miércoles, 2 de marzo de 2022

LA CIUDAD INFERNAL

Traducción del ensayo de Marco Sambruna, publicado en RADIOSPADA (Parte 1, Parte 2, Parte 3 y Parte 4).
  
SATANÓPOLIS: PERFIL DE LA FUTURA CIUDAD INFERNAL
   
“Tenemos la utopía que nos merecemos” (Michel Houellebecq).
   
  
INTRODUCCIÓN
La contraposición irreducible entre la Ciudad Celestial y la ciudad terrena tiene raíces bíblicas: en el Apocalipsis se habla de la Jerusalén celestial triunfante al fin de los tiempos mientras la ciudad terrena representada por el Imperio Romano decae. Por otra parte, figuras de la ciudad terrena eran Sodoma y Gomorra destruidas por Dios a causa de sus pecados. Tal contraposición incurable es el tema principal de la “Ciudad de Dios” de San Agustín, pero a nivel figurativo pocas representaciones son otro tanto eficaces como el tríptico de “El Jardín de las delicias” de Jerónimo Bosch (1453 – 1516).
    
El tríptico cerrado tiene forma cuadrada con una representación de la “La Creación”: el mundo primigenio salido de las manos de Dios aparece como un orbe transparente; en las alas hay dos rectángulos que una vez abiertos muestran tres escenas que deben leerse en orden cronológico de izquierda a derecha: en la extrema izquierda una refiguración del encuentro entre Adán y Eva, en el centro la que parece una controvertida representación del Edén o Paraíso y, al final, en la derecha, una representación del Infierno.
   
Es en este último panel que quisiera enfatizar: la escena está llena de personajes diminutos, hombres y mujeres que aparecen como figuras dramáticamente grotescas, vergonzosamente desnudadas mientras buscan desesperadamente cubrirse con sus manos. En torno a ellos rota un polvo de demonios de morfología obscena, malignamente deformes y enfocados en las operaciones más inverecundas como devorar los cuerpos de los condenados, defecar, parodiar una demencial ordenación de manera satánica. En el fondo se entrevé una ciudad en llamas cuyos siniestras llamas iluminan en la parte baja llena de condenados amontonados que marchan hacia un pozo infernal. Más allá de los particulares, lo que cuenta es el aspecto general de la obra: de esta escena infernal –que en su plástica concreción recuerda la dantesca “Ciudad de Dite” [1]– aparece claro el elemento del caos incontrolado, de la marea montante de un desorden en cuyos episodios individuales parecen cabalgar, de una Babel diabólica en la cual tiene vigencia un clima hosco inmerso en la impiedad. Todo esto remite a la visión de una sociedad infernal según la imagen de cierta iconografía medieval con grande presencia de fuego, llamas y escenas de desesperación: un clima caliginoso en el cual se mueven figuras tan blasfemas que rozan un disgustante ridículo.
   
Si El Bosco debiese pintar el infierno hoy, dudo que recurriría a las mismas imágenes. Lo que él ha representado es un símbolo eficaz del desorden revolucionario que precede y prepara el Nuevo Orden que se ha estado construyendo desde la reforma protestante hasta hoy [2].
   
Los autores contemporáneos que han representado la ciudad terrena en términos infernales han utilizado caminos descriptivos muy diferentes: baste pensar en las distopías de prensa estalinista de George Orwell en “1984” o en la dictatura tecno-cientificista de Aldous Huxley en “Un Mundo Feliz” o al colectivismo despersonalizante de Yevgeny Zemiatin en “Nosotros”. En la representación de la “ciudad infernal” del Bosco caracterizada por el caos babélico revolucionario se subentran las descripciones de las ciudades infernales de los autores modernos que asumen los trazos opuestos de un espacio urbano y existencial fríamente planificado y organizado en los mínimos detalles: del caos montante tan abundante en las tradicionales imágenes del infierno alimentado eternamente por el fuego destructor hemos pasado a las imágenes glaciales de una ciudad perfectamente esterilizada en que la destrucción sucede en un blanco silencio sepulcral sin gritos de dolor, sin estrépitos, y casi sin escenas de desesperación visibles.
   
La realidad es que viendo no se trata de dos imágenes contrapuestas fruto de dos visiones antitéticas de la “ciudad infernal”. Se trata en cambio de dos representaciones consecutivas cada una de las cuales expresando dos momentos distintos de la edificación de la distopía diabólica que se va configurando: el infierno del Bosco de hecho simboliza la fase revolucionaria por su naturaleza caracterizada por el caos aborrecedor del status quo; la de los autores modernos imagina en cambio la “normalización” en formas sólidas de aquella revolución, o sea, su cristalización institucional caracterizada por una eficiente organización que aborrece el caos. A la fase revolucionaria con sus colores cálidos y encendidos se sucede luego una que institucionaliza la revolución con sus tonalidades frías y uniformes.
   
Vivimos en una época transitoria que aún llega a su conclusión: en pocos años –motus in fine velócior– ha llegado a su ápice deconstructivo la fase revolucionaria mientras que al mismo tiempo ha logrado su máxima intensidad en términos de celo la fase institucional: después que no es posible construir un mundo nuevo si no sobre las ruinas del antiguo, he aquí que emerge la relación dinámica que hay entre la visión babélica y por ende revolucionaria de El Bosco, y la organizada y por tanto institucionoal de Orwell o Huxley o Zemiatin de la “ciudad infernal”.
   
La cual si ayer era semejante a un cúmulo de ruinas humeantes, ahora asume el aspecto de un laboratorio perfectamente esterilizado y maniáticamente ordenado.
   
FASE 1: LA DEMOLICIÓN
Decíamos arriba que solo es posible construir una ciudad nueva sobre las ruinas de una precedente: desde siempre, las ciudades más modernas surgen sobre los cimientos de antiguas necrópolis cuyos muros, ahora abatidos, fueron destruidos por la invasión de otros pueblos portadores de nuevas mentalidades, nuevas perspectivas y nuevos estilos de vida.
   
En el seno del mundo occidental –pero pronto a nivel planetario–, la ciudad príncipe en estado de avanzada demolición es la Roma espiritual, esto es, la Iglesia: brechas siempre más amplias se han abierto en los bastiones defensivos hasta transformarse en puertas. A través de estas brechas siempre más amplias han penetrado en medida creciente las hordas de Gog y Magog esto es, las ideologías laicistas y libertarias que por siglos la han asediado en espera del momento oportuno para invadirla, demolerla y reconstruirla según otros criterios como parece sugerir el cuadro de El Bosco.
   
Una preparación larga, paciente y metódica, ha precedido pues la invasión y la demolición de la “Ciudad espiritual” que no habría podido verificarse si sus defensores hubiesen conservado la combatividad antigua y el arrojo expansivo que había conquistado nuevos territorios. Mas cuando la tensión militante venida progresivamente a menos, los defensores de la Ciudad primero habían vacilado, luego buscado acuerdo con los invasores, y finalmente se rindieron provocados en esto también por la dirección de líderes por la débil propensión guerrera, poco inclinados a reiterar las gestas de sus antecesores, diplomáticamente vueltos más a buscar el compromiso que animados por el espíritu militante.
   
Y así también los últimos resistentes, valga decir, los defensores que habrían debido apuntalar la ciudad, correr sobre las almenas para rechazar los asaltantes y defender los territorios conquistados se rindieron como los espartanos contra los tebanos: hoy sabemos que la guerrera Esparta –al contrario de la mastodóntica y urbanizada Atenas– es una aldea insignificante en cuyo seno son visibles aún solo pocos y pobres restos que representen la gloria pasada.
   
La causa principal que ha desvirilizado a los defensores de la “Ciudad espiritual” concierne principalmente la debilidad de los condotieros: generales blandos e indecisos, incoherentes y hesitantes han infectado con su debilidad a aquellos que en otros tiempos habrían dado la vida para defender los muros ahora gravemente comprometidos de la Ciudad.
   
La fe en la victoria se vino a menos: la fe de siempre arraigada en fundamentos profundos se fue rompiendo sustituida por formas espurias similares a las eflorecencias bacterianas que prosperan en un cuerpo privado de vida. Como sucede en ciertos tumores, han forecido de las formas contrahechas de los organismos en proceso de descomposición. Estas contrafacciones han garantizado por largo tiempo en los observadores la ilusión de hallarse frente a los organismos originales aunque solo levemente cambiados en la forma, mas no en la sustancia.
   
Dejando de metáforas, la fe tradicional en la invencibilidad de la “Ciudad espiritual” con sus dogmas, sus liturgias, sus ritos y sus creencias fue sustituida por tres formas espurias que han imitado el aspecto engañando a quien creía que nada había cambiado.
   
Las tres formas sustitutivas de la religión tradicional de que estamos hablando son el sentimentalismo psicologista, el socialismo filantrópico y el moralismo reduccionista.
   
Cada una de estas tres estrategias intenta dirigirse contra otras tantas tipologías de adeptos a la defensa de los muros: el sentimentalismo psicologista mira a debilitar la resistencia de las élites culturalmente mejor equipadas; el socialismo filantrópico mira a debilitar la resistencia de la masa de los soldados; el moralismo reduccionista mira a debilitar la resistencia de los cuadros intermedios o sea, la burguesía.
  
Todas las tres tienen en común la tentativa de volver las defensas de los que resisten por medio de estrategias oblicuas alternativas a un ataque frontal que aparecería demasiado abiertamente demolitivo.
   
La demolición de los muros y sucesivamente de la Ciudad espiritual sucedió realmente de modo lento e indoloro para evitar reacciones demasiado violentas que habrían podido truncar la empresa desde su nacimiento. Esquemáticamente se puede resumir como sigue la metamorfosis de la religión tradicional en sus formas paródicas típicas del mundo moderno:

    
La religión cristiana típica del occidente greco-latino se fragmenta pues en tres secciones: el sentimentalismo psicologista, el socialismo filantrópico y el moralismo reduccionista.
   
A causa de la ruptura del vínculo con lo que llamaremos “mundo superior” o sobrenatural o en términos antropológicos, el “sentido de lo sagrado”, cada una de las tres secciones tendrá como objeto correlativo respectivamente una visión mágica, utópico-tercermundista o conformista (esto es esta última, considerará la religión como nada más que una fábula edificante) [3] de lo trascendente.
Sentimentalismo psicologista
Con esta primera degradación de la religión tradicional se verifica una forma de nueva religión sin dogmas en lugar de los cuales se coloca un “misticismo extravagante”: El término “extravagante” es considerado literalmente como “extra – vagante” o sea que “vaga fuera” o “vaga lejos”.
   
A diferencia de la religión tradicional que siempre ha bebido del mundo superior, la nueva religión sentimentalizada bebe del mundo inferior o –en términos psicológicos– del inconsciente.
  
Esta prima forma de fe contrahecha que ha corrompido la resistencia de los defensores de lo sagrado concierne a la que podemos definir como “sentimentalismo psicologista”. Esto consiste precisamente en reducir entre los confines infrahumanos y por tanto inmanentes instancias espirituales tradicionales tradicionalmente enlazadas al mundo superior y con él comunicantes. La psicología moderna ha actuado en este sentido en dos frentes: con Freud ha racionalizado las experiencias espirituales reduciéndolas a reflejos inconscientes de visiones y experiencias objetivas vividas en estado de vigilia; Jung ha separado la experiencia espiritual de su fuente superior para revincularla a un sistema simbólico atávico derivante de vivencias ancestrales primitivas. En otros términos, con Jung lo trascendente no sería nada más que una suerte de memoria de masa en la cual se registraron vivencias transgeneracionales remontadas a épocas lejanas.
   
La sentimentalización psicologista de la fe tradicional ha operado por medio de una estrategia de elusión: constatada la imposibilidad de lograr en la obra de abatimiento de las poderosas fortificaciones de la Ciudad espiritual a cañonazos, los demoledores han comenzado a señalar a los defensores una nueva divinidad, por ende un ídolo, cuya fisionomía fácilmente es condfundida con la que se debe al Dios tradicional del Occidente. La capacidad de contrafacción de este ídolo es sorprendente sobretodo porque ha llegado a imitar deformándolo uno de los caracteres principales de Cristo: su misericordia por los errantes. La misericordia divina ha asumido un carácter no solo pacificante, sino sobre todo pacifista.
   
La Paz toma así el lugar de la Verdad, aun cuando la Paz es la Verdad no menos que cuanto la Verdad sea la Paz. La Paz como valor supremo que conseguir a toda costa ante el cual todo es sacrificable. En esta perspectiva, la paz no se reduce a la pacificación de los pueblos, pero sobre todo fue presentada como pacificación íntima, como lenitivo contra las ansias existenciales y especialmente contra la inquietud de la búsqueda metafísica consciente o menos que fuese. La sentimentalización psicologista de la fe tradicional consiste pues en esto: la religión debe garantizar la tranquilidad del alma más que la social. Pero puesto que no puede haber tranquilidad sin que la adaptación –desde que remar contracorriente es más difícil que dejarse llevar por los eventos– si está consolidada. en el ámbito católico antes y en occidente después, uno de los peores malos entendidos de la historia de la humanidad moderna condensada en dos eslóganes cuya fuerza demoledora ha abierto brechas enormes en los muros defensivos: “todo es gracia” y “Cristo ha vencido el mundo”.
   
La proposición “todo es gracia” fue acuñada por el escritor católico francés Georges Bernanos en el interior de su novela de mayor éxito titulado “Diario de un cura rural”. En esta el sacerdote protagonista del relato llega a la conclusión que la Providencia se sirve de cualquier situación volviéndola en bien no obstante sea originariamente generada por los errores de los hombre. De aquí a considerar la idea que todo concurre al bien, hay muy poco camino. Ahora, para que el bien pueda verificarse con mayor facilidad, conviene liberarse de la antigua costumbre que tiende a separar totalmente lo que está bien de lo que estál mal ya que aun el mal acaba actuando en favor del bien.
   
La otra proposición malentendida es “Cristo ha vencido al mundo”.
   
La afirmación es teológicamente correcta porque Cristo con su Resurrección ha realmente vencido al mundo en el sentido que ha destruido lo que del mundo es el aspecto más angustiante, esto es, la muerte: la muerte con la Resurrección de Cristo fue abolida, en su lugar se ha instaurado el Reino de los Cielos eterno e inmutable. Pero decir que Cristo “ha vencido al mundo” significa que Cristo ha indicado el camino supremo para derrotar a la muerte no es que esta fue vencida prescindiendo de cualquier empeño individual. El sacrificio de Cristo pues no nos ha autorizado apriorísticamente a amainar los estandartes de guerra en vista de la salvación individual y de la necesidad de ser “sal de la tierra”.
   
De este nocivo mal entendido surge un optimismo de fondo del cual ha tomado forma la creencia que el nuestro sea un mundo maravilloso donde todo es posible y donde la felicidad y la salvación eterna están al alcance de la mano sin necesidad alguna de fatigoso ascetismo o de formación espiritual, y mucho menos del estudio de la ciencia sacra.
    
Socialismo utopista
Esta segunda parodia de la religión tradicional escucha todo lo contrario de los dos eslóganes arriba recordados; si en el “sentimentalismo psicologista” estaba en vigor la regla según la cual ”todo es gracia” y “Cristo ha vencido al mundo”, en el socialismo utopista vale el eslógan según el cual “Nada es gracia” y “El mundo aún espera la redención”.
   
Nada es gracia porque en una perspectiva marxista, el motor de la historia no es la Providencia divina, sino la lucha de clases: luego de mutar las relaciones de fuerza entre clases subalternas y dominantes se configuran las sociedades. Nada se obtiene por gracia, sino que todo se conquista con la lucha: no es la mente guiada por la misericordia divina que educa la mano, sino que es la mano que teniendo necesidad de procurar lo necesario para la vida educa la mente a pensar en modo eminentemente pragmático. Con este punto de vista deviene entonces claro cómo la redención sea un a priori fijado a partir del sacrificio de Dios, sino una meta que aún se debe conseguir por medio de la construcción de una sociedad sin amos y sin siervos, igualitarista y autárquica. La utopía aún sin construir deviene así una parodia de la salvación eterna o del Paraíso: la eternidad no concierne más la salvación individual (fuera de la universal), sino la colectiva o de la especie. Lo que cuenta no es el hombre, sino la humanidad, y la religón no se dirige más a un Dios trascendente, sino inmanente en nueva forma de panteísmo naturalista.
    
La utopía socialista tiene por objetivo abatir la sociedad tradicional fundada en relaciones jerárquicas como imagen de la jerarquía celestial y la contemporánea construcción sobre los escombros del “Hombre Nuevo” socialista cuyo hábitat no es más constituido por la naturaleza, sino del artificio de las metrópolis. En una segunda fase, el utopismo socialista prevé una suerte de “retorno a la naturaleza” con la insignia del ecologismo y del primitivismo en que todo es común y la misma familia no existe más. En otras palabras, el modelo tercermundista es asumido como utopía deseable y esperable, pero calado en una realidad física separada de la naturaleza e inmersa en el artificio de ciudades siempre más anónimas.
   
Moralismo conformista
Este modelo de ascendencia en gran parte burguesa tiene como progenitor la ética protestante.
   
Tiene como fundamento práctico lo que se define popularmente como “fe actuante” o “testimonio silencioso”. Tales expresiones tienden a consolidar una suerte de “mito de lo cotidiano” en el cual la misma banalidad asume un carácter salvífico frente a la resignación frecuentemente inerte.
   
De aquí nace la instauración de una suerte de laissez faire espiritual que es la contraparte religiosa del laissez faire postulado por Adam Smith como fundamento del liberalismo económico. Así comienza la fase del desentendimiento. Los defensores de los muros delegan a la Providencia el resultado de la batalla y alimentan la confianza que una intervención de lo alto pueda determinar el resultado. Novenas, letanías y devociones son desconectadas de las obras de los hombres, de su acción y de su voluntad de donde antiguamente eran el indispensable viático propiciatorio antes de toda batalla. Donde los bizantinos se reunían en Santa Sofía antes de enfrentar en batalla a los otomanos para obtener fuerza, valor y espíritu de sacrificio, ahora los fieles se reúnen para abandonarse en las manos de Dios en la creencia que cualquiera de sus esfuerzos no tiene influencia. Se trata evidentemente de una inercia o “religiosidad estática” que so pretexto de la fe que todo lo confía a Dios, tiene como mira el mantenimiento y la cristalización del status quo sobre todo social. En esta forma paródica de la religión tradicional, la fe consiste en una suerte de “coerción a repetir” los ritmos de gestos y operaciones mentales siempre iguales. Pero como quiera que la “coerción a repetir” es un modus vivéndi de matriz neurótica, un cierto malestar comienza a reptar: la reacción y un malentendido sentido de humildad son entonces instrumentalizados a fin de dar justificación metafísica a los automatismos cotidianos a los cuales se acompaña frecuentemente primero el aburrimiento y sucesivamente un espeluznante sentido del absurdo destinado a desembocar en aquel existencialismo ateo típico de la modernidad.
   
FASE 2: LA EDIFICACIÓN DE SATANÓPOLIS
Aún la “ciudad infernal” institucionalizada en la “ciudad soviética” es ya una posibilidad que pertenece al pasado no menos que lo pertenecía la “ciudad infernal” pintada por Jerónimo Bosco. Ahora la Satanópolis en vía de edificación será similar a la ciudad soviética respecto al panorama urbano, mas diferirá profundamente en cuanto al temple psicológico y espiritual de sus habitantes.
   
La revolución soviética fue un suceso traumático que, auqnue habiendo tenido una larga gestación desde la Ilustración en adelante, se ha inveterado en el breve giro de pocos meses tras la caída del último zar, pasando por el gobierno provisional de Kerenski hasta la formación del estado soviético: muy poco tiempo para que una revolución social, económica y cultural pudiese ser también una revolución antropológica: “el hombre nuevo soviético” cuyo régimen estalinista siempre presumió ser su padre, no existió jamás. El alma del pueblo ruso siempre permaneció profundamente religiosa no obstante la propaganda invasiva del régimen haber divulgado la metamorfosis y decretado su fun. Stalin y sus sucesores fallaron en la misión de transformar al hombre en el sentido de cambiar antropológicamente los caracteres sucedida la revolución. La propaganda, la brutalidad policíaca y las armas de la seducción antes y de la persecución después no pudieron más que arañar el alma del pueblo ruso obteniendo solo una adhesión formal y verbal a los dogmas soviéticos. Pero el corazón del hombre no se mutó.
   
En cambio, la institución de Satanópolis que se va construyendo ha prolongado la fase revolucionaria hasta los albores de la modernidad haciendo una larga introducción o preámbulo que ha preparado mejor el terreno en la educación y adoctrinamiento del hombre nuevo destinado no a vivir, sino a habitar la ciudad infernal contemporánea: los instrumentos de la pedagogía anticrística centrada en el ateísmo antes y en el nihilismo después han perfectamente llegado donde la torpe propaganda del régimen soviético había fallado. Las masas que la revolución soviética no había tenido el tiempo de desvirilizar y mutar antropológicamente, por la actual revolución laicista son en cambio oportunamente reacondicionadas en un arco temporal prolongado de al menos tres generaciones desde los años cincuenta hasta ahora.
   
La nueva ciudad infernal hodierna mutua de aquella soviética el aspecto exterior o la forma, pero su capacidad de condicionar las mentes es mucho más eficaz: en realidad su edificación procede según los ritmos de una marcha lenta, pero inexorable que ha eliminado progresivamente el obstáculo principal –el katejón en términos bíblicos– que podía impedir el desarrollo: la religión tradicional. Esta por medio de una serie de etapas graduales fue primero sustraída de lo sagrado, después profanada, luego ridiculizada y finalmente disuelta.
   
Si en la ex-URSS la revolución antropológica de la cual nacería el hombre nuevo socialista era solo la mera ilusión de un manípulo de fanáticos, en la moderna Satanópolis tal revolución es en cambio perfectamente conseguida, y el hombre nuevo está para devenir una horrible realidad.
   
A la luz de todo esto, el panorama urbano de Satanópolis estará privado de símbolos o elementos que evoquen la idea de lo sagrado como lo entendían las religiones antiguas. El hombre es capaz de expresar lo sagrado en tres modos: como suma de caracteres, percepciones, materia y forma.
    
La esencia de lo sagrado es la confiabilidad que goza: esto tanto más determina el destino de los hombres cuanto más se tenga confianza a sus caracteres constitutivos de liturgias y ritos, a su análisis del tiempo como sucesión de recuerdos que lo renuevan, en la percepción visual de los símbolos que orientan la mente hacia un destino.
   
La misión de lo sagrado consiste en presentar símbolos a un destino: los símbolos religiosos orientan a los pueblos hacia una perspectiva trascendente, los símbolos laicistas orientan la mente hacia una perspectiva inmanente. Se puede decir por tanto que mientras los símbolos de lo sagrado son la llave para acceder a un destino que trasciende la vida terrena luego de un camino lineal, los símbolos de lo profano son la llave para abrir la posibilidad de una función: de aquí deriva la la formación de un hombre simpre que elija confiarse a los símbolos de lo sagrado para encaminarse a un destino, o su reclutamiento si elige confiarse a los símbolos laicistas que lo encierran en el seno de una función. En esta perspectiva, mientras lo sagrado indica el camino de una misión en pos de un cumplimiento, lo profano indica la vía de una función en vista de un automatismo, esto es, el desarrollo de una manción pre-establecida en la consigna del nietscheano “infinito retorno de lo igual”: se está así calado en lo cotidano donde los mismos gestos, los mismos pensamientos y las mismas operaciones son repetidas hasta devenir un automatismo narcotizante.
   
Luego, lo divino es lo que eclosiona el destino por medio de lo sagrado, y lo antidivino es lo que lo mantiene cerrado en el interior de un automatismo funcional.
   
Por esto los constructores de la ciudad infernal tienen como fin, en una fase aún primitiva de su proyecto, de realizar una sustitución: sustituir los símbolos y el lenguaje de lo sagrado con los de lo profano. Para esto Satanópolis comenzará a erigirse casi imperceptible por medio de una lenta pero constante remoción de los símbolos de lo sagrado: los símbolos de lo sagrado para los constructores de la ciudad infernal representan un peligro formidable porque encienden la lucha entre la decisión por un destino personal o la elección por el automatismo funcional en un mecanismo colectivo. Los constructores de Satanópolis saben que los símbolos sagrados son un fragmento de la verdad que se hacen visibles, esto es, se historicizan en formas visibles como el arte sacro, la liturgia, ritos y sacramentos: en virtud de esto su primera preocupación es la de eliminarlos. Hecho esto se empobrece la posibilidad misma que puedan obrar en el determinar el destino de un pueblo. En su lugar se constituyen casi a hurtadillas los símbolos laicistas cuyo fin es el de sedar las inquietudes salutíferas del espíritu como lo haría un narcotico.
   
Las figuras o símbolos de lo sagrado son tanto más eficaces en revelar un destino y por ende desviar del automatismo funcional cuanto más potente es su impacto: un símbolo de lo sagrado es más eficaz donde llegue a inquietar y en algún caso, incluso a traumatizar. Por lo contrario, los símbolos de lo profano son más eficaces cuanto más lleguen a anestesiar por medio del automatismo funcional. Para esto el símbolo de lo sagrado –esto es, el arte, el rito y la liturgia– debe tener carácter de autonomía y evitar cualquier usabilidad utilitarista para mostrar su independencia de lo profano: si falta esta independencia, lo sagrado queda oculto y el destino velado.
   
En el camino de sustitución silenciosa de los símbolos religiosos con los profanos como aspecto prioritario en la construcción de Satanópolis, las figuras visibles de la iglesia –repetimos: arte, rito, liturgia, homilética y edificios sagrados– han abandonado su carácter sacro para asumir el de la usabilidad utilitarista típica de lo profano. No hay más impacto desestabilizante o descontextualizante causado por la autonomía de lo sagrado, sino la institución de “áreas comunes” tejidas para asegurar un vínculo de dependencia entre lo sagrado y lo profano laicista, de lo que deriva la banalización de los símbolos de lo sagrado, los cuales en lugar de abrir, acaban facilitando la organización del automatismo funcional de matriz colectivista.
  
Es pues prioritario para los constructores de la ciudad infernal desarmar los símbolos de lo sagrado a fin de volverlos banales: no deben ser más contemplados en el estupor que genera un saludable detonador a su vez preliminar a una salutífera inquietud.
   
Los símbolos de lo sagrado hablan, y su narración naturalmente necesita de un lenguaje adaptado: por ejemplo, la homilética y la oración.
   
Deviene por eso de fundamental importancia para los constructores de Satanópois recurrir a una narración alternativa que impone un lenguaje alternativo: ya no el lenguaje de lo sagrado, sino el de lo profano, o sea, la terminología técnico-jurídica conforme al automatismo funcional en el cual cada sujeto estárá inserto.
   
En definitiva, el primer aspecto típico de la nueva ciudad infernal, claro en los ojos de los hombres del pasado, pero ahora invisible para el hombre nuevo que no podrá percibir ni la ausencia, será la desaparición de los símbolos de lo sagrado, esto es, de los símbolos religiosos.
   
Hemos señalado cómo el primer criterio en la edificación de Satanópolis consistirá en una fase deconstructiva: el centro histórico, esto es, el lugar en el cual se concentraron los más ricos y numerosos testimonios de la arquitectura cristiana será progresivamente abandonado. En el Infierno de El jardín de las delicias del Bosco, en la parte alta del cuadro, las llamas devoran y consumen lo que queda de una ciudad: es una acción rápidamente destructiva e ingenuamente brutal en su horrible evidencia. En la ciudad infernal que se va edificando, la fase deconstructiva es mucho más lenta, progresiva y sobre todomenos directamente perceptible, pero otro tanto brutal: habituémonos a pensar los centros de Roma o Florencia o cualquier otra ciudad europea como lugares que serán gradualmente abandonados hasta quedar casi completamente deshabitados: ya los primeros signos de este incipiente abandono son visibles como los síntomas que indican el próximo surgimiento de una enfermedad; no distintamente de lo que sucede en la Acrópolis ateniense, muchas catedrales europeas (como Notre Dame antes del incendio que la ha consumido) caen lenta y literalmente a pedazos entre la indiferencia general no solamente de la administración citadina, sino incluso (cosa mucho más grave) de los mismos ciudadanos. Espectáculo análogo podemos observarlos en ciertos barrios viejos de Pisa o de Venecia donde ya en algunas islas dehabitadas de la Laguna las viejas iglesias languidecen en la derelicción.
   
Las iglesias no serán demolidas para no suscitar la indignación de quienes estén todavía espiritualmente despiertos, sino simplemente abandonadas a la incuria. Por portones forzados o simplemente derribados, cualquiera podrá entrar a cualquier hora del día o de la noche para tomar lo que quiera entre lo que quedó sin custodiar: mobiliario sacro, cálices, cuadros de temática religiosa, ornamentos sacerdotales abandonados en la sacristía o muebles viejos de madera preciosa.
   
Despojadas de sus ornamentos, las iglesias no agotarán su función de receptáculo de toda violación aún la más brutal y quedarán en disposición inerme de quien quiera rayarla con escritos obscenos, blasfemias y símbolos anticristianos; en lugar de viejos frescos ahora descoloridos por la humedad que penetra por muros enmohecidos en el giro de una noche veremos aparecer murales de tonalidades violentas, llenos de colores encendidos y pintadas con escritos coloridos indescifrables.
   
Después del despojo y el saqueo, en una tercera fase de su martirio las iglesias serán rápidamente transformadas en garajes donde guardar motocicletas o bicicleas, depósitos abarrotados de herrumbre inútil, objetos que no sirven más y descartes de uso doméstico como si fuesen grandes cantinas.
   
De noche, grupos podrán refugiarse, encender una fogata, escuchar música sintética y alterarse con drogas o alcohol. En el exterior proseguirá la rápida disgregación hecha de fragmentos de enlucido que se desprenden de las paredes, techos que no resistirán más la infiltración del agua lluvia, frescos y decoraciones externas que se consumen bajo la acción de la intemperie mientras las estatuas antiguas pierden los brazos, alas y cabezas.
   
En las ciudades de provincia una vez distantes de las metrópolis, pero ahora casi fagocitadas en ellas por causa del avance edilicio, ya ahora es posible observar entre viejos caseríos o burgos despoblados el fin peoso de los nichos sagrados donde las pinturas de temática cristiana son dejados a la acción de la intemperie. Los ex votos que una vez poblaban las paredes han desaparecido, quizá removidos por alguna mano piadosa para ser conservados o, más prosaicamente, fueron robados.
   
El fenómeno del abandono de las estructuras sagradas es aún más evidente en ciertos retiros alpinos y apeninos: viejas iglesias de montaña construidas con piedra sólida comienzan de súbito a caer desde el techo hasta hacerse imposible el ingreso a causa del pavimento repleto de escombros.
  
En su lugar surgirán estructuras similares a la denominada “Aula de meditación” en la sede de la ONU en Nueva York [4].
    
La edificación de Satanópolis ha previsto pues un largo período de gestación que podremos definir como “fase revolucionaria fluída”. Durante tal período, todo lo que tiene que ver con la tradición afronta una profunda metamorfosis. No sucesivamente, sino al mismo tiempo que este proceso de demolición, se concreta una fase de “institucionalización” que tiende a solidificar la nueva sociedad demoníaca que en el entretiempo se va erigiendo.
   
El íter de demolición a cargo de la “fase revolucionaria fluída” y la de edificación por obra de la “fase institucional estática” involucra algunos aspectos principales que podemos resumir:
   
FASE REVOLUCIONARIA FLUÍDA
FASE INSTITUCIONAL ESTÁTICA
Religión normativa
Consultoría religiosa
Exaltación de lo corpóreo
Hospitalización del cuerpo
Ecologismo
Segregación ecofóbica
Relativismo ético y apología del instinto
Medicalización de la psique y narcosis emotiva
Promoción de la creatividad heterodoxa
Automatismo
Libre investigación
Esterilización cultural
Aislamiento social
Covivienda
Amor libre
Pornomanía, sexofobia
    
Consultoría religiosa
La religión inmutable, o sea, catequética que designa por arículos específicos las normas de conducta con respuestas claras, íntegras e inequívocas será definitivamente sustituida por la religión consejera donde el ministro de lo sagrado se transforma de sacerdote en consejero: esta última figura, típica del mundo anglosajón, pone preguntas oportunas y practica el arte de la escucha sin dar respuestas, sin aconsejar, sin exhortar, sin amonestar, sin corregir y sin señalar, sino simplemente –según el principio cardenal de la consejería psicológica– colabora con el requeridor a fin de activar sus respuestas internas para que encuentre por sí mismo y con base en su propia orientación cultural, la respuesta a sus proios problemas. El sacerdote deviene así en un consejero, esto es, un facilitador al servicio no ya del “fiel”, sino más oportunamente del “cliente” o del “usuario” que deberá parir por sí mismo, según los principios de la mayéutica filosófica griega, las respuestas a sus propias preguntas.
   
En esta nueva perspectiva los catecismos, la teología moral e incluso el decálogo serán relativizados en un subjetivismo solo aparente desde el momento en que será interpolado –y por ende condicionado– por las nuevas categorías laicistas.
   
Tales categorías laicistas se centrarán en el relativismo ético y por el subjetivismo solo en la medida en que no incluyan las visiones tradicionales del mundo derivadas de las religiones históricas: más que el relativismo de plano, el nuevo modelo interpretativo de la realidad responderá a criterios de relativismo selectivo donde cualquiera instancia encontrará derecho de ciudadanía siempre que no sea de matriz tradicionalmente occidental yparticularmente cristiana.
   
Cuando en el usuario que pide luces emerjan aún residuos del viejo credo como criterio de decisión, el sacerdote consejero deberá transformarse de facilitador en conductor a fin de orientar la decisión del individuo eliminando los esquemas interpretativos preconstituidos a prióri: el fin del ministro de lo sagrado será el de plegar y convencer al usuario para hacerse intérprete de la modalidad adapttiva: el secreto de la felicidad consistirá en la anulación de las propias aspiraciones y los talentos propios en nombre de una inmunidad de rebaño más tranquilizante y narcótica respecto de las propias ambiciones y del adormecimiento atrófico de los mejores talentos propios.
    
La nueva religión civil y constitucional en apoyo de Satanópolis responderá a un lema que retoma el credo: “No elevar a los mediocres a nivel de los mejores, sino que los mejores se conformen con los mediocres”.
    
Así se acaba, en ún último impulso paradójico de honestidad, en mostrar los verdaderos objetivos del relativismo selectivo: esto se mostrará finalmente por aquello que es, o sea, un nuevo puritanismo dogmático e intransigente según el cual el cliente es libre de hacer cualquier cosa que le imponga el recto pensamiento laicista: solo en el interior de este perímetro el oyente será lire de moverse, y solo en el interior de este perímetro el sacerdote de Satanópolis podrá ser un facilitador que guía dulcemente preferiblemente, pero brutalmente si es necesario, al usuario hacia la modalidad adaptativa. El pastor/consejero tendrá pues también la tarea de reconducir a la enferma infectada fuera del perímetro del relativismo selectivo al interior del rebaño colectivo y velae sobre la ortodoxia de su conformismo.
   
Hospitalización del cuerpo
Después del alma, el cuerpo es el bien más propio y más cercano que un hombre posee.
   
En Satanópolis los ciudadanos son convencidos con todo medio de coerción a entregarlo al estado: este gesto desde el punto de vista psicológico sanciona la renuncia a la gestión del propio cuerpo y por ende de sí mismos. Quien renuncia al propio cuerpo delegando la gestión a una realidad burocrática, abdica a la libertad.
   
En el plano bio-psicológico, los hombres cesan de ser varones en el plano físico y de la volitividad, y cesan de ser padres en el plano social y psicológico. Los conceptos de “masculinidad” y “paternidad” están en fase de desertificacióe, y los del coraje y la virilidad mirados como residuos de una edad de la cual avergonzarse.
   
Al mismo tiempo que Satanópolis se consolida, el cuerpo masculino afronta un proceso de desvirilización: todo lo que peertenece al dominio de la fuerza, del coraje y de la salud es estigmatizado como bárbaro, irracional e indigno del hombre nuevo. También el cuerpo, así como los símbolos de lo sagrado, debe ser desestructurado: el deporte siempre más reglamentado por normas que impiden cualquier contacto físico, por más leve que sea, mientras en ningún ámbito como el deportivo la añiadidura de la paridad física entre hombre y mujer encuentra acogida; debemos esperar la institución de torneos y eventos deportivos en los cuales se enfrentarán escuadras mixtas compuestas por hombres mortificados en su físico y mujeres masculinizadas en el cual el juego se asemejará más a un minué del siglo XVIII que no a una acción de juego.
   
Ya ahora podemos recoger los primeros síntomas de la desvalorización denigratoria de la actividad física dirigida al desarrollo de la energía vital: esta es etiquetada como vagamente reconducible al culto fascista del vitalismo, del activismo y de la acción rápida y decidida.
   
El cuerpo del hombre nuevo en vía preliminar está padeciendo, como todo lo demás, un proceso de obscenización: este es reducido a un pergamino sobre el cual incidir los horribles motivos de tatuajes siempre más simbólicos de una agresividad que deberá vicariar y sustituir en un pálido simulacro la fuerza física desaparecida en un cuerpo ahora débil y enfermizo; lo que antes pertenecía al cuerpo en términos de energía vital será luego en una primera fase representado por motivos que reclaman la idea de una fuerza bruta e instintiva tal como ciertas razas caninas eran más fuertes para enmascarar su inadecuación física frente a razas físicamente mucho más estructuradas.
    
Tras las apariencias de un tatuaje desesperado, todavía el cuerpo devendrá siempre más flácido, delicado, débil y faborable por tanto al desarrollo de una personalidad tendencialmente anoréxica, insegura, y dudosa especialmente frente a la necesidad de tomar decisiones importantes.
    
La propaganda de los Rectores de la ciudad infernal no hará sino continuar sonando el bombo de un cuerpo que deberá maniáticamente ser higienizado y preservado de todo contacto con agentes externos que lo puedan infectar, de someter a continuas esterilizaciones cuyo buen resultado implica entre otros la reducción a los términos mínimos todo contacto social. Un cuerpo al que suministrarán dosis siempre más fuertes de antivirales, vacunas y antídotos que reducirán siempre más la capacidad autónoma de producir por sí los anticuerpos de forma natural.
    
La misma enfermedad, así sea una simple influenza, será percibida por el sujeto que la padece con un sentido de culpa, causada por su negligencia en aceptar y someterse a los cuidados meticulosos que las autoridades de la ciudad infernal han establecido para él: el cuerpo no se deberá enfermar más –así les viene asegurado– no en virtud de su saludable resistencia, sino gracias a las sustancias químicas que le serán inyectadas.
   
Finalmente, cuando Satanópolis sea una realidad manifiesta, el cuerpo será hospitalizado, o sea, reducido a un estado de precariedad permanente en el cual cualquier esfuerzo que eluda las simples funciones metabólicas – alimentarse, dormir y defecar– debe ser cumolido con extrema cautela o mejor, adecuadamente reducido: la fragilidad del cuerpo impondrá un régimen alimenticio amébico y rígidamente vegetariano mientras la actividad física será reducida al mínimo indispensable.
   
Y finalmente el cuerpo enfrentará un confinamiento entre espacios siempre más asfixiantes, sellados y esterilizados.
   
Segregación ecofóbica
Una vez que la ecología elaborada pretextadamente con el fin aparentemente noble de preservar el planeta de la enfermedad mortal constituida por la sobrepoblación haya cumplido su tarea de culpabilizar a los hombres bulándolos como asesinos del ecosistema se transformará en ecofobia: el ambiente natural pasará de víctima de las fauces humanas con fin de su usufructo a ser carnicera. Será por eso separada como agente patógeno capaz de destruir la vida física de los hombres. El amor por el ambiente a despecho del hombre se volverá lo contrario, en sospecha hostil contra la naturaleza; se inculcará la necesidad maníatica de proteger el cuerpo humano –ahora débil y perennemente enfermizo– de la vigorosa brutalidad del ambiente que será presentado por la propaganda como saturado de virus, generador de patologías y coacervo de enfermedades.
    
La demonización del ambiente justificará así la segregación ecofóbica de los hombres: ellos serán perimetrados en el interior de una ciudad siempre más separada de los campos, montañas, colinas, ríos y mares. Se potenciará la institución de un “salvoconducto” que autorizará la circulación fuera de los aglomerados urbanos reservado solo a aquellos ciudadanos que tendrán que cumplir determinados requisitos siempre más exigentes como la actualización vacinal permanente, un estatuto de buena conducta, la superación de un examen de ortodoxia al régimen y la adhesión a todas las iniciativas institucionales establecidas. En Satanópolis, masas siempre más comprimidas de personas deberán vivir en espacios restringidos, rígidamente higienizados y maniáticamente esterilizados. La naturaleza demonizada será desde antes abandonadas: poblados alpinos y apeninos, viejos burgos y antiguos asentamientos serán posteriormente despoblados y se transormarán en montones de ruinas que se sumirán en el silencio de las catacumbas: muros y campanarios colapsarán llenando las viejas calles de escombros, las plazas y calles serán invadidas por la vejetación que agrietará el asfalto y las piedras, las casas vacías se harán eco del rumor del viento y devendrán morada de animales nocturnos.
   
Lentamente la naturaleza retomará lo que por millones de años fue suyo mientras, fuera de la última autopista en desuso, se perfila el contorno de las ciudades artificiales como fortalezas en medio del desierto. El hombre separado del hábitat natural unirá a la decadencia física también la psicológica: confinados en los asfálticos límites de un mundo artificial de colores desvanecidos y preñado del hedor de desinfectantes, los hombres devendrán siempre más extraños al mundo, incapaces de percibirse como parte de un cosmos inteligente. Privados de la dimensión natural como su hábitat y constreñidos a vivir en ambientes siempre más metalizados y plastificados, los sentidos del gusto y del tacto lentamente se atrofiarán: la comida será insípida y el apetito vendrá a menos. Las superficies pulidas y las líneas ortogonales fastidiarán la mirada volviéndola apagada y privada de curiosidad, el gozo estético de un panorama de una colina o de la vastedad marina vendrá tan a menos que muchos se olvidarán de su existencia.
    
La naturaleza demonizada dará miedo al hombre, que la percibirá como enemiga: mejor el gris de los palacios que el verde brillante de la vegetación, mejor el asfalto alquitranado que los senderos en los bosques, y mejor el olor pungente de los sanitizantes que el perfume de los prados floridos.
   
El hombre, expropiado de su dimensión natural, se tornará melancólico y se apagará hasta reducirse a una larva bien peinada y perfectamente sanitizada.
   
Después la naturaleza también deberá ser higienizada y esterilizada, lo que no excluye la aplicación de enormes incendios purificadores en nombre de la salud del cuerpo de los hombres que ahora a duras penas llegarán a curarse de una sencilla influenza estacional: bosques carbonizados cubrirán las faldas de las montañas donde troncos totalmente ennegrecidos serán todo lo que quede de los frondosos árboles seculares llenos de aves y de vida. Pocas estepas resecas serán los míseros testimonio de lo que una vez fueron bosques y arboladas así como los pensamientos depresivos de mentes atónitas y debilitadas son solo el pálido residuo de la vitalidad que una vez animaba a los hombres cuando entraban en contacto con la naturaleza.
   
Todo esto mientras para hacer frente a la penuria de géneros alimenticios de primera necesidad se instituirán siervos de la gleba modernos ligados a la tierra que no podrán abandonar. Su tarea será únicamente productos alimenticios apenas suficientes para garantizar un nivel de subsistencia.
    
Medicalización de la psique
Los tranquilizantes, somníferos y sedantes serán siempre más los apoyos indispensables de los cuales los hombres no podrán más menospreciar, tanto como un par de robustas muletas pueden sostener a un hombre enfermo a causa de un infortunio.
   
Los sedantes servirán para congelar las emociones y para alisar la inteligencia; el hombre nuevo será fundamentalmente obtuso, incapaz de ímpetus vitales y analfabeto sobre las pasiones.
   
Si el objeto de la psicología era de hacer levantar al hombre que estaba afectado por la inedia y la abulia, la ciencia de la mente al servicio de Satanópolis tendtá la tarea de introducirlo en ellas.
   
Toda manifestación de curiosidad intelectual, de capacidad crítica y de ingenio será mirada con sospecha en cuanto potencialmente subversiva. Cada movimiento emotivo, deseo de emancipación y toda manifestación del instinto natural, así sea moderada, será considerada una forma de neurosis merecedora de cura. Los fármacos serán los sacramentos mediante los cuales las inquietudes serán narcotizadas y los deseos de éxito individual anestesiados. El mismo deseo de constituir una familia, de tener prole y de ser monógamos será considerado como expresión de una psicosis incipiente.
   
Estar sanos significará estar ser infinitamente adaptables a las circunstancias, estar totalmente homologados a la inedia espiritual y a la inercia existencial. Nada debe turbar el proceder monótono y repetitivo de una vida privada de slanci emotivos.
Automatismo de la cotidianidad
Si en la fase revolucionaria fluida la orgía de creatividad llega hasta lo bizarro, lo grotesco y lo extravagante donde toda manifestación insólita y blasfema era mirada como modelo para imitar, la fase institucional estática determinará un brusco giro. Cumplida la tarea de destruir la sociedad tradicional, en Satanópolis la cotidianidad será articulada por la repetición de gestos divididos, repetidos monótonamente según un orden rígidamente preestablecido e inmutable: cada hora de cada día en los que experimentar las mismas cosas fútiles, ayer igual a hoy, hoy igual a mañana.
   
Todo gesto individual reiterado en una suerte de coerción neurótica que repetir habitúa la mente a concentrarse en la ejecución de una partitura siempre igual en la cual el espacio reservado a la creatividad t a la inventiva es reducido a cero. Los ciudadanos de Satanópolis deberán pensar en una sola cosa a la vez en forma consecutiva y conclusiva; ningún gesto y volición de la mente debe quedar inconclusa o incierta, sino que todo debe ser concluido según reglas estándar bien delineadas sin disgresiones. Las actividades del cuerpo y de la mente serán reguladas por protocolos para los cuales establecida una causa debe infaltablemente seguir un determinado efecto: se verifica así a nivel colectivo un reflejo condicionado de tipo pavloviano. Ni un paso podrá darse fuera de un camino peatonal obligado, ni se podrá ver una cámara televisiva de la cual el espacio público estará saturado sin provar un movimiento de miedo.
   
Aumentarán las horas de trabajo, el esfuerzo físico y psíquico que requerirá el trabajo será caracterizado por el tedio de gestos continuamente idénticos y repetidos al cual se acompaña la fatiga procurada or acciones percibidas sin sentido porque se ignora para qué sirven y separadas del producto final del que no se sabrá nada.
   
El tedio psicológico y la fatiga del cuerpo serán un excelente antídoto contra todo espíritu de iniciativa y el mejor freno contra el pensamiento crítico. La duda, la incertidumbre o la agitación serán atrofiados, y las funciones de la mente y del cuerpo reducidas a la ejecución de ejercicios menudos. Todo horizonte ideológico o de perspectiva será pues fuertemente redimensionado.
   
Esterilización cultural
En los países de tradición democrática, los grandes medios tienen el ron de “conciencia crítica” de un país frente al régimen vigente. Ellos solicitan interrogatorios y levantan preguntas desarrollando así la función de anticuerpos contra el virus de la deriva autoritaria.
   
En Satanópolis las acciones malvadas, o sea, la progresiva reducción de la libertad serán justificadas por las buenas intenciones, esto es, la presunta salvacuarda de un “bien común” abstracto de contornos vagos. La edificación del “bien común” justificará los muchos sacrificios y renuncias que se pedirán a los hombres mientras en nombre del “mal menor” avanzarán demandas siempre más exigentes de renuncia a las libertades fundamentales.
   
En Satanópolis, toda expresión cultural enfrentará un proceso de degradación que lo conduce desde una visión general y omnicomprensiva a los microanálisis menudos y focalizados en los detalles individuales: la literatura devendrá mera información, la historia devendrá sociología y la filosofía psiquatría. Toda forma de saber deberá rescindir los lazos con la trascendencia y anonadarla principalmente con la inmanencia.
   
Las ciencias humanas devendrán meras representaciones de datos de hecho visibles ligados a la vida cotidiana, y su función no será más la de levantar interrogantes, sino de indicar procedimientos y protocolos.La información deberá comunicar hechos sin comentarlos o interpretarlos, la sociología con el auxilio de la estadística representarlos matemáticamente, y la psiquiatría darle una explicación pseudoracional al que adherir en modo fideísta.
   
La escuela, información y familias serán sovietizadas, esto es, transformadas al final de vehículos de eslóganes, palabras de orden y epigramas de rápido y fácil aprendizaje tanto para las jóvenes generaciones como a los adultos infantilizados. El abuso de la palabra “amor” ya abundantemente utilizado con fines manipulatorios será todavía más potenciado: por amor se deberá odiar a sí mismo, la propia historia y la propia individualidad. Por amor no se deberá nadie escandalizar más por nada. 
Co-vivienda
Si en la fase fluida de la revolución ha prevalecido la tendencia a dividir y aislar, en aquella en que se institucionalice la revolución prevalecerá la tendencia a la asociación.
   
Asociacionismo, por supuesto, no elegido ni querido, sino impuesto: el hombre ya no podrá esconderse de los demás hombres, la intimidad se reducirá a unos momentos de desahogo, y el deseo de intimidad observado como potencial trastorno psíquico.
    
Sin embargo, dado que el lugar donde preservar un espacio privado es el hogar y la familia, ambos aspectos estarán sujetos a un proceso de erosión.
    
La casa como lugar privado para vivir será penetrada por necesidades que se hacen pasar por sociales: con toda probabilidad se establecerá la “necesidad moral” de no tener una casa demasiado grande para las necesidades de la familia: si lo es, la obligación legal o la compulsión moral de dar hospitalidad a las llamadas “categorías desfavorecidas”, especialmente si son inmigrantes en nombre de la solidaridad.
    
La casa puede ser invadida y registrada más fácilmente por la policía, puede ser controlada y vigilada a cualquier hora del día o de la noche como si fuera la celda de un preso más o menos como podía pasar en la antigua URSS o RDA. Dado que la destrucción de la familia va de la mano con el tamaño de la casa, la disminución progresiva del número de miembros de la familia irá acompañada de la reducción de los espacios privados para vivir. Este proceso de “miniaturización” y “colectivización” encuentra su expresión más evidente en la práctica de la “co-vivienda” ya en una fase avanzada de consolidación en los países escandinavos, no en vano aquellos en los que la familia tradicional y natural se desintegra con mayor rapidez [5].
    
La práctica de la covivienda consiste en la construcción de grandes unidades habitacionales en las que existe un único espacio privado compuesto generalmente por el dormitorio y un baño –más o menos como podría ser una habitación de hotel– y una serie de espacios comunes para compartir con otros co-alojamientos, típicamente una gran sala común, cocina y algunos espacios recreativos.
    
El modelo de covivienda está directamente relacionado con las ideas del antropólogo y filósofo Claude Levi Strauss, padre de la corriente de pensamiento denominada “estructuralismo”.
    
El estructuralismo imagina y dibuja los contornos de la sociedad futura y sobre todo de la familia como comunidad tribal primitiva caracterizada por la poligamia, comunidad de descendencia, reparto de bienes y abolición de la propiedad privada.
   
Además, la fabricación de viviendas compartidas se verá facilitada por la práctica de la paternidad femenina soltera: las mujeres podrán convertirse en madres sin la ayuda del varón simplemente inyectando líquido seminal vendido por “bancos de esperma” especiales directamente en el útero también por post como ya hoy es posible en los países del norte de Europa. Las mujeres ya no necesitarán de los hombres para convertirse en madres y el hombre mismo, degradado en su paternidad, será cada vez más marginado.
   
En Satanópolis, por lo tanto, la sociedad estará compuesta principalmente por solteros y madres solteras que vivirán en microunidades de vivienda similares a nichos y equipadas con grandes espacios colectivos, cuyo uso estará estrictamente regulado en términos de horarios, formas de atención y reglas de uso. Ya no se podrá autogestionar el espacio privado simplemente porque se colectivizarán los lugares donde se vivirá.
   
Pronto, por lo tanto, las casas, tal como han existido durante siglos, serán inútiles y, de hecho, tildadas de dañinas para el medio ambiente, ya que ocupan porciones excesivas de espacio.
       
Pornomanía y sexofobia
Una de las bases del cambio en la fase fluida de deconstrucción fue el “amor libre”. Las incitaciones a practicar el sexo en todas sus formas particularmente fueron tan extravagantes y promovidas y estimuladas por los medios masivos, influenciadores, psicólogos y sociólogos. El “amor libre” no tiene miramiento por nadie: es alentada la misma traición entre cónyuges, y la fidelidad conyugal es rechazada como un retazo machista del pasado. El amor libre es portador de emociones, libertades y nuevos escenarios; la fidelidad símbolo de inmobilismo asfixiante, momificación y aburrimiento.
   
En la fase sucesiva en que el proceso revolucionario se consolide e institucionalice, y una vez que el “amor libre”, junto a otros factores, haya agotado su rol de disgregador de la familia, también el sexo libre será demonizado y visto como instinto de troglodita, digno de una sociedad de bárbaros y no precisamente del hombre nuevo, muy higienizado y colectivizado. Será mucho más civil, cómoda e higiénica la práctica de la masturbación sistemática que sobre todo, en la óptica desnatalita vigente en Satanópolis, representa el avance de la infecundidad. La nueva conquista triunfante en la ciudad infernal luego será representada por la pornomanía y la sexofobia.
   
Aparentemente, los dos términos solos son contradictorios: a través de los medios, la pornografía se transmitirá a toda hora y en toda ocasión en los canales normales televisivos a fin de desencadenar una verdadera y propia pandemia pornográfica, esto es, una pornodemia. El sexo virtual y onanista sustituirá el real y dual por el cual a la difusión de la práctica pornomaníaca hará frente una disminución del sexo natural. Ahora, como quiera que la difusión de la pornomanía es proporcional al abandono y consiguiente disminución del sexo natural, este último será demonizada: la sexofobia devendrá por esto desenfrenada y considerada en los límites del delito más allá de incurrir en la reprobación moral colectiva.
Conclusión
La conclusión no puede ser sino una, clara e inequívoca: si no nos despertamos y si no asumimos ahora que todo cuanto se expuso arriba y ya está en fase de edificación devendrá en trágica realidad, por más que parezca exagerado o desproporcionado. De resto, la historia está llena de eventos que antes que se verificasen aparecían inconcebibles y que no es la ocasión aquí de recordar. Por ende, ¿qué hacer? Ante todo, invocar el celestial auxilio. Luego, conviene desde ahora liverarnos de los vínculos que nos atan a los bienes materiales. Hecho esto, desaparece el miedo de perder algo y con esto se deviene más libres para proceder. Es todo aquí.
    
NOTAS
[1] Infierno, VIII canto, VI círculo en que son condenados los epicúreos y los herejes.
[2] Sobre el recorrido en etapas de la revolución, ver a Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contrarrevolución.
[3] Sobre el tema del declive de la religión tradicional, remito para profundizar a mi estudio: Marco Sambruna, Il declino del sacro, Ed. Radio Spada.
[4] Acerca de la “sala de meditación” en las Naciones Unidas, ver: http://www.unavox.it/ArtDiversi/DIV2661_Belvecchio_Meditation_room_all-ONU.html
[5] Sobre este aspecto, recomiendo vivamente el artículo intitulado “A cosa serve l’uomo?” (¿A qué sirve el hombre) en el siguiente enlace: http://www.vita.it/it/article/2016/08/05/a-che-cosa-serve-luomo-in-svezia-non-serve-a-niente/140360/.

1 comentario:

  1. Prácticamente todo esto que se expone ya se está aplicando a carta cabal... Nuestro auxilio es el Señor, que hizo el Cielo y la Tierra

    ResponderEliminar

Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.