Traducción del Comentario de los Padres de TRADITIO, ampliado en algunos lugares.
Desde los tiempos de los Apóstoles, los Católicos no comen carne los viernes del año como un precepto penitencial universal, porque Nuestro Señor murió en la Cruz el Viernes Santo.
La ley de abstinencia proíbe a los Católicos consumir carne en todos los viernes del año bajo pena de pecaso mortal.
El decreto del Papa Alejandro VII del 24 de Septiembre de 1665 excomulga a cualquier Católico que ose sostener que el quebrantar este precepto es pecado venial.
«Queridos Padres de TRADITIO: ¿Cuándo comenzó el precepto penitencial Católico de abstenerse de carne todos los viernes del año?». (Tom)
RESPUESTA DE LOS PADRES DE TRADITIO
Comenzó con los Apóstoles. Hay una mención explícita del precepto de la abstinencia de carne todos los viernes del año en el capítulo VIII, 1 de la Enseñanza de los Doce Apóstoles (en griego Διδαχὴ τῶν δώδεκα ἀποστόλων, en latín De Doctrína Apostolórum), como también por Clemente de Alejandría (Strómata, libro VI, cap. LXXV) y Tertuliano (De Jejúniis, advérsus Psýchicos, cap. XIV) en el siglo III. La tradición perpetua de la Iglesia es clara más allá de cualquier posibilidad de error en esta materia.
La abstinencia del viernes ha sido la costumbre universal desde el comienzo, toda vez que el Viernes está dedicado a la memoria de la Pasión del Señor, como un día en el cual debemos hacer un esfuerzo especial para practicar la penitencia. Es en reconocimiento del hecho que un viernes Cristo padeció y murió, y entregó su carne y su vida por nuestros pecados, que los Católicos no comemos carne los viernes. Adicionalmente, la abstinencia del viernes nos recuerda el pecado de Adán y Eva (cometido también un viernes) y la Preciosísima Sangre de Cristo que fue derramada en la Cruz del Calvario en expiación del Pecado Original de la humanidad.
Por nuestra abstinencia todos los viernes del año, recordamos y participamos en una forma pequeña, en el gran sacrificio que por nosotros hizo Nuestro Señor el Viernes Santo. Además, absteniéndonos de la carne, dejamos el que es, con diferencia, el alimento más agradable y nutritivo, y hacemos satisfacción por el castigo temporal debido a nuestros pecados aun cuando la culpa haya sido perdonada en el Sacramento de la Confesión (la protestantizada “reconciliación” conciliar no es un sacramento y es inválida).
La ley de abstinencia prohíbe la carne bajo pena de pecado mortal, como también las salsas y caldos hechos de carne. Todos los otros tipos de alimentos están permitidos, no solo el pescado. Todas las personas mayores de siete años deben guardar abstinencia. Ello significa que, salvo enfermedad o trabajo pesado, no pueden tomar carne, salsa de carne, o caldo de carne en los días de abstinencia total, que son todos los viernes (excepto si caen en días de precepto), el Miércoles de Ceniza, el Sábado Santo (hasta medio día), como también en las Vigilias de la Inmaculada Concepción y de Navidad [en España, Hispanoamérica y las Filipinas, la abstinencia del 23 de Diciembre –que hasta 1959 era observada también en los Estados Unidos– es trasladada al Sábado de las Témporas de Adviento, N. del T.]. Ellos pueden consumir carne, pero solo en la comida principal (cena) en días de abstinencia parcial, que son los Miércoles y Sábados de las Témporas, como también en las Vigilias de Pentecostés y del Día de Todos los Santos.
Desde antiguo, la abstinencia de carne obliga bajo pena de pecado mortal. Entre las 45 proposiciones laxistas que el Papa Alejandro VII mediante decreto del Santo Oficio del 24 de Septiembre de 1665 condenó con excomunión especialmente reservada a la Sede Apostólica, está el minimizar a pecado venial el quebrantar la abstinencia. Los Católicos tradicionales conocemos bien que tenemos una grave obligación de mantener esta práctica inmemorial que nos viene de los Apóstoles de Cristo. Quebrantar la abstinencia con conocimiento y voluntad debe confesarse como pecado mortal.
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