Rescatado de CATÓLICOS ALERTA.
Es digna de atenta lectura, de relectura y de estudio la apretada y excelente síntesis que el Dr. Homero Johas, de Río de Janeiro, presenta en este artículo. En pocas páginas se halla perfectamente delineada la delineada la anticatólica “Nueva Cristiandad” de De Maritain, padre espiritual del Concilio Vaticano II. Para quien quiera profundizar en el apasionante tema de la herejía mariteniana, recomendamos la obra maestra del Padre Meinvielle: “De Lamennais a Maitain”. cuya primera edición data de l945.
MARITAIN, EL CABALLO DE TROYA DENTRO DEL CONCILIO
Quien busque las raíces doctrinarias del Concilio Vaticano II sólo las encontrará heterodoxas. Por un lado, las provenientes de la REFORMA PROTESTANTE, que luego trató de camuflarse como jansenismo y como pancristianismo, el movimiento precursor de la concepción “ecuménica” latitudinarística de la Iglesia. Por otro lado, en la esfera exterior, civil, el Estado sin Dios traído por la Revolución Francesa que dejaba la vida social a merced de todos los errores. Mientras la corriente protestante atacaba la autoridad exterior del papa dentro de la Iglesia, propugnando una Iglesia meramente interior e individual, “neumática”, la corriente liberal se enlazaba con la descristianización de la vida social civil. Estas dos corrientes, la del Ecumenismo y de la Libertad Religiosa se encontraron en el Concilio, introducidas allí por falsos “católicos” descastados de la fe, con el auxilio de idiotas útiles.
Esta penetración de la libertad del hombre en las doctrinas de la Iglesia comenzó con Lamennais, quien estableció la “libertad de la conciencia” propia, individual, por encima de las autoridades exteriores ordenadas por Dios para regir el orden externo. Y él iba más allá: enseñaba el indiferentismo religioso, esto es, la salvación por medio de cualquier fe, bastando la honestidad y la rectitud moral. El subjetivismo y el libre examen se hallaban encubiertos bajo esas doctrinas individualistas. Sangnier desarrolló más esos gérmenes de rebelión contra las autoridades externas, del liberalismo y del Ecumenismo. Pretendió una unión ecuménica por encima de las religiones, trabajando para la humanidad y no para la Iglesia, y el igualitarismo destructor de toda autoridad. Loisy llevó hasta sus últimas consecuencias el libre examen en la Teología, en la exégesis de la revelación, en la destrucción de la Filosofía y de la Teología, destruyendo la ciencia con el agnosticismo y a la Iglesia, sus doctrinas dogmáticas y su gobierno, pretendiendo transformarla en “un Protestantismo amplio y liberal”. San Pío X atacó vigorosamente la penetración de esos traidores dentro de la Iglesia; pese a ello, sin embargo, la penetración no cesó.
En los años anteriores al Concilio, Maritain se encargó de introducir dentro de la Iglesia las herejías de esos hombres condenados por Ella, pero envolviéndolas en nuevos ropajes.
Convertido, Maritain ganó notoriedad como escritor católico. A tal punto ganó la confianza de sacerdotes y obispos que cuando se apartó de Santo Tomás y del Magisterio tradicional de la Iglesia, pocos se dieron cuenta que en su “Humanismo Integral” contradecía frontalmente al Magisterio que, de Gregorio XVI a Pío XII, condenaba el Estado agnóstico y la concesión de derechos positivos a los errores. Introdujo en la Iglesia las doctrinas de la Revolución Francesa, a las que denomina “verdades cautivas que las energías del error alzan contra el Concilio”. El cardenal Montini, traductor de esa obra al italiano, absorbió los sofismas de Maritain y, junto con otros, los ratificó en el Concilio.
Dentro de los estrechos límites de un artículo veremos, en forma no exhaustiva, algunos de los venenos de Maritain.
I. Alejamiento del Magisterio Eclesiástico
Al hablar de la sociedad civil, Maritain no se intimidó ante las condenaciones de Lamennais, Loisy y Sangnier, de los seudofilósofos de la Revolución y del propio comunismo: “Muchos malentendidos hubo en tiempos de Gregorio XVI y de Pío IX respecto a la actitud de la Iglesia Católica”, escribe Maritain en página 173.
Ahora bien, tal “actitud” trataba de doctrinas que dejaban poco espacio para “malentendidos”. Y si los hubiesen dejado, habrían sido elucidados por León XIII, San Pío X, Pío XI y Pío XII. No entraba en su competencia el “reconducir las cosas de la verdad”, despreciando el Magisterio de esos papas, despreciando la “ciudad católica”, que, como dijo S. Pío X “existió y existe” aún (al menos existía en esa época).
Si Maritain alguna vez fue tomista, en esa obra se aparta de Santo Tomás: “No pretendamos comprometer a Santo Tomás en unos debates en los que la mayor parte de los problemas se presentan de una manera nueva” (p. 6).
Ahora bien, la doctrina sobre el Estado no depende de las circunstancias, y Maritain va a contradecir a Santo Tomás y al Magisterio en punto a las doctrinas mismas sobre el Estado, el dominio de Dios en la sociedad y la concepción de la Iglesia, proponiendo, en forma disfrazada, el Liberalismo, el Agnosticismo y el libre examen luterano.
II. Bases relativistas existencialistas
La nueva “concepción de vida cristiana” de Maritain pretende establecer un “ideal histórico concreto”, “capaz de existir”, como “realidad futura”, según el “clima histórico de los tiempos”, esto es, según las circunstancias. De este modo pretende apartar las doctrinas universales de la Iglesia, como incapaces de existencia, como cosas no “reales”, como si fuesen utopías. ¿Acaso Dios y la Iglesia ordenan mandamientos imposibles, incapaces de existir? ¿No era ésa la doctrina de los Jansenistas? ¿Acaso lo “real”es solo el hecho existente y no también la norma divina de lo que debe ser? ¿Quién confirió autoridad a Maritain para trazar otro “ideal histórico”. relativo a los tiempos, a no ser el Modernismo de Loisy y la “Moral de situación”? En el AGNOSTICISMO es clásica esta restricción de lo “real” a lo concreto, a lo existente, despreciando las doctrinas abstraídas por la mente como no objetivas, no reales. El relativismo está detrás de esos “climas históricos” que cambian la Ética y la Moral cristiana. Los malhechores modelan los hechos concretos, contra las leyes divinas. Y, contradicción: ¿acaso la “concepción” de Maritain es algo concreto o también es una doctrina abstracta, “su” opinión personal o su “ideal” que hiere y destruye la concepción cristiana de la “ordinátio Dei” (Rom. 13,1-7) y de la ciudad católica que “existió y existe” (San Pío X)?
III. Catolicismo analógico
Maritain afirma con fuerza que el concepto de vida social “cristiano” es “analógico” y que la concepción “unívoca” es un “preconcepto” católico. Pretende que los principios cristianos permanecen, pero que su “aplicación” es analógica. E incluso pretende que existen formas de Cristiandad “esencialmente” y “específicamente diversas”.
Ahora bien, lo que es diverso en la esencia y en la especie no es “cristiano”. El término “cristiano”, después de la Reforma luterana, sólo puede ser concebido como sinónimo de “católico” y su definición debe provenir de la concepción católica de la Iglesia y de la Sociedad Civil. No se confunden la aplicación analógica del término y la aplicación unívoca del término a seres singulares que poseen notas individuantes accidentalmente diversas. Esto no constituye una aplicación analógica.
Así pues, pretender una aplicación del término “cristiano (católico)” de modo analógico y “esencialmente diverso”, “específicamente diverso”, es confesar el ECUMENISMO, el pancristianismo de los protestantes que pretendían un cristianismo en parte diverso, en parte igual. Así como Maritain pretende Cristiandades esencial y específicamente diversas en el tiempo, los protestantes también en el espacio. Tendríamos entonces católicos por analogía, por denominación extrínseca, apartados de la “una fides”. “El sarmiento apartado de la vid no pierde su forma, sin embargo, ¿de qué vale tal forma si ya no vive de la raíz?” (Gregorio XVI). Es una afrenta a la doctrina de la Iglesia el considerar como “Cristiandad” un Estado que no tiene por forma social ni la fe cristiana ni incluso la religión natural, como quiere Maritain, junto con los seudofilósofos de la Revolución. La concepción cristiana no es un género que posee formas “específicamente diversas”. Las diversidades de los Estados cristianos son accidentales. Lo analógico es “simplemente diverso, y en algún respecto igual”. La concepción mariteniana proviene pues de la “theoría ramórum” de los anglicanos. Hasta los demonios creen en Dios, dice el apóstol Santiago. Serían cristianos “analógicos”.
IV. Juicio propio contra la Iglesia
Maritain pretende “salvar la verdad cautiva que se escondía” (p. 153) en la Revolución Francesa, “que las energías del error arguyen contra el catolicismo” (p. 185), la “verdad oculta” y “rehabilitar a la criatura”.
Lo que Gregorio XVI afirmó que era un “error pestilentísimo” y “fuente sumamente pútrida” en Lamennais, Maritain pretende que sea la “verdad cautiva” que es alzada “contra el Catolicismo”. Y contradiciendo su “ideal histórico concreto”, el cual sería fluyente según las circunstancias, pretende que esa doctrina pútrida es una “ganancia adquirida” que el catolicismo va a “mantener”. Entonces, la concepción cristiana que existió en el milenio cristiano es un “ideal caduco”, “muerto”, “lírico”, “de la infancia”; en cambio la concepción liberal, nacida de “aspiraciones” populares y anticatólicas, “nuevas”, es el “ideal” que se debe mantener por ser “el camino más lógico”.
Es el “juicio propio” (Tito 3, 10) contra la Iglesia. La concepción cristiana de la Edad Cristiana, en lo “esencial” y “específico” es para Maritain una simple “experiencia” del pasado que no puede recomenzar. Iría contra la “estructura mental” de la humanidad. Toda experiencia -dice-, incluso errada, descubre bienes y riquezas nuevos. Las “formas de vida”, en vez de ser regidas por las normas inmutables de los preceptos naturales y cristianos, son experiencias realizadas que no pueden retornar, pues iría contra la “ley de lo temporal”. Entonces ahí, en Maritain, la ley física de la materia, el flujo de los seres individuales, sensibles, experimentables, ocupa el lugar de las leyes universales, trascendentes a los tiempos. ¿Quién no ve en esto las ideas de Loisy? ¿De aquellos que, ya desde la época de Gregorio XVI y San Pío X, oponían la Iglesia a la Iglesia del pasado, como si la concepción cristiana fuese evolutiva, adaptable y adaptada a los gustos de los hombres? Maritain opone su “estructura mental” y las “aspiraciones” de los anticatólicos a las leyes de Dios interpretadas por el Magisterio Católico. En la defensa de las libertades que “las energías del error alzan contra el Catolicismo” se asocia al “derecho nuevo” de la Revolución, a la trilogía agnóstica de la igualdad, libertad y fraternidad.
V. El Estado agnóstico, sin Dios
El ideal “analógico” del Estado católico, según Maritain, tiene unidad “mas material que formal”. Esto ya muestra que no tiene unidad y que es una simple yuxtaposición de opuestos. Tal “nueva cristiandad” no tiene en cuenta el imperio de Dios y de Cristo, ni la unidad de fe, ni de religión natural, ni de filosofía. ¡Es pues agnóstico!
Y la causa de tal pretensión, dice Maritain, es porque la filosofía y la religión engendran cuestionamientos. Ahora bien, porque las leyes naturales y divinas poseen cuestionadores, ¡él las aparta y admite las voluntades libres de los cuestionadores! ¡No quiere las “divisiones” doctrinarias, como los agnósticos que en ellas no distinguen la verdad los errores! ¡como los “ecumenistas” que no quieren discriminación de fe, entre la verdadera y las falsas! Admite, entonces, DE HECHO todas las divisiones y quiere la “renuncia a la búsqueda de la unidad social en torno a la verdad”. ¡Esa “búsqueda” supone que esa VERDAD NATURAL, en la ética, es desconocida! ¡supone que la Iglesia es desconocida! Supone el Individualismo por encima de las formas sociales universales que rigen las búsquedas individuales. Esa “renuncia” es la profesión de Agnosticismo, de la ignorancia de la “regla universal de moralidad”, que al decir de Pío XII, es uno de los mayores males modernos.
La “Cristiandad” de Maritain, no tiene pues forma ni cristiana ni racional: es amorfa, agnóstica, irracional. Y con todo pretende una unión de “amistad”, ecuménica entre los lobos y las ovejas, “sin discriminación por razones religiosas”, como dirá el Vaticano II, incluyendo las propias leyes naturales entre esas “razones religiosas”. La “especificación ética” de tal sociedad será la que DE HECHO fuese y no la que, por las leyes naturales y divinas DEBE SER. Entonces, el derecho proviene de los hechos, la Ética será fruto de las situaciones, el bien común será la “suma de condiciones de la vida social” (Vaticano II).
En esta sociedad, los individuos y grupos se regirán por “autorregulación”, por “deontología” libremente escogida. El Estado garantiza a todos “el derecho de libre asociación”, no importa si son errados o malos los fines asociativos. El error y la verdad se ven nivelados como “derechos”. Tal “Derecho” no es cristiano.
El Estado mariteniano será “vitalmente” cristiano cuando los “cristianos” prevalecieran de hecho. Lo que Loisy decía de las “experiencias vitales”, personales, religiosas, Maritain lo transfiere al cuerpo social.
Maritain repite la herejía de Dionisio Foullechet, según la cual el Imperio de Dios no es cosa de este mundo, como si Dios no gobernase a través de “ministros de Dios”, que son sus “viñadores” contra los malhechores, y como si Él no fuese “Rey de reyes y Señor de los que dominan”.
Maritain quiere apartar el Estado “sacral” y sustituirlo por otro “profano”. ¿Qué es lo “sacral” que aparta? Es la regulación superior de la forma jurídica del Estado por las leyes naturales y divinas, por la razón y por le fe.
Lo “profano” de Maritain quiere alejar la “política bautizada”, como si el Estado no debiese conformar sus leyes civiles con las leyes de la verdadera fe y las de la Iglesia (Syllabus, 55-56); Maritain quiere conformar la sociedad a los hechos, a los deseos de los insumisos y no a los deberes universales, trascendentes a esos deseos. Su Estado es aconfesional o interconfesional, lo que hace que su “especificación ética” sea aética o Inter-ética. Quiere el pragmatismo agnóstico, lo cual es ya otra contradicción en Maritain, pues hace de su “ideal concreto” una filosofía abstracta sobre lo concreto.
VI. Libertad de conciencia: individualismo
Maritain coloca la libertad individual “por encima” del orden temporal, basándose en el falso concepto de la dignidad del hombre. Como los Hermanos del Libre Espíritu, los Begardos, Los Fraticelli, como Lamennais y Sangnier quiere la LIBERTAD DE ESPÍRITU, sin distinguir entre la autoridad ordenada y desordenada y entre el “espíritu” cierto o errado de los individuos. Como en Lamennais y Loisy, el ligamen interno de las conciencias basta para regir el orden social exterior. Este provendría de la “concepción común” y no de las leyes divinas naturales y reveladas, interpretadas por la autoridad de la Iglesia. El sofisma de todos los liberales es seguido por Maritain: coloca al individuo como “autónomo” y “extraterritorial”, como si San Pablo no preceptuase la subordinación a las autoridades externas como algo no moralmente libre. La libertad de las conciencias individuales convertida en norma suprema del obrar, aniquila en Maritain la debida sumisión, no libre, al poder que viene de Dios.
VII. Libertad religiosa: sofisma sobre el acto de fe
Como todo liberal, Maritain rechaza indiscriminadamente la coacción exterior al servicio de las leyes naturales y divinas, de los “deberes” para con Dios, colocándose al servicio de las acciones libres del hombre contra esos deberes. La fuerza al servicio de las acciones libres del hombre contra esos deberes. La fuerza al servicio de la defensa de la “ordinátio Dei” sería un “mito” medieval y no un medio cuya libertad y uso viene establecido en la Revelación (Rom. 13, 1-7).
Como todo rebelde revolucionario anticatólico, Maritain juzga totalitarismo, absolutismo e “inaceptable” que el Estado defienda el bien común espiritual por la coacción exterior oponiéndose frontalmente al Magisterio de la Iglesia.
“El Estado no puede imponer la fe en su nombre” -argumenta-, sin distinguir entre fe y leyes naturales donde no se trata de fe, y sin discriminar entre imponer la fe y defender el orden social basado en la fe, defender la libertad exterior de la fe. ¿Sofisma de los liberales? El Estado no impone la fe “en su nombre” sin embargo, en su nombre puede y debe defender y auxiliar la libertad de la Iglesia y puede y debe imponer la obediencia a los mandamientos de Dios que son verdades no sólo de la fe, sino también de la razón.
VIII. Mutilación de los fines del Estado
Maritarin reduce el fin propio del Estado a lo temporal, material y terreno, olvidándose de que San León I y Gregorio XVI enseñaron que el poder civil “no fue conferido sólo para el gobierno temporal, sino sobre todo para defender a la Iglesia”.
Maritain falsea la historia y la doctrina sobre el poder civil en la Edad Cristiana, acusándolo de haberse convertido en mero instrumento o medio del poder espiritual. “Obedece a Dios en nosotros y nosotros obedecemos a Dios en ti”, enseñaba San Simón y los papas de los primeros siglos. “El rey no tiene superior en las cosas temporales” enseñó Inocencio III. Sin embargo, Bonifacio VIII también enseñó que la espada del poder civil tiene también una finalidad “pro Ecclesia”.
Con pretexto de eliminar la “instrumentalidad” del poder temporal respecto al espiritual, en lo referente sólo al orden temporal, Maritain subvierte la debida función subordinada del poder temporal en relación al poder espiritual. No quiere la defensa de la verdadera Iglesia de Cristo, sino la de las falsas iglesias de los hombres. Quien fijó los “fines” del Estado y de los hombres no fue Maritain, y él no tiene derecho a subvertir la “ordenación de Dios” interpretada por la Iglesia. Solamente los materialistas y agnósticos reducen el fin del gobierno temporal meramente a las cosas temporales. Y Maritain se contradice al hablar de fines “infravalentes”: éstos están limitados por fines superiores, no son independientes en todo género de actividades sino sólo en aquéllas en que nada tienen que ver con los fines superiores de los individuos y sociedades.
IX. Vaciamiento del poder que viene de Dios
El gobernante civil es para Maritain “vicario del pueblo” y no “ministro de Dios”. Partiendo de la igualdad ontológica entre los hombres, niega la diversidad de “esencia” y de “raza” entre las autoridades y los demás, no distinguiendo la desigualdad del “poder que viene de Dios”. Niega la “heterogénia” de la autoridad, como una concepción familiar y medieval, como una errónea “función sagrada” del padre y coloca la igualdad de la naturaleza humana como “base” de las relaciones de jerarquía y autoridad. El sofisma consiste en pasar del orden ontológico al moral. Destruye la superioridad que viene de Dios.
Corrompe Maritain la exégesis de Santo Tomás cuando escribe sobre el “vices gerens multitúdinis”, sin tener en cuanta los contextos del Doctor Angélico al pretender que el poder venga del pueblo y de la “conciencia de la comunidad”. León XIII enseñó que el gobernante recibe su poder “non a multitúdine”. Y el “poder constituyendo” aducido por Maritain no es libre para escoger una forma de Estado que no se gobierne superiormente según leyes naturales y cristianas. El gobernante civil “sirve a Dios” cuando ejerce el castigo contra los malhechores, independientemente de la voluntad de éstos.
Maritain pretende sustituir el poder civil por “élites populares” y por el liderazgo de “hombres preclaros”, cosa contradictoria en una sociedad donde el concepto de “preclaro” no está establecido ni por la razón, ni por la verdadera fe; como si no existiesen falsas élites y falsos hombres “preclaros”.
Y algo más contradictorio aún: una sociedad “pluralista”, en la que se pretenden “estatutos jurídicos propios” para los grupos que siguen sus propias falsedades.
X. Forma cristiana interconfesional
La ciudad “cristiana” (y por lo tanto “católica”) de Maritain no es sin embargo obra católica, según los principios católicos, sino “obra común”, interconfesional, ecuménica, obra de todos.
Así, los ateos, los gnósticos, los herejes determinarían el “derecho” natural y el deber social de cada uno. Como si todas las religiones fuesen buenas y no existiese la lucha entre los errores y la verdad, como si no fuesen excluyentes entre sí.
La forma social sería aquello que Pío XI condenó en el ecumenismo: buscar por un acuerdo, un “fundamento común de la vida espiritual” (Mortálium Ánimos). Sangnier quiso ese tipo de forma interconfesional: fue condenado por San Pío X. Maritain quiere al “cristiano” no cristiano, como forma social. ¿Acaso Maritain no leyó la carta “Notre Charge Apostolique” de San Pío X? Si la conocía, la ha despreciado. La ciudad cristiana no es obra común de ateos, agnósticos, herejes y cristianos.
XI. La Iglesia bajo el Estado agnóstico
No podía faltar en Maritain la concesión del “juicio último” en materia de Moral y Religón, que él confiere a su Estado ateo y agnóstico.
La libertad de las “familias religiosas”, entre las que incluye a la Esposa de Cristo en medio de las prostitutas de todos los demonios, se halla en la concepción de Maritain bajo el arbitrio de ese poder agnóstico.
¿Cuál es el criterio de ese “juicio último” en un Estado más allá de toda filosofía y religión? ¡Contradicción! Es el aniquilamiento de la Iglesia Católica bajo el Estado sin Dios. Es la afrenta al Magisterio de la Iglesia.
XII. Autodestrucción e injuria a la Iglesia
El propio Maritain indica dos dificultades contra su nueva concepción “cristiana”: las fuerzas anticristianas que obran libremente contra la Iglesia. Pretende que en este caso la libertad sería en “un solo sentido”. El del bien.
Ahora bien, he aquí la CONTRADICCIÓN: ¿cuál es el sentido del bien y de la verdad cuando el Estado no se rige por la verdadera fe ni por las verdades filosóficas de la razón? Por lo tanto, su utopía es irracional.
Y el otro obstáculo visto por Maritain son los “preconceptos univocistas” de los católicos: lo que pertenece al credo católico, a su doctrinal moral, es para Maritain un “preconcepto” irracional, “nostalgia” sentimental. Lo “racional” es para él su agnosticismo. Con tales juicios, injuria a la Iglesia y a sus hijos. No es de admirar que se manifestase también “anti-anti-socialista”, o sea, contra los que se oponen al Socialismo.
Ese es el Caballo de Troya que llevó al Concilio. Cuesta creer que tal hombre fuese festejado entre sacerdotes y obispos católicos: ¿estarían ciegos o ya conniventes?
Al final del Concilio, Maritain exultaba: “He aquí realizada la gran inversión en virtud de la cual ya no son las cosas humanas las que se encargan de defender las divinas, sino las divinas que se ofrecen para defender las humanas […]. La Iglesia ha roto los lazos que pretendían defenderla” (Le Paysan de la Garonne, pp. 13-14).
Que nadie, sin embargo, se arrogue el derecho a efectuar tal “inversión” que es doctrinaria, y que afecta a la concepción cristiana del Estado y a sus fines ultraterrenos. Al quitar la defensa civil a la verdad religiosa y al aniquilar la autoridad eclesiástica por el concepto ecuménico de Iglesia, concediendo a cada uno el derecho de seguir su “propio libre criterio” se había introducido en la Iglesia, con el poderoso auxilio del Caballo de Troya que fue Maritain, el “libre examen” protestante y la destrucción premeditada y deseada de la Iglesia Católica. “El hombre de pecado se sentó en el templo de Dios” (Tes. 2, 1-12).
HOMERO JOHAS. En ROMA-REVISTA DE LA TRADICIÓN CATÓLICA, Año XXI n.º 98 - BUENOS AIRES, Marzo de 1987, págs. 24-32.
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