miércoles, 17 de mayo de 2023

LA VERDADERA PAZ

   

La paz que predica la secta conciliar NO ES la VERDADERA paz de Cristo.
  • «Mi paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy Yo, como la da el mundo» (Juan 14, 27).
  • «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» (Luc. 2, 14).
  • «Os he dicho esta cosas, para que halléis paz en Mí. En el mundo pasáis apreturas, pero tened confianza: Yo he vencido al mundo» (Juan 16, 33).
  • «…reunios en un mismo espíritu, vivid en paz, y el Dios de la paz y de la caridad será con vosotros…» (II Cor. 13, 11).
  • «…Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros los que en un tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz: el que de ambos hizo uno, derribando de en medio el muro de separación, la enemistad; anulando por medio de su carne la Ley con sus mandamientos y preceptos, para crear en Sí mismo de los dos un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la Cruz, matando en ella la enemistad. Y viniendo, evangelizó paz a vosotros los que estabais lejos, y paz a los de cerca» (Ef. 2, 13-18).
  • «Justificados pues, por la fe, tenemos pues paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5, 1).
  • «La paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, sea la guardia de vuestros corazones y de vuestros sentimientos en Jesucristo. Por lo demás, hermanos, todo lo que es conforme a la verdad, todo lo que respira pureza, todo lo justo, todo lo que es santo, todo lo que es amable, todo lo que sirve al buen nombre, toda virtud, toda disciplina loable esto sea vuestro estudio. Lo que habéis aprendido, y recibido, y oído, y visto en mí, esto habéis de practicar; y el Dios de la paz será con vosotros» (Fil. 4, 7-9).
  • «Pero sobre todo, mantened la caridad, la cual es el vínculo de la perfección. La paz de Cristo triunfe en vuestros corazones, a la cual fuisteis asimismo llamados para formar un solo cuerpo, y sed agradecidos. La palabra de Cristo en toda su abundancia tenga su morada entre vosotros. Enseñaos y animaos unos a otros con toda sabiduría. Cantad con corazón agradecido las alabanzas de Dios con salmos, con himnos y cánticos espirituales: Todo cuanto hacéis, sea de palabra o de obra, hacedlo en todo en nombre de nuestro Señor Jesucristo, dando por medio de Él, gracias a Dios Padre» (Col. 3, 14-17).
  • «…Así, el mismo Señor de la paz, os conceda siempre la paz en todas partes» (II Tes. 3, 16).
  • «Dios envió su palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la paz por Jesucristo, el cual es el Señor de todos» (Act. 10, 36).

SAN PÍO X:
«(…) Esto es no sólo una exigencia natural, sino un beneficio para todo el género humano. ¿Cómo no van a sentirse los espíritus invadidos, Hermanos Venerables, por el temor y la tristeza al ver que la mayor parte de la humanidad, al mismo tiempo que se enorgullece, con razón, de sus progresos, se hace la guerra tan atrozmente que es casi una lucha de todos contra todos? El deseo de paz conmueve sin duda el corazón de todos y no hay nadie que no la reclame con vehemencia. Sin embargo, una vez rechazado Dios, se busca la paz inútilmente porque la justicia está desterrada de allí donde Dios está ausente; y quitada la justicia, en vano se espera la paz. La paz es obra de la justicia (Is. 32, 17).
   
Sabemos que no son pocos los que, llevados por sus ansias de paz, de tranquilidad y de orden, se unen en grupos y facciones que llaman “de orden”. ¡Oh, esperanza y preocupaciones vanas! El partido del orden que realmente puede traer una situación de paz después del desorden es uno sólo: el de quienes están de parte de Dios. Así pues, éste es necesario promover ya él habrá que atraer a todos, si son impulsados por su amor a la paz.
   
Y verdaderamente, Venerables Hermanos, esta vuelta de todas las naciones del mundo a la majestad y el imperio de Dios, NUNCA SE PRODUCIRÁ, SEAN CUALES FUEREN NUESTROS ESFUERZOS, SI NO ES POR JESÚS EL CRISTO. Pues advierte el Apóstol: Nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está ya puesto, que es Cristo Jesús (I Cor. 3, 11). Evidentemente es el mismo a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn. 10, 36); el esplendor del Padre y la imagen de su sustancia (Hebr. 1, 3), Dios verdadero y verdadero hombre: sin el cual nadie podría conocer a Dios como se debe; pues nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo (Mat. 11, 27).
   
De lo cual se concluye que INSTAURAR TODAS LAS COSAS EN CRISTO y hacer que ]os hombres vuelvan a someterse a Dios es la misma cosa. Así, pues, es ahí a donde conviene dirigir nuestros cuidados para someter al género humano al poder de Cristo: con Él al frente, pronto volverá la humanidad al mismo Dios. A un Dios, que no es aquel despiadado, despectivo para los humanos que han imaginado en sus delirios los materialistas, sino el Dios vivo y verdadero, uno en naturaleza, trino en personas, creador del mundo, que todo lo prevé con suma sabiduría, y también legislador justísimo que castiga a los pecadores y tiene dispuesto el premio a los virtuosos.
  
Por lo demás, tenemos ante los ojos el camino por el que llegar a Cristo: la Iglesia. Por eso, con razón, dice el Crisóstomo: “Tu esperanza la Iglesia, tu salvación la Iglesia, tu refugio la Iglesia” (Homilía de la cautividad de Eutropio, 6): Pues para eso la ha fundado Cristo, y la ha conquistado al precio de su sangre; y a ella encomendó su doctrina y los preceptos de sus leyes, al tiempo que la enriquecía con los generosísimos dones de su divina gracia para la santidad y la salvación de los hombres» (Encíclica “E suprémi Apostolátus”).

PÍO XI
  • «(…) Y ante todo es necesario que la paz reine en los corazones. Porque de poco valdría una exterior apariencia de paz, que hace que los hombres se traten mutuamente con urbanidad y cortesía, sino que es necesaria una paz que llegue al espíritu y los tranquilice e incline y disponga a los hombres a una mutua benevolencia fraternal. Y no hay semejante paz si no es la de Cristo: y la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones” (Col. 3, 15); ni puede ser otra la paz suya, la que Él da a los suyos (Juan 14, 27), ya que siendo Dios, ve los corazones (I Reg. 16, 7), y en los corazones tiene su reino. Por otra parte, con todo derecho pudo Jesucristo llamar suya esta paz, ya que fue el primero que dijo a los hombres: “Todos vosotros sois hermanos” (Mat. 23, 8), promulgó sellándola con su propia sangre la ley de la mutua caridad y paciencia entre los hombres: “este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Juan, 15, 18): “soportad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo” (Gal. 6, 2).
       
    (…) Síguese, pues, que la paz digna de tal nombre, es a saber, la tan deseada paz de Cristo, no puede existir si no se observan los preceptos y los ejemplos de Cristo ...» (Encíclica “Ubi arcáno Dei consílio”).
  • «(…) los pueblos, por la experiencia de los tiempos pasados, han aprendido que sin la vuelta hacia Dios no puede haber paz y seguridad y miran por ello a la Iglesia católica como el único medio de Salvación» (Encíclica “Rite expiátis”).
  • «(…) Pídase la paz para todos los hombres y especialmente para aquellos que en la sociedad humana tienen las graves responsabilidades del gobierno; ¿cómo podrán dar la paz a sus pueblos si no la tienen consigo mismos?, y es precisamente la oración la que según el Apóstol, debe traernos el regalo de la paz; la oración que se dirige al Padre celestial, que es el Padre de todos los hombres; la plegaria que es la expresión común de los sentimientos de familia, de aquella gran familia que se extiende más allá de los confines de cualquier continente.
       
    Hombres que en toda nación ruegan al mismo Dios por la paz sobre la tierra, no pueden ser al mismo tiempo portadores de discordia entre los pueblos; hombres que se dirigen en su plegaria a la Divina Majestad no pueden fomentar aquel imperialismo nacionalístico que de cada pueblo hace su propio Dios; hombres que miran al Dios de la paz y de la caridad, (II Cor. 13, 11) que a Él recurren por medio de Cristo que es nuestra paz, (Ef. 2, 13-18) no encontrarán descanso hasta que la paz, que no puede dar el mundo, descienda del Dador de todo bien, sobre los hombres de buena voluntad (Luc. 2, 14)» (Encíclica “Caritáte Christi compúlsi”).
   
PÍO XII: 
  • «…Él es finalmente, y sólo Él, quien puede ser firme fundamento y sostén de la paz y de la tranquilidad. “Porque nadie puede poner otro fundamento, fuera del puesto, que es Cristo Jesús” (I Cor. 3, 11)» (Encíclica “Divíno afflánte Spíritu”).
  • «(…) Tengan todos presente que el acerbo de males que en los últimos años hemos tenido que soportar ha descargado sobre la humanidad principalmente porque la Religión Divina de Jesucristo, que promueve la mutua caridad entre los hombres. los pueblos y las naciones, no era, como habría debido serlo, la regla de la vida privada familiar y pública. Si, pues, se ha perdido el recto camino por haberse alejado de Jesucristo, es menester volver a Él tanto en la vida privada como en la pública. Si el error ha entenebrecido las inteligencias, hay que volver a aquella verdad divinamente revelada que muestra la senda que lleva al cielo. Si, por fin, el odio ha dado frutos amargos de muerte, habrá que encender de nuevo aquel amor cristiano, que es el único que puede curar tantas heridas mortales, superar tan tremendos peligros y endulzar tantas angustias y sufrimientos…» (Encíclica “Optatíssima pax”).
  • «(…) cuando los mandamientos cristianos den forma a la vida pública y privada, solamente entonces, será lícito esperar que, conciliados los odios de los hombres, vivan en fraterna concordia las diversas clases de la sociedad, los pueblos y las gentes» (Encíclica “Summi mœróris”).
  • «(…) No hay nada que conduzca a con mayor eficacia y contribuya mejor al logro de este grandioso objetivo (la paz), que la Religión cristiana, cuyos divinos preceptos nos enseñan que los hombres, como hermanos, forman una familia cuyo padre es Dios, de la cual Cristo es el Redentor, y por sus divinas gracias el aliento de ella, y cuya morada eterna es el cielo» (Encíclica “Mirábile illud”).
  • «(…) Creemos también que esta fiesta (María Reina), instituida con esta Carta Encíclica, para que todos reconozcan más claramente y honren con más cuidado el clemente y materno imperio de la Madre de Dios, contribuirá mucho para que se conserve, se consolide y se haga duradera la paz de los pueblos, amenazada casi a diario con acontecimientos plenos de ansiedad. ¿No es Ella el Arco Iris puesto sobre las nubes hacia Dios como señal de pacífica alianza (Gén. 9, 13)? “Contempla el arco iris y bendice al que lo hizo: es muy hermoso su resplandor; ciñe el cielo con el cerco glorioso de sus vivos colores; las manos del Altísimo son las que lo han formado” (Eccli. 43, 12-13). De modo que el que honra a la Señora de los cielos y de los mortales –y nadie se tenga exento de este tributo de reconocimiento y de amor–, invóquela como Reina muy excelsa, mediadora de paz, respete y defienda la paz, que no es lo mismo que justicia impune, ni licencia desenfrenada, sino más bien, concordia bien ordenada bajo el signo y mando de la voluntad de Dios; a fomentar y hacer crecer tal concordia Nos impulsan las maternas exhortaciones y órdenes de la Virgen María.
       
    Deseando ardientemente que la Reina y Madre del pueblo cristiano acoja estos Nuestros deseos y alegre con su paz las tierras sacudidas por el odio, y nos muestre a todos nosotros después de este destierro a Jesús, que será nuestra paz y nuestro gozo perpetuamente…» (Encíclica “Ad Cœli regínam”).
  • «(…) ¿Qué puede haber más eficaz que la caridad de Cristo –que la devoción al Sagrado Corazón promueve y fomenta cada día más– para estimular a los cristianos a practicar en su vida la ley evangélica, sin la cual no es posible que haya entre los hombres paz verdadera, como claramente enseñan aquellas palabras del Espíritu Santo: “Obra de la justicia será la paz” (Is. 32, 17)?» (Encíclica “Hauriétis áquas”).
  • «(…) solamente la Religión cristiana enseña esta verdad plena, esta justicia perfecta y esta caridad divina que elimina los odios, animosidades y luchas; en efecto, sólo ella ha recibido en depósito del Divino Redentor que es camino, verdad y vida, y con todas sus fuerzas debe ponerla en práctica (Juan 14, 6)» (Encíclica “Memínisse juvat”).

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