellos ínclitos socios de la Compañía de Jesús, Juan de Brébeuf, Isaac Jogues, Gabriel Lalemant, Antonio Daniel, Carlos Garnier, Natal Chabanel, sacerdotes, y Renato Goupil y Juan de La Lande, coadjutores. Entre los tantísimos que, movidos por el celo de las almas, predicaron el Evangelio a los aborígenes de aquellas regiones, estos por la fe la muerte, con ánimo invicto, entre crueles suplicios. Ellos ahora, refulgentes de la gloria de nuevos milagros, a buen derecho, incluso excelente, adscribimos hoy en los honores supremos de los Santos del Cielo.
  
Su jefe y maestro, Juan de Brébeuf, nacido de noble familia en Condé, Diócesis de Bayeux, el 25 de marzo de 1593, fue cooptado entre los miembros de la Compañía de Jesús el 8 de noviembre de 1617, y cinco años después fue ordenado sacerdote. Hombre grandemente fuerte e impávido, dedicado masivamente a la mortificación, unido a Dios en la oración, frecuentemente también ilustrado por celestiales visiones, fue a las misiones indianas del Canadá y por sus superiores, fue enviado en 1626 entre los Hurones. Estando entre ellos por tres años con tanto celo se encargó de ellos, que justamente es considerado el primer apóstol de aquel pueblo. Obligado a regresar a la Francia, volvió de nuevo a Canadá en 1633 y nuevamente se estableció entre los hurones primero entre 1634 y 1641 y después desde 1644 a 1649. Hombre de gran ingenio y dotado de ciencia, escribió libros en el idioma de aquellos pueblos paganos y compuso dos léxicos, para que fuesen de ayuda a los misioneros en el aprendizaje de los dialectos canadienses y en la clara exposición de la religión cristiana. Insigne por las virtudes sacerdotales y por las fatigas, se desgastó en la predicación del Evangelio y se encargó con extraordinaria pasión por ganar a todos a Cristo. Fue también cultor eximio y propugnador de la devoción a la Virgen Madre de Dios María, a su castísimo Esposo José y a los santos Ángeles Custodios. Llevó a cumplimiento su santísima y laboriosísima vida el día 16 de marzo de 1649, después de haber afrontado con invicta fortaleza exquisitísimos tomentos. Habiendo hecho estragos en el territorio de los Hurones, los indios Iroqueses lo capturaron junto a Gabriel Lalemant, su compañero, y lo condujeron a la aldea vecina de San Ignacio cerca al campamento de Santa María en la actual región de Ontario. Desnudádolo, lo golpearon primero con bastones, luego cuelgan a su cuello hachas ardientes, golpean su cuerpo con leznas encendidas, le desgarran las carnes, las cocinan y las comen; después, ridiculizando el bautismo, le vacían tres veces sobre la cabeza una cubeta de agua hirviendo; le cortan las orejas, la lengua y las narices; escalpan sus cabellos y la piel; en las heridas abiertas rocían cenizas ardientes; le remueven los dientes, le ponen en la garganta un tizón ardiente; finalmente con un hacha lo decapitan. Además, mientras todos miran atónitos el ánimo constante e impávido del Mártir, uno de los Iroqueses le arranca del pecho y devora el corazón del púgil de Cristo, mientras otros beben la sangre.
  
Después de la muerte gloriosa de este fortísimo atleta de cristo, comenzó su martirio Gabriel Lalemant, al cual los Iroqueses, además de aquellas cureldades ya dichas, los Iroqueses infligieron otros numerosísimos tormentos. De hecho, después de haberle hecho pasar la noche entre ferocísimos tormentos, al día siguiente le sacan los ojos y en su lugar insertan carbones ardientes y finalmente le cortan la cabeza con el hacha. Nació este en París de padres preclaros por nobleza y virtud el 10 de octubre de 1610. A los veinte años fue acogido en la Compañía de Jesús, en la cual, realizado el aprendizaje y llevado a término los cursos de filosofía y teología, fue ordenado sacerdote y agregado a la enseñanza de la filosofía. Adornado de doctrina y virtud, enviado, como era su deseo, a las misiones del Canadá, en 1646 llegó a Québec, donde aprendió la lengua de los indios. Por cerca de dos años ejerció el sagrado ministerio en Sillery y en Trois Rivièrs; a comienzos de 1649 con sus compañeros llegó entre los Hurones, pero capturado por aquellos bárbaros (los Iroqueses), recibió la corona del martiro el 17 de marzo de aquel mismo año.
  
Tercero de este manípulo de héroes fue Antonio Daniel, el cual, nacido en Dieppe en 1601, entró a los veinte años en la Compañía de Jesús, luego después de tres años, ordenado sacerdote, en 1633 fue en misión al Canadá y ayudó al beato Juan de Brébeuf, del que fue compañero, en fundar la misión de San José llamada Ihonatiria. Tradujo el Padre nuestro en la lengua de los indios, y compuso himnos devotos para que fuesen cantados por los neófitos. En seguida fue enviado a Québec para dirigir el recién erigido seminario y lo llevó a cumplimiento con la institución de obras misioneras para los alumnos indígenas. Regresado entre los Hurones, incansablemente cuidó la fundación y la promición de numerosas misiones, entre las cuales las más importantes de San Juan Bautista, de San José Esposo de la bienaventurada Virgen María y de San Ignacio de Loyola. El 4 de julio de 1648, apenas había terminado el sacrificio, que improvisamente los Iroqueses, irrumpiendo en la villa de San José, comenzaron a atacar a hierro y fuego. Él permaneció revestido con los sacros ornamentos y, bautisados los catecúmenos (que después se dieron a la fuga con los otros de la aldea), cual buen pastor, solo contra el ímpetu de los bárbaros, abatido sore el suelo de la capilla por dardos encendidos y proyectiles, dio su vida por las ovejas. Los salvajes arrojaron el cuerpo, víctima y holocausto, entre las llamas que consumían la iglesia.
   
Al año siguiente, uno el 7 y el otro el 8 de diciembre, obtuvieron el deseado martirio Carlos Garnier y Natal Chabanel, también ellos compañeros del beato Juan Brébeuf en el apostolado de la Nueva Francia. El primero, nacido en París el 25 de mayo de 1606, estudió con diligencia en el colegio de Clermont y entrado a los dieciocho años en la Compañía de Jesús, después de haber recibido el sacerdocio en 1633, fue a las misiones canadienses. En Quévec, a la niña que bautizó por primera vez, puso por voto el nombre de María. Enviado por sus superiores para evangelizar a los Hurones y entre estos refulgente por las fatigas apostólicas y las virtudes, querido de todos desde el primer momento por la angélica inocencia de costumbres, consagró hasta la muerte su ministerio… fue gravemente herido por dos proyectiles de plomo, mientras aún derramaba el agua bautismal sobre sus amados neófitos. Así herido de muerte, viendo un hombre moribundo, se esforzaba al conducirlo en toda forma para darle la absolución sacramental, pero con motivo de disminuirse sus fuerzas muchas veces cayó por tierra y, golpeado por un bárbaro Iroqués, consiguió la palma del martirio.
  
Al día siguiente, la consiguió el otro de los dos mártires: Natal Chabanel. Este, nacido en la diócesis de Mende el 2 de febrero de 1613 y acogido en la Compañía de Jesús a los diecisiete años, después de haber enseñado por muchos años las letras en Tolosa, concluyó el curso de teología y el tercer año de probación, se fue a las Misiones Canadienses en el año 1643 y, enviado entre los Hurones, fue a evangelizar la Misión de Santa María… Asesinado en odio a la fe por un Hurón apóstata [Luis Honareenhax], obtuvo la palma del martirio.
  
Los otros tres púgiles de Cristo, protomártires de la América Septentrional, son el beato Isaac Jogues, Renato Goupil y Juan de La Lande.
   
El primero, nacido en Orléans en 1607, ya desde niño comenzó a arder de amor por Cristo sufriente y su Virgen Madre. A los diecisiete años entró en la Compañía de Jesús con el deseo de tomar el camino de las misiones entre los infieles. Pronunciados los votos y ordenado sacerdote en París en 1636, en el mismo año, en abril, fue enviado a Canadá o Nueva Francia, donde cumplió diligentemente el ministerio apostólico entre los Hurones. Estaba con Renato Goupil. Nativo de Anjou y cooptado joven entre los coadjutores laicos de la Compañía de Jesús, pero excluido del noviciado por la mala salud, por la sencillez de la vida, la inocencia y la paciencia singular en las adversidades, obediente por amor a Dios, que siempre tuvo cercano en todas las cosas, y a su voluntad, espontáneamente fue a la Nueva Francia para ofrecerse por entero al servicio de los misioneros… Habiendo aprendido el arte quirúrgico, prestó utilísima obra de asistencia a los enfermos y a los heridos en el hospital y al mismo tiempo enseñó los misterios y los preceptos de la religión cristiana a pequeños y grandes. En el año 1642, a comienzos de agosto, Isaac, mientras con Renato y otros compañeros de Québec retornaba a la misión de los Hurones, tropezó con los Iroqueses, los cuales los hicieron prisioneros y los llevan a sus aldeas. Él, que en un primer momento no fue hecho prisionero de los bárbaros, espontáneamente se hizo capturar para que los fieles y los neófitos ya prisioneros no fuesen privados de la ayuda de la religión. Él y Renato, como maestros de la odiada religión (cristiana), son torturados por los Iroqueses más cruelmente que los otros prisioneros, trasladados de aldea en aldea entre injurias, golpeados cruelísimamente con vastones en cada aldea, quemados con carbones ardientes, afrontando el desollamiento y el corte de los dedos. Isacc, extendídole los brazos en cruz, fue suspendido en una empalizada por toda una noche y expuesto a la enorme crueldad y ludibrio de mujeres y niños. Reducidos entrambos a durísima esclavitud, soportaron cada pesadísimo malestar de aquella condición con ánimo fuerte y nunca prensado, tanto que durante ese tiempo convirtieron setenta de aquellos bárbaros a Cristo… después de pocos días, Renato, luego que había trazado el signo salvífico de la Cruz sobre la frente de un sobrino suyo, fue golpeado con un hacha por un anciano Iroqués en odio a la misma Santa Cruz y, profiriendo los dulcísimos nombres de Jesús, María y José, cayó mártir el 29 de septiembre cerca a Auriesville, en el actual Estado de Nueva York… Isaac, que logró huir, regresó a Francia, siendo de todos honrado como mártir. Urbano VIII, Nuestro predecesor, le concedió la facultad de celebrar el sacrificio del altar, aunque le fueron truncados los dedos, diciendo: “¡No es justo que un mártir de Cristo no beba la Sangre de Cristo!”. Después de un año, sobre todo para huir de la devoción del pueblo ante sí, obtuvo poder regresar a la amada misión. Y cuando llegó, rogado por el gobernador de la colonia francesa, no rehusó ir como embajador de paz entre los ferocísimos Iroqueses, sus verdugos… para enseñarles la fe de Cristo, regresó junto a Juan de La Lande, de Dieppe, que espontáneamente se unió con acto de perpetua donación a los Padres de la Compañía de Jesús, como compañero y servidor.
   
Pero los Iroqueses acogieron al primer apóstol indignamente: lo maltrataron, un bárbaro le cortó un brazo y bajo sus mismos ojos lo devoró; otro lo golpeó con el hacha y así (Isaac) consiguió la ilustre palma del martirio el 18 de octubre de 1646. Al día siguiente Juan de La Lande, asesinado de la misma manera y por la misma causa, recibió el premio digno de su humildad y piedad».

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