sábado, 2 de julio de 2022

SANTOS PROCESO Y MARTINIANO, MÁRTIRES DE LA FE

«Cómo se ha de evitar la curiosidad de saber las vidas ajenas: Hijo, no quieras ser curioso ni tener cuidados impertinentes. ¿Qué te va a ti de esto o de lo otro? Sígueme tú. ¿Qué te importa que aquél sea tal o cual, o que éste viva o hable de este o del otro modo?» (Imitación de Cristo III 24).
   

Entre los muchos cristianos que sufrieron martirio en tiempos del emperador Nerón, los Santos Mártires Proceso y Martiniano gozaron de privilegio singular, y es que fueron bautizados por San Pedro.
   
Según narra el cardenal Baronio en sus Anales, apoyándose en diversos martirologios, San Proceso y San Martiniano figuraban entre los soldados que custodiaban a los santos apóstoles Pedro y Pablo en la cárcel Mamertina de Roma, encerrados allí por el emperador Nerón. Se les presenta como soldados probablemente zafios, algo brutos y más que ensombrecidos por la escoria de la sociedad que tienen que soportar cada día en aquella cárcel pestilente. Debió resultarles extraña la presencia de aquellos dos presos que no aúllan ni vociferan como los demás; no insultan ni blasfeman, no maldicen ni amenazan. Más bien les pudieron parecer faltos de razón o trastornados por la sencillez y ensimismamiento que por tanto rato mantenían; y a lo que no encontraban ninguna explicación era a la atención que prestaban a sus compañeros de prisión a los que intentan consolar, atendiéndoles como pueden; hasta han visto que les daban de su comida y que han ayudado a moverse a los que ya ni eso pueden. Y les hablan de bondad, de vivir siempre, de resurrección. Un judío, Cristo, les dará la libertad y la salud. Alguno parece que les escucha con especial atención y lo incomprensible es que con la última remesa de presos que ha llegado por haber incendiado nada menos que la ciudad de Roma, ha cambiado el tono de la cárcel donde empiezan a oírse cantos y hasta sonrisas en los labios resecos por la fiebre, el contagio y el temor. Además, viendo los muchos milagros que obran los santos apóstoles, alumbrados por luz sobrenatural, decidien hacerse cristianos. Proceso y Martiniano, así lo declaran a los apóstoles, manifestándoles su deseo, de recibir e Bautismo. San Pedro los acogió gozosamente y confirmó en su propósito. Según la tradición, como no hubiese allí agua para bautizarlos, hizo la señal de la cruz en la roca que servía de cimiento la cárcel y al momento brotó una fuente que perdura hasta hoy.
   
Con agua de esta fuente fueron bautizados Proceso y Martiniano así, los soldados de Nerón se convirtieron en intrépidos soldados de Cristo. Con ellos se convirtieron otros 47, atraídos por su ejemplo y decisión.
   
El juez Paulino, al ver que se habían hecho cristianos, los hizo prender. Con muchas promesas y halagos intentó persuadirles que no cometieran aquella locura y que adorasen a los dioses del imperio romano, en cuya religión se habían criado, porque así serían honrados y bien tratados. Si no lo hacían, se exponían a perder la honra y la vida.
   
Viendo que no podía convencerles por las buenas, mandó torturarles de diversas maneras. Los Santos levantando los ojos al cielo decían: Gloria a Dios en las alturas. Así, con la oración, se animaban y aliviaban.
   
Mandó después traer un ídolo de Júpiter para que lo adorasen, lo que rehusaron Proceso y Martiniano. Pasó después Paulino a otros tormentos, entre otros abrasarles con planchas de hierro encendidas. La reacción de los mártires era entonar cánticos al Señor: «Sea tu Nombre, Señor, bendito por siempre. Los ángeles te alaben, las criaturas te bendigan».
   
Mientras los mártires resistían impávidos, su torturador el juez Paulino murió. Enfurecido su hijo Pomponio, y achacándolo a hechizos y magias de los mártires, dio parte a Nerón, y el emperador encargó a Cesáreo, prefecto de la ciudad, que les hiciese morir. Así se cumplió la sentencia. Fueron degollados en la Vía Aurelia. Era el 2 de julio del año 69.
   
Abandonados sus venerables restos en el campo, una santa y noble matrona romana, llamada Lucida, los recogió, los ungió con ungüentos aromáticos y los enterró en una heredad que tenía en las cercanías. Después fueron trasladados a una iglesia que fue edificada en su honor, y por fin, fueron honrosamente colocados en la iglesia dedicada a San Pedro.
   
Su sepulcro era muy venerado, y el Señor se servía de la intercesión de estos santos mártires para conceder gracias a sus devotos y realizar muchos milagros entre todos los necesitados que acudían a ellos.
   
El Papa San Gregorio decía en una homilía en honor de estos mártires: «A los cuerpos de estos Santos vienen los enfermos, y vuelven sanos. Vienen los que han jurado falso, y son afligidos del demonio. Vienen los endemoniados, y quedan libres. ¿Cómo pensamos que viven estos Santos allá donde de veras viven, pues aquí hacen tantos milagros?».  

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