martes, 23 de mayo de 2023

SAVONAROLA EN EL CIELO

   
Visión del 23 de mayo de 1515: Arcángela ve el alma de Jerónimo Savonarola en la gloria de los bienaventurados en el cielo, todo resplandeciente de luz. El fraile la profetiza el advenimiento de un buen pastor que reformará la Iglesia, y el castigo que se abatirá sobre la ciudad de Florencia, rea de haberlo perseguido, pero tampoco Milán será preservada.
La noche precedente a la fiesta de Pentecostés, que fue a 23 de Mayo del año dicho, se postró la dicha virgen Arcángela en oración, y arrebatada en espíritu fue conducida al cielo donde puso gran solemnidad. Vio el alma de fray Jerónimo, y con ella el beato Amadeo, el cual puesto junto a él, dijo el mencionado fray Jerónimo: «Este es aquel que ha confirmado mis palabras, las que he dejado escrito». A lo cual repuso la virgen: «Oh, ¡Cuánto deseo saber el tiempo de esta renovación de la Iglesia!, de la cual habéis escrito para consolación espiritual de mis hijos que padecen tantas fatigas». Y el ángel le respondió: «Tú ahora no lo sabrás, pero solamente espera a la solemnidad de hoy, y considera los dones que Dios te confirió, y dale gracias, porque el alma no solo se debe contentar con haber recibido la gracia de Dios, sino que debe ser solícita para su conservación, porque primero debe guardar su corazón, después debe atender que todas sus operaciones se vuelvan a su debido fin, que es Dios. Pero sobre todas cosas, debes refrenar la lengua, y pensar ahora en el inmenso amor de Cristo hacia la generación humana, por cuya salvación derramó abundantemente Su Preciosa Sangre. Debes aún considerar el día de la muerte, la cual es infalible e inevitable, y después la justicia de Dios, que de ninguna manera se puede corromper, que castiga a los pecadores, y recompensa a sus elegidos en la eternidad. Nadie podrá engañar su sabiduría, plegar su justicia y huir la vindicta. Pero tú no te quieras entristecer por tantas fatigas que has afrontado y afrontarás en este valle de lágrimas. Pero más pronto acuérdate de aquella dulcísima y amorosísima invitación cuando diga a sus elegidos: «Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os fue preparado desde la creación del mundo, seréis invitados a aquella vita eterna, por cuya ganancia deseasteis la muerte, y a aquellas eternas riquezas, por la cual deseasteis la pobreza para poseerlas, y a aquellos honores eternos y triunfos incorruptibles, que para poseerlos deseasteis en esta vida ser poco estimados, como hizo aquel pobre quemado, que veis aquí». Y le mostró al mencionado fraile Jerónimo de Ferrara, y señaló el ángel: «Mira si ahora que está quemado, se ven las huellas de combustión». La cual habiéndole mirado, le pareció todo lúcido y fulgente de mucho esplendor, y dijo: «Verdaderamente en él no aparece signo alguno de combustión». Y vio junto a él a otro que estaba lejos y le preguntó quién era. El ángel dijo: «Este fue compañero de la tribulación, y es ahora compañero de consolación, y se llamaba Domingo. Este que veis estar lejos, entiende pues que él no goza de tanta gloria como aquel, porque aquel Jerónimo fue jefe de este y conductor, y acérrimo reprensor de vicios, y este fue conducido e introducido por él. Confirmó Jerónimo con la boca y con obras aquellas obras que este ha dejado por escrito». Deseaba esta virgen grandemente hablar con el dicho fraile Jerónimo, y no podía decirle cosa. Pero el ángel, conociendo su deseo, dijo: «Mañana será el día preordenado por Dios. Regresa ahora a los propios sentimientos». Y enseguida se regresó a su celda y dando gracias a Dios comenzó a pensar en las cosas que le fueron dichas por el ángel. Después viniendo la noche siguiente comenzó a orar por su congregación, porque por la ausencia del padre del monasterio las hermanas no habían podido comunicarse, no quisiese sin embargo Dios retire de ellas su gracia, y particularmente rogana por una porque a ella aparecía toda contristada, y esta mucho la amaba, para que Dios la quisiese consolarla y mandar en ella el Espíritu Santo. Y pronto, arrebatada en espíritu, vio el ángel, el cual le habló en este modo: «Sabe que tu hija no está triste porque crea estar privada de la gracia de Dios, sino que teme haber perdido tu favor, porque le has mostrado el rostro turbado». A lo cual la virgen responde: «Me parece, ángel de Dios, que no debería haber hecho tanto conmigo». Y él le contesta: «¿Por qué no le has dicho, por qué no le has abierto tu corazón?, que más prudentemente habrías hecho que tener oculto en tu corazón aquella amargura para que hayas satisfecho». Luego ella dio gracias por el consejo dado y comenzó ahora a orar por sus otras hermanas, especialmente por aquellas que conocía más dispuestas a hacer la voluntad de Dios, y dijo: «Oh, cuánto me aflige, ángel de Dios, que aquellas que son más ancianas de edad, que con el olor de la buena vida espiritual deberían llevar a las otras, me parece que sean poco devotas y estén más indispuestas y consuman el tiempo, del cual ninguna cosa es más preciosa, en murmuraciones y pierden este precioso don de Dios». Respondió el ángel: «Son algunas de estas tus hijas, que pronto sienten en su corazón alguna devoción o tengan algunas lágrimas, pronto parten contentas pensando ser buenas y perfectas y que esto les basta. Pero no es así. Antes deberían más a menudo ejercitarse en alabar la admirable e inefable bondad de Dios, que las comienza a visitar, porque, si se ejercitasen, Dios las iluminaría, y conocerían sus negligencias y tibiezas, y se elevarían a mayor conocimiento de Dios. Pero parten creyendo estar en gracia de Dios y en gran perfección, y comienzan a presumir de sí mismas y según debieran crecer de virtud en virtud, vuelven atrás y se hacen más imperfectas ancianas que no cuando eran jóvenes». Después, alegrándose el ángel, le dijo: «Alégrate grandemente, alégrate por tus otras hijas, que siempre se ocupan de ejercitarse y crecer en gracia de Dios: estas son el estabilísimo fundamento de tu religión». Y le mostró algunas particulares, la primera de las cuales era aquella de la que hicimos mención antes, a quien tanto amaba. Entonces ella la recomendó a la Santísima Virgen, que quisiese dispomerla y fortificarla y establecerla en el santo propósito, y que el Señor le diese la bendición a esta compañía. Recomendó aún la consagrada virgen la prefacta compañía a San Miguel, y el ángel le dijo: «Recomienda a tus hijas en Cristo, la cual ha pedido encomendase a nuestro príncipe». Y ella dijo: «Lo recomiendo, pero sé que él está más afecto a Gabriel que a mi príncipe y señor». Y en seguida responde San Miguel: «Hay entre nosotros tal unión de voluntad, tanta paz, tanta caridad y tanta concordia que el honor que se hace a uno de nosotros pertenece a todos, y todos estimamos ser como nuestro propio, porque ellos ofrecen a Dios, cual solo es digno de todo honor, toda reverencia, toda alabanza y toda acción de gracias». Dio ella gracias a aquellos ángeles que la habían escuchado por aquellas por las cuales había rogado, y su ángel le dijo: «Antes que tú vuelvas, conviene darle gracias a nuestra Reina». Y pronto se encontró delante a la Santísima Virgen, que estaba vestida de blanco, coronada de piedras preciosas de toda suerte y acompañada de grande multitud de vírgenes. A la cual esta virgen dio gracias que, aun cuando sus hijas no hubiesen actualmente comulgado, a aquellas había dado gracia y sentimiento de su Hijo. Y Ella respondió: «Así haré siempre si me buscaren». Y vuelta a San Juan evangelista dijo: «Mi dilecto Juan, te constituyo protector y adjutor para conservar la gracia de mi Hijo en esta primera y en las otras, que te he mostrado, y en todas las otras que quieran imitar a estas». Entonces esta contemplativa dio gracias a la Virgen salvadora y retornó a sus propios sentidos, y acordándose que no había obtenido lo que deseaba, mucho se contristaba entre sí y decía: «¿Qué haré, porque no puedo regresar allí?». Y el ángel respondió: «¿Por ventura está en tu libertad regresar alló?». Y la virgen respondió: «¿Por qué no ha querido mi Señor Dios conceder lo que deseaba?». Respondió el ángel: «En esto conociste tu bajeza y humildad, y entendiste que estas gracias no provienen de alguna virtud tuya, sino por mera gracia y liberalidad suya. Tú sobre toda cosa debes disponer de lo que esté en tu posesión, después de darte toda a Dios y permitir que Él haga de ti lo que plugiese a su Majestad». Y dicho esto, vino otro ángel dado a su custodia, al cual ella llamaba el Blanco, porque siempre lo veía vestido de blanco. Y pronto arrebatada en espíritu se halló donde estaba San Gregorio, ante el cual de rodillas, le oró en este modo: «Padre santo, por aquel amor con el cual siempre me habéis amado y con el cual me disteis en dote lo que me lleva a hacer esta petición o sea interrogación, la cual siempre busca mi exaltación en el honor de Dios y de su santísima Madre, esto no refiero, excelente padre, porque busque mi gloria y alabanza humana que nuca sea, sino porque vos, padre, otras veces me dijisteis que cada uno que busque la exaltación de mi honor a gloria de Dios sería grandemente honrado por el mismo Dios. Te pido a fin que me concedas tal don, que pueda hablar con fray Jerónimo y satisfacer al deseo del que me ha rogado, siendo sin embargo cosas justas y según la voluntad de Dios: esto pido». Y él le dijo: «No digas así, hija, no digas así, antes habla con mayor reverencia. Llámalo bienaventurado y no fray Jerónimo, porque aun cuando no ha sido aprobado por la Iglesia e inscrito en el catálogo de los santos, es sin embargo glorificado y santo en la Iglesia Triunfante. Atiende y mira el lugar donde se sienta». Y volviéndose lo vio rodeado de rayos solares, vestido de varios vestidos en forma que no podía conocer de qué color fuese, pero solamente que era tan brillante que apenas podía mirarlo. Estaba ahora con él el bienaventurado Amadeo, al cual aproximándose la virgen, lo saludó. Y este con rostro alegre, mirándola, le habló en esta sentencia: «Yo soy aquel cuyo nombre es casi dormido, pero será todavía exaltado por aquel que será verdadero pastor, el cual será reformador de la Iglesia de Dios». Y luego esta virgen dijo: «¿Cuándo, beatísimo Jerónimo, serán estas cosas?». Respondió: «Quiero que sepas que a ningún mortal está manifestado ahora este secreto, pero cuando sea hecho, todas las cosas estarán quietas, y será acabada todas las tribulaciones. Por lo tanto, no te quieras enfriar, pero persevera en ferviente oración, para que así como por los pecados de los hombres fue retardada esta reforma, así se podrá por la oración de los siervos de Dios acelerar. Florencia, ciudad que he amado grandemente, se ha hecho indigna de la gracia de Dios, porque me ha perseguido hasta la muerte, pero tú ves que no estoy muerto, sino que viviré eternamente. Por esto ha enfrentado grande tribulación, y la experimentará mayor, ha elevado los cuernos de la soberbia y se gloría de tener pontífice. Pero pronto su gloria será vana como el humo. Tu ciudad no escapará mucho de estas futuras calamidades, habrá en ella gran mortandad». Entonces esta virgen, espantada, dijo: «¿Habrá tal vez algún cambio de estado?». Respondió: «No, pero será por su envidia y soberbia, que siempre dañan la mutua y fraterna caridad y amor. Y ellos cazan y donde no están, es necesario que haya discordia, desidia de alma, e inveteradas facciones serán causa de derramamiento de sangre humana. Habrá también una peste universal en forma que pocos quedarán».

Revelaciones de la Venerable Arcángela Panigarola (Biblioteca Ambrosiana de Milán, manuscrito O165 sup., fols. 173v-175r). Traducción propia.

1 comentario:

  1. Podría ponerlo en español? El enlace no me da esa posibilidad. Gracias

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