Durante el Miércoles de Ceniza de 1218 (7 de Marzo), Santo Domingo discutía con algunos cardenales sobre algunas cuestiones administrativas. De repente, un hombre golpeó la puerta. De acuerdo con las Vidas de los Santos de Alban Butler, que registra esta historia, aquel hombre “se rasgaba las vestiduras mientras lloraba y gritaba” porque traía una mala noticia: Napoleón Orsini, sobrino de uno de los cardenales presentes, fue arrojado de su caballo y murió pisoteado por el equino.
Al principio, todo el mundo se quedó en silencio y el cardenal cayó en un profundo dolor. Santo Domingo trató de ofrecer algunas palabras de consuelo, pero no tuvo el efecto esperado. Después de pensarlo, se hizo cargo de la situación: ordenó que se trajera el cuerpo del interfecto y que se preparara una Misa en una iglesia cercana.
Durante la Misa, Santo Domingo “derramó un mar de lágrimas”. Entonces, durante la Consagración, sucedió algo increíble: Mientras Santo Domingo elevaba el Cuerpo y la Sangre de Cristo, cayó en éxtasis y comenzó a levitar. Todos los presentes vieron el milagro.
Una vez terminada la Misa, Santo Domingo llevó a todos delante del cadáver. Se arrodilló y oró en silencio durante algún tiempo; luego se puso de pie mientras hacía la señal de la cruz. Entonces, de nuevo, empezó a levitar y proclamó en voz alta: “¡te digo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, levántate!”.
Por la gracia de Dios, y delante de todos los presentes, el muerto volvió a la vida y se levantó completamente ileso.
La noticia del milagro se extendió rápidamente. La ciudad, la iglesia local, e incluso el propio Pontífice, todos celebraron la noticia y alabaron a Dios.
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