Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 6.ª: Creávit Dóminus novum super terram (El Señor ha criado una cosa nueva sobre la tierra. Jeremías XXX1, 22).
Antes de la venida del Mesías, el mundo estaba sepultado en una noche
tenebrosa de ignorancia y de pecados. Apenas el verdadero Dios era
conocido en un solo ángulo de la tierra, a saber, en la Judea. En lo
restante reinaba la más espantosa idolatría. Todo lo ocupaba la noche
del pecado, el cual ciega a las almas y las llena de vicios, y las priva
de ver el miserable estado en que viven, enemigas de Dios, condenadas
al Infierno; pudiendo decir con el Salmista: Pusiste tinieblas, y fue
hecha la noche; en ella transitarán rodas las bestias de la selva (Salmo CIII, 20). De
estas tinieblas, pues, vino Jesús a libertar el mundo. Lo libró de la
idolatría, dando a conocer al verdadero Dios, y lo libró del pecado con
la luz de su doctrina y de sus divinos ejemplos; pues como dice San
Juan: Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del
diablo (Epístola 1.ª, III, 8). Predijo el profeta Jeremías que Dios debía crear un nuevo
niño, para ser el Redentor de los hombres: Creávit Dóminus novum super terram (Jeremías XXX1, 22). Este nuevo niño fue Jesucristo; él es el Hijo de Dios, que
enamora al paraíso, y es el amor del Padre, el cual habló de esta
manera: Este es mi Hijo el amado, en quien yo mucho me he complacido (San Mateo XVII, 5). Y
este Hijo es aquel que se ha hecho niño, habiendo dado más gloria y
honor en el primer momento que ha sido criado, que le han dado y estarán
para darle todos los Ángeles y Santos juntos por toda una eternidad.
Por esto en el nacimiento de Jesús cantaron los Ángeles: Gloria a Dios
en las alturas. Ha dado, repito, a Dios más gloria Jesús aun niño, que
le quitaron todos los pecados de los hombres. Cobremos, pues, ánimo
nosotros pobres pecadores, ofrezcamos al eterno Padre este Infante,
presentémosle las lágrimas, la obediencia, la humildad, la muerte y los
méritos de Jesucristo, y recompensaremos a Dios las injurias que le
hemos hecho con nuestras ofensas. AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Ah
mi Dios eterno! Yo os he deshonrado posponiendo tantas veces vuestra
voluntad a la mía, y vuestra santa gracia a mis viles intereses y
miserables satisfacciones…
¿Qué esperanza de perdón habría para mí, si Vos no me hubiéseis dado a
Jesucristo precisamente a este fin, para que fuese la esperanza de
nosotros pecadores? Él es, dice el Apóstol, propiciación por los pecados nuestros.
Sí, porque Jesucristo sacrificándoos la vida en satisfacción de las
injurias que nosotros os hemos hecho, os ha dado más honor que nosotros
deshonra con nuestros pecados. Recibidme, pues, ¡oh Padre mío!, por amor
de Jesucristo. Me arrepiento, oh bondad infinita, de haberos ultrajado:
He pecado contra el cielo y en vuestra presencia; no soy digno de llamarme hijo tuyo.
Ciertamente yo no soy digno de perdón, pero es digno Jesucristo de ser
oído de Vos. Él os rogó por mí un día en la cruz: Pater ignósce, y ahora
en el Cielo os está diciendo que me recibais por hijo: Tenemos por abogado con el Padre a Jesucristo, que intercede por nosotros,
dice San Juan (Epístola 1.ª, II, 1). Recibid un hijo ingrato que antes
os dejó, mas ahora vuelve resuelto a amaros otra vez. Sí, Padre mio, yo
os amo, y quiero siempre amaros. ¡Ah! Padre mío, ahora que he conocido
el amor que me habeis tenido, y la paciencia con que me habeis sufrido
tanlos años, no me fío de vivir más sin amaros. Dadme un grande amor,
que me haga siempre llorar los disgustos que he dado a Vos, Padre mío,
tan bueno, y me haga siempre arder de amor hacia un Padre tan amante.
Padre mío, yo os amo, yo os amo, yo os amo. ¡Oh María! Dios es mi Padre,
y Vos sois mi Madre. Todo lo podéis con Dios, ayudadme, alcanzadme la
santa perseverancia y su santo amor.
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